“La libertad de expresión en Francia es una completa falsedad y un fraude”.
Noam Chomsky
Las caricaturas que ilustran este escrito son del dibujante brasileño Carlos Latuff, quien en noviembre de 2012 fue catalogado por el Centro Simon Wiesenthal de Estados Unidos como el tercer “antisemita” del mundo, debido a sus denuncias gráficas de los crímenes del Estado de Israel en Gaza.
En estos días a raíz de los luctuosos acontecimientos de París, han aparecido toda clase de aclamaciones a la pretendida libertad de pensamiento, opinión y expresión que existiría en Francia. Como sucedió el 11 de septiembre de 2001, cuando se empezó a decir sin mucha imaginación “todos somos estadounidenses”, ahora se repite como cacatúas que “todos somos franceses” o más banalmente “Je suis Charlie”. Recordemos que luego de los ataques al Trade World Center, George Bush, aparentando una ingenuidad y una inocencia angelical preguntaba por qué atacaban a Estados Unidos, a lo que él mismo respondía diciendo que se agredía la libertad, la democracia y la justicia que caracterizarían ese país imperialista y a nombre de valores tan abstractos, tras los cuales se encontraba el petróleo y el reordenamiento geopolítico del orbe, le declaró la guerra al mundo pobre y periférico, como epicentro de la cruzada contra el “terrorismo internacional”.
Algo similar sucede en estos momentos, cuando desde Paris, de François Hollande en adelante, se afirma que se ha atacado la libertad de expresión, que tendría su cuna en Francia y ese país sería, sin duda alguna, su mejor defensor. Para citar un ejemplo, Mario Vargas Llosa en un descolorido artículo asegura “el asesinato de casi toda la redacción de Charlie Hebdo significa […] que la cultura occidental, cuna de la libertad, de la democracia, de los derechos humanos, renuncie a ejercitar esos valores, que empiece a ejercitar la censura, poner límites a la libertad de expresión, establecer temas prohibidos, es decir, renunciar a uno de los principios más fundamentales de la cultura de la libertad: el derecho de crítica”.
Esas afirmaciones ditirámbicas no resisten el menor contacto con la dura realidad de Francia. Y no nos referimos a que la libertad de expresión sea el privilegio de una minoría, que tiene capital económico y cultural para expresarse, o que la prensa y las editoriales sean propiedad de poderosos conglomerados económicos. No, estamos hablando de algo más prosaico: la persecución velada y abierta contra ciertos escritores e intelectuales que escapan al redil del poderoso lobby judío que existe en Francia o la censura que ejercen los nuevos mandarines de la prensa y la edición contra los autores que no son “políticamente correctos”.
En este artículo vamos a presentar una muestra de la manera como en Francia, la aclamada cuna y morada de la libertad de expresión, se censura, persigue, e incluso se encarcela a quienes se atreven a criticar el lobby israelí o sus posturas no están en sintonía con el pensamiento “tibio”, de derecha, del mundo académico y cultural.
No sobra advertir, que hace algunos años percibí en carne propia el desprecio y discriminación hacia un sudaca, algo que es incluso peor en el caso de un árabe, marroquí o argelino, como lo experimenta cualquiera que viva en Paris y tenga ojos para ver y oídos para escuchar. Porque solo basta habitar en un banlieue, o visitarlo de vez en cuando, para apreciar la discriminación, el desprecio, el racismo y toda suerte de humillaciones que soportan a diario los descendientes pobres de los colonizados de ayer, o los recién llegados de África o del mundo árabe que huyen del hambre, la miseria y la violencia que en sus países de origen producen los planes de ajuste y las guerras impulsadas por Francia y los países imperialistas.
Una legislación que censura la investigación histórica
En 1972 se aprobó una disposición contra el racismo en donde se condena hasta con una pena de seis meses de cárcel y una multa de 150 mil francos a quien incurra en los delitos de injuria y difamación y ofendan a personas por pertenecer o no pertenecer a una raza, etnia, nación o religión determinada con “discursos, gritos o amenazas, proferidas en lugares o reuniones públicas, mediantes escritos, impresos, dibujos, grabados, pinturas, emblemas, imágenes o cualquier otro soporte de lo escrito, de lo hablado o de la imagen […] puesto en venta o distribuido tanto lugares o reuniones públicas, como por impresos o afiches expuestos a la mirada pública…”. La Ley Fabius-Gayssot, del 13 de julio de 1990, perfecciona la disposición de 1972 contra el racismo, ya que sostiene en su artículo primero: «Toda discriminación fundada en la pertenencia o no pertenencia a una etnia, nación, raza o religión está prohibida». Además, se califica como delito, en su artículo 9, la negación de crímenes contra la humanidad, de acuerdo a la definición que dio el estatuto del Tribunal Militar Internacional de Núremberg, que hayan sido cometidos tanto por los miembros de una organización declarada criminal en aplicación de ese estatuto como por una persona reconocida como culpable de esos crímenes. Esta Ley amplia las penas de cárcel para quienes sean declarados culpables de negar los crímenes establecidos por el Tribunal de Núremberg.
