En algunos, como Bolivia o Ecuador, el neoliberalismo descansa como testimonio histórico. El modelo de libre mercado fue en no pocos territorios la última vuelta de tuerca del capitalismo extremo, reemplazado por sistemas políticos y económicos que vuelven a colocar como piedra angular los derechos ciudadanos, la democracia participativa y la inclusión social. Un proceso que no ha sido fácil, pero que ha logrado instalarse, no sin tensiones y enfrentamientos, y que avanza hacia su consolidación.
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Estuvo unas horas en Chile el vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Alvaro García Linera. Con una apretada agenda para recibir el título de doctor honoris causa de la Universidad Arcis, presentar un nuevo libro, así como sostener reuniones y entrevistas, García Linera dio una clase magistral en el Salón de Honor del ex Congreso Nacional sobre el proceso que en Bolivia condujo a la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Esto permitió en pocos años desinstalar el modelo neoliberal y dar inicio a una fase transformadora, aún en marcha, que integra los intereses y necesidades de los múltiples grupos y colectividades del país. Bolivia, al desarmar un modelo privatizador y excluyente, ingresó en un debate creativo que tuvo como resultado un proyecto colectivo propio de país basado en múltiples etnias, culturas, demandas, modos de vida y esperanzas. Esa multiplicidad modeló una nueva Constitución, sobre la que se levanta el Estado boliviano del siglo XXI.
Al escuchar a Alvaro García Linera se atiende a un proceso revolucionario. En pocos años y de manera pacífica Bolivia dio un vuelco a su dolida historia, al mutar una institucionalidad basada en la propiedad privada, el mercado y el comercio, similar a la chilena, a una construida sobre la democracia y el respeto a los derechos colectivos. Un salto inscrito en una nueva Constitución que ha reconocido los derechos de los pueblos originarios y ha recuperado como bien público los recursos naturales. Desde entonces, Bolivia ha logrado reducir de forma importante la extrema pobreza, incrementar varias veces el PIB per cápita y suavizar las escandalosas diferencias sociales.
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La historia de Bolivia no se diferencia mucho de la del resto de los países latinoamericanos. Las raíces del Estado republicano son compartidas así como sus efectos, expresados en oligarquías propietarias de los recursos naturales y marginación de los indígenas y pobres. Una historia que ha deambulado entre dictaduras militares para someter al pueblo al orden y la disciplina de las clases dominantes, gobiernos populistas de derecha y, más recientemente, la implantación de sistemas neoliberales como forma más blanda y compleja de dominación. Todos estos regímenes han tenido la finalidad de perpetuar un modelo excluyente y concentrador de la riqueza atado a la Constitución. “Bolivia ha seguido el mismo libreto. Pero a partir del año 2000 algo pasó. Algo rompió este esquema”, dice García Linera.
En pleno apogeo del modelo neoliberal, en medio de la fiebre privatizadora, se produjo un choque cultural. Por un lado el modelo de libre mercado asentándose y cavando profundo para colocar sus bases. Se hunde y se extiende y, como en el resto de la región, evoluciona hacia posiciones económicas cada vez más extremas. Por otra parte, están las comunidades indígenas, que observaban con inquietud y creciente rechazo cómo sus formas tradicionales de vida eran aplastadas por la corriente neoliberal. Esta tensión, esta penetración destructiva del mercado en prácticas tradicionales llevó a un choque entre dos posiciones contrapuestas.
LA CONCIENCIA INDIGENA EN EL MOVIMIENTO SOCIAL
¿Es algo particular de Bolivia? Para García Linera no lo es. La presencia indígena, aún cuando en Bolivia es más evidente, es una característica de todas las naciones latinoamericanas. “Desde la formación de Bolivia los pueblos indígenas estuvieron marginados, no eran ciudadanos de plenos derechos. Bolivia surgió a la vida republicana negando a sus indígenas, proceso que se extendió hasta finales del siglo XX y comienzos del XXI”.
