Estaba gran parte del empresariado reunido en Casa Piedra cuando el ex ministro del Interior de Piñera, Andrés Chadwick, les aseguró que la actual administración no avanzaría en reforma de la constitución de Pinochet alguna, iniciado tibiamente con un Proyecto de Nueva Constitución enviado al Parlamento por Bachelet en las horas previas al término de su mandato. El anuncio de Chadwick a los empresarios fue en el foro “¿Cómo viene el 2018?”, organizado por Icare el 15 de marzo de 2018, el que fue respondido por un estruendoso aplauso de parte de la oligarquía chilena. Tres años después y con el más grande estallido social en décadas y una epidemia de Covid-19 que empujó aún más la crisis económica del neoliberalismo globalizado, a seis meses del fin del segundo mandato de Piñera, se están eligiendo los integrantes de la Convención Constitucional que diseñará una nueva carta magna para Chile.
La elección de constituyentes fue fruto del movimiento surgido tras el estallido social de octubre de 2019. En aquella oportunidad el alza de precios del pasaje de metro chocó de frente con una movilización que venían desarrollando los estudiantes secundarios de los colegios del centro de Santiago a la que los medios no dieron gran cobertura y el propio gobierno ni consideró. Tras el salto de los torniquetes por los estudiantes, se sumaron sus padres y abuelos concitando varios días de una revuelta que tuvo al gobierno a punto de caer y que culminaron con la manifestación más grande que atravesó Chile en las últimas décadas convocando a millones en varias ciudades y pueblos el viernes 25 de octubre de ese año.
Ese día Chile despertó. Y ya nada volvería a ser igual.
El inmovilismo y el vacío de contenidos promovidos durante décadas por los matinales y programas para adolescentes, dio paso a la impugnación. El malestar se transformó en la sensación de décadas de abuso. Los abuelos con sus jubilaciones miserables, las trampas de las operadoras telefónicas, el costo de la educación más alto que varios países europeos. Todas las generaciones estaban siendo esquilmadas por un modelo generador de riqueza para el bolsillo de lo que la Fundación Sol ha detectado reciente que no son más de 8.900 individuos que acumulan un patrimonio pér cápita promedio de US$ 12,8 millones.
Se vieron imágenes como los abuelos que tras años encerrados por el miedo, la ausencia de espacios de socialización y pegados a la tele todo el día, salieron a las calles a saludar a los jóvenes que marchaban. Hubo manifestaciones en Apoquindo paradas con tanques del Ejército, más de 300 supermercados fueron saqueados en sólo una noche en las periferias de decenas de ciudades y en La Serena se derrumbaba en las primeras horas la estatua del conquistador español Francisco de Aguirre, iniciando así una nueva época de impugnación de símbolos coloniales y patriarcales. Una adolescente comentaba en una red social que como no iba a salir a protestar si desde niña creció con la angustia de como la abuela había olvidado de pagar una última cuota a Hites, casi le embargaron hasta el gato.
EL ACUERDO TRAS BAMBALINAS
Del primer asombro y perplejidad antes las masivas protestas, la búsqueda de culpables en bandas de jóvenes coreanos o imaginarios infiltrados venezolanos y la declaración de un estado de guerra, el gobierno de Piñera movió las fichas del Partido del Orden, convocando a toda la derecha, los partidos integrantes de los gobiernos de la post-dictadura y hasta Revolución Democrática y a Gabriel Boric por la izquierda, para promover un acuerdo nacional que planteó la realización de una Convención Constituyente. El acuerdo fue pergeñado entre gallos y medianoche por un gobierno a punto de caer (se había dado orden de desalojar el palacio de gobierno una de esas noches) y una clase política consciente de que la ola era tan grande que también se los llevaba a ellos. Sin embargo, el salvavidas del gobierno de Piñera y de la clase política, abrió la posibilidad de cambiar la pesada herencia dictatorial y con el correr de los meses, los sectores críticos no dejaron de valorar las oportunidades de cambio que podía significar.
A diferencia de las constituciones anteriores redactadas o por la oligarquía decimonónica, la aristocracia de principios del siglo XX o la dictadura de Pinochet, con su Constitución de 1980, en esta oportunidad la sociedad chilena asiste a la posibilidad real de poder redactar una Carta Magna como nunca antes en toda la historia republicana. Como varios analistas han destacado el proceso tiene características que lo hacen inédito en el mundo, como la paridad exigida que garantiza un 45% de participación de mujeres y la presencia de los pueblos indígenas, los que tendrán 17 escaños reservados.
Sin embargo, al igual que los pactos secretos de la transición que garantizaron la impunidad de Pinochet y la mantención de su modelo económico, el proceso constituyente viene con amarres. Mantiene las condiciones establecidas por la dictadura en leyes fundamentales del modelo pinochetista, la que exige una mayoría de dos tercios para su aprobación. Dicho porcentaje es el salvavidas de la derecha para desarmar y dispersar los anhelos que empujaron la más grande movilización de la sociedad chilena en medio siglo. En su estrategia de gatopardismo cuentan con el apoyo de tener un voto disciplinado.