A primera vista estas disposiciones contra el racismo, la xenofobia y la discriminación no tendrían ningún inconveniente, el problema radica en que en la Ley Fabius-Gayssot fue aprobada con un tinte claramente pro-sionista, a partir del cual se consideró como un delito grave el llamado “revisionismo histórico”, término con el que se alude en concreto a las críticas e interpretaciones que pudieran hacerse sobre la persecución y exterminio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, algo sintetizado en el término Holocausto (un vocablo en sí mismo discutible, porque connota la idea que fue un acto de sacrificio único e irrepetible) y se persigue lo que en forma genérica sea visto como antisemitismo. Es decir, la ley contra el racismo y la discriminación se centra en forma casi exclusiva en perseguir el antisemitismo, noción en la que se involucran las críticas que se puedan hacer a los crímenes cometidos por el Estado sionista de Israel, aunque eso se encubra con la persecución al revisionismo histórico. Esa Ley, además, autoriza a organizaciones civiles para adelantar demandas contra los acusados de odio racial o antisemitismo, con lo que organizaciones del lobby judío pueden proceder a sus anchas para acusar a todo aquel que consideren como antisemita.
Latuff presenta a Los Revisionistas
Esta legislación implanta una verdad oficial, a la cual hay que sujetarse, en lo referente a las interpretaciones sobre la persecución a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial por el régimen nazi. Así, la verdad histórica es determinada desde los tribunales por los jueces. Se confunde de esta forma verdad histórica y verdad judicial, como si fueran sinónimos, lo que niega el carácter independiente y autónomo de la investigación histórica. El conocimiento histórico no puede ser reducido a una religión, así se pretenda laica, tampoco debe estar sometido a ninguna prohibición ni puede ser reglamentado. La investigación histórica no condena ni exalta, sino que busca explicar procesos y acontecimientos. El historiador no es ningún esclavo de los intereses dominantes en la actualidad (como los del lobby sionista favorable al Estado de Israel) ni la historia es sinónimo de memoria, aunque aquél la pueda convertir en una de sus fuentes fundamentales.
La historia no puede ser un objeto jurídico y por tanto no puede estar sometido al criterio de los jueces. Los productos de la investigación histórica deben ser sometidos al debate público, al escrutinio de los ciudadanos que lean los libros de historia, y en esa dialogo y discusión se debe demostrar la falacia, las mentiras y las falsificaciones de ciertos historiadores, en este caso los negacionistas. Pero lo que resulta muy discutible es que a priori, se les condene penalmente y se les induzca a no tratar ciertos temas prohibidos. Con esta lógica no se habrían escrito nunca los grandes libros sobre la historia de la humanidad en diferentes momentos, y en el caso que nos ocupa nunca se hubieran podido publicar obras como La industria del Holocausto de Norman Finkelstein, o La limpieza étnica de Palestina de Ilan Pappé, para citar dos ejemplos.
Adicionalmente, el establecer el delito de opinión sobre el pasado (concretamente para el período 1933-1945, tiempo de vigencia del régimen de Adolfo Hitler) se crea una policía académica, encargada de asegurar que nadie cuestione las verdades establecidas sobre ese período. Esto genera censura y autocensura, por el miedo a la persecución y a la cárcel que esto suscita. Por ello resulta sorprendente que un historiador tan serio y riguroso como lo es Enzo Traverso pueda decir: “La principal versión del antisemitismo de posguerra, el negacionismo –esto es, la visión del Holocausto como mito, nuevo complot judío tendiente a culpabilizar a los gentiles– ha sobrevivido como un discurso provocador y transgresor que se ha encontrado con la condena generalizada y ha caído a menudo bajo los golpes de la Justicia (sic) (rentabilizando la postura de “victimas” que se deriva de ello)”. Es una mirada muy unilateral que solo considera el castigo que cae sobre los revisionistas que se han atrevido a escribir y publicar y con ello a desafiar la ley de censura existente, pero no considera el impacto nefasto que esas condenas tienen sobre muchas otras personas que estarían interesadas no solamente en estudiar esos asuntos históricos sino en opinar sobre la política sionista y sobre los crímenes del Estado de Israel.
