Uno de los requisitos básicos para el funcionamiento de una democracia es la existencia de fuerzas políticas organizadas, trátese de partidos o movimientos políticos, que no solo contribuyan a la formación política, sino a la organización y movilización ciudadana, pero que igualmente puedan presentarle a los votantes opciones claras de gobierno y una vez que un partido político o una coalición de partidos logra triunfar y ser gobierno, convertirse en la base de apoyo político a ese gobierno, en las corporaciones públicas, en los medios de comunicación y en los espacios de debate ciudadanos. Aquel o aquellos partidos perdedores, tienen la opción política o de sumarse a los ganadores, de mantenerse sin posiciones definidas o ser una oposición organizada a los que están en el gobierno y esta es una de las esencias de las democracias modernas. Pero esto es en el deber ser; pero ¿que tenemos en nuestra realidad colombiana?
La realidad de nuestros partidos políticos es bastante lamentable, diríamos dramática. Los partidos tradicionales, el liberal y el conservador, son coaliciones bastante laxas de jefes políticos que lo son por contar con maquinarias electorales en sus regiones y que en esa medida se sienten con la ‘autoridad’ para hacer más o menos lo que quieren, mimetizados en justificaciones como la libertad de opinar, la objeción de conciencia, que lleva a la paradoja que siendo partidos de gobierno, algunos(as) de sus dirigentes actúan como ruedas sueltas o critican al gobierno, como por ejemplo en la política fundamental para la reelección del Presidente Santos, la de terminar el conflicto armado, igual o incluso peor que los dirigentes de oposición . El partido de la izquierda, el Polo Democrático Alternativo, que es en esencia una coalición de pequeñas fuerzas políticas de izquierda, igual actúa poco cohesionadamente -la mayoría de sus tendencias dice apoyar la terminación concertada del conflicto armado, otras tendencias aunque no se atreven a decirlo, solo parecen apoyar esta política a regañadientes-. Igual sucede con partidos de centro como el denominado Alianza Verde, donde a su interior coexisten dirigentes de variados matices. El Partido de la U y Cambio Radical, fueron en sus orígenes básicamente disidencias del Partido Liberal, disidencias hechas más por intereses personalistas de ciertos dirigentes o por una oportunidad política de los ‘barones electorales’ que apoyaban el gobierno de Álvaro Uribe y que tenían temor de no pasar individualmente el umbral electoral establecido por la reforma del 2003. Paradójicamente el Partido Centro Democrático del ex presidente Álvaro Uribe, hasta el momento actúa de forma disciplinada y organizada en el Congreso, dándole ejemplo a los otros partidos políticos y más allá de si se puede criticar el carácter caudillista del mismo, funciona con la lógica organizativa de un partido moderno.
La coalición denominada la ‘Unidad Nacional’, coalición formada para apoyar el gobierno del Presidente Santos y claro también para recibir los beneficios que de allí se derivan, hasta el momento no ha sido un buen ejemplo de una coalición de partidos de gobierno. En el Congreso no son precisamente los más puntuales en los debates, cuando sus dirigentes participan en debates públicos o de medios de comunicación o muestran desconocimiento de las políticas públicas que ejecuta ‘su gobierno’ o asumen posiciones en contra de las mismas que parecen propias de partidos de oposición y probablemente lo más preocupante, no actúan como coalición de gobierno en la preparación de las próximas elecciones territoriales, priorizando los candidatos de su coalición, antes que los partidistas y sin irse a buscar candidatos a otras toldas. No hay duda que una coalición política que tiene todas las posibilidades de colocar la mayor cantidad de gobernantes regionales y locales de sus partidos, puede terminar sufriendo sorpresas y derrotas electorales, pero sobre todo, no va a ser capaz de sostener políticamente la bandera fundamental del actual gobierno que es la terminación concertada del conflicto armado, precisamente por disciplina partidista.
por Alejo Vargas Velásquez /alainet