“A los políticos les interesa el poder, algo que no comparto. A mí lo que me interesa es cambiar el mundo”. Esta frase resume el carácter de Carlos Franqui, periodista cubano, ex director del periódico Revolución y de Radio Rebelde, quien falleció recientemente a los 89 años. Escritor, poeta y crítico de arte, murió la noche del 15 de abril en Puerto Rico, país que lo acogió desde 1991 y donde se encontraba lo más cerca posible de su querida isla.
El hecho pasó bastante desapercibido por la prensa; sólo nos enteramos un mes después, siendo que desde hace varios meses veníamos preparando una recopilación de entrevistas para ser publicada al momento de su fallecimiento.
Aunque fue borrado de las fotografías en que aparecen los comandantes de la revolución cubana, Carlos Franqui siguió siendo –hasta el día de su deceso- un rebelde que creyó en la necesidad de una transformación profunda de la sociedad, en pos de un socialismo humanista, democrático y libertario.
Rompió definitivamente con el régimen castrista en 1968, a raíz de su rechazo al aplastamiento de la Primavera de Praga –apoyado por el gobierno cubano- por parte de la Unión Soviética; tras varias décadas de exilio en Europa, desde comienzos de los noventas vivió en Puerto Rico, donde ayudó a fundar la revista Carta de Cuba, la escritura de la Libertad en 1996.
Hijo de una familia campesina, Carlos Franqui nació en el cañaveral de Clavellinas, Villa Clara, Cuba, en 1921. Logró entrar en una escuela vocacional, donde se unió al PSP, Partido Comunista de Cuba. Aunque obtuvo una beca para continuar estudios universitarios en La Habana, prefirió convertirse en un organizador profesional para el Partido a los 20 años de edad. Después de organizar con éxito células en varios pueblos rurales, rompió con esa organización partidaria -desencantado por una dirección ineficaz y corrupta- y se convirtió en un izquierdista no-afiliado.
Para ganarse la vida, comenzó a trabajar de periodista, donde su voraz lectura le proveyó una educación mucho mejor que la que habría obtenido en la universidad. Durante esta época, se envolvió en varios movimientos literarios y artísticos, desarrollando amistades con importantes figuras, tales como Guillermo Cabrera Infante, Wifredo Lam y otros.
En 1947 participó en la expedición de “Cayo Confites” contra Trujillo, y allí conoció a Fidel Castro que entonces era estudiante.
Tras el golpe de Fulgencio Batista en 1952, se unió al Movimiento 26 de Julio, fundado por Fidel Castro. Esto le supuso ser arrestado y torturado por las fuerzas represivas del gobierno. Aunque esta incursión lo llevó al exilio en México y Estados Unidos (Florida), siguió en contacto con el proceso revolucionario, incorporándose clandestinamente a las tareas de prensa en la Sierra Maestra, donde dirigió Revolución, el periódico clandestino de la guerrilla, y su estación Radio Rebelde.
TRAS EL TRIUNFO DE LA REVOLUCIÓN
En 1959, conseguido el triunfo, pasó a dirigir el nuevo periódico Revolución que se tornó en un medio oficial.
Con el fin de darle una sección cultural a este periódico, decidió fundar el suplemento Lunes, creando las condiciones para que Guillermo Cabrera Infante, entonces una joven promesa literaria, tomara su dirección.
Su actitud autónoma y crítica le hizo continuar teniendo problemas con el gobierno, hasta que en 1963 fue destituido de su cargo. Logró salir de Cuba con su familia y establecerse en Italia, sin romper oficialmente con el régimen.
En Europa se convirtió en una especie de embajador extraoficial del gobierno cubano para las ramas del arte y la cultura. Allí conoció artistas e intelectuales; es proverbial su amistad con Pablo Picasso, Alexander Calder, Joan Miró y Antoni Tapies.
Organizó el Salón de mayo de 1967 en La Habana, donde los principales artistas del mundo presentaron obras. Rechazó cargos de ministro, pero siempre estuvo cerca de la cúspide revolucionaria. Fue el organizador del Congreso Cultural de La Habana, que reunió en la capital cubana a la mayoría de los intelectuales progresistas europeos y latinoamericanos.
RUPTURA DEFINITIVA
La ruptura formal se produjo en 1968, cuando firmó una carta condenando la invasión soviética de Checoslovaquia.
Después de su exilio definitivo, su producción literaria aumentó marcadamente. Escribió varios libros históricos sobre la revolución cubana, incluyendo El libro de los doce (1973) y Diario de la revolución cubana, además de Retrato de familia con Fidel (1981); y sus memorias: Cuba, la Revolución: ¿mito o realidad? (2006).
Otra faceta de su producción son varios volúmenes combinando poesía y artes gráficas, en colaboración con Calder, Miró, Antoni Tàpies (en la foto, Franqui junto a un cuadro de Tapies con un poema suyo) y otros, varios tomos de poesía, y varios libros de arte, algunos editados en italiano bajo seudónimos.
Constante promotor de los derechos humanos, prosiguió su campaña contra la represión en Cuba y otros países. El gobierno cubano oficialmente lo catalogó como traidor y lo acusó de estar relacionado con la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Paralelamente, muchos exilados cubanos de derecha lo rechazan por su papel activo en la revolución y por sus críticas al capitalismo.
A principio de la década de 1990, se mudó a Puerto Rico, donde vivió semirretirado. En 1996, fundó la revista mensual Carta desde Cuba, en que se publican trabajos producidos en Cuba por escritores y una red de periodistas, a los que envía cien dólares por cabeza para vivir: «Ellos tienen que apañárselas para retransmitir electrónicamente las noticias usando la corrupción oficial».
