Las encíclicas comenzaron a tomar otro papel diferente: ya no se trataba del poder temporal como fin en sí mismo, sino como autoridad pretendidamente espiritual en consonancia con el desarrollo capitalista. Y detrás múltiples negocios que harían de la Iglesia un lugar de convenio para las hegemonías, que pasaron de ser meramente locales a globales e imperiales.
Y fue en esto último que la continuidad de la legitimidad de la Santa Sede católica se hizo incólume durante siglos. De las bulas papales, que trazaban y adjudicaban territorios americanos a terceros sin mayor conocimiento que la visión de Dios, a las «mediaciones» de conflictos entre potencias industriales en pugna hay un sentido común: el Papa reza siempre y mueve sus hilos por el eje imperial hegemónico.
Desde la culminación del periodo de la Inquisición hasta los primeros años de la guerra de Crimea (1853-1856) el Papado no se manifestaba en favor o en contra de potencia alguna, sino que se movía entre catedrales y castillos, conventos y universidades para moldear ideológicamente cortes y bancos, y trazaba intereses mutuos de poder. La Santa Sede, al ver su poder fáctico desplazado por las burguesías europeas, decidió tomar el camino de las alianzas financieras. Tanto así que en las primeras décadas del siglo XIX otorgó a la Casa de los Rotchschild el título de Guardines del Tesoro Papal. Se cuenta que el líder de esta dinastía especuladora era de los pocos que no debían hincarse ante los pies del Papa en el momento del saludo y que podía entrar a sus aposentos sin tocar la puerta, sin que estos fueran afrentas y faltas de respeto ante el trono de Pedro.
En el rediseño de su papel ante la historia occidental en desarrollo, el Papa ya no razonaba las decisiones estratégicas del mapa global, aunque fomentara y echara una ayudadita a quienes sí habían conquistado ese poder entre sus manos.
Empujoncito al dominio industrial del siglo XIX
El primer gran conflicto que los grandes capitalistas europeos del siglo XIX decidieron emprender fue contra la Rusia zarista de los Románov, en lo que se llamó la Guerra de Crimea. Pío IX era el Papa en aquel momento, quien tomó partido por el eje que lo financiaba: Gran Bretaña, Francia, el Imperio otomano y el Reino de Piamonte y Cerdeña, estos últimos ducados en los cuales la Santa Sede poseía influencias directas con tenencia de tierras y finanzas invertidas en sus cortes.
El proceso incómodo de la guerra por parte de Rusia hizo que claudicara ante el Tratado de París en marzo de 1856. Perdió territorio en las inmediaciones del Danubio y en zonas estratégicas donde el zarismo ejercía de gendarme en la entrada oriental de Europa. Fue aplastada por las maquinarias industriales inglesa y francesa, que empezaba a dar sus frutos en los campos de batalla frontales, pero sobre todo fue derrotada, como dice Andréi Fursov en una entrevista, porque «por primera vez esa coalición de Estados estuvo apoyada por estructuras transnacionales. Y Rusia no tenía un arma para hacerle frente». Esto contribuyó al primer proceso de «balcanización de los Balcanes», como sugieren algunos historiadores, ya que se empezaron a refundar algunos ducados en Estados vasallos de los grandes poderes europeos.
En ese proceso de construcción de nuevos Estados, a los que el imperio zarista se enfrentaba directamente, aún con las armas, el papa Pío IX ordenaba que se rezara en favor de polacos católicos por sobre la Rusia ortodoxa, y establecía patriarcas en zonas donde había tradición santa por parte de la Iglesia oriental: el corredor espiritual y de peregrinación que atravesaba el Cáucaso, Anatolia, Siria hasta Palestina, esta última tierra natal de la cual no se sentían extranjeros los cristianos rusos. El poder espiritual de la Santa Sede, cuadrada con las potencias de Europa, empezaba a tomar su papel en beneficio de la industria capitalista hegemónica.