Porque, justamente, el asunto se complica porque en Francia existe un poderoso lobby israelita, que controla importantes ámbitos de la vida cultural, política, ideológica y simbólica de ese país y, en su defensa irrestricta del Estado de Israel, censura y persigue como antisemitismo las críticas y denuncias a los crímenes de ese Estado. En ese sentido, se confunde una verdad establecida e indiscutible sobre el exterminio de los judíos (presentado con el nombre de Holocausto) que no se puede cuestionar, con los intereses del Estado de Israel como heredero del Holocausto. Quien critique en consecuencia los innumerables crímenes de Israel, su terrorismo de Estado, el asesinato de niños, la construcción de muros de la infamia, la destrucción de las casas, el establecimiento de colonias para ocupar los últimos reductos del territorio original de Palestina, los bombardeos indiscriminados, la tortura, la conversión del Holocausto en una poderosa industria mediática e ideológica para justificar sus crímenes…quien se atreva a decir eso, sencillamente es calificado de antisemita, y no sólo calificado, sino judicializado y puede terminar en la cárcel.
Lo peor del caso es que en los últimos años se han aprobado en Francia otras leyes sobre la historia reciente, siendo la más cínica la aprobada el 23 de febrero de 2005, mediante la cual el Estado francés reivindica su pasado colonialista y rehabilita la memoria de los asesinos en la guerra de Argelia, entre 1954 y 1962. Esta Ley dispone en su artículo cuarto que “los programas de investigación universitaria den a la historia de la presencia francesa en ultramar, especialmente en África del Norte, el lugar que merece. Los programas escolares reconocen el positivo papel de la presencia francesa de ultramar especialmente en África del Norte, y que se dé a la historia y a los sacrificios de los combatientes del ejército francés en estos territorios, el lugar eminente al que tenían derecho”. Con esta infamia, nos vamos a encontrar entonces con que de ahora en adelante van a ser reivindicados como héroes Roger Trinquier y otros asesinos y torturadores de Francia como los de la OAS (Organización Armada Secreta), grupo paramilitar de extrema derecha. y, andando el tiempo, quienes los critiquen pueden terminar judicializados.
Charlie Hebdo y el antisemitismo como pretexto para censurar
Charlie Hebdo es un claro ejemplo de lo que se entiende por antisemitismo en Francia, que supone que no se puede criticar al lobby sionista, ni al Estado de Israel. El 2 de julio de 2008 el caricaturista Siné, cuyo nombre es Maurice Sinet, escribió un texto sobre Jean Sarkozy, hijo del Presidente de la República, en el que sostenía que su pronta conversión al judaísmo le aseguraba un futuro radiante y pleno de ganancias monetarias. A raíz de esa sátira, Philippe Val, Director de Charlie Hebdo, lo despidió fulminantemente del semanario el 15 de julio. Y el despido fue justificado aduciendo que Siné era antisemita porque se había atrevido a criticar a un miembro de la familia presidencial –que sostenía a Charlie Hebdo– Su sofistica argumentación se desprendía de esta pregunta que le formuló un periodista de L’Express: “Echar a Siné por haber insinuado que Jean Sarkozy se convertiría al judaísmo por ambición social, ¿no es olvidar la lección de las caricaturas (sobre Mahoma)?”. A lo que Philippe Val respondió: “No ver la diferencia entre los dos asuntos demuestra lo difícil que es la conciliación en el día de hoy. Para empezar, Siné no ha dibujado una caricatura, sino que ha escrito un texto: eso es una diferencia importante. En segundo lugar, las caricaturas de Mahoma querían denunciar la instrumentalización de la religión para realizar crímenes en masa. Ellas no caen en la vulgata racista, como por ejemplo establecer un nexo entre ‘árabe’ y ‘ladrón’. Siné ha vinculado ‘judío’ y ‘dinero’” . Queda claro en esa singular perspectiva del director de Charlie Hebdo lo que se considera como racismo y apología del odio: todo lo que critique a los amigos de Charlie Hebdo, entre ellos al Estado de Israel, y no lo que se burle de los musulmanes. Además, no se admiten los textos escritos que critiquen a los círculos del poder, pero se idealizan las caricaturas racistas contra el Islam, como si estas últimas no tuvieran connotaciones de odio. Y, finalmente, hay que frotarse los ojos para leer varias veces y comprobar que se afirma que un individuo es antisemita simplemente porque dice que los círculos del poderoso lobby judío de Francia se emparentan con el dinero y, para rubricar la infamia, se justifica la persecución judicial de una persona por insinuarlo. ¡Pobre William Shakespeare, si viviera en la Francia contemporánea daría con sus huesos en la cárcel, por haber escrito El mercader de Venecia!
