El profesor de filosofía del derecho internacional Danilo Zolo invita a revisar la noción de “intervenciones humanitarias” que justifican como un deber moral intervenir militarmente para resolver crisis internas de países. Desde Yugoslavia a principios de los ’90 tal argumento permite a Estados Unidos y a las potencias europeas imponer su hegemonía económica, política y militar. Las “guerras humanitarias” han sido el preludio para las siguientes “guerras preventivas” contra Afganistán, Irak y Libia. El intelectual también nos invita a distinguir entre los procesos de globalización como tales y su administración política por las principales potencias del planeta y a plantearnos frente a la crisis de la democracia parlamentaria que hoy cede el paso a la “telecracia”.
Danilo Zolo es profesor de filosofía del derecho y de filosofía del derecho internacional en la Universidad de Florencia. Ha sido profesor visitante en las universidades de Cambridge, Harvard, Princeton y Oxford e impartió cursos en universidades en Argentina, Brasil, México y Colombia. En el año 2000 fundó Jura Gentium: Journal for Philosophy of International Law and Global Politics. Sus publicaciones incluyen: Reflexive Epistemology, Boston 1989; Democracy and Complexity, Cambridge 1992; Cosmopolis, Cambridge 1996; Invoking Humanity, Londres 2001; Globalization, Colchester 2007; Victors’ Justice, Londres 2009.
Primero Kosovo, después Libia y ahora tal vez Siria: La “guerra humanitaria se está convirtiendo en un paradigma consolidado que usted ha criticado desde su primera aparición como “subversión del derecho internacional”. ¿Por qué, según el título de un libro suyo, que es una cita de Pierre-Joseph Proudhon y Carl Schmitt, sucede que “Quienquiera dice ‘humanidad’ quiere engañar”?
– A principios de los años noventa la “intervención humanitaria fue un elemento clave en la estrategia internacional de EE.UU. Afirmaba que la “seguridad global” requería que las grandes potencias responsables del orden mundial sintieran que el principio westfaliano de la no interferencia en la jurisdicción interior de Estados nacionales era obsoleto. Por ello EE.UU. consideró que no solo tenía el derecho sino sobre todo un deber moral de intervenir con medios militares para resolver crisis internas en países individuales, en particular para asegurar el respeto a los derechos humanos.
La guerra iniciada por EE.UU. contra la República Federal de Yugoslavia –la guerra en Kosovo en 1999– estableció finalmente la práctica del intervencionismo humanitario. Por lo tanto la motivación humanitaria fue tomada explícitamente como una justa causa para una guerra de agresión. Y EE.UU. ha declarado que el uso de la fuerza por razones humanitarias es legítima, aunque esté en contraste con la Carta de las Naciones Unidas, los principios del estatuto y el juicio del Tribunal de Núremberg, así como el derecho internacional en general.
Frente a esta sangrienta subversión del derecho internacional, la reacción del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fue de sustancial inercia y subordinación, si no complicidad categórica con las potencias occidentales. En realidad se impuso la pena de muerte a miles de ciudadanos yugoslavos sin tener en cuenta ninguna investigación de su posible culpabilidad.
Miles de personas inocentes han muerto en bombardeos terroristas de aviones estadounidenses, británicos e italianos. El militarismo humanitario de las potencias occidentales condujo a un colapso del orden internacional. Por lo tanto la doctrina y la práctica de la “guerra humanitaria” fueron el primer paso hacia el uso sistemático de la fuerza militar por una superpotencia “imperial” que se proponía y se sigue proponiendo imponer su hegemonía económica, política y militar a todo el mundo por medios terroristas. Por ello, las “guerras humanitarias” han sido el preludio para las siguientes “guerras preventivas” contra Afganistán, Irak y Libia. Por lo tanto el aforismo de Pierre Proudhon, posteriormente utilizado por Carl Schmitt, “Wer Menschheit sagt will betrügen” (Quienquiera dice ‘humanidad’ quiere engañar”), vuelve a confirmarse.
La Declaración de Bangkok de 1993 opuso los “valores asiáticos” a la concepción universalista de derechos humanos difundida desde Occidente. Se argumentó que la universalidad de los derechos humanos es una suposición racional que solo tiene sentido al referirse a la tradición liberal occidental. ¿Es por ello solo una ideología entra otras?