Estaba casado con Margot desde hace más de cinco décadas y tuvo dos hijos: Carlos, nacido en 1956, y Camilo, en 1961.
POSITIVO Y NEGATIVO
¿Qué balance se puede establecer de la experiencia revolucionaria en Cuba?
Esencialmente, que la nación cubana, mediante el Estado, recuperó sus tierras, riquezas, ingenios azucareros, minas, comercio y que todo el aparato del capitalismo fue destruido. Una medida popular como la campaña de alfabetización fue un inicio de cultura; se terminó el desempleo y mejoró la sanidad. Con una particularidad, que fue la primera revolución en el mundo no hecha por un partido comunista.
¿Y los aspectos negativos?
Esa es la segunda parte: la de los problemas actuales. En 1960 y 1961 aparecieron ya problemas que son esenciales – y que detuvieron el desarrollo, profundidad y espíritu socialista y libertario de la revolución cubana: el caudillismo, el sectarismo y la influencia soviética. El sectarismo, rechazado por el pueblo, denunciado primero por «Che» Guevara y condenado por Fidel Castro después, fue una verdadera camisa de fuerza puesta al pueblo y a los hombres que habían hecho la revolución, el Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario y el movimiento sindical.
Este sigue siendo el problema fundamental. Culto a la personalidad y caudillismo, o viejos dictadores capitalistas, la diferencia no es mucha. En el caso de Cuba, y como nosotros teníamos conciencia del fenómeno del caudillismo, quisimos equilibrar esa personalidad extraordinaria de Fidel con una lucha popular, creando los instrumentos revolucionarios capaces de frenarle. Esos instrumentos eran los sindicatos, la prensa, la televisión, la cultura, las organizaciones populares y, sobre todo, estar muy atentos a la penetración del colonialismo soviético.
En mi libro Diario de la revolución, aparecido en «Ruedo Ibérico», podrás ver que algunas de esas polémicas surgen desde antes del triunfo de la revolución. En ellas ya se expresa la preocupación principal: no queríamos salir del colonialismo norteamericano para caer en el colonialismo soviético ni en el militarismo caudillista.
Por otra parte, todo aquello que era creación colectiva comenzó a transformarse en construcción burocrática y del Estado. Para mí, lo esencial de todo esto es que no se pueden confundir las nacionalizaciones con el socialismo ni al pueblo con el Estado. Este es el problema esencial, prácticamente, de todos los países «socialistas». También es la explicación básica de los problemas de Cuba.
“LO QUE ME INTERESA ES CAMBIAR EL MUNDO”
Tres vocaciones marcan claramente su vida: la intelectual, la política y la periodística. ¿Cuál ha vivido más intensamente?
Sin duda, la cultura. Hay que ser cultos para ser libres. El periodismo es una vocación que tenía desde que era adolescente; en él he hecho prácticamente de todo, desde vender diarios hasta dirigirlos, y actualmente lo sigo practicando. Sin embargo, no creo haber sido nunca un político, porque a los políticos les interesa el poder, algo que no comparto. A mí lo que me interesa es cambiar el mundo.
Usted ha cultivado con pasión la crítica de arte, además de escribir libros junto a artistas como Calder, Miró o Tapies. Además, dicen que tiene una magnífica colección de obras.
Precisamente, ahora voy a publicar un libro con mis textos pictóricos, que son los que me han dado de comer en el exilio. Tomé mucho interés en que los pintores apoyasen la revolución, algo que quedó patente en el Salón de Mayo de 1967 en La Habana, lo que no siempre fue comprendido por el entorno de Castro. Respecto a mi colección, todas las obras que tengo son regalos de pintores amigos.
Usted fue uno de los que forjó el apoyo de los intelectuales europeos a la revolución cubana. ¿Se arrepiente?
Hay siempre mucha exageración en este asunto. No niego que fui un protagonista de la revolución, pero suponer que un guajiro como yo fue el que convenció a intelectuales como Sartre, Breton o Picasso, es mucho suponer. Más bien creo que había mucha gente (y todavía la hay) que estaba buscando la revolución perdida y Cuba era un espejismo muy tentador.
También es cierto que muchos de los que me acompañaron en la mistificación de la revolución cubana luego estuvieron conmigo a la hora de la desmitificación.
¿Cómo ganó el apoyo de Sartre a la revolución?
Decidió apoyarla después de una conversación que mantuvimos durante más de dos horas. Se sorprendió mucho de que en Sierra Maestra leyésemos y discutiésemos sobre el existencialismo. Cuando vino a La Habana disfrutó mucho del baño de masas, la gente lo llamaba por la calle por su nombre de pila, algo a lo que no estaba acostumbrado en Europa. Cuando se dio cuenta de que la revolución había dejado de ser espontánea para convertirse en un aparato, se llevó una decepción y me miraba a mí como el tipo que lo había embarcado en el asunto.
En Revolución, el periódico que dirigías desde la clandestinidad y luego al triunfo de la Revolución Cubana, intentaste conciliar la libertad de expresión con la dinámica del proceso revolucionario. ¿Era posible este empeño? ¿Son compatibles la libertad de expresión y la crítica con la lógica revolucionaria?
No, porque la cultura es libertad, y la Revolución es la negación de la libertad. Todos mis esfuerzos, desde la época de la Sierra Maestra, hasta el triunfo de la Revolución y su toma del poder, chocaron siempre con la lógica del poder revolucionario y con el propio Fidel Castro, que en algún momento, por sus contradicciones, y de manera táctica, permitía algunas iniciativas, como un César benevolente, pero que, en cuanto había una ocasión, las eliminaba. Así pasó con la visita a Cuba de intelectuales y pintores de todo el mundo, con el fallido plan de creación de algunos museos, con la censura al suplemento cultural de Guillermo Cabrera Infante (en la foto) en mi periódico, Lunes de Revolución, etcétera.
