El primer día de enero de 2015, concurrí a Brasilia, para participar de la asunción presidencial de Dilma Rousseff.
Impresiona esta ciudad, que comenzó su construcción hace justamente 60 años y cuyo arquitecto fue el mundialmente reconocido Oscar Niemeyer. El portugués Sebastião José de Carvalho e Mello – el marqués de Pombal – había expresado en 1716, hace 300 años la necesidad de interiorizar la capital de la entonces colonia portuguesa.
Retorné a Chile en vuelo compartido con la presidenta Michelle Bachelet, con un sabor agridulce. Percibí que venían tiempos difíciles para Brasil. Pues la asunción de Dilma, se dio en un marco de problemas presupuestales, del caso de corrupción de Petrobrás, que salpicaba a varios partidos políticos.
De poco valía el resultado de la gestión de los dos gobiernos de Lula Da Silva y el anterior de Dilma Rousseff, que sacaron de la extrema pobreza a 36 millones.
Dilma representa iniciativas que golpeaban el corazón de la desigualdad en América latina: los excelentes resultados del programa más médicos, el programa habitacional “mi casa, mi vida”, entre tantos otros logros.
Dilma y su gobierno, representan un problema para alguna potencia que aún cree que Latinoamérica es su patio trasero: imperdonable haberse asociado con India, Rusia, China y Sudáfrica en el BRICS.
Estamos ante un hecho histórico en Brasil, en América y en el mundo. Estamos presenciando un golpe, larvado por intereses partidarios y económicos, espectacularmente colocada en los medios.
¿Qué estabilidad le espera a Brasil a partir de ahora con este modelo instaurado de golpe parlamentario?
¿Creemos que en Chile no tendremos consecuencias del golpe que se está procesando en estos días? ¿Nos salvamos solos?
A aquellos que no le gusta que planteemos que estamos ante un golpe de estado en Brasil, recuerda cuando las dictaduras latinoamericanas de los años 70 y 80, en un paralelismo con aquellos que decían y prohibían decir que estábamos en dictaduras en Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay.
Hoy, no tenemos un crimen probado por parte de la auténtica presidenta Dilma. No hay prueba de las “pedaleadas fiscales” de las que se les acusa.
La democracia está en juego, una puesta en escena que ha asombrado y ha producico contundente rechazo de innumerables presidentes, parlamentarios, académicas y académicos, juristas, artistas, sindicatos del mundo entero.
Lo ilógico es que ha sido el propio Eduardo Cunha, suspendido desde mayo en su condición de presidente de la cámara de diputados de Brasil,investigado por corrupción, quien ha habilitado el impeachment. Quizás buscando negociar su impunidad.
El propio Temer, presidente golpista, ha sido investigado en distintas causas: la investigación Lava Jato, la investigación Castillo de Arena ya lo investigaba hace 20 años.
Sería de una ingenuidad imperdonable creer que esto apunta sólo a Dilma. El blanco es Lula Da Silva, quien cuenta con alto grado de aprobación como el mejor presidente de la historia de Brasil y es un candidato firme para la próxima elección nacional de 2018.
Este golpe blando, parlamentario, es un golpe al pueblo brasilero.
Hace 40 años el ex candidato presidencial por el Partido Demócrata, Bernie Sanders alertaba sobre el golpe en ciernes en Chile, que se planificaba en Estados Unidos.
Y sucedió. Sanders viene denunciando este golpe en Brasil, junto a otros demócratas del mundo entero.
Hacernos los distraídos, mantener una aséptica neutralidad tendrá sus consecuencias.
Muy probablemente Lula vuelva a la presidencia en 2018. No hay que ser muy inteligente para pensar quienes hicieron algo por la democracia en Brasil en momento críticos.
El silencio puede ser una virtud en diplomacia, en política también puede ser leído como complicidad.
Es como participar con más ahínco que el propio Estados Unidos en la creación del TPP, y esperar que China, nuestro principal socio comercial no reaccionase a corto o mediano plazo.
En geopolítica, la ingenuidad puede ser cercana a la estupidez.
Yo espero del gobierno de la Presidenta Bachelet, una pronunciación clara y la máxima solidaridad con Dilma Rousseff y lo más importante: la continuidad democrática en Brasil.
Por Alejandro Navarro Brain
Senador de la República de Chile