El señorial ADN de MEO

Marco Enríquez-Ominami se ha posicionado como el candidato del cambio


Autor: Mauricio Becerra

Marco Enríquez-Ominami se ha posicionado como el candidato del cambio. Dice que es la alternativa de “emos y pokemones, de postergados y excluidos” y se escuda en su matrimonio con una rostro del canal “progre” y en haber jalado coca. No muchos se atreven a contradecirlo, so pena de ser apuntados como reaccionarios. ¿De dónde viene la impunidad de MEO? ¿Qué tan legítima es su chascona promesa de recambio?

“No se trata -dijo Marco en su blog- de actuar bajo la forma inscrita en el ADN de los dirigentes políticos que han mantenido el poder en los últimos 40 años, haciendo de la política un ejercicio de unos pocos, para unos pocos”. La píldora, viniendo de quien viene, no es muy fácil de tragar. No sólo porque Marco Antonio Enríquez-Ominami Gumucio (MEO) milite desde la universidad en la misma coalición de los dirigentes que se ganan sus ladridos, sino porque lo que lo une a ellos y a quienes gobiernan Chile es, precisamente, su propio ADN.

Decir que MEO viene de la más alta burguesía colonial chilena, como lo denunció en El Mercurio y The Clinic el abogado Luis Valentín Ferrada, no es decir mucho. Por el lado de su madre, su linaje se remonta al año 994 en España, cuando aparece el apellido vasco de origen visigodo Gumucio. La nobleza de la familia proviene de los caballeros Gumuzio de Asturias, Vizcaya y Navarra. Una prueba de lo azul de su sangre es la anécdota que involucró a Domingo de Gumucio y Vega en 1707, cuando el rey Felipe V le entregó el certificado de Infanzonía, destacando la “antigüedad de su sangre” y la “notoriedad de su nobleza por lo inapelable del tiempo de su cimentación”.

Los “infanzones”, por cierto, eran el equivalente en Aragón a la figura del “hidalgo” en Castilla. Disfrutaban de diversos privilegios, como estar eximidos de pagar impuestos, de trabajar en el cultivo de las tierras comunitarias, de participar en los sorteos militares y de alojar tropas en su propiedad en caso de guerra.

A comienzos del siglo XVIII, Domingo de Gumucio y Vega se traslada con su familia a Santa Fé de Bogotá, en Colombia, proveniente del pueblo de Amorrabieta, en España. Es el patriarca de todos los Gumucio americanos. Su único nieto varón, Juan Bautista de Gumucio y Bolumburu, se llevó en 1757 el apellido a Cochabamba, Bolivia, pudiendo usar los dos escudos de la familia: el de la encina y los tres lobos, proveniente de los Gumucio de Durango, y el de la Cruz de Gules, de los Gumucio de Gáldacano y Almorrabieta. (No encontramos resabios de estos escudos en la propaganda de Marco. Por ahora).

Este ancestro de MEO se hizo rico explotando minas de estaño, se convirtió en regidor de Cochabamba y fundó una de las familias que más incidiría en los destinos de la nación vecina. Los hubo monárquicos e independentistas, de izquierda y de derecha, pero todos eran millonarios. Entre ellos destaca el empresario y ex ministro de Economía de los gobiernos de Paz Estenssoro y Siles Suazo, Alfonso Gumucio Reyes, responsable de algunas de las obras públicas más importantes hechas en ese país en el siglo XX. O Juan Carlos Gumucio Quiroga, quizá el corresponsal de guerra más famoso de Bolivia, a quien Yasser Arafat llamaba “el boliviano de Beirut”. O Pedro Gumucio Dagron, economista y diplomático de los últimos cinco gobiernos altiplánicos. Pura gente bien.

DE LA PLUTOCRACIA AL SOCIAL-CRISTIANISMO

La historia de los Gumucio en Chile comienza en 1848 cuando, proveniente de Cochabamba, llega Francisco Javier Gumucio Echichipea para negociar asuntos limítrofes junto a la delegación boliviana dirigida -era que no- por su primo José María Santibáñez Gumucio. En Santiago se casa con Adelaida Larraín Palazuelos y se instalan en una lujosa casa en Compañía con Bandera, donde hoy se ubican los Tribunales de Justicia. Gumucio Echichipea, político conservador, fue socio fundador del Banco de Chile. Según la Reseña Histórica de esa institución, el padre del tatarabuelo de MEO fue una de las mayores fuerzas de los negocios en Chile a fines del siglo XIX.

Con Doña Adelaida tuvieron 15 hijos (era un exaltado católico), entre ellos, Rafael Gumucio Larraín, quien fue escritor y un influyente dirigente del Partido Conservador. La disputa en la que el tatarabuelo de MEO se vio envuelto, consistió en impedir la formación de mayorías parlamentarias que continuaran ampliando las atribuciones del Poder Ejecutivo y mermando la influencia de la Iglesia. Con el pragmatismo que caracterizará a sus descendientes, Gumucio Larraín lograría este cometido sobre la base de alianzas con el Partido Liberal, que aunque anticlerical, también representaba los intereses del latifundio y la alta burguesía.