LA CUBA PRE FIDEL
Fidel Castro ha transmitido la imagen de la Cuba previa a la Revolución como una tiranía monolítica, un país extraordinariamente atrasado, un burdel de Estados Unidos. En tu libro Cuba, la revolución: ¿mito o realidad? analizas la dictadura de Batista, pero también dejas entrever la riqueza cultural, los espacios de libertad y la riqueza material que existía en la Cuba prerrevolucionaria. ¿Cómo es la Cuba en la que triunfa la Revolución?
Los mitos de Cuba como república bananera, burdel de América, analfabeta, se pueden responder con palabras del propio Fidel Castro o del Che Guevara, rastreándolas en los periódicos de la época. Al triunfo de la Revolución, en Santiago de Cuba, el 9 de enero de 1959, Fidel Castro dijo textualmente: “Hemos roto el mito de que no se puede hacer una revolución sin el ejército o contra el ejército, y hemos roto el mito de que no se puede hacer una revolución en un país sin crisis económica”.
Guevara, después de su primer viaje por el mundo socialista, dijo que para un cubano, acostumbrado a vivir con los niveles del imperialismo, aquel mundo era sorprendentemente pobre. Estas afirmaciones, por citar sólo dos, contradicen totalmente ese mito.
Hay muchos estudios, como los de Leví Marrero, que demuestran que Cuba en los años cuarenta era un país en pleno desarrollo, y la mayoría de la riqueza estaba ya en manos cubanas; que a partir del 34, cuando desapareció la Enmienda Platt, la nación había recuperado su dignidad e independencia. Además, había un gran desarrollo de la cultura, y la prueba son los escritores, novelistas y pintores de esa época: Alejo Carpentier, Lezama Lima, Wifredo Lamn y otros.
Usted niega hasta el mito de que la Cuba de Batista fuera un país pobre, incluso se refiere a que no era el «prostíbulo de Estados Unidos».
Es pura propaganda. Cuba era el tercer país de América, había que hacer reformas profundas, pero el nivel de vida era más alto de lo que se ha contado, y no fue negado en los primeros momentos de la revolución.
GUERRILLA VERSUS M-26-7
Otro mito de la Revolución es que la guerrilla de Sierra Maestra fue central para derrotar a Batista, y tú has demostrado en tus libros, sobre todo en este último, la importancia decisiva que tuvieron el Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario, la rebelión en las ciudades. ¿Por qué prosperó este mito de los guerrilleros frente al resto de la subversión contra Batista? ¿Tu primer libro, Cuba: el libro de los doce, no contribuyó en algún lugar a construirlo?
¿Qué es lo primero que hace Fidel Castro antes de atacar el Moncada? Hace un movimiento en el que se inscriben unos mil doscientos jóvenes. De ahí van a salir los asaltantes. ¿Quién hace después la campaña por su amnistía cuando está en prisión? Este movimiento. ¿Quién prepara todo para que venga de México? Este movimiento. ¿Y quién lo salva después del desastre del desembarco en Alegría de Pío? Este movimiento. ¿Quién hace popular a la guerrilla enviando a Herbert L. Matthews, del New York Times, y a otros periodistas? Este movimiento clandestino. ¿Quién manda en el año 57 –y Guevara lo reconoce– en cuatro ocasiones refuerzos de hombres y armas a la Sierra Maestra, si no este movimiento clandestino? ¿Y el dinero, las medicinas, para que se mantuvieran?
Pero, además, el primer acto clandestino importante es la toma de Santiago de Cuba por Frank País (en la foto), el 30 de noviembre del 56, dos días antes de que Fidel desembarque y fracase. Allí no se perdieron las armas y hubo solamente tres muertos. Después, el 13 de marzo del 57, el Directorio asalta Palacio, que fue un acto en el que murió José Antonio Echevarría, su máximo dirigente, y creó a la dictadura grandísimos problemas. Más tarde, el 5 de septiembre, se produce una nueva rebelión de la Marina de Guerra por el Movimiento y otras fuerzas: tomaron la ciudad de Cienfuegos y dividieron al ejército. Hubo, además de esto, miles de sabotajes, en todas partes de Cuba, actos como el que paralizó La Habana durante tres días. En mayo de 1958, cuando vivíamos en la Sierra Maestra, después de la ofensiva, había menos de trescientos hombres, eso era la guerrilla.
¿Por qué posteriormente se crea el mito de “los doce”? Porque Fidel Castro tenía un conflicto con el movimiento clandestino muy grave: después del fracaso de la huelga general de abril de 1958, mandó intervenir el movimiento de las ciudades, y a la victoria prácticamente lo disolvió. Entonces creó el “mito de los doce” como los únicos responsables del triunfo, a pesar de que en Santiago de Cuba había dicho que esa guerra la había ganado el pueblo. Porque es verdad: la nuestra no fue una victoria militar, fue una victoria por rendición del ejército, porque al final el pueblo se puso en contra.
Una de mis grandes discusiones con Guevara siempre fue ésta. Porque él, como todos los comandantes de la Sierra, se creía esta historia de la guerrilla como madre y triunfadora de la Revolución, y yo siempre le decía: “Tú te acordarás de Lenin, que no hay revolución sin movimiento revolucionario”. Fidel Castro crea ese mito para pasar todo el poder al ejército rebelde y, a través de éste, a sí mismo.
