En diciembre de 2005 la mayoría indígena eligió a uno de los suyos, Evo Morales, como Presidente de Bolivia.
Los que por 500 años habían sido excluidos de la conducción del Estado, los que fueron carne de cañón de sangrientas dictaduras, los que nunca fueron consultados, esta vez despertaron y tomaron conciencia del poder del voto.
Desde entonces, la oligarquía racista, subordinada al capital extranjero y en particular al Gobierno de los EEUU, entendió que la voluntad soberana del pueblo le sería adversa y que su única forma de sobrevivir como clase dominante sería utilizar el poder fáctico, económico, ideológico, militar y cultural, para derribar al gobierno democrático y a la institucionalidad en que se sustenta.
De ahí que boicotearon, desde el primer día, la realización de la Asamblea Constituyente, precisamente para impedir que desde la antigua institucionalidad emergiera una nueva, que reflejara efectivamente la nueva correlación de fuerzas sociales y políticas existente en el país.
La estrategia insurreccional, minuciosamente articulada desde la embajada estadounidense, se puso en marcha. Igual que en Chile de 1973, cuando el pulcro Míster Agustín Edwards (hoy paladín de la “PAZ CIUDADANA”) titulaba “JUNTEN RABIA CHILENOS”, los medios de prensa derechistas hablan hoy, sin tapujos de derrocar al “indio de mierda”.
Para ello, fabricaron un entarimado conceptual que enfrenta a los “representantes de regiones” versus el “cocalero Evo Morales”. Sus crónicas hablan de una guerra civil en que estarían enfrentados como fuerzas beligerantes los grupos paramilitares de sicarios contratados para matar campesinos, por una parte, y las fuerzas armadas y seguridad, por la otra.
La estrategia es exhibir un gobierno desbordado por multitudes democráticas, adversas al centralismo, cristianas y occidentales, versus el indigenismo pagano aliado del terrorismo internacional. La conclusión de este esquema es que el Presidente Evo Morales -que obtuvo el 67% de respaldo electoral en el referendo del 10 de agosto PPDO.-, debe renunciar o capitular ante la presión de la minoría oligárquica.
El problema para ellos es que no existe en el mundo un régimen más legítimo que el de Evo Morales, quien ha tenido prudencia para no responder “ojo por ojo” poniendo a su gobierno al mismo nivel que las fuerzas de choque paramilitares. Si alguna nación aceptara las pretensiones separatistas y autonomistas de los prefectos insubordinados, se establecería un precedente inaceptable para la institucionalidad de cualquier país latinoamericano.
De ahí la importancia que adquiere la reunión extraordinaria de los Jefes de Estado de UNASUR, que tendrá lugar en Santiago de Chile en las próximas horas. Ya no es la OEA, en la que EEUU mueve sus peones toda vez que sus intereses están en juego. Se trata de una nueva entidad regional que refleja los cambios en la geografía política de Sudamérica y la búsqueda de un protagonismo propio de esta región en los asuntos mundiales.
La minoría oligárquica – que durante siglos ejerció su dominio mediante regímenes de fuerza ferozmente centralistas – deberá entender que en toda la frontera boliviana no encontrará un gobierno dispuesto a avalar sus demandas “autonomistas” y sus acciones criminales, y que el gobierno de EEUU está acosado por múltiples factores de tipo interno y mundial que le impiden una intervención directaen su favor, como lo hizo tantas veces en el pasado.
Esta vez la institucionalidad democrática – con todas sus limitaciones – es una trinchera que favorece al pueblo y aisla a sus enemigos internos y externos. El imperio de la ley está de parte de la revolución democrática y cultural que encabeza Evo Morales Ayma, quien se apoya, además, en un impresionante respaldo político del pueblo organizado y movilizado, con una creciente conciencia de su poderío y de su destino soberano y libertario. Y este es un mensaje para todas las minorías opulentas y opresoras del continente.
En este escenario, el pueblo chileno tiene que decir su palabra de firme respaldo al hermano, al vecino, al ejemplar pueblo boliviano que hoy impulsa, nada más y nada menos, la gran propuesta que planteó Salvador Allende en 1970 y que hoy se ha constituido en un camino posible para los pueblos de todo un continente.
Gustavo Ruz Zañartu