– En 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos otorgó a todos los seres humanos una serie de derechos individuales, incluido el “derecho a la vida”. Esperaban erradicar las violentas prácticas del pasado y borrar para siempre la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Pero la formalización de derechos humanos básicos, incluido el “derecho a la vida” no logró los resultados esperados. En particular, en recientes décadas ha habido fenómenos como la masacre de miles de soldados y de inocentes civiles, el bombardeo de ciudades completas y el asesinato sumario de cientos de personas supuestamente responsables de actos terroristas.
Todo esto prueba, a mi juicio, que el proceso de globalización tiende a contradecir los principios afirmados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y tiende a destruir el principio mismo del “derecho a la vida”. Por lo tanto la Declaración de Bangkok que opuso “valores asiáticos” al universalismo occidental no es infundada.
Como prueban informes de Amnistía Internacional, la violación de los derechos humanos ocurre en crecientes proporciones. Afecta a una gran cantidad de Estados, incluidos todos los Estados occidentales. Organismos y agencias que deben velar por el respeto a los derechos humanos –primordialmente el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas– carecen de todo poder ejecutivo. Y sistemáticamente sus decisiones se ignoran y se dejan de lado.
Hay que pensar en los crímenes cometidos por EE.UU. en Abu Ghraib, Bagram, Guantánamo, Faluya, fuera de los cometidos por Israel en los territorios palestinos, particularmente en Gaza y en la masacre de diciembre de 2008 a enero de 2009. Los responsables de esos crímenes han gozado y siguen gozando de la más absoluta impunidad, gracias a la connivencia del Tribunal Penal Internacional en La Haya. Luigi Ferrajoli escribió con autoridad: “La era de los derechos humanos es también la era de su más masiva violación, donde la desigualdad es más profunda e intolerable”.
Se necesitan muy pocos datos para confirmar dramáticamente que el sol se pone sobre la “Era de los derechos” en la era de la globalización. La Organización Internacional del Trabajo calcula que 3.000 millones de personas viven ahora bajo la línea de pobreza, fijada en 2 dólares diarios. John Galbraith, en el prefacio al Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas en 1998, documentó que un 20% de la población del mundo se apodera de 86% de todos los bienes y servicios producidos a escala mundial, mientras el 20% de los más pobres solo consume 1,3%. Hoy en día, después de casi 15 años, esas cifras han cambiado para peor: El 20% más rico de la población consume un 90% de los bienes producidos, mientras el 20% más pobre consume 1%. También se calcula que un 40% de la riqueza del mundo es de propiedad del 1% de la población mundial, mientras las 20 personas más ricas del mundo poseen recursos iguales a los de los mil millones de gente más pobre.
Críticos del mundo occidental dicen que EE.UU. utiliza su influencia sobre la ONU para transformarla en un instrumento de su poder. ¿Piensa que es un argumento creíble?
– No me cabe duda de que EE.UU. utiliza su poder absoluto militar y nuclear para influenciar las decisiones políticas y militares del Consejo de Seguridad de la ONU. Después del colapso de la Unión Soviética, EE.UU. se convirtió en la única autoridad capaz de controlar o impedir las decisiones del Consejo de Seguridad. Por otra parte, EE.UU. toma decisiones que infringen seriamente la Carta de la ONU sin siquiera tomar en cuenta las provisiones de la Carta. Basta con pensar en las guerras declaradas y realizadas por EE.UU. contra países como Serbia, Afganistán, Irak y Libia sin la menor reacción de los Estados miembros del Consejo de Seguridad.
Usted escribió que es escéptico respecto a intelectuales a los cuales Hedley Bull llamó, con un asomo de ironía, globalistas occidentales (Richard Falk, David Held, Ulrich Beck, Zygmunt Bauman, Juergen Habermas). ¿Por qué no cree que un gobierno del mundo sería el único antídoto para la guerra?
– La idea de un gobierno del mundo que pueda asegurar la paz en el mundo es un concepto vacío de contenido. No tiene sentido porque, ante todo, un gobierno del mundo debería expresar la voluntad de todos los países del mundo mediante un parlamento universal, jerárquico y unipolar, en el cual las grandes potencias deberían vivir lado a lado con los países más pobres. No tiene sentido porque los llamados países del BRICS – Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– están emergiendo para competir con las principales potencias occidentales, eliminando cualquier posibilidad militar-política-económica de un pacifismo cosmopolita. Un gobierno del mundo, de continuidad con las instituciones internacionales existentes e inspirado por un modelo cosmopolita, sería necesariamente un Leviatán, despótico y totalitario, y se opondría a la propagación del terrorismo mediante el uso generalizado de armas.