¿Por qué hice El libro de los doce? Por varias razones. En primer lugar, porque “los doce” míos no son los de Fidel. Aparecen las luchas de la ciudad y aparece algo fundamental: que la Revolución no es comunista, a través de la boca de todos ellos. Usé la capacidad de hablar de los cubanos para escribir ese libro coral, cuya única herramienta fue un micrófono. El libro se publicó en todo el mundo, en parte por la sensibilidad de la época de los sesenta a este tema. El último sitio donde se publicó fue en Cuba, y prácticamente en un momento de confusión, porque a Fidel nunca le gustó. Y esto porque en el libro hay ya algunos detalles, como que cuando muere Frank País y todos pierden el apetito, menos Fidel Castro, que revelaban ya parte de su carácter de absoluta indiferencia hacia el dolor ajeno y la suerte de los demás. O el detalle de cómo Fidel Castro engañó a Matthews, del New York Times, cosa que éste nunca me perdonó, al hacer desfilar varias veces a los mismos guerrilleros para dar la impresión de ser un ejército rebelde mucho mayor al real.
Un elemento estratégico de Fidel para hacerse con el poder absoluto, según se desprende de tu libro, es la forma en que planea la llegada a La Habana. ¿Fueron tan decisivos esos siete u ocho días que él tardó en hacer el recorrido, una especie de procesión triunfal, para acumular todo el poder sobre sus espaldas?
Fue importante, pero yo no diría que decisivo, porque de hecho, desde la toma del Moncada, el jefe indiscutible de la Revolución es Fidel. Por otra parte, la lucha la había hecho una minoría, pero la gran mayoría sentía simpatía por su genio. Además, la clandestinidad, como en todas las luchas de este tipo, era desconocida, y sus dos grandes líderes, José Antonio Echeverría y Frank País, habían muerto. Entonces, Fidel Castro sin duda habría sido siempre el caudillo de la Revolución. Pero, ¿por qué hizo esa marcha? Porque a la caída de Batista, Guevara está en el centro de Cuba, ha tomado Santa Clara, que se ha rendido. Además, Raúl Castro (en la foto) ha tomado todo el segundo frente. Y él, que preparaba la batalla de Santiago de Cuba, no había podido realizarla y queda en un segundo término militar.
Fidel Castro era un lector de discursos de Mussolini y conocía la Marcha sobre Roma. Por ello, planea la marcha sobre La Habana y de hecho, durante una semana, fue “tomando” todos los pueblos del país hasta llegar a La Habana, en procesión multitudinaria y para restarle peso a las tomas reales del Che y Raúl.
CONCENTRACIÓN DEL PODER: LA REVOLUCIÓN TRAICIONADA
Una de las tensiones más importantes del libro es cómo la Revolución es traicionada por el caudillismo de Fidel Castro, no sólo al excluir al Movimiento 26 de Julio o al Directorio, sino también al entregar paulatinamente las decisiones y el poder al Partido Comunista. ¿Cómo se dio este proceso? ¿En qué momento te diste cuenta de que era irreversible? Y la pregunta central: ¿Castro fue alguien taimado, que estratégicamente ocultó su verdadera filiación, o es algo que utilizó porque le convenía en aquel momento?
Considero que la Revolución fue traicionada, porque la toma del poder se hizo con la Carta de la Sierra y con documentos que hablaban de la restauración de la Constitución del 40, de democracia y reformas. Ahora, yo creo que la naturaleza de las revoluciones comunistas es traidora. La tesis de Trotsky de la revolución “traicionada por un hombre” es muy limitada. Está en su propia naturaleza, por eso se produce igual en todas partes, en la Unión Soviética, en China…
En el caso cubano, Fidel Castro siempre tuvo un proyecto, que como lo demuestran estos 46 años, no estaba basado en otra ideología que la ideología del poder. Es decir, él quería el poder total, y éste no lo podía tener con una dictadura tradicional. Quería ser un protagonista mundial, y la única manera en que esa isla pequeña fuera protagonista mundial era deshacerse de Estados Unidos y tener el apoyo soviético.
Lo que hace Fidel Castro es ingresar en el Partido Comunista con varios comandantes en minoría, y forzar los acontecimientos. No olvidemos que es un conocedor profundo de Maquiavelo. De no haber caído el comunismo en el 89, Castro habría continuado toda su vida diciendo, como dijo en el 61, que era marxista-leninista. Cuando cayó el comunismo, ¿qué hizo? Simplemente vendió Cuba a los capitalistas tras nacionalizarla, para seguir manteniendo el poder, su verdadera ideología.
Lo que dices, además, desmiente uno de los mitos de la Revolución: que por la actitud intransigente de Estados Unidos, Cuba se volvió comunista, cuando quizá fue justamente al contrario: forzaron el rompimiento con Estados Unidos porque ya había el plan de transformar la Revolución.
Los mitos son tan poderosos que tú le enseñas a esa gente al propio Fidel Castro hablando en público en ese sentido, y no lo acepta. Una vez, aquí en España, en los años ochenta, le preguntaron a Fidel en la televisión: “¿Es Cuba comunista por culpa de Estados Unidos?”, y respondió: “No. Cuba es comunista por un acto de mi voluntad, del que los Estados Unidos sólo fueron cómplices”.
Sin embargo, el papel de Estados Unidos ha sido clave para lo que luego ha sucedido.
