Crisis en la derecha: ¿Una cuestión ética y cultural?

Antes de emitir conjeturas acerca del carácter ético de cualquier decisión política del Gobierno o de los partidos políticos tradicionales de la derecha y del neoconcertacionismo -como el cierre del penal Cordillera-, conviene afirmar que Chile vive un momento de apertura ideológica

Crisis en la derecha: ¿Una cuestión ética y cultural?

Autor: Director

Antes de emitir conjeturas acerca del carácter ético de cualquier decisión política del Gobierno o de los partidos políticos tradicionales de la derecha y del neoconcertacionismo -como el cierre del penal Cordillera-, conviene afirmar que Chile vive un momento de apertura ideológica. Las evidencias de que asistimos a una mutación en el plano de las ideas y a un aumento de la actividad reflexiva y crítica de los ciudadanos, en un contexto de rebeldía social de los movimientos sociales y ante las aberraciones del modelo neoliberal y del régimen político postpinochetista se acumulan.

Es imposible ignorar que estamos en presencia de un nuevo ciclo de luchas socio-políticas contra-hegémónicas que comenzó en el 2005-2006 para definir más claramente sus contornos antineoliberales y por más democracia a partir del 2011. Este es el factor causal directo de la pérdida de influencia general y del aislamiento de los nostálgicos del pinochetismo, tanto  civiles como militares.

El alza y disposición popular a dar luchas por reconquistar lo que fueron bienes públicos u orientados a esa finalidad (salud, vivienda, educación, pensiones, transporte) y la crisis de hegemonía ideológica, tanto de la derecha neoliberal conservadora, como de la socialdemocracia «progresista», son factores de inestabilidad del sistema de dominación. Este se cimentó en la negación de otros posibles que no fueran la lógica de los mercados y la ganancia así como en los valores del orden, de la política hecha en pactos opacos y en la gobernabilidad política de una democracia restringida. De ahí viene el desprestigio de la política tradicional y su contrario: la apertura de espacios de disputa ideológica en todas las instituciones. Un destape.

Es el modelo de la política «des petits pas» (de los pequeños pasos) la que hoy se revela inadecuada para resolver los grandes temas país.

El acaparamiento capitalista extremo de la riqueza social gracias a un modelo que se sustenta en la explotación del trabajo, con bajos salarios y que obliga al endeudamiento de los trabajadores para subsistir, comienza a ser percibido como no siendo del orden de lo natural sino de una construcción histórica de corte político-económico que fue posible debido a la derrota del proyecto popular en 1973 y luego en 1989.

A lo que hay que agregar -e insistir sobre ello- que pese a una aparente calma laboral en las relaciones entre el Capital y el Trabajo hay un repunte notable en la actividad huelguística. De manera «exponencial», afirman algunos. Basta constatar la combatividad y decisión por mejorar sus condiciones de trabajo de la que hicieron gala los trabajadores y trabajadoras del Registro Civil y, antes, los trabajadores forestales, portuarios, de recolección de basuras, de supermercados, de correos y actualmente las trabajadoras de la Fundación Nacional integra. No es un problema de una peligrosa «inflación de expectativas» como dicen algunos estrategas concertacionistas. Se trata de una nueva disposición a la lucha económica y por derechos colectivos.

Y llama la atención que en una reciente estudio de la Universidad Andrés Bello, realizada entre jóvenes de 15-29 años, los sindicatos junto con la Iglesia y las universidades están entre las instituciones que más confianza tienen en este grupo etáreo.

Una crisis manifiesta de la ideología neoliberal

Este «destape» ideológico de cuestionamiento a la hegemonía neoliberal en el plano de las ideas, que repercute generando fricciones y rivalidades internas entre las derechas, es una manifestación más de un contexto de luchas sociales y movilizaciones sin derrotas sustantivas para los actores populares y ciudadanos. La actividad crítica que se expresa en los medios televisuales, las redes sociales, las tribunas abiertas y en los aún tímidos foros universitarios y coloquios son las burbujas discursivas de la efervescencia social. Contribuye, a este estado de debate en evolución y ebullición, un escenario de competencia electoral que facilita la lucha y la crítica, aunque de manera muchas veces superficial.

Lo vimos. Los medios no pudieron restarse a esta dinámica creando hechos mediáticos noticiosos que hicieron hablar en la rememoración de los cuarenta años del golpe cívico-militar. Así fue con la entrevista al general (R) Manuel Contreras, juzgado y detenido por crímenes de lesa humanidad. En la emisión, el criminal no demostró ningún arrepentimiento además de revelar a los telespectadores una inteligencia emocional grosera, agresiva y desfasada con los tiempos actuales.

Y en el plano del credo neoliberal, es cosa de leer con atención los medios impresos y ver cómo los ideólogos neoliberales han debido utilizar sus columnas y espacios para salir a la defensa del modelo económico cuya institucionalidad está diseñada para la apropiación privada y concentradora por algunos grupos económicos de la riqueza nacional. Cuyos dirigentes con nombres y apellidos comienzan a aparecer con mayor frecuencia.

En el mismo estudio de la Universidad Andrés Bello, antes mencionado, queda claramente establecido que las «personas con grandes fortunas» son las que tienen los más altos porcentaje de rechazo y desconfianza entre las jóvenes generaciones (nada de confianza 60%, poco 35%). Dato importante. Esto es un fracaso de la propaganda neoliberal que nos martillea que la vida misma es una empresa riesgosa donde estamos obligados a librar una encarnizada lucha individualista por la existencia. A lo que comienza a oponerse lo común (preferimos este concepto, al de «interés general» utilizado por sectores socialdemócratas progresistas) como eje de un modelo de vida social más humano y democrático.