El «Papa de Hitler» fue un operador especial para el Tercer Reich y la CIA
No basta rezar
Los que se sentaron en el trono de Pedro en la primera mitad del siglo XX fueron protagonistas de segunda y tercera línea en la reconfiguración global en ejercicio del imperialismo. La guerra que estalló en 1914 definió el escenario europeo, y Benedicto XV no pudo hacer más que rezar. No tuvo mediación ninguna ante el conflicto, que lo llamó «el suicidio de la Europa civilizada», por lo que sirvió de tonto útil en el periodo de entreguerras. Buscó, por la vía diplomática, reforzar el puesto de la Santa Sede en toda Europa, minada de naciones capitalistas en vigor y fascismos emergentes. Los concordatos no se hicieron esperar para que cardenales y obispos pudieran ejercer cargos administrativos en las políticas regionales y mantener alianzas financieras con los Rotchschild de limitado patente de corso.
Se le conoce a Benedicto XV como un Papa que hizo de todo por la paz, pero ésta era un concepto que sólo era legado para los cristianos católicos que juraban fidelidad a la Santa Sede. Su sucesor, Pío XI, buscaría la mejora posicional de la Iglesia con mayor cantidad de encíclicas y concordatos, hasta llegar al acuerdo de poseer una jurisdicción territorial propia: la ciudad del Vaticano vería la luz en connivencia la Italia fascista de Benito Mussollini, a quien este Papa lo calificó como «un hombre de la Providencia». Asimismo, el 20 de julio de 1933 Pío XI fue nombrado por el cardenal alemán Faulhaber como «el major amigo de los nazis», al firmar un Concordato especial con el Tercer Reich que impuso el Código de Derecho Canónico en Alemania. Meses después habría diferencias en cuanto al derecho político de los católicos en razones de Estado, pero el anticomunismo del Papa y los nazis los hacía aliados.
Ante la arremetida nazifascista, y con el comienzo de la Segunda Guerra que ordenaría una vez más el mundo, el cual terminó en dos bloques antagónicos ya conocidos por el relato común de la historia, la Santa Sede volvió a hacer un silencio entre tímido y sepulcral para encuadrarse con el victorioso final de Occidente. El Concordato imperial firmado por el ejecutivo del Vaticano y el Tercer Reich, aún vigente en parte, y su furibundo anticomunismo, hizo de Pío XII conocerse entre historiadores contrahegemónicos como el «Papa de Hitler».
Las pruebas evidencian que, más allá de las tramas ilegales y los silencios filofascistas de este Papa, organizó junto a Montini (el próximo papa Pablo VI y hombre de confianza tanto de alemanos como de norteamericanos) y el obispo Alois Hudal las llamadas Ratlines, lo cual puso a prueba el despliegue de inteligencia del Vaticano. «Para ello puso a cooperar a toda la Iglesia romana, a los miembros de las órdenes en primer lugar, así como a los seglares, en todos los países, incluyendo Francia, en esta obra prioritaria de salvamento de los Touvier que habían bañado en sangre la Europa ocupada (30.000 contando únicamente a los que escaparon gracias a la red del padre Draganovic); albergó en los palacios del Vaticano a ilustres «refugiados», entre ellos ex-ministros de monseñor Tiso, como Karel Sidor, autor de la legislación antijudía de la Eslovaquia «autónoma» anterior a marzo de 1939. (..) La energía que desplegó Pío XII para salvar a los verdugos para reciclarlos en sus propios países o enviarlos del otro lado del océano (pasando por Génova gracias a su arzobispo Siri) es otro elemento indiscutiblemente acusatorio contra «el Papa de Hitler»», cuenta Annie Lacroix-Riz.
Juan XXIII o el concilio con el mundo emergente
Era inevitable tornar la mirada a hacia lo que acontecía en plena Guerra Fría: el mundo occidental bailaba al ritmo del imperialismo transnacional mientras el otro bloque, liderado por la Unión Soviética y la China revolucionaria, resistía los embates del enemigo. Entre las batallas sigilosas y agentes secretos, las amenazas e invasiones de facto en países estratégicos y el alerta de una posible guerra nuclear (mención especial: la crisis de los misiles en Cuba), el Sumo Pontífice del momento, Juan XXIII, buscaba una conciliación en medio de la tormenta.
En 1959, mismo año de la toma de La Habana por parte del Movimiento 26 de Julio, anuncia el Concilio Vaticano II, una reforma que tocaba algunas estructuras dentro de la Iglesia. Se cuenta entre las consecuencias de la reforma el desarrollo y auge de la teología de la liberación, quien tuvo representantes importantes en figuras como Camilo Torres Restrepo (ELN colombiano) y Ernesto Cardenal (FSLN nicargüense) que izaran la bandera socialista bajo el condimento de lucha armada guerrilera.