Usted no cree, como Pierre Bourdieu, que la globalización es solo retórica capitalista. Usted la define también como un cambio en las relaciones humanas determinado por la revolución tecnológica. ¿Cuál es a su juicio, el aspecto positivo de la globalización?
– No estoy de acuerdo con Bourdieu, quien niega la necesidad misma de utilizar el término “globalización”. Desde mi punto de vista, la globalización muestra aspectos muy diferentes. Por una parte, pienso que deberíamos rechazar firmemente la retórica occidental de globalización que la convierte en la principal ruta hacia la unificación de la humanidad, y al advenimiento de la ciudadanía universal. Al mismo tiempo, tiendo a desconfiar de las posiciones radicalmente escépticas que explican la globalización como retórica capitalista.
No niego la retórica y no subestimo la manipulación ideológica. Sin embargo, argumento que la retórica y la ideología se desarrollan desde algunos fenómenos empíricos de los cuales sería muy miope ignorar la innovación y relevancia.
En este sentido, la bien conocida propuesta de la definición de Antony Giddens, a mi juicio, identifica un elemento que tenemos que aclarar: Lo que llamamos globalización es de muchas maneras el resultado de una serie de compresiones de espacio y tiempo, originadas por la gran reducción del tiempo y del coste en el transporte y las comunicaciones, y la eliminación de muchas barreras (ciertamente no todas) en el movimiento internacional de bienes, servicios, capital y conocimiento. Sostener que el proceso de globalización es irreversible no significa que se considere cómo un fenómeno natural o el resultado de que “fuerzas anónimas” aleatorias y desordenadas operen en una “tierra de nadie nebulosa y encenagada”, como escribe Zygmunt Bauman. Por otra parte, Luciano Gallino tiene toda la razón cuando dice que los resultados políticos, comunicacionales y económicos de la globalización corresponden a un proyecto diseñado y construido conscientemente por las principales potencias del mundo y las instituciones internacionales que controlan. Por ello es necesario distinguir, como argumenta Joseph Stiglitz, entre los procesos de globalización como tales y su administración política por las principales potencias económicas y políticas del planeta. Y esa administración no puede ser considerada de ninguna manera “irreversible”.
Su próximo libro, que está a punto de ser publicado por Laterza en Italia llevará el título Democracy without a Future. ¿Piensa que nuestro futuro será verdaderamente muy sombrío?
– No cabe duda, a mi juicio, de que en Occidente las instituciones que llamamos “democráticas” están en serio peligro, especialmente en Europa e Italia. La soberanía política y legal de las naciones Estado ha sido considerablemente debilitada, mientras la función de los parlamentos es limitada por el poder de burocracias públicas y privadas, incluyendo la burocracia judicial y los tribunales constitucionales. Al mismo tiempo, el poder ejecutivo tiende a asumir una función hegemónica sin tomar en cuenta la división de poderes que ha sido el sello distintivo del Estado constitucional europeo continental y del Estado de derecho anglo-estadounidense.
La democracia parlamentaria cede el paso a la “telecracia”. Los canales de televisión públicos y privados son instrumentos muy efectivos de propaganda política. Como señaló Norberto Bobbio, el enorme poder de la televisión ha causado un cambio de rumbo de la relación entre ciudadanos que controlan y ciudadanos que son controlados. La minoría limitada de representantes elegidos controla a las masas de votantes y no viceversa. Por ello estamos en un régimen al que no es retórico calificar de “tele-oligarquía post democrática”, en el cual la vasta mayoría de la gente no “escoge” y no “elige” sino ignora y obedece.
Cientos de miles de jóvenes, mujeres y ancianos no tienen trabajo, ni siquiera los más insignificantes, y viven en la pobreza. ¿Significa que nos espera un mañana “muy sombrío”? No es fácil responder esa pregunta. Lo que parece absolutamente seguro es el progresivo debilitamiento de las funciones políticas y económicas de Estados individuales y la dominación de algunas elites económicas y políticas que sirven intereses privados intocables. Es la así llamada “nueva clase capitalista transnacional” que domina los procesos de globalización desde la punta de torres de vidrio en ciudades como Nueva York, Washington, Londres, Frankfurt, Nueva Delhi, Shanghái.
*Editor de noticias del mundo del diario italiano La Stampa.