En esas circunstancias, no extraña que el caricaturista Siné haya sido acusado de antisemita, de tener nexos con los antisionistas y criticar el Estado de Israel. Pero el asunto no se quedó en una controversia sobre las posturas de Siné, lo peor del caso radica en que fue demandado ante tribunales por la Liga Internacional contra el racismo y el antisemitismo (LICRA) –un poderoso grupo pro-israeli– por incitación al odio racial. Afortunadamente, el caricaturista Siné –que defiende la causa palestina y denuncia los crímenes de Israel– fue absuelto y Charlie Hebdo fue condenado por romper de manera abusiva el contrato de trabajo de su colaborador y se vio obligado a pagarle una multa de 40 mil euros por daños y perjuicios.
Esta no era la primera demanda que se hacía a Siné por antisemitismo, porque la misma LIRA lo había demandado en 1982, cuando después de la invasión de Israel al Líbano en junio de ese año –y cuando se produjeron las masacres de palestinos en Sabra y Chatila– Siné había declarado: “Yo soy antisemita desde que Israel bombardea. Soy antisemita y no tengo miedo de serlo”. En esa ocasión fue condenado y se le obligó a retractarse.
En estos momentos, cuando la estupidez se generaliza con el lema simplón Je suis Charlie, Siné ha recordado: “Yo no soy Charlie, soy Siné (Maurice Sinet). En 2008 la revista Charlie Hebdo me dejó sin trabajo por hacer una caricatura donde decía que el hijo de Sarkozy se había convertido al judaísmo por razones financieras. El director De Charlie Hebdo me exigió pedir disculpas por la caricatura, al negarme, me despidió por ridiculizar a los judíos”.
En fin, lo que el affaire Siné demuestra es la doble moral sobre la libertad de expresión de Charlie Hebdo, puesto que se le reivindica cuando se trata de burlarse y ofender a los musulmanes, y a los oprimidos en general, y se le considera como antisemitismo cuando se refiere a los judíos. Un caricaturista brasileño, Latuff, resumió en un dibujo la doble moral de los medios occidentales, entre los que se encuentra Charlie Hebdo.
No debe extrañar, con los elementos mencionados, que desde las páginas de Charlie Hebdo se haya dicho que un libro tan virulentamente racista e islamólogo como La rage et l’orgueil (La rabia y el orgullo), de la periodista italiana Oriana Fallaci –en el que, entre muchos infundios se califica a los árabes de “ratas”– era una muestra de “coraje intelectual”, porque “ella no protesta solamente contra el islamismo asesino, ella protesta también contra la negación en curso en la opinión europea […] que no quiere ver ni condenar claramente el hecho que es el islam que lleva adelante una cruzada contra Occidente y no a la inversa”. ¡Sobran comentarios a tamaña estupidez de confundir el islam con el islamismo!
Dos ejemplos de censura intelectual en París
El señalado anteriormente es un tipo de censura que impera en la Francia de hoy en día y otra forma de censura se basa en el anticomunismo declarado de gran parte de la intelectualidad francesa, para oponerse a la publicación y difusión de obras que considera obsoletas, por sus credenciales marxistas.
Para ejemplificar estas dos formas de censura, tomaremos el caso de dos intelectuales mundialmente famosos, Noam Chomsky y Eric Hobsbawm, y la manera cómo han sido tratados en el país que dice representar la “libertad de expresión”. Para el caso de la persecución y el encarcelamiento por criticar verdades establecidas sobre el llamado Holocausto existen varios ejemplos de persecución, como el que soportó Roger Garaudy, que ameritaría un tratamiento particular, pero que no vamos a considerar en este artículo.