Es muy simple. El 29 de junio de 1958, yo vivía en la Sierra Maestra en un ranchito con Celia Sánchez (en la foto) y Fidel Castro y los aviones de Batista tiraron unos cohetes que cayeron cerca y que procedían de la base de Guantánamo. Castro escribió algo que está considerado su testamento: que la guerra contra los Estados Unidos iba a ser su gran tarea. Pero Castro quería una dictadura más total que la de Batista y convertirse en un protagonista mundial y para eso necesitaba ir contra Estados Unidos y tener el apoyo soviético.
En tu libro Diario de la revolución cubana también queda demostrada esa evolución, mediante documentos, cartas, hechos históricos. Tú has escrito mucho de tu relación con Fidel, un personaje con el que nunca tuviste la relación siervo-amo que él establece, y que en algún lugar eso hizo que te respetara, porque marcaste desde el principio los límites que no estabas dispuesto a transgredir. Dedicaste todo un libro a analizar la figura de Fidel y tu relación con él, sobre todo el Fidel temprano, Retrato de familia con Fidel. De esto se desprende una pregunta rara: si llegara un extraterrestre y le pidiera a Carlos Franqui “defíname en pocas palabras quién es Fidel Castro”, ¿qué le dirías?
Vuelvo otra vez a las autodefiniciones de Fidel Castro. En tres revistas de años recientes, se ha autocalificado como “el Diablo”. La primera vez que lo dijo, pensé que era un lapsus mental, porque últimamente tiene lapsus mentales. La segunda, ya me quedé más sorprendido, porque él es un conocedor de la Biblia y de los textos religiosos, dado que estuvo en un colegio de jesuitas. Y la tercera, ya no podía dudar. ¿Por qué se autocalificó como el Diablo? Pienso que por dos cosas: quizá porque cree que el Diablo nunca pierde el poder, pero no deja de ser sorprendente que la destrucción de Cuba coincida con la idea de que sólo el Diablo puede destruirla. Un hombre que tuvo la oportunidad, en el año 59, de hacer de Cuba una isla extraordinaria y que al final de ese año todavía tenía el 90% del apoyo de los cubanos, en 46 años lo que ha hecho es destruirla, como todo el mundo sabe.
Además de eso, mi impresión, basada en hechos, es que Fidel Castro es un esquizofrénico: él se cree lo que oye y lo que dice, no ve la realidad. Y también, tiene una capacidad fantástica para pasar de una afirmación a la contraria como si no ocurriese nada. La esquizofrenia ha tenido en su vida dos fases: una, la del optimista, que dura hasta la zafra de los diez millones; Cuba como la maravilla del mundo. Su idea no era si Cuba servía o no, sino que lo que había en Cuba antes de él debía ser destruido para construirlo de nuevo, y ése es el gran problema, porque de hecho, sin duda lo destruye. Ésa es la fase donde habla del país más desarrollado del mundo. Después viene la segunda fase, la del pesimismo, cuando tiene que admitir que está en minoría; entonces aplica la técnica del terror y el hambre para mantener el poder.
EL CASO HUBERT MATOS
Una de las primeras señales de que Cuba iba hacia una dictadura es la forma en que Castro manejó la renuncia de Hubert Matos (en la foto). Matos renunció lealmente en una carta privada, y Castro transformó eso en una conjura y primera purga. ¿No fue para ti una señal suficientemente fuerte como para pensar en un exilio temprano? ¿Cuál es tu lectura hoy de lo que pasó con Matos?
Para mí, existieron señales previas. Y te lo dice alguien que desde 1946 sabía qué era el Partido Comunista Cubano y la Unión Soviética y había roto con todo ello.
La primera quizá fue advertir las enormes consecuencias, en 1953, del asalto al cuartel Moncada y la terrible matanza que provocó. Claro, aquella acción era la respuesta de Fidel Castro al golpe de Batista, pero la forma en que se planeó y ejecutó la acción del Moncada me llevó a pensar que el hombre que lo había diseñado era muy peligroso.
La segunda fue en el 56, cuando viajé a México para llevarle dinero a Fidel y para organizar, junto a intelectuales mexicanos como Fernando Benítez, una campaña internacional para sacarlo de la cárcel, que al final resultó exitosa, y él nos trató con enorme displicencia, menospreciando el trabajo clandestino que realizábamos.
La tercera, en la Sierra Maestra cuando se impuso el consenso de que Fidel era un caudillo y un militarista. Lo que pensábamos es que el movimiento de la ciudad era muy poderoso y que sería capaz de equilibrar su personalidad. El día que yo debí tomar la decisión que no tomé, fue el primero de enero del 59, el día de la victoria. Ese día estuve en Santiago de Cuba dando vueltas, decidiendo qué debía hacer. Al final, decidí fundar Revolución, como un instrumento de crítica dentro de la Revolución, y que pronto entraría en conflicto tanto con los conservadores como con los comunistas. Fidel Castro me ofreció ser comandante y luego ministro, y me negué a ambas cosas. Lo que yo quería era hacer una revolución cultural, no burocrática, e invitar a todo el mundo a conocer Cuba y su Revolución.
Siempre he tenido un espíritu de lucha, de rebeldía. Una vez escribí: “Perezco, pero me rebelo”. No es que yo desconociera que una lucha violenta y clandestina contra una dictadura no es un lecho de rosas. La cuestión está en saber si, en una revolución, los resultados justifican los medios. Es el caso, a mi parecer, de la Revolución Francesa, pese al Terror, cambió al mundo, cosa que no ocurrió con la Revolución Rusa ni con la Revolución Cubana. De manera que antes de lo de Hubert Matos pasaron ya muchas cosas, como la destitución de Urrutia.
Otras cosas que pasaron fueron la alejación táctica del poder por 45 días, o la postergación de las elecciones. Pero quizá una señal ya muy firme es todo el asunto de Hubert Matos, perdona que insista.