El papel de este Papa ante la historia fue darle un lugar en la estructura eclesiástica a diversas manifestaciones de la fe católica, para que no desarmar el mamotreto que se distendía y no representaba el conjunto de sus fieles. Los pobres de América Latina y África empezaron a ser nombrados en los discursos papales, de los cuales los posteriores líderes de la Iglesia tomarían la actitud populista aun con la opulencia histórica característica de la Santa Sede. El conservadurismo popular se convirtió en tónica regular.
La alianza Vaticano/EEUU organizó la caída del mundo soviético
La diplomacia destituyente en plena Guerra Fría
Pablo VI fue quien inauguró el plan de viaje global por parte del Papado, en consonancia con los nuevos tiempos tras el triunfo del imperialismo luego de 1945. Nombró obispos sin permiso de los Estados en todo el mundo, lo cual hizo fundar estructuras en todos los países de América Latina. Otra vez el rezo y el silencio sepulcral fueron la tónica durante toda la Guerra Fría y la instauración de dictaduras que formaban parte del Plan Cóndor por retazos de poder institucional. El libro El Silencio de Horacio Verbitsky cuenta la complicidad de las instituciones eclesiásticas con la Junta Militar en Argentina desde sus inicios. Este ejemplo de regadío católico por todo el mundo era el juego de la Iglesia detrás de la cortina, y en eso consistió su despliegue diplomático.
Tras la muerte súbita de Juan Pablo I, sospechosa de conspiración desde los mismos pasillos del Vaticano, quien asumiría como elemento destituyente en las entrañas de Europa fue el polaco Karol Wojtyla, conocido como Juan Pablo II. Los tres grupos más influyentes Santa Sede adentro (la Compañía de Jesús, el Opus Dei y la Orden de Malta) apoyaron la ascensión de Wojtyla a la más alta jerarquía, a la par que Zbigniew Brzezinski, el actual cerebro geopolítico de Obama, tomaba las riendas de la Seguridad Nacional (e Internacional) para tratar de derrocar el bloque soviético.
La alianza Vaticano/Departamento de Estado gringo sirvió para organizar y respaldar clandestinamente el sindicato Solidarnosc, ente clave en el derrocamiento del Gobierno comunista en Polonia, cuyo líder fue Lech Walesa, quien fungió de presidente del país luego de la caída del muro de Berlín. El papel de Wojtyla, junto a su mano derecha (en doble sentido) Joseph Ratzinger (próximo Benedicto XVI), de ayudar a desmontar «diplomáticamente» la Unión Soviética iba de la mano con su gira papal por Centroamérica, en donde intentó implosionar a la Nicaragua sandinista sin éxito, como cuenta Ernesto Cardenal, entonces ministro de Cultura de la revolución.
Su pontificado duró 27 años, los cuales repartió en crear una aceitada estructura mediática acorde a sus necesidades anticomunistas, redactar innumerables encíclicas y beatificar y santificar a diestra y siniestra. Su popularidad estuvo a la altura de su poder «diplomático», más su fervor por el fraude financiero: convirtió al Banco del Vaticano como una maquila para blanquear dinero proveniente del narcotráfico, el tráfico de armas y estafas bancarias provenientes de bolsillos imperiales como los Rotchschild y los Rockefeller.
Agenda progre y escisión latinoamericana
Debido a la imagen ultraconservadora de Benedicto XVI, la victoria progresiva de los bloques soberanos en América Latina (Alba, Unasur, Celac, Petrocaribe) y el quiebre del Banco del Vaticano, Jorge Mario Bergoglio entró al foco principal del mundo católico-occidental con otros objetivos diplomáticos, con un discurso progre de salvación del medio ambiente a la WWF.
Al tomar las riendas de la Iglesia, lo primero que hizo el papa Francisco fue salvar el Banco del Vaticano según la dirección financiera de Deutsche Bank y JP Morgan.
Asimismo, la reunión con Barack Obama no se hizo esperar, en lo que culminó en un pacto, denunciado por Eduardo Febbro en Página 12, para que el Vaticano fungiera de mediador entre EEUU y Cuba. Tanto Raúl Castro como el presidente norteamericano agradecieron las acciones de Bergoglio para calmar ciertas aguas bilaterales.
