EE.UU. y sus 640 intentos de matar a Fidel

Ahora que Estados Unidos y sus aliados en su campaña mediática contra Cuba se proclaman defensores de la vida humana, los cubanos recuerdan que eso lo desmienten, entre otras muchas cosas, los 640 intentos por asesinar a Fidel Castro


Autor: Sebastian Saá

Ahora que Estados Unidos y sus aliados en su campaña mediática contra Cuba se proclaman defensores de la vida humana, los cubanos recuerdan que eso lo desmienten, entre otras muchas cosas, los 640 intentos por asesinar a Fidel Castro.

Para nadie es un secreto que ese insólito número de intentos de atentados contra la vida del dirigente de un país formaron parte de la estrategia oficial trazada por las más altas autoridades norteamericanas y cuya instrumentación fue ordenada a los organismos de inteligencia y espionaje.

En estos días, se ha recordado el 50 aniversario de la Orden Ejecutiva firmada por el presidente de Estados Unidos, Dwight Eusenhower, en marzo de 1960, otorgando luz verde a todas las operaciones encubiertas destinadas a derrocar al gobierno cubano, entre las cuales siempre descollaron los ataques terroristas y el proyecto de eliminación física de Fidel Castro.

Documentos desclasificados o semidesclasificados por los Archivos incluso de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), confesiones de los detenidos en los intentos de consumar los hechos o de aquellos que se aventuraron en la invasión de Playa Girón, audiencias parlamentarias reveladoras y hasta media docena de filmes revelando tales planes son las mejores pruebas existentes.

La insólita variedad de formas escogidas para eliminar al dirigente de la Revolución cubana podrían parecer elementos novelescos si no hubieran constituido acciones concretas aprobadas al más alto nivel en Estados Unidos.

Desde tratar de envenenar a Fidel Castro durante el consumo de un alimento o de un habano, hasta comprar la traición de quien le dispararía durante un acto en la Universidad de La Habana, pasando por otras muchas modalidades de asesinato, constituyeron intentos frustrados por la eficiencia de la Seguridad del Estado cubano.

Los complots para lograr ese objetivo en el exterior fueron de alta peligrosidad y sus fracasados autores siempre fueron protegidos por las instancias estadounidenses que les encargaron tales proyectos de magnicidio.

Uno de los últimos fue el preparado en Panamá, con motivo de la celebración de una Cumbre Panamericana de Jefes de Estado y Gobierno, frustrado por la denuncia de Cuba y que de materializarse, hubiese costado un innumerable número de vidas al volarse con explosivos el paraninfo de la Universidad donde hablaría Fidel Castro a una multitud de estudiantes.

Allí apareció como autor, una vez más, el connotado terrorista Luis Posada Carriles, detenido, condenado por un juez e indultado después por un gobierno panameño y acogido con los brazos abiertos por los grupos terroristas de Miami para que continuara sus andadas.

Estos centenares de proyectos de asesinato que no pudieron culminar con el éxito no parecieron nunca una violación del derecho a la vida para quienes entonces los ordenaron, organizaron y ejecutaron y nunca han perdido la esperanza de poderlos consumar.

Para los cubanos es fácil identificarlos ahora como los mismos que dirigen la campaña mediática contra Cuba y se proclaman defensores de los derechos humanos, acompañados por quienes nunca levantaron un dedo para siquiera condenar este tipo de terrorismo de Estado contra la nación antillana.

Fuente:
Prensa latina


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