Noam Chomsky
Chomsky, lingüista, analista social y activista político de los Estados Unidos, considerado como uno de los pensadores más importantes del mundo, con una amplia obra de denuncia de los crímenes del imperialismo estadounidense. En 1979 se involucró en un debate con parte de la intelectualidad mediática de Paris, por haber firmado una petición pública a favor de la libertad de expresión de Robert Faurisson, un historiador que, siendo profesor de la Universidad de Lyon, propagaba sus ideas revisionistas sobre el Holocausto, entre las cuales negaba la existencia de las cámaras de gas. Por sus posturas historiográficas y políticas empezó a ser acosado. Por esta circunstancia, algunos de sus amigos en Francia escribieron un documento en el que criticaban que se persiguiera al mencionado historiador por su forma de pensar. Pidieron adhesiones, tanto en Francia como en otros países, y una de las personalidades que firmó la petición fue Noam Chomsky. Este escribió unas reflexiones sobre la libertad de expresión que envió a Serge Thion, quien las publicó como prólogo a un libro de Faurisson que se tituló Mémoire en défense contre ceux qui m’accusent de falsifier l’histoire.
Por haber firmado la petición y escrito el texto que, sin su autorización, publicaron como prólogo, Chomsky se vio inmerso en algo más que un debate con algunos intelectuales parisinos, entre ellos con el historiador Pierre Vidal-Naquet. En la prensa francesa (Le Monde, Libération, Le Matin…) se pusieron a circular los más disparatados epítetos para calificar a Chomsky, al que llamaron neonazi, de extrema derecha, exterminacionista vergonzante y otras bellezas por el estilo.
Desde ese momento y hasta el día de hoy Chomsky ha indicado que él no apoya, ni podía apoyar, las tesis revisionistas y negacionistas de Faurisson, sino que defendía el derecho a la libre expresión, en razón de lo cual se oponía a que éste fuera condenado por expresar sus ideas. En concreto, el lingüista estadounidense afirmó: “Yo encuentro que es casi un escándalo que sea necesario debatir dos siglos después de que Voltaire haya defendido el derecho a la libertad de expresión de los puntos de vista que él detestaba. Se le rinde un mal servicio a las víctimas del Holocausto al adoptar la doctrina central de sus asesinos”.
Era el momento en que el grueso de la intelectualidad parisina vivía una transición acelerada hacia la derecha, que se expresaba en su apoyo a los Estados Unidos como vanguardia del “mundo libre”, y en la defensa incondicional del Estado de Israel como la “única” democracia del cercano oriente En estas condiciones, Chomsky resultaba un personaje incómodo, por ser un crítico ilustrado tanto de Israel como de los Estados Unidos. Esto era inaceptable para esos “nuevos” intelectuales derechizados, que manejaban un gran capital simbólico, como se lo que van a hacer sentir a Chomsky.
El ataque contra Chomsky se dio en dos frentes culturales. Un primer frente fue el de los medios de comunicación, prensa y televisión, donde se presentó una sincronizada campaña de desprestigio, difamación y calumnias contra Chomsky, al que se presentó como un “antiamericano feroz y primario” y un apologista de los crímenes en Camboya, por haber denunciado la masacre en Timor Oriental. En este caso, la “libertad de expresión”, de que tanto presumen los franceses, se aplicó en una forma selectiva, puesto que la prensa de París se negó a publicar las respuestas de Chomsky, tergiversó sus afirmaciones o las adulteró.
El segundo frente del ataque se dio en el mundo editorial, puesto que después de 1981 cuando se publicó Economie Politique des Droits de l’homme: la Washington Connexion, escrito con Edward Herman, Chomsky sufrió la censura y durante casi 20 años ninguna de sus obras fue publicada por grandes editoriales de Francia. Que sepamos en la década de 1980 sólo se publicaron dos libros suyos por pequeñas editoriales anarquistas.
Y eso se sentía en el ambiente de las librerías de la época. Recuerdo que cuando llegue a Paris a finales de 1994 y preguntaba por algún libro de Chomsky, los libreros me respondían de mala gana, como si estuviera buscando al diablo en persona y me gritaban que ellos no promocionaban a esa clase de autores. Eso me extrañaba sobremanera por la importancia del autor del que estamos hablando y porque en el plano personal recientemente había leído con pasión varios libros de Chomsky, que me sirvieron para redactar ¿Fin de la historia o desorden mundial?, uno de los primeros textos que introdujo el Chomsky político en Colombia.
Esa censura abierta, disfrazada con el derecho a la libertad de imprimir de cada sello editorial, se mantiene hasta el día de hoy, aunque desde finales de la década de 1990, pequeñas editoriales francesas hayan vuelto a publicar algunas de sus obras e incluso Hachette haya asumido la edición de una obra de Chomsky.