Bergoglio entra a minar la unidad latinoamericana
Henry Kissinger, en su libro Diplomacia, en vista del nuevo orden mundial que acontece desde la década de 1990, habla de crear un consenso moral, es decir, de un equilibrio de poder para que dentro del dominio establecido no haya disenso interno alguno. Lograr este objetivo, God bless America mediante (así terminó sus discursos en su gira por EEUU, como los termina cada presidente de esa nación), es lo contemplado por la diplomacia de Bergoglio.
Desde Misión Verdad se había anunciado que el papa Francisco entra a minar la unidad latinoamericana. Para ello se vale de un tejido burocrático regional que fue replanteado al comienzo de su papado, y que el mismo Bergoglio conoce al dedillo debido a sus años como Obispo de la Arquidiócesis de Buenos Aires.
El cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Madariaga celebró en su momento el golpe de Estado que destituyó a Manuel Zelaya, y en enero de 2014 declaró ante la prensa mundial que en América Latina padece de «fatiga democrática». «¿Cuándo vendrá la primavera latinoamericana?», dijo en relación a la «primavera árabe» que no cesa de la invasión a Irak, pasando por Afganistán, la destrucción otanista de Libia y la confrontación terrorista contra Siria. Los formatos de guerra híbrida se adecuan a las condiciones de los pueblos a tasajear, y el también arzobispo de Tegucigalpa plantea desde hace tiempo el escenario que sirvió en Honduras para la toma directa del poder por parte de la oligarquía local de su país.
Los episcopados, de la mano del Vaticano, no se han pronunciado ni a los intentos de revolución de color en los países clave de la unidad latinoamericana (en específico, casos Ecuador y las guarimbas de 2014 en Venezuela), mucho menos en torno a la desmontada Operación Jericó en febrero y sobre el Decreto Obama.
El actual secretario del Vaticano, Pietro Parolin, fungió de nuncio apostólico en Venezuela durante el mandato de Benedicto XVI, y de quien se conoce que tiene excelentes relaciones con la Conferencia Episcopal venezolana, evidente opositora de la Revolución Bolivariana y partícipe del golpe de Estado de 2002.
Otro dato que aporta Febbro en su investigación sobre el pacto entre Obama y Bergoglio: «Los experimentados diplomáticos de Roma se aunaron ahora a un ciclo secreto de negociaciones con enviados especiales de Cuba y varios consejeros de la nueva generación venidos desde Washington. (…) uno de los hombres clave de esta ronda, Ricardo Zúñiga, nombrado por Obama en 2012 consejero en Asuntos Latinoamericanos en reemplazo de Dan Restrepo. Zúñiga nació en Honduras, en 1970, y emigró a Estados Unidos a los 4 años». El mismo Ricardo Zúñiga que Thierry Meyssan nombra como el responsable de la Operación Jericó para derrocar al Gobierno Bolivariano del presidente Nicolás Maduro.
Cuenta el investigador e intelectual francés: «Era el 6 de febrero de 2015. Washington terminaba de planificar el derrocamiento de las instituciones democráticas de Venezuela. El golpe de Estado estaba planificado para el 12 de febrero. La «Operación Jericó» contaba con la supervisión del Consejo de Seguridad Nacional (NSC), bajo la responsabilidad de Ricardo Zúñiga. Este «diplomático» es el nieto de otro Ricardo Zúñiga, el presidente del Partido Nacional de Honduras que organizó los golpes militares de 1963 y de 1972 a favor del general López Arellano. El Ricardo Zúñiga que ahora trabaja en la Casa Blanca dirigió desde 2009 hasta 2011 la estación de la CIA en La Habana, donde reclutó agentes y los financió para fabricar una oposición contra Fidel Castro a la vez que negociaba la reanudación de las relaciones diplomáticas con Cuba, finalmente anunciada en 2014″. Negociación en la que estuvo de mediador el papa Francisco, lo sabemos.
Las giras papales por América Latina no son inocentes de cierta diplomacia destituyente, como sucedió durante los anteriores mandatos de la Santa Sede. Las vinculaciones del Departamento de Estado gringo y la CIA con el Vaticano son ineludibles, y quien piense que el papa Francisco no está exento de recibir órdenes imperiales, que no tiene un papel político definido en beneficio del 1%, se ha ahogado en un mar de inocencia.
via MisionVerdad