De igual forma, dada la cantidad de candidatos a diferentes cargos, además de los integrantes de la constituyente, en las próximas horas asistiremos a que pese a la anunciada derrota de la derecha, sus rostros saldrán a mostrar los resultados como un triunfo para el sector, con la obsecuente cobertura de los medios de comunicación, enterrados a su vez en una crisis profunda de credibilidad y falta de creatividad en sus pautas diarias.
LO QUE ESTÁ Y LO QUE SE VIENE
Una primera constatación es que el movimiento social en Chile existe. Si por décadas su diversidad fue explotado por las grandes agencias mediáticas como una forma de atomización, la historia común ha pasado por todas las diversidades, marcando a generaciones con una educación deficitaria privatizada en su mayoría y cara, un sistema sanitario precarizado, la mercantilización a precios estratosféricos de la vivienda y, por sobre todo, la promesa de que hagas lo que hagas cuando viejo tendrás una pensión que te condena a ser pobre.
La ilusión vendida para el pobre de que con esfuerzo y obediencia al patrón se ‘ascendía socialmente’ o los llamados a ser creativos y emprendedores a los jóvenes profesionales promovidos por los medios del consenso neoliberal, chocan estrepitosamente con generaciones completamente endeudadas, viviendo en casas de los padres una gran mayoría y con trabajos precarizados.
De nada sirvieron los cerrojos institucionales, el haber vuelto la política un bostezo y el control hegemónico de los medios de comunicación. No olvidemos que hace menos de una década y durante varios años, el grupo Penta financiaba no sólo al partido del pinochetismo más duro (la UDI), sino que también al principal noticiario de la televisión pública chilena (TVN). En tanto, el matinal de cada día del canal estatal era dirigido por uno de los principales publicistas del mismo partido.
Al igual que el plebiscito que abrió la transición pactada entre la Concertación y la dictadura, en el referéndum que confirmó el vencimiento de la Constitución de 1980, se manifestó que gran parte de las multitudes desea sepultar el modelo neoliberal que ha saqueado Chile en las últimas cuatro décadas. Y esta vez por una amplia mayoría.
LA DISPERSIÓN DE LOS CANDIDATOS
La Convención Constitucional será integrada por 155 miembros, quienes serán los encargados de escribir la nueva constitución. Además se eligen por primera vez gobernadores regionales, cargo hasta entonces a discreción del Ejecutivo, y se renuevan los alcaldes y concejales de las 346 administraciones comunales.
La ampliación de los espacios de participación anhelada en las movilizaciones que se realizan desde 2019, se expresa también en la cantidad de candidatos a los distintos cargos en disputa. Para las cuatro elecciones hay 16.730 competidores, de los cuales 1.468 apuestan por un puesto en la Convención Constitucional.
En el proceso eleccionario en curso esa gran mayoría ciudadana se enfrenta a la dispersión entre una lista del pacto de los partidos de centro-izquierda de la ex Concertación (Unidad Constituyente); una alianza entre los comunistas con el Frente Amplio y una gran gama de independientes que corren en listas juntos y por separados.
El rechazo a los partidos políticos ha producido gran cantidad de postulantes independientes. Se calcula que el 40% de los candidatos no militan en partidos políticos.
Una vez electos los constituyentes, tendrán nueve meses para presentar una propuesta constitucional, el que puede ser ampliado por otros tres meses más. Una vez consensuado y votado el texto, se someterá a un plebiscito de aprobación o rechazo.
La derecha al ir en una sola lista está potenciada, pero de igual forma enfrenta el desenmascaramiento ante las multitudes de sus principales líderes, defensores férreos del modelo neoliberal y de la herencia patriarcal de la dictadura.
Las esperanzas están puestas en que se repita la participación del plebiscito realizado en octubre de 2020, cuando la participación fue de un 50,9%, la más alta desde la existencia del voto voluntario, en 2012. En la elección presidencial anterior (2017), Piñera fue electo con una abstención del 50,98%.
Si en las pasadas presidenciales quienes fueron a votar confiaron en la falsa narrativa de que sólo la derecha hace funcionar la economía (de carácter rentista, especulativo y basado en el endeudamiento de quienes habitan en Chile), el declive económico que antecedió la protesta social iniciada en 2019 y el Covid-19, están demostrando que tener un Estado mínimo, repartidor de focalizaciones, han conducido a la crisis social y económica más grande del último siglo.
Al descalabro ideológico del modelo neoliberal se ha sumado el papel de enterrador del modelo de Sebastián Piñera, quien al concebir lo público y el manejo del Estado como un gallito ante otros inversionistas, ya sean más pobres o faltos de información privilegiada, ha ayudado junto a su gabinete y su red de asesores, a empujar el fin del modelo. Las paradojas de la historia, es que uno de los grandes beneficiados con el modelo económico y de sociedad instaurado por la dictadura, será su enterrador.
¿Habríamos llegado a este punto de haber ganado la elección el candidato de la socialdemocracia?
Mauricio Becerra R.
@kalidoscop