Los resultados de esta primera vuelta impone una verdad: Chile eligió el camino de “la medida de lo posible”. La célebre frase que esgrimiera don Patricio Aylwin respecto a los logros esperados en el campo de la justicia, ahora es trasladada a los logros en los cambios estructurales que los chilenos vienen demandando desde que partió la democracia y que no lograron plasmarse – otra vez- en los resultados electorales de las fuerzas más progresistas.
Es cierto que si uno suma el 7,5 % de los candidatos más “rebeldes” y el 10, 7 de MEO y le quita un 5% a los votantes de Parisi (que tienen un viso de descontentos con el sistema), podría obtenerse un 23% de los votos que están por una propuesta de cambios al modelo, con mayor o menor fuerza, pero cambios al fin.
Por otra parte, cabe especular sobre el gran ausente en esta elección: el que se abstiene de votar. Si usted considera las cifras de un estudio reciente de la UDP, en que se constata que votan mucho más-proporcionalmente-los segmentos ricos que los distritos más pobres, caemos en la cuenta de a quiénes beneficia el sistema y lo cuidan a través de su voto, y a quiénes importa bien poco lo que acontece en el mundo de la política, tal vez porque sienten que nada van a ganar con votar por tal o cual. También pueden pensar que elo mundo de la política gira en una órbita tan alta, lejana y ajena, que no vale la pena tomarse la molestia, y simplemente los ignoran…o más bien dicho, se ignoran mutuamente.
Si usted toma estas cifras, podrá colocarlas en la historia del nuevo ciclo democrático y caerá en la cuenta que es la más alta de las opciones de cambio que se exteriorizan electoralmente desde 1990. Anteriormente el progresismo o la llamada “izquierda” estuvo siempre entre el 3% al 6%, en cambio ahora se ubica 20 puntos por encima, llegando casi a 1/4 del electorado.
Esto lo tendrá que tener en cuenta la “Nueva Mayoría” al momento de tomar decisiones en el gobierno. Pero es creíble, igualmente, la opinión que se plantea que aún son muy fuertes los enclaves neoliberales al interior de la “Nueva Mayoría”, sobre todo sus compromisos en el sector minero y financiero, de la energía y otros que pesan fuerte en el manejo de la economía en general. Por eso no se tocan en el programa