La verdad es que no me considero un fino analista político ni nada por el estilo, pero me voy a permitir, sin que sirva de precedente, compartir una percepción personal sobre lo que está pasando en Catalunya y lo que creo que va a pasar. Me refiero claro al para tantos enojoso asunto del llamado proceso soberanista, que ya contemplo como sencillamente irrevocable y que conducirá en meses a un nuevo estado en Europa.
Yo lo que no entiendo es cómo se no reconoce que todas las etapas por las que transcurre esta dinámica estaban y están del todo previstas y siguen una lógica que deposita su potencialidad en el enrocamiento del gobierno de Madrid a la hora de negociar nada y emitir esa imagen de inmovilismo que no hace más que reforzar los argumentos independentistas que muestran una España dogmática y fanatizada, enfrentada directamente con la supuesta idiosincrasia negociadora y dialogante del pueblo catalán.
Creo que toda la estrategia conduce a que, realmente, el referéndum del que ayer se planteo fecha y pregunta NO se pueda realizar. Es más, ni siquiera se intente. De hecho, curiosamente, la única esperanza que tendrían las opciones que llamaríamos unionistas serían la de la celebración de la consulta en la que la expectativa independentista obtendría una exigua mayoría o podría incluso llegar a perder. Ahora bien, si no hay consulta, lo que habrá es independencia. Por eso se repite que sólo se celebrará el referéndum si es legal; es decir, no se celebrará. Ahí está la trampa.
La jugada me parece clara y creo que es la que estuvo prevista desde el principio. Reside en que realmente el gobierno central, el parlamento español, determinadas decisiones judiciales o lo que fuere impidan la celebración de ese referéndum. ¿Qué pasará entonces? Colocados ante la cerrazón de toda vía legal hacia la independencia, la opción no podría ser otra que convocar elecciones anticipadas que inevitablemente tendrían naturaleza plebiscitaria. No se dude en que el resultado será, como hasta ahora, una mayoría absoluta de los partidos independentistas y un Parlament que tendrá toda la legitimidad democrática, aunque no la legalidad, para proclamar unilateralmente la independencia, cosa que sin duda hará. Es decir, en lugar de una derrota o una victoria muy discreta que procurarían un referéndum a la causa independentista, se pasaría a una mayoría cercana a los dos tercios del Parlament que la concretaría en una declaración solemne que daría nacimiento a un nuevo Estado soberano: la república catalana. Tal objetivo exige, insisto, que la consulta sea inviable y no se realice. El empecinamiento de Rajoy y Rubalcaba es la pieza clave para que el proceso desemboque en el fin deseado: la secesión.
¿Qué puede hacer el gobierno central ante este o cualquier otro momento posterior en el proceso? Respuesta: nada. La suspensión de la autonomía catalana es inconcebible , porque plantearía un problema administrativo colosal que nadie sabe cómo se podría resolver, empezando por la destitución del President de la Generalitat y su sustitución por…., ¿por quién? ¿Y cómo? ¿Un desembarco de miles de funcionarios que ocuparían los de un sistema burocrático que muy probablemente se negaría a obedecer a quienes aparecerían como usurpadores?Tampoco el gobierno central puede poner esperanzas excesivas en que los países extranjeros corran en su apoyo en caso de una determinaciòn política en Catalunya que contase con un amplisimo apoyo parlamentario. Está claro que la amenaza de la «expulsión» de Europa de siete millones de sus ciudadanos no se va producir, entre otras cosas porque esos ciudadanos autosegregados de España no perderían por ello su nacionalidad como españoles, al menos si se cumple el artículo 11.2 de la Constitución. Por otra parte, no se olvide que, como siempre, la posición internacional que va a acabar resultando determinante no es la de los países europeos, sino de Estados Unidos, a quien le tiene sin cuidado el eventual disgusto del gobierno español ante una postura que no respalde sus intereses. La visita reciente de Artur Mas a Israel podría tener alguna relación con el recabamiento indirecto de apoyo final por parte de la principal potencia mundial al resultado de un proceso pacífico y democrático. La manera como la prensa internacional está reflejando todo el proceso soberanista. en cualquier caso, no debería tranquilizar demasiado a las posiciones unionistas.
Por otra parte, en toda esta historia se está olvidando un diferencial estratégico, que es el de que todo el proceso soberanista está siendo impulsado, animado y mantenido desde abajo por lo que en otra época no hubiéramos dudado en calificar como un movimiento de masas; hoy diríamos un amplio movimiento ciudadano de base que tampoco se ha de dudar que se movilizaría y no tardaría ni dos minutos en salir a las calles, como ha venido haciendo de manera tan espectacular cuando se ha autoconvocado. A diferencia del Quebec o Escocia, el movimiento soberanista no aparece como la consecuencia de una voluntad política expresada y actuando desde arriba, sino al contrario. Son los partidos políticos los que están siendo arrastrados por un estado de ánimo colectivo que ya no controlan y que cuenta con sus propias estructuras organizativas.
En tal circunstancia, la opción unionista solo tiene una vía posible de actuación. Negándose a negociar, incapaz incluso técnicamente de aplicar el artículo 155 de la Constitución, solo le cabría la aplicación del artículo octavo, es decir una intervención armada que sacara la policia militartizada -la Guardia Civil- o directamente las tropas a la calle, es decir la misma que tomó el gobierno de la República durante el bienio negro, en 1934, bombardeando la Generalitat. Solo que ahora habría muchísima más gente en la calle impidiendo pacíficamente la ocupación por el ejército del centro de Barcelona. Eso si es que no se produce alguna asonada militar al margen y contra el gobierno central en nombre del cumplimiento no solo de la ley, sino del sagrado deber de los militares de defender la unidad de la nación española. En ese supuesto, el escándolo internacional sería mayúsculo e implicaría el total descrédito de un proyecto político unitario para España que parece solo posible por la fuerza de las armas.
Resumiendo. No habrá referéndum, la única opción razonable con que cuentan los unionistas. Será ese factor el que hará legítima la declaración unilateral de independencia y será tal eventualidad la que solo podrá ser frustrada por la vía habitual, es decir por la fuerza de las armas. Veremos el ejército en la calle. En ese supuesto —y de hecho ya ahora— los dubitativos tendremos que elegir tarde o temprano entre los nacionalistas y los nacionales. Me temo que yo ya he elegido.
Por Manuel Delgado
Cèl·lula Ramon Casanellas del Partit dels i les Comunistes de Catalunya (EUiA)
Cèl·lula Ramon Casanellas del Partit dels i les Comunistes de Catalunya (EUiA)