Así es. Pero recuerda que Revolución representaba la corriente revolucionaria no comunista, frente a la corriente marxista-leninista, y de alguna manera estaba dando una batalla en la cultura, el movimiento obrero y el estudiantil bajo la consigna de no renunciar. De manera que la renuncia de Hubert Matos, que él presentó pensando que iba a ser aceptada sin consecuencias, nos planteó al resto el hecho de aceptar un acto que no compartíamos, y que iba a liquidar la lucha que teníamos en estos tres frentes, incluido el Congreso Obrero de noviembre del 59, que le ganamos a los comunistas. Nosotros queríamos dar la lucha, y la renuncia la vimos como una equivocación. Hoy pienso que fue un acto que, además de valerle la injusticia de veinte años de prisión, lo salva de gran parte de su responsabilidad histórica.
CAMILO CIENFUEGOS: CASTRO LO QUITÓ DE EN MEDIO
¿Camilo Cienfuegos representa lo que pudo ser y no fue la revolución?
Fue un personaje interesantísimo. Junto a Castro era el personaje más popular de la revolución. Camilo (en la foto) representaba lo popular: era muy simpático, amante de la libertad, amigo de la fiesta. Pero, ante todo, era un personaje independiente, que nunca fue comunista y que creía en una revolución humanista inspirada en Martí. En el momento que Fidel quiso dar el giro comunista, Cienfuegos pasó a ser un estorbo. En Cuba nadie duda de que fue Castro el que lo quitó de en medio.
En tu biografía sobre Camilo Cienfuegos especulas que su muerte no fue un accidente. ¿Cuáles serían las bases de esta afirmación?
La base de esa afirmación es, primero, el pensamiento independiente de Camilo. Segundo, su popularidad. Camilo no tenía miedo de ningún tipo y era el único contradictor real de Fidel. Dado que Fidel pensaba hacer una revolución comunista, no iba a tener problemas con el Che ni con Raúl, pero sí los iba a tener con Camilo. Además de eso, están los hechos. Uno, las órdenes contradictorias antes de la victoria para restarle méritos. Dos, se destituye a Camilo en octubre del 59, poco antes de morir, y se nombra a Raúl Castro. Tres, acontecimientos como la discusión de Camilo en mi presencia, diciéndole a Fidel: “Hay que escribir la historia, porque tú vas a estar viejo, vas a decir muchas mentiras, y no estará aquí Camilo para decirte que vas mal”, que no sólo lo dijo allí, sino en muchos lugares.
Camilo Cienfuegos es invitado por Fidel para ser el testigo de la acusación contra Hubert Matos, al que se culpa de conspirar contra la Revolución. Parece ser que Camilo descubre que, detrás del caso Matos, lo que hay es un montaje. Y Castro sabe que Camilo ha llegado a esa conclusión y, dada su honestidad personal, no se va prestar al juego. Esto ya crea una crisis, porque imagínate lo que habría sido un juicio a Matos donde Camilo niega la mayor acusación.
Además, del accidente en sí, hay muchos cabos sueltos y actitudes sospechosas. ¿Cómo es posible que Camilo saliera –y está en todos los partes– y no llegara a La Habana cuando debió llegar? De eso hay comunicaciones que fueron publicadas en los periódicos. ¿Cómo es que Juan Almeida, jefe de la Aviación, manda un parte a Revolución, diciendo que lo están buscando, y Fidel Castro espera un día entero después para hablar, como si se acabara de enterar del accidente?
Incluso yo descubrí los sospechosos desplazamientos de Oswaldo Sánchez, jefe de los servicios secretos y que participó activamente en los fusilamientos de La Cabaña en 1959, y que evidentemente fue el ejecutor de Camilo. Me parecen demasiados elementos. ¿Por qué Fidel, en la larga comparecencia, no analiza estas cosas, no trae a comparecer al aviador militar que siguió a Camilo, sólo a los aviadores civiles? ¿Por qué, mientras buscaba a Camilo, ponía delante de los periodistas cara de tragedia pero, en cuanto terminó la búsqueda, empezó a repartir comida? Todo eso daba a entender que Camilo no iba a aparecer. Y es muy curioso, porque para mí, la única figura revolucionaria que salva el pueblo cubano hoy es la de Camilo.
“LA APLICACIÓN DE UNA DOCTRINA EN LA PRÁCTICA PUEDE NEGAR LA REALIDAD”
Camilo te dejó además usar libremente sus documentos para Diario de la revolución cubana ante el peligro de manipulación histórica. Algo que hemos aprendido de la Revolución Rusa es que los hechos del pasado pueden ser alterados. Pienso en la famosa pintura de los jerarcas comunistas en torno a Stalin, que van desapareciendo, hasta quedar solo el líder soviético. A ti te pasó lo mismo: fuiste borrado de una foto oficial. ¿Cuál es tu lectura sobre la historia en una revolución, y por qué impide la historia como ciencia social?
El sistema comunista (bolchevique) es de naturaleza totalitaria. Es sorprendente cómo la aplicación de una doctrina en la práctica puede negar la realidad. Marx habla de la dictadura del proletariado, pero en la práctica, en el mundo comunista, el Partido sustituye al proletariado; después, el Comité Central sustituye al Partido, y después, el secretario del Partido sustituye al Comité Central, y así se crea el jefe absoluto. Además, toda la riqueza y las instituciones de un país van a parar a las manos del Partido, que tiene que crear una gigantesca burocracia para administrarla. Y ya se sabe de la ineficiencia de la burocracia.
