En los minutos apenas posteriores a que se conociera la caída del avión malayo, y cuando sus restos aún humeaban en el suelo ucraniano en conflicto, las agencias internacionales difundieron: la declaración de un funcionario medio del gobierno ucraniano culpando a Rusia de un atentado; la declaración de los rebeldes diciendo que ellos no tenían capacidad para derribar a un avión a 10 mil metros de altura (culpando por tanto a Ucrania); y la acusación del gobierno ruso de que el blanco pudo ser Putin, cuyo avión –muy parecido al derribado- pasó minutos antes por el lugar, de vuelta de la cumbre de los BRICS en Brasil. En respuesta, minutos después de la declaración rusa, se publicó una infografía con una gran cantidad de aviones transitando simultáneamente por la zona a la hora del siniestro.
En resumen, la guerra también es mediática.
Como de tantas versiones resulta mucho ruido, también se da lugar a las especulaciones ¿pudo haber sido un ataque interesado en detener la lucha contra el Sida, teniendo en cuenta que cien de los principales investigadores del mundo iban y murieron en el avión? La experiencia demuestra que aunque algunas hipótesis suenan más razonables que otras, nada puede descartarse.
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Pero lo cierto es que este último episodio, por lo impactante, ayuda a ver con más nitidez cómo la información y el rol de las agencias juegan un rol político fundamental, en el sentido de mostrar las cosas de una determinada manera y, en última instancia, contribuir a formar un sentido común sobre quiénes son los buenos y quiénes los malos. Este eje está determinado en el caso de Ucrania, tal como en el de Estambul y otros lugares, por estar en la frontera de la histórica disputa de poder entre oriente y occidente. Controlar estas zonas es de algún modo inclinar la balanza y, por lo tanto, controlar también el mundo.
De lo anterior puede deducirse que son regiones que se han construido con hibridez cultural, que contienen dentro de su propio territorio las tensiones planetarias y que, por lo tanto, cualquier intento de gobierno con sentido de “integridad territorial y nacional” debe ser prudente en la administración de las diferencias. Ya lo decía el politólogo Samuel Huntington en su visionario artículo “El Choque de Civilizaciones” de 1993. Veinte años antes de lo que ahora sucedió, levantó tres posibles escenarios para Ucrania, dentro de los cuales figuraba la desmembración del país, dividido entre un espíritu post-soviético favorable a Rusia y un alma más cercana a Europa. Hoy esa conjetura se expresa con toda crudeza en el rumbo de los acontecimientos.
Se trata de procesos complejos, pero a la hora de informar sobre la crisis que se vive en ese país, empezamos a notar las simplificaciones y las diferencias de trato. Todas las agencias occidentales se refieren al gobierno funcional a Europa como “gobierno de Ucrania” mientras los rebeldes son tratados de “prorrusos”, dando a entender que en esta disputa hay algunos más ucranianos que otros. A ninguna de esas agencias se le ha ocurrido nombrar al gobierno como “proeuropeo” o “proestadounidense”, aunque ésa es precisamente la crítica que le hace un sector importante del país y el gobierno de Rusia: haberse entregado a la influencia de la Unión Europea, sin considerar los importantes vínculos históricos de la zona con Rusia.
De hecho, el gobierno de Putin ha advertido sobre la repetición del patrón construido sobre el conflicto con Georgia en 2008, a través de las agencias de noticias, para construir en Occidente la idea de la “agresión rusa”. Las agencias, según esa versión, no serían meros medios de comunicación independientes, sino que actuarían coordinados con el gobierno ucraniano, a través de expertos estadounidenses y de los servicios especiales de otras potencias occidentales.
Y claro, el desarme del lector-televidente es total ¿Qué podría hacer usted para chequear si le están diciendo la verdad, estando tan lejos? ¿Y, peor aún, en una escena mediática tan homogenizada como la nuestra? Las miradas incluso, a la hora de precisar, apuntan a la agencia belga Aspect Consulting, que además de asesorar al gobierno de Georgia en 2008 en su conflicto con Rusia, lo hace permanentemente con multinacionales como Exxon, Kellog´s y Hitachi, las cuales han tenido más de algún conflicto político de envergadura internacional.
No es casual el vínculo, puesto que lo de Ucrania no se trata solamente de una lucha por la hegemonía geopolítica. Es también la posibilidad del capital occidental de acceder a un mercado de millones de personas, pero sin hacerse cargo de sus problemas. Porque, claro, lo que ha sido calificado como una apertura de brazos de la Unión Europea a Ucrania nunca consistió en que se sumara como país miembro, sino en un tratado de libre comercio donde, siendo ya muy desequilibrado el flujo, el futuro se ve mucho más conveniente para Europa que para Ucrania.
Para que eso sea posible, los grandes medios, que en el fondo también son organizaciones económicas que invierten en todo el mundo y necesitan nuevas regiones para expandirse, tienen que hacer lo suyo. Mientras en algunas regiones del mundo las protestas son informadas como desmanes y los presidentes derrocados son defendidos en nombre de la democracia, en el caso del anterior gobierno ucraniano de Viktor Yanukovich, que cayó por negarse a firmar el TLC, lo que sucedió, según las noticias, fue una protesta ciudadana tan legítima como brutalmente reprimida por la policía. Y que, claro, debía decantar con justicia en la caída del Gobierno.
Ahora que, a propósito de la caída del avión, rápidamente las miradas han apuntado a la culpa del gobierno ruso, como lo han repetido los canales y los diarios chilenos, el canciller de ese país, Sergei Lavrov, afirmó que “en cuanto a las declaraciones que llegan desde Kiev que casi afirman que lo hicimos nosotros… ¿saben?, en los últimos meses no he oído ninguna declaración veraz de Kiev”. El presidente Obama de Estados Unidos ha hecho afirmaciones en la misma dirección ¿podría aplicársele también la declaración rusa? Lo único claro es que mientras no se examine la caja negra del avión, nadie puede decir fehacientemente qué pasó.
Sucede que en esta guerra mediática, como en todas las guerras, las fuerzas en disputa tratan de ganar rápidamente posiciones. Porque como dijo una vez Goebbels, el siniestro creador de la propaganda moderna, “no se comunica para decir algo, sino para producir un efecto”. Una cosa está clara: no es eso de lo que se trata el periodismo.
Por Patricio López