La amenaza de sus formas de vida tradicionales fue el punto de partida de la emergencia del movimiento indígena. Sin embargo, a partir de entonces son muchos otros los grupos sociales que se levantan. “¿Cuál fue el punto de partida para que los trabajadores dispersos, los estudiantes universitarios, profesores, las comunidades campesinas se unieran a esta lucha? ¿Qué hizo que esas luchas dispersas en un momento determinado lograran fusionarse? Son preguntas que siempre nos hacemos los marxistas. Cuándo es el momento clave en que lo disperso se solidifica. Cuál es el momento en que la chispa enciende la pradera, como decía Mao”.
Es posible que en Bolivia la respuesta esté en la amenaza neoliberal contra las formas de vida tradicionales indígenas. Pero procesos similares han venido ocurriendo en otras latitudes latinoamericanas, en las cuales la chispa no ha surgido desde el movimiento indígena. Desde hace más de una década podemos sumar en América Latina procesos parecidos en Ecuador, en Venezuela, y de cierta manera también en Brasil y Argentina.
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En Bolivia fue la resistencia a los procesos de privatización, en especialmente de los servicios. Como en el resto de América Latina, en Bolivia se privatizaron durante las dos últimas décadas del siglo pasado los recursos naturales: el gas, el petróleo, los minerales, los transportes, el sistema eléctrico incluso, como en Chile; los sistemas de agua. Empresas que con esfuerzo había creado el Estado, pasaron a ser privadas. “Pero había algo público que no era estatal, los sistemas de agua, de riego campesino. Era lo público comunal. Entre la década de los 80 y 2000, en Bolivia se privatiza lo público estatal y a partir del 2000, se intenta pasar a una nueva oleada de privatizaciones, de lo público comunal, de los sistemas comunales antiguos, de control del riego, de uso del agua”.
Es en este momento cuando estalla de manera inesperada el movimiento indígena. Es la chispa que enciende la pradera, en tanto las luchas dispersas comienzan a registrar un proceso de articulación. “La resistencia surge en cada sector, en los profesores, obreros, estudiantes. Encuentran un denominador común, que es la lucha contra la privatización, la defensa de los recursos públicos en su modalidad comunal, social.
Todo el periodo neoliberal ha sido un tiempo de fragmentación, desmovilización, de precarización de la fuerza laboral. Pero había una especie de reserva que no había sido destruida, que era lo comunal, que se integraba en torno a los servicios básicos, a lo más vital”. Es a partir de este momento, explica Alvaro García Linera, que comienza a surgir un movimiento con nuevos dirigentes. “Entre 2000 y 2005 el protagonismo ya no lo tienen los partidos políticos, sino los actores sociales. El protagonismo lo asumen las estructuras comunitarias rurales y urbanas, que se unifican en torno a la gestión de los recursos públicos”.
Así es como el año 2000 se da el primer proceso insurreccional con movilizaciones en defensa del agua, con tomas de carreteras, de sistemas de transporte, una fase revolucionaria que se inicia en el campo pero que se extiende a la ciudad con la integración de jóvenes, estudiantes, profesionales, pequeños comerciantes. Un movimiento que gira en un comienzo en torno a la defensa de los recursos básicos y en contra del alza de las tarifas. La privatización se asume como una agresión a los derechos más básicos. “Es un proceso revolucionario que se extiende por años”, agrega García Linera.
CONTROL TERRITORIAL Y PROCESO CONSTITUYENTE
“Se puede decir que este momento marca el inicio del proceso constituyente”, enfatiza el vicepresidente de Bolivia. Es el instante en que la sociedad comienza a debatir, y la política deja de ser patrimonio del Parlamento para convertirse en un espacio, en una práctica en que delibera toda la sociedad. Comienza un periodo de reflexión social y se potencian las organizaciones, sindicatos, gremios, comunidades, asociaciones, como una especie de dualidad política. “Está el Parlamento, los partidos, pero surgen con fuerza las estructuras sindicales y comunitarias como escenarios de debate; estas instancias comienzan a tener capacidad de control territorial. No solo son escenarios de debate, sino también de decisiones a nivel territorial, local. Surgen asambleas para tomar decisiones y de control político. El movimiento social deriva en sujeto político. Entre el año 2000 y 2005 tuvimos en Bolivia una dualidad de sistemas políticos, el institucional, pero también el sistema de los movimientos sociales, con capacidad de deliberación, de movilización y de control territorial”.
