La gira del Papa Francisco, que realiza a tres países de América Latina, constituye evidentemente un significativo hito histórico. Son varias las circunstancias que así lo confirman: es un Papa de nacionalidad latinoamericana (argentino), elige tres países muy representativos de los rasgos que principalmente aquejan a nuestro Continente. Se ha singularizado por el sereno énfasis en defensa de los más desposeídos; compatible con ello, y dando un ejemplo al mundo, también ha rechazado para sí todos los privilegios tradicionales del papado. Pero hay más y no menos sugestivo y preocupante: ha solicitado públicamente que “oren por él”, sugiriendo con ello tal vez la auténtica amenaza que significa para algunos pocos, querer hacer verdadera Justicia. No puede olvidarse la muerte de aquel Papa que lo estaba dando todo…
Estos rasgos que ciertamente lo distinguen, han tornado mucho más significativo su itinerario por Nuestra América. Y es dentro de este contexto global, que sin duda ninguna sus palabras, calan muy hondo. Motivo por el cual se hace más que nunca necesario que nosotros, los latinoamericanos, sepamos interpretar bien sus palabras y sus intenciones.
Desgraciadamente y como suele acontecer en esta bendita Tierra Americana, muchos son aquellos que ya sea desde un alto cargo gubernamental o desde la propia calle, malinterpretan su Mensaje. Es el caso muy específico, cuando encontrándose en Bolivia se refirió al “Mar”. Y mientras algunos lo han interpretado en el sentido de que esta referencia tan directa constituiría un apoyo implícito a nuestro Hermano País de Bolivia, otros sin embargo, han entendido algo muy diferente. Y por ello, tratándose de un “Conflicto Latente”, de carácter internacional, cumple formular una reflexión más detenida y a fondo respecto de su discurso.
Por el hecho de que en la actualidad no ostento ningún cargo gubernamental, mi opinión será simplemente la de un ciudadano de nacionalidad chilena pero que también, reconoce la importancia de la Patria Grande. Por cuyo motivo no me induce ningún otro interés político-sectario o meramente económico sino que apenas, buscar una Verdad: el Papa ha sido suficientemente explícito al insistir en la necesidad entre nuestros pueblos y Gobiernos, de un franco “Diálogo”. Y si bien se mira, este encarecimiento suyo va de encuentro con el hecho histórico-político y jurídico de que en la actualidad se ventile una Causa Internacional ante el Tribunal de la Haya. Porque, ciertamente, convocar a un diálogo stricto sensu quiere decir no una disputa, cuya es la connotación de
cualquier diferencia que se ventile ante Tribunales de Justicia. Razón más que suficiente para haberme sorprendido a raíz de las declaraciones públicas o insertos formulados por un ex-Ministro de RREE de Chile, Sr. Hernán Felipe Errázuriz, según El Mercurio del 10 de Julio:
“La visita del Papa a Bolivia fue inoportuna y sus declaraciones también”
Su interpretación debería sorprender a todo el mundo: el Papa Francisco no ha favorecido en forma ninguna a cualquiera de las actuales partes. Haciéndose perentorio preguntar en voz alta qué títulos reales posee un ex-Ministro que por la naturaleza de su ex-cargo, debiera fortalecer la Paz y no la discordia entre dos pueblos Hermanos. Porque fuera de toda duda, la sincera invitación o convocación a un diálogo entre Bolivia y Chile implica por sobre todas las cosas también, un llamado a la Paz. Haciéndonos recordar la histórica frase de aquel gran hombre público que fue Gandhi:
“No hay caminos para la Paz, la Paz es el Camino”.
Es indudable que en estos términos, el Papa Francisco de modo ninguno ha expresado apoyos específicos sino por lo inverso, ha favorecido un anhelo de Diálogo que verdaderamente conduzca a la Paz y la garantice.
Es en este sentido que podría en alguna forma explicarse el hecho laudable de que el Gobierno de Chile estaría ofreciendo reabrir nuestra sede diplomática en el País Hermano, pese a las desafortunadas declaraciones del canciller chileno:
«Chile está disponible para restablecer relaciones diplomáticas de inmediato, si hay voluntad política», dijo el canciller Heraldo Muñoz, en una sorpresiva declaración lanzada durante una entrevista con radio Cooperativa.
«El papa Francisco podría convencer a Bolivia de cesar agresividad permanente contra Chile».
Y el domingo 12 del presente lo ratificó en declaraciones a “La Tercera”, si bien interpretó como “confrontacional” la actitud del Gobierno boliviano.
Habiendo vivido después de Brasil (7 años), en Bolivia (4 años), puedo dar fe acerca de la estrecha y rmana relación que percibí muchas veces entre bolivianos y chilenos, especialmente en el Norte de nuestro País. Y en esta misma perspectiva, no puedo ignorar el hecho histórico de que Bolivia tuvo en la zona puerto propio: Cobija. Y huelga argumentar que se torna comprensible el anhelo de tantos bolivianos y la disposición favorable de muchos chilenos. Debiendo destacarse que no tan sólo Augusto Pinochet formuló una Propuesta concreta, sino también Salvador Allende fue franco partidario de conceder una salida al mar para Bolivia, como me consta y según hice pública manifestación ante una errada declaración del Canciller chileno actual.
Concluyo, en consecuencia, agradeciendo en mi calidad de ciudadano chileno los encomiables esfuerzos del Papa Francisco al insistir como bien lo hizo, en un Diálogo fructífero entre dos pueblos Hermanos y vecinos. Siendo necesario además, destacar la circunstancia legal de que también nuestra Hermana República del Perú, conforme a un Tratado Internacional, debe prestar su aquiescencia. Y, en este contexto, las recientes declaraciones del actual presidente de Perú merecen también asumir una alta connotación, en cuanto:
“El presidente de Perú, Ollanta Humala, aseguró que el litigio que mantienen Bolivia y Chile en la Corte de la Haya por la salida soberana al mar es un asunto que no le atañe a Perú y que se trata de un problema bilateral entre ambos países”, según señaló en la X Cumbre de la Alianza del Pacífico.
Cabe desprenderse de esta importantísima declaración, que Perú no se opondría a la aspiración boliviana.
¿Podría entonces concebirse una “intervención” más sana y laudable del Sumo Pontífice?
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