Todo esto niega rotundamente la posibilidad de una historia objetiva o de diversos enfoques históricos. Hay una verdad oficial decretada; por ello, la primera cosa que ocurre en la Unión Soviética es acabar con Trotsky; primero como figura histórica y luego como persona, y después con todos los demás.
Me acuerdo siempre de una frase que me dijo Fidel Castro en la Sierra, mientras discutíamos sobre la crítica: “Toda crítica es oposición y toda oposición es contrarrevolución”. Y yo le dije: “Estás equivocado, porque mira: hay un hueco en el techo y cae agua, y yo te digo: ‘Fidel, está cayendo agua por ese hueco, la solución es tapar el hueco’: ésa es la crítica revolucionaria; la crítica contrarrevolucionaria sería: ‘Este rancho no sirve porque cae agua’.”
Pero esto no creo que sea sólo Fidel, creo que todo el mundo comunista es realmente así. En el caso de Cuba, no solamente han desaparecido muchísimos de los que hicimos la Revolución, sino que, al mismo tiempo, es más grave todavía: han logrado meter en la cabeza de la mayoría de los cubanos que Fidel Castro es la continuidad de la historia de Cuba. Martí, el Che Guevara y Fidel. Los jóvenes se creen todo eso y piensan “esto es el infierno, el infierno no se puede cambiar, y este país nunca sirvió”. Tienen una ignorancia absoluta de lo que era Cuba, de lo que era Martí, de lo que fueron las luchas previas, de lo que fue la revolución del 30, de lo que fue la propia Revolución. Es muy difícil refundar una nación que no se identifica con su historia real.
CHE GUEVARA: UN DOGMÁTICO
Ése va a ser uno de los problemas de la transición, sin duda. Otra figura que forma parte del mito occidental imbatible es la del Che. Sin embargo, el retrato que tú haces de él es muy duro. Él tenía unas ideas y estaba dispuesto a morir –y matar– por ellas, pero no a cambiarlas en función de la realidad. ¿Es ajustada esta lectura?
Peor aún: veía la realidad, la criticaba, y al final recurría siempre al dogma. Por ejemplo, su cambio del dogma prosoviético al prochino. Y en algunas cosas no cambiaba nada, como la idea de que fue sola la guerrilla en la Sierra la que triunfó –idea que le costó la vida. Todo el largo testimonio sobre Guevara lo he basado en palabras y en actos suyos, no me he inventado nada.
Nuevamente recurres a las fuentes originales, que es una de tus formas para hacer trabajos que no puedan ser cuestionados: no lo dijo Carlos Franqui, sino el propio Ernesto Guevara.
Además de eso, cuando Guevara (en la foto) se hace una autocrítica, ésta tiene poca consideración de los efectos. Y no se diga el desastre económico del que él es corresponsable. Y de la burocratización. Pregunto, si las revoluciones se burocratizan, conclusión a la que llegó el Che, ¿para qué intentar hacer nuevas revoluciones, siempre con los mismos principios?
Su mito pervive, entre otras cosas, por el hecho de que Fidel lo deja morir solo y por el hecho de morir asesinado después de hacerlo prisionero –a los prisioneros no se los asesina. Además, ante la caída de tantas certezas, su mito es necesario todavía para mucha gente. Es curioso: dado su enorme dogmatismo, seguramente se enfurecería de ver que muchos de los que desfilan tras su imagen lo hacen con un pito de marihuana en la boca.
En Cuba hay partido, pero ¿hay Estado?
En Cuba hay un gobierno que manda pero no funciona como Estado. Lo que exite en Cuba es una clase, hoy en manos de Raúl Castro, de militares que controlan el ejército, la seguridad, más veinte personajes de su familia en los puestos claves, y eso es el poder.
¿Te arrepientes de haber participado en la Revolución?
No. Hay un hecho que es insuperable: yo siento que a mí me obligaron a ser un revolucionario. Por más que miro hacia atrás para ver si podía haber hecho otra cosa, no la encuentro. Esa revolución destruyó mi país, y destruyó la idea de un cambio profundo tan necesario. Y haber vivido esa tragedia es realmente una cosa muy dura. Más allá de los adversarios, de los enemigos, de todo lo demás.
Una de las cosas más graves de esta revolución ya no es la destrucción material, es la destrucción cultural, espiritual, familiar.
¿Vive en Puerto Rico por cercanía a su tierra?
Tengo 86 años y hace diez me cansé de pasar frío en Europa, en París y en Italia. Soy un prisionero de la naturaleza tropical. En Europa tenía algo que es muy importante en mi vida, la cultura, pero al final de mi vida necesitaba ir hacia un lugar parecido a Cuba, porque intuía lo que empezaba a pasar y pensé que había que ayudar a que los protagonistas de la lucha contra Castro fuesen de la isla. Al principio costó, pero todo el exilio comprende ahora que el primer frente está allí.
TRANSICIÓN EN CUBA
¿Cómo piensas que llegará la transición? ¿Cuál es tu visión del futuro de Cuba en el mediano plazo?
En los años 70, nos reuníamos disidentes como yo, de todo el mundo comunista. En un coloquio del Partido Socialista en Roma, nos pidieron una breve definición del comunismo. Yo expliqué que el comunismo en su primera fase acaba con toda oposición; en su segunda fase, se paraliza, y en su tercera fase, se autodestruye. Me parece que, de alguna manera, eso fue lo que ocurrió en la Unión Soviética. En esos sistemas tan poderosos, es imposible una oposición que salga victoriosa, si no hay dentro del sistema, en su desarrollo, una serie de contradicciones que ocurren con sus crisis, con la paralización de la economía, con la destrucción de la vida, con lo de que el individuo ya no es más un individuo. Como en el caso soviético, esos sistemas anhelan convertirse en un imperio.