Además, Chomsky fue literalmente desterrado del ambiente intelectual, académico y universitario de Francia, y durante treinta años dejó de asistir a ese país. Pierre Pica, quien fuera alumno de Chomsky en los Estados Unidos, lo invitó en 2010 a París. Su venida fue recibida con algo más que frialdad y desinterés, porque desde Le Monde des Livres se invitaba a no asistir a las conferencias de Chomsky, aduciendo que carecían de interés y no había nada nuevo que escucharle.
Para Sergio Haline, periodista de Le Monde Diplomatique, que Chomsky no hubiera estado en Francia en 30 años se debió a la existencia de un “pequeño grupo de guardianes”, que actúan como “una policía del pensamiento”, y recurren a todo tipo de artimañas para impedir la difusión de la obra del lingüista estadounidense. Según el filósofo Jacques Bouveresse: “Pocos intelectuales han sido, en el período reciente, difamados intelectual y moralmente, al grado en que (Chomsky) continua soportándolo”. Y el origen de esa hostilidad se encuentra en el affaire Faurisson, como lo recuerda François Gèze, de la Editorial La Découverte: “Si Chomsky no hubiera cometido ese gravísimo error político, sin duda hubiera sido mejor comprendido en Francia”.
Pero no se trata de comprensión, ni mucho menos, es una cuestión de censura, de silenciamiento, de difamación por parte de una gran parte de la intelectualidad parisina, que se caracteriza por su chovinismo y su ignorancia sobre los grandes problemas del mundo, algo en que es superada con creces por la inagotable capacidad analítica y crítica de Noam Chomsky. Paradójicamente, esos intelectuales de Paris no se creen el centro del mundo sino el mundo mismo.
Chomsky, a diferencia de muchos de los intelectuales de Paris, que pasaron del maoísmo a la extrema derecha –como André Henry Levy, uno de los que encabezó la cruzada anti-Chomsky en 1979– ha mantenido la coherencia, algo raro entre los intelectuales. En efecto, en el 2010, Chomsky firmó un llamado en internet, promovido por Paul-Éric Blanrue et Jean Bricmont, exigiendo la abrogación de la Ley Gayssot y la liberación de Vincent Reynouard, quien fue encarcelado por haber publicado un folleto sobre el Holocausto en el que niega la existencia de las cámaras de gas. En esta ocasión, Chomsky criticó la Ley Gayssot: “Me he enterado que Vincent Reynouard ha sido condenado y encarcelado a nombre de la Ley Gayssot y que una solicitud circula para protestar contra esas medidas. No conozco nada a propósito del Señor Reynouard, pero considero la Ley Gayssot como completamente ilegítima y en contradicción con los principios de una sociedad libre, tal como ellos han sido comprendidos desde la Ilustración”.
Es posible que Chomsky se haya equivocado al entrometerse y desgastarse en un debate inútil con los “sabios” de París en 1979-1980, pero es comprensible su actitud si tenemos en cuenta que estamos ante un “intelectual público”, de esos que están en vías de desaparición, y no teme comprometerse con las causas que considera importantes, se unta con el “barro” de la calle, discute y polemiza para defender sus puntos de vista, y no se resigna a ser un observador “neutral”, de gabinete. Con este caso, hemos querido resaltar es la manera cómo funciona la “libertad de pensamiento” a la francesa que censura a un autor cuando lo considera incómodo y no está de acuerdo con sus puntos de vista.
En ese sentido, no sorprenden las palabras que a Noam Chomsky le ha destinado en varias ocasiones Charlie Hebdo, a través de su editorialista Philipe Val. En ese semanario de caricaturas se ha dicho que Chomsky es “un enamorado de las sectas, “un decrépito (tartamudo)” que “envenena la reflexión de la izquierda alimentando una teoría del complot en el que no flotan más que los instintos fascistas y haciendo recaer en el ‘otro’ las responsabilidades de las desgracias del mundo”. Ese mismo editorialista sostiene que el “estilo de Chomsky está al nivel de los niños de CM2” (último curso de la escuela elemental para niños que tienen en promedio 10 años) y “Chomsky y Ben laden libran el mismo combate” Igualmente, en Charlie Hebdo se afirma que Chomsky es “uno de los estadounidenses que más detestan a los Estados Unidos, y uno de los judíos que ejercen una crítica contra Israel tanto más aguda en la medida en la que al ser judío piensa escapar a la acusación de antisemitismo”. Tanto nivel de “debate” no amerita muchos comentarios, pero si indica hasta donde ha llegado la “intelectualidad” “bien pensante” y “progre” de Francia.