Gumucio Larraín contrajo matrimonio con Gertrudis Vergara Correa y cuando enviudó hizo lo que todo hombre de bien: casarse con su hermana menor, Joaquina Vergara Correa. En 1877 nació uno de sus hijos con la primera: Rafael Luis Gumucio Vergara. Este abogado de la Universidad Católica fue, al igual que su padre, un firme conservador en lo valórico y un tenaz liberal en lo económico, negándose a legislar a favor de la llamada “cuestión social”, expresada en temas como la escolaridad obligatoria, el derecho a negociación colectiva y el mejoramiento de la educación pública. De estar vivo, seguramente ordenaría la reclusión de Karencita.

Entre 1915 y 1941 Gumucio Vergara fue seis veces diputado y una vez senador del Partido Conservador por distintos distritos de Santiago y Valparaíso. Tras su breve exilio en Bélgica, durante la dictadura de Ibáñez, el bisabuelo de MEO se transformó en el principal díscolo de su partido, al comenzar a comulgar con las ideas de la Doctrina Social de la Iglesia. Pero, haciendo justo lo contrario que su bisnieto, Gumucio Vergara se distanció del liberalismo económico para liderar a los social-cristianos de la juventud conservadora y fundar la Falange Nacional en 1937 (principal antecedente de la Democracia Cristiana).

EL GENTIL ARTE DE FUNDAR (Y QUEBRAR) PARTIDOS

Gumucio Vergara estuvo casado con Amalia Vives y entre los hijos que engendraron el mayor sería el que más trascendería en la política chilena: Rafael Agustín Gumucio Vives, abuelo de MEO. Gumucio Vives, educado en los Sagrados Corazones de Santiago y en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, fue el último presidente de la Falange Nacional y el primero de la Democracia Cristiana, que fundó en 1957 uniendo a la Falange con el Partido Conservador Social Cristiano. Fue diputado en dos ocasiones y senador en una, siempre por Santiago.

Pero su protagonismo no acaba ahí. Gumucio Vives, con la seguridad que le daba el pertenecer a una clase que viene ganando por más de 300 años, asestó un duro golpe a la DC apenas 10 años después de haberla fundado él mismo. Convencido por la doctrina de la Teología de la Liberación de la necesidad de unir a marxistas y cristianos, Gumucio Vives fundó en 1969 el Movimiento de Acción Popular Unitaria MAPU, y siendo aún senador, derivó a la Izquierda Cristiana en 1971. A diferencia de su padre, llegó un poco tarde.

El abuelo de MEO estuvo casado con Marta Rivas, nieta de Manuel Rivas Vicuña, uno de los políticos liberales más hábiles de la república parlamenteria, cinco veces diputado, cuatro veces ministro y dos veces representante de Chile ante la Asamblea General de la Liga de las Naciones. Fruto del matrimonio entre Rafael y Marta es que nace Manuela Gumucio Rivas, madre de Marco.

Por el lado de su padre, los nexos de MEO con el poder y la política se pueden rastrear desde recién iniciado el siglo XX. Su padre, Miguel Enríquez Espinosa, uno de los revolucionarios más preclaros que haya tenido Chile durante la segunda mitad del siglo XX (pero que sucumbió a la irresponsabilidad heredada de su propia clase), nació en una familia de la pequeña burguesía de Concepción, expresión de la élite intelectual del país y de lo más destacado del radicalismo y la masonería chilena.

El abuelo de MEO, Edgardo Enríquez Frödden, padre de Miguel, fue ministro de Allende y rector de la Universidad de Concepción. Entre sus tíos abuelos figuran Humberto Enríquez, diputado, senador y presidente del Partido Radical, e Inés Enríquez, quien fuera intendenta de Concepción y elegida diputada en 1951, también por el PR, pasando a la historia como la primera mujer chilena en llegar al Parlamento. Esta línea de su familia fue mucho más progresista que la materna, pero tampoco se dejó encantar por los cantos de sirena de la iniciativa individual.

En el fondo, Marco tiene razón. No se trata de actuar con el ADN de quienes han mantenido el poder los últimos 40 años. Se trata de un movimiento mucho más profundo, que supera con creces las anécdotas del Chile reciente. Se trata del desvergonzado arte de los poderosos para perdurar en su posición. Un arte que hoy asume la forma de un candidato que quiere incorporar “emos, pokemones, pingüinos, ecologistas, animalistas (…)” al Parlamento y que recibe consejos del cerebro de SQP, pero que en el fondo en nada se distingue de los malabares con que su clase ha animado otros circos en la historia.

Por Francisco Figueroa Cerda

El Ciudadano


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