Al pensar en la historia de América Latina, ¿qué país, incluidos los grandes como Brasil, México o Argentina, ha mandado medio millón de hombres, entre civiles y militares, a hacer guerras en quince países? Son palabras de Fidel, no mías. Te puedes imaginar lo que eso significó para todos esos países y para Cuba, la locura de querer convertirla en la cabeza de los Países No Alineados.
El sistema castrista, aparte de todo eso, supone que el dictador es el Estado. No es como China o la Unión Soviética, donde ni Stalin ni Mao pueden gobernar el país sin el Estado: en el caso cubano, el Estado es Fidel. Además de eso, se trata de una personalidad como la suya, que carece de sentimientos, que no puede terminar más que con su derrota final. Claro, la transición va a depender mucho de la sucesión. Es evidente que, en la crisis que abra la sucesión, será muy importante que una parte del aparato –que de alguna manera es víctima también del propio poder, que sabe que está fracasado y que sólo tiene miedo a lo que va a pasar– se una a esa oposición pacífica que hay en la isla, que juega un papel importante para salvar la historia de Cuba de este periodo, incluido el nacimiento de la prensa independiente. De ahí puede nacer el intento de una reconstrucción de la isla.
Claro, pueden ocurrir otras cosas. Puede ocurrir que una fracción de extremistas conserve el poder y reprima durante un cierto tiempo; puede ocurrir un estallido popular, porque ha engendrado mucho odio durante muchos años, no sólo fuera, sino dentro.
El castrismo es un cáncer que no termina sino con la muerte. Después de que muera, vamos a ver si podemos esta vez enseñarle al mundo todas las cosas terribles que ocurrieron en la isla. Porque el comunismo desapareció, pero se ha propiciado un olvido casi total del desastre y de sus crímenes.
¿Cómo se imagina el escenario de la transición democrática en Cuba?
Imaginar siempre es fácil. Yo parto de datos: Cuba se va a desplomar en los próximos años. En una encuesta que hicieron a jóvenes y que publicó Juventud Rebelde preguntaban cómo querían que fuera Cuba en 2020. La respuesta fue libertad total y cambios profundos. La gente que está en la cúpula tiene ochenta años, están próximos a terminar su vida, y hay otra generación anterior, que es la de Carlos Lage, que reconoce abiertamente el fracaso y la necesidad de cambios. Como en todos los sistemas totalitarios, nada cambia hasta que no hay un sector de arriba que lo promueve.
¿Cómo interpreta el reciente anuncio de Raúl Castro del fin del igualitarismo?
En la práctica, Raúl Castro reconoce que no tiene soluciones y lo cierto es que hace tiempo que está en conversaciones con Estados Unidos, que el año pasado le vendió a Cuba mil quinientos millones de dólares de alimentos, a pesar del embargo. Todo lo que habló sobre el fin del igualitarismo no tiene mucha importancia porque en Cuba nunca ha habido igualitarismo, siempre ha habido grandes diferencias entre los de arriba y los de abajo, ahora y antes.
Cuba no se va a convertir como China en un país que trabaja doce horas diarias porque no tiene medios para hacerlo. ¿Se va a permitir una represión total con libertad económica? No será tan fácil. Lo que sí que va a intentar es restablecer relaciones con Estados Unidos: tiene los presos políticos como rehenes y, para dar la impresión de apertura, tarde o temprano los va a liberar.
¿Cree que Obama pueda cambiar las relaciones con Cuba?
Cuando Obama dijo que quería entrevistarse con Raúl Castro, Granma publicó la declaración y luego salió Fidel Castro metiéndose abiertamente con Obama. ¿Por qué? Porque, aunque está viejo y moribundo, todavía le queda la astucia y piensa que la mayoría de la población de Cuba es negra y qué pasaría el día que llegue allí Obama y los negros, como ya sucedió en África, lo vean, siendo tan discriminados como son todavía hoy. Puede pasar cualquier cosa.
¿Quiénes cree que van a dirigir el proceso de cambio?
Es evidente que la Juventud Comunista, pero esa generación, si quiere hacer cambios, deberá negociar. Es la gente menos contaminada. La ruina es tal, que están obligados todos a resolver los problemas reales. En el momento que haya un cambio, la gente que pasa hambre, la que no tiene nada, a la que se le cae todo, va a empezar a reclamar y saldrán a la calle. La transición en Cuba no será fácil, ahora sólo hay sucesión.
¿Qué le cuentan de la isla para saber que la revolución ha llegado a su final?
Le cuento una noticia. Si Raúl Castro dice que el 50% de las tierras de Cuba son impenetrables porque están llenas de marabuzales, que es un arbusto de tres a cuatro metros lleno de espinas que crece más para abajo que para arriba, que cuando se extiende no entran ni los animales y que toda la llanura camaguayana está llena de marabuzales porque él los ve cuando va en coche… no hay que hacer ninguna interpretación. Se puede pensar por qué lo dice, pero cuando el responsable de agricultura del comité central asegura que el 30% de las tierras en manos del Estado son improductivas y cuando Carlos Lage, que era el tercer vice y ahora es el quinto, afirma que el setenta por ciento de la vivienda se derrumba… No hay que interpretar nada.
Fuentes:
Domingo del Pino, Diario 16
Manuel Calderón, La Razón (España)
Luis Sánchez-Moliní, Diario de Sevilla
Ricardo Cayuela Gally, Letraslibres.com
Fotografía cabecera: Retrato de Carlos Franqui/Por Orlando Jiménez Leal/ elpais.com
El Ciudadano