Eric Hobsbawm
En 1994 el historiador inglés Eric Hobsbawm publicó su obra The Age of Extremes que de inmediato se convirtió en un libro de referencia mundial y fue traducido a más de 20 idiomas. Sin embargo, en Francia ninguna editorial, ni grande ni pequeña, lo quiso publicar, máxime si se recuerda que Editorial Gallimard había publicado la trilogía de Hobsbawm sobre el largo siglo XIX, sin ningún reparo.
Un hecho revelador sobre los “nuevos mandarines” de París lo ejemplifica la actitud de Pierre Nora, flamante autor mediático elevado al estrellato de la investigación histórica por la publicación de Los Lugares de la Memoria, además director de una colección en la Editorial Gallimard, miembro de la Academia Francesa y de la fundación Saint-Simon. Es decir, un individuo poderoso dentro de los círculos intelectuales del Hexágono. Como Director de Colección, en 1997 se negó a que fuera traducido el libro de Hobsbawm, porque, según él, se trataba de una obra anacrónica e inspirada en una ideología trasnochada, de tal manera que no lo consideró, léase bien, como un producto rentable que le produjera ganancias a la editorial. Según Nora, los editores están obligados a tener en cuenta la coyuntura intelectual e ideológica donde se inscribe su producción” y en el contexto de la década de 1990 “hay serias razones para pensar […] que (ese) libro aparecería en un ambiente intelectual e histórico poco favorable. De ahí la falta de entusiasmo para apostar por sus oportunidades”. Allí ya no habla un editor sino un censor, como lo confirma inmediatamente: “Francia ha sido el país más larga y profundamente stalinizado, la descompresión, de un solo golpe, acentuó la hostilidad a todo lo que, de cerca o de lejos, pueda recordar esa época de filosovietismo o procomunismo anterior, incluido el marxismo más abierto. Eric Hobsbawm cultiva este apego, aun distanciado, a la causa revolucionaria, como motivo de orgullo, una fidelidad altanera, una reacción a los tiempos que corren: pero en Francia y en este momento, cuesta digerirlo».
La censura, porque es eso, no tiene que ver con la rentabilidad de la obra de Eric Hobsbawm, cuyos libros se venden en todo el mundo, sino debido a un hecho ideológico y político, puesto que así sea en forma distante el autor inglés sigue profesando algún “apego a la causa revolucionaria” y eso no lo puede tolerar uno de los mercachifles del negocio de la memoria, como lo es Pierre Nora. Por lo menos se ve obligado a reconocer las razones ideológicas por las cuales censura The Age of Extremes.
Pero contextualicemos el asunto. Era el momento, hay que recordarlo, en que el anticomunismo era una mercancía que se vendía más que la baguette, el vino o los quesos, en los quioscos de Paris, como lo evidencia que dos productos intelectuales tan mediocres, como El Pasado de una Ilusión de François Furet y el Libro Negro del comunismo, editado por Stéphane Courtois, se convirtieran en bestsellers en Francia. Como editor, más que como historiador, a Pierre Nora, el memorialista de la banalidad, le interesaban los ingresos monetarios antes que difundir una obra a la que juzga, y en eso ya no actúa como editor sino como censor histórico, obsoleta por la militancia comunista de su autor. Nora, al igual que la mayoría de los intelectuales parisinos, debido a su chovinismo provinciano, no se preocupaba de lo que sucedía fuera de su feudo cultural, porque el libro de Hobsbawm se vendía muy bien en varios países. Además, los hechos posteriores desmintieron sus pretensiones comerciales, porque luego de ser traducido al francés, en Bélgica, se vendieron 50 mil ejemplares.
Pero aún peor, como cualquier censor Pierre Nora se basa en el testimonio de un muerto, de François Furet que falleció en 1997, para atribuirle estas palabras, que desde luego él comparte y son las suyas. Según cuenta Nora, Furet le habría dicho: “Tradúcelo, tío. Este no es el primer libro malo que tú publicaras”, para sugerir que el libro no tenía ninguna importancia y si Le Monde Diplomatique impulsaba su edición se debía al escándalo originado en su negativa a editarlo en Gallimard. Según él, de no ser por ese escándalo The Age of Extremes habría pasado desapercibido, porque “ningún órgano de prensa […] se había dado cuenta hasta ese momento de la existencia del libro”, Y con la arrogancia propia de los mandarines, Nora vaticina que Eric Hobsbawm no “dejará ni un rescoldo en la historiografía”.
