El reciente intercambio de declaraciones entre Canadá y Estados Unidos refleja la creciente tensión entre los dos países a medida que el gobierno canadiense se prepara para enfrentar lo que podría convertirse en la mayor guerra comercial en décadas. Las advertencias arancelarias de Donald Trump, quien prometió imponer tasas radicales a las importaciones desde Canadá, han encendido las alarmas en Ottawa, que ha respondido con firmeza y un mensaje claro: el país del norte está listo para defender sus intereses económicos, cueste lo que cueste.
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La ministra de Asuntos Exteriores de Canadá, Mélanie Joly, ha dejado en claro que las amenazas del mandatario estadounidense no son vistas como un simple gesto retórico. «Nos tomamos muy, pero muy en serio las amenazas arancelarias por parte de Washington», afirmó la ministra, quien advirtió que las repercusiones para los canadienses serían devastadoras. Y es que no estamos hablando de una pequeña fricción comercial, sino de lo que Joly describió como «la mayor guerra comercial entre Canadá y Estados Unidos en décadas».
Este posible enfrentamiento económico no solo afectaría a Canadá, sino también a Estados Unidos, un aspecto que Ottawa no ha dudado en enfatizar. Los aranceles propuestos del 25 % sobre los productos canadienses tendrían efectos colaterales en la propia economía estadounidense, incluyendo la pérdida de empleos en estados clave y el aumento de los precios de los productos de consumo.
El trasfondo de esta tensión comercial está profundamente ligado al estilo de política exterior de Trump, que se caracteriza por el uso agresivo de aranceles como herramienta de negociación, y por su retórica nacionalista que acusa a países como Canadá, México y China de aprovecharse de la economía estadounidense. Trump, en sus promesas de campaña, aseguró que implementaría aranceles radicales a los productos de estos países desde el primer día de su mandato, justificando su postura en la lucha contra el contrabando de drogas y la protección de los empleos estadounidenses.
No obstante, lo que parece un movimiento destinado a proyectar fuerza y control sobre las relaciones comerciales, podría terminar siendo un boomerang político para la administración entrante. La resistencia de Canadá, que no descarta utilizar sus propios «mecanismos» para forzar una marcha atrás en las políticas de Trump, es un ejemplo de cómo los aliados tradicionales de Estados Unidos no están dispuestos a ser meros espectadores pasivos en la redefinición de las relaciones comerciales bilaterales.
Además, cabe preguntarse si esta estrategia confrontacional por parte de Trump logrará, en última instancia, fortalecer la economía estadounidense o si, por el contrario, generará un retroceso económico y diplomático.
Mientras tanto, la tensión sigue en aumento, y los próximos meses serán cruciales para definir si los lazos comerciales entre Canadá y Estados Unidos podrán resistir esta nueva tormenta o si, por el contrario, una guerra arancelaria marcará el inicio de un periodo de incertidumbre y conflicto económico entre los dos vecinos más cercanos de América del Norte.
Foto: Redes
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