Es en este contexto social que hay que distinguir lo nuevo y diferente en las actitudes y percepciones sociales. Como por ejemplo las decisiones políticas. Y si hay algo propio del pragmatismo del Presidente Piñera es esa capacidad de actuar conforme a los avatares de las correlaciones de fuerza políticas e ideológicas o a las corrientes de opinión que se mueven y circulan en la sociedad e impulsadas y agitadas por el dispositivo mediático y sus periodistas. No olvidemos que en su campaña presidencial pasada Piñera, junto con la jerarquía católica, hablaron de amnistía para los miembros de la cofradía militar presos en el Penal Cordillera y Punta Peuco.

El «piñerismo» es un pragmatismo político puro

En cuatro años de ejercicio del poder un hombre de convicciones éticas sólidas no cambia de idea (pero es mejor que lo haga si ella es razonable y universalizable);  lo hace sólo si puede intervenir para dirimir un dilema ético que le dé dividendos políticos, pero sin socavar las bases del sistema. Ser percibido como el presidente que quiso separar aguas entre derecha golpista o nostálgica del pinochetismo y una derecha neoliberal «moderna» es la única maniobra posible para disputarle electorado a la Concertación y a los liberales y progresistas como Velasco, en un país que da giros a la izquierda. Es una jugada política pensando en un futuro de reelección.

La resolución de la tensión ética teñida de republicanismo del Gobierno de Sebastián Piñera es una fantasmagoría de los que utilizan la ética y los temas valórico-culturales para  esconder la fría cuestión del poder y del cálculo político. Crímenes contra la humanidad siguen habiendo en Palestina y Siria. Los nazis perdieron en el terreno de la guerra y la política y por eso hubo Nuremberg y es la razón por la que hoy en juzgado en Grecia el grupo fascista asesino de un rapero popular; por las correlaciones políticas de fuerza. Cientos de miles de civiles han muerto asesinados por las potencias occidentales capitalistas victoriosas de la II Guerra Mundial y otros tantos desde el derrumbe de la URSS en 1990 durante la posguerra fría y en la guerra «preventiva» contra el terrorismo. Ahí no se aplica la política de los DD.HH. Hoy, las derechas xenófobas y racistas son mucho menos antisemitas que antes: son anti inmigrantes de origen árabe y turco; anti musulmanes sin distinción. Realidad que corresponde al apoyo que EE.UU le ofrece al Estado expansionista de Israel. Es lo que demuestran los estudios recientes en Europa.

Políticamente hablando, la derecha chilena presenta síntomas de crisis ideológica. Esto antes de un septiembre 2013 que la mostró sin relato político coherente y persuasivo.

No hay que confundirse. En toda batalla política por la hegemonía en el plano de las ideas hay ingredientes culturales y éticos (1).

El sistema de creencias de las derechas sólo tiene coherencia en el discurso económico. En la fuerza tautológica de su razonamiento circular de «inversión e iniciativa privada-libertad-crecimiento-empleo-chorreo», pero pierde fuerza. Ya nadie ignora que la destrucción del planeta es consecuencia directa del sistema productivo dominante, del «factor humano» (mejor dicho de la mentada libertad de emprender sin consideraciones ecológicas) dicen, para disculpar la dinámica depredadora del mismo capital.

La fuerza de la sociedad civil donde operan los movimientos sociales como el poderoso movimiento estudiantil chileno es hoy determinante. Y ahí la derecha no tiene raíces. Ese espacio, lo hemos visto, fue ocupado desde el mismo 1973 y con mayor fuerza en 1978 por vanguardias de mujeres y hombres de izquierda en lucha contra un régimen político dictatorial que practicó el terrorismo de Estado. Todo un ejemplo. Estas primeras acciones han sido rescatadas en el libro de Ignacio Vidaurrázaga, «Martes once, la primera resistencia» (2). Y fue la lucha política de las organizaciones de DDHH, de familiares de desaparecidos políticos y ejecutados que ganaron la batalla hecha de ética y política por el Nunca Más en las conciencias (3). Cuya consecuencia e imperativo de ética-política es la democratización de todas las instituciones políticas del país y de aquella que tiene por definición el monopolio de la violencia: las FFAA. Se necesita voluntad política y movilización popular para hacerlo.

Por Leopoldo Lavín Mujica

El Ciudadano

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(1) Una moda intelectual circula desde los noventa. Esta consiste en diluir los conflictos ideológicos en la ética y en «lo cultural» y de esta manera relegar la política y las cuestiones de quién tiene, cómo ejerce el poder, con qué fines y tras qué intereses  a un segundo plano, refugiándose en la «crisis de la política» para no hablar de ella y clarificar conceptos.

 

(2) Ver reseña del autor en rebelion.org: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=172644

 

(3) La huelga de familiares de prisioneros políticos entre junio-julio 1978 nos inyectó la energía necesaria para, en el exterior, desarrollar actividades de solidaridad con la Resistencia chilena y de desprestigio constante de la dictadura cívico militar. Es una de las razones de las derechas de no otorgar el derecho a voto a los chilenos que viven en el extranjero.


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