Una revista universitaria de los Estados Unidos debeló el fondo de la censura al asegurar, por boca de Tony Judt, que eso se debió a tres razones: la fuerza de un agresivo antimarxismo entre los intelectuales franceses; las restricciones presupuestales para editar libros de ciencias humanas y el “miedo de la comunidad editorial a oponerse a estas tendencias”. Como prueba del antimarxismo, poco después de editarse el libro de Hobsbawm en inglés y en otros idiomas, en Paris se publicaba con bombos y platillos, como si marcara una revolución historiográfica, el libro anticomunista de un arrepentido, El pasado de una ilusión, de François Furet, un personaje financiado por fundaciones de derecha de los Estados Unidos. Era obvio que en el ambiente parisino, ni Furet ni los suyos querían una competencia historiográfica como la de Hobsbawm. Por eso, lo mejor era ignorarlo y no traducirlo, puesto que Hobsbawm seguía “siendo un impenitente hombre de izquierdas” se consideraba como «una molestia» para la moda intelectual hoy vigente en París”. Además, “no todos los intelectuales franceses veían con malos ojos que sus compatriotas leyeran obras de autores que no gozaban de los favores de las modas bienpensantes de los años 90”.
NOTAS
[1] Mario Vargas Llosa, “Je suis Charlie Hebdo”, en El País, enero 9 de 2015. (Énfasis nuestro).
[2] Journal Officiel de la République Française, julio 2 de 1972, p. 6803.
[3] Enzo Traverso, El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador, Publicaciones Universidad de Valencia, Valencia, 2013, p. 159. (Énfasis nuestro).
[4] Citado en La historia y la memoria bajo la ley, disponible en http://www.cafebabel.es/estrasburgo/articulo/la-historia-y-la-memoria-bajo-la-ley-16.html
[5] Philippe Val, »L’affaire Siné est un avertissement», L’Express, 22 de noviembre de 2008.
[6] Ibíd.
[7] https://es-es.facebook.com/informeruah/posts/396273143883505
[8] Citado en Henry Maler, Quand Charlie Hebdo et Le Monde rivalisent d’esprit libertaire, noviembre 3 de 2002, en http://www.acrimed.org/article794.html
[9] Noam Chomsky, “Chomsky et Faurisson”, en Ecrits politiques, 1977-1983, Acratie, Paris, 1984, p. 176.
[10] Ver al respecto : Réponses inédites a mes détracteurs parisiennes, Spartacus, Paris, 1984.
[11] Renán Vega, ¿Fin de la historia o desorden mundial? Critica a la ideología del progreso y reivindicación del socialismo, Ediciones Antropos, Bogotá, 1994.
[12] Jean Birnbaum, Chomsky à Paris: chronique d’un malentendu, disponible en http://www.lemonde.fr/livres/article/2010/06/03/
[13] Puede consultarse en: http://abrogeonslaloigayssot.blogspot.com/
[14] Noam Chomsky soutient la pétition pour l’abrogation de la loi Gayssot et la libération de Vincent Reynouard, disponible en http://www.egaliteetreconciliation.fr/Noam-Chomsky-soutient-la-petition-pour-l-
abrogation-de-la-loi-Gayssot-et-la-liberation-de-Vincent-4081.html
[15] Victor Dedaj, Le fascisme reviendra sous couvert d’antifascisme – ou de Charlie Hebdo, ça dépend,disponíble en http://www.legrandsoir.info/le-fascisme-reviendra-sous-couvert-d-antifascisme-ou-de-
charlie-hebdo-ca-depend.html; Jean-Patrick Clech, ¿Qué es Charlie Hebdo?, disponible en http://www.libre-
opinion.org/?p=32676
[16] Citado en Eric Hobsbawm, La historia del siglo XX a pesar de sus censores, disponible en http://www.eldiplo.org/la-historia-del-siglo-xx-a-pesar-de-sus-censores/
[17] Sergio Halini, La mauvaise mémoire de Pierre Nora, disponible en http://www.monde-diplomatique.fr/2005/06/HALIMI/12508
[18] Citado en E. Hobsbawm, loc. cit.
[19] Ibíd.
(*) Renán Vega Cantor es historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia. Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4 volúmenes), Ed. Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; Capitalismo y Despojo, Ed. Pensamiento Crítico, Bogotá, 2013, entre otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008. Su último libro publicado es Colombia y el Imperialismo contemporáneo, escrito junto con Felipe Martín Novoa, Ed. Ocean Sur, 2014.
por Renán Vega Cantor en Rebelión