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Los movimientos sociales planteaban un proceso de mayor democratización de la sociedad, comenzando por un nuevo acto constitucional. Sin embargo, la reacción del poder institucional fue la represión y el encarcelamiento de los principales líderes. “Qué teníamos entonces: una sociedad escindida, polarizada en dos proyectos que podían caminar incluso hacia una guerra civil. Pero en vez de ir a la confrontación, se buscó un armisticio que fuera duradero, de décadas. Esta fue la propuesta de los movimientos sociales”. Sobre la base de la movilización, tras haber logrado levantar un discurso dominante que arrinconó las propuestas de las fuerzas conservadoras, se avanzó hacia este armisticio, que no negaba, sino que subordinaba, a esos sectores.
“En este proceso revolucionario, en medio de la polarización social, emerge un proyecto. Por un lado el neoliberalismo, por otro el proyecto democratizador. Emerge un nuevo eje discursivo, idea fuerza, de sentido común que comienza a instalarse. Un discurso que sube desde los movimientos campesinos y sociales y penetra otros sectores”. Porque la gran virtud del movimiento social boliviano fue luchar y lograr no solo un discurso, sino una idea fuerza, compartida por todos los sectores sociales movilizados. Este paso fue fundamental y necesario para la victoria electoral.
Sin estas ideas nuevas, extendidas y compartidas, no hubiese sido posible el triunfo electoral ni el proceso constituyente. Ambas victorias posteriores se apoyaron en el fin del neoliberalismo, en la recuperación de los recursos naturales y en la construcción de una sociedad verdaderamente democrática. A partir de la defensa de las necesidades básicas la gente comienza a construir el destino del país. Por tanto, “cuando llega Evo ya se ha ganado en las ideas, en el sentido común, ya se sabe a dónde va el movimiento, dónde está el futuro. La victoria electoral es la coronación de una victoria de las ideas, de una victoria política previa”.
Esta es la base sólida que ha sostenido el proyecto boliviano. “Por ello cuando se ha producido el enfrentamiento, porque la derecha no se resigna a quedar arrinconada, con intentos de golpes, sicarios, regionalismos separatistas, la reacción se produce sobre un escenario de conquistas sociales, que reduce al mínimo sus argumentos y acciones”.
QUE ES EL PROCESO CONSTITUYENTE
El proceso constituyente ha sido fundamental para el debate y creación de ideas que posteriormente formarán una nueva institucionalidad. “Es un proceso social y colectivo en el cual la sociedad se plantea nuevos horizontes. Es un proceso largo, de debates, movilizaciones, que desencadena una deliberación colectiva en que se enfrentan dos proyectos de sociedad”, dice García Linera. Y agrega: “Un proceso constituyente es la voluntad de llegar a grandes acuerdos, la necesidad de articular necesidades y proyectos diferenciados”. Y también matiza: porque se trata de un proceso realizado también desde el liderazgo conseguido. “La derrota del adversario requiere de su incorporación como fuerza subordinada. Es la derrota moral del adversario, pero también su incorporación en el proyecto”.
Los movimientos indígenas de Bolivia hicieron eso. La oposición siempre existirá y se la incorporó en el esquema de un nuevo espacio colectivo que consideró el diseño de los bienes comunes, como son los recursos naturales. “La Asamblea Constituyente significa abrir el debate sobre lo que es lo común. En ese yo común habrá que ver quiénes conformarán el liderazgo y cómo participará el resto de los actores”.
Por Paul Walder
Publicado en “Punto Final”, Chile, edición Nº 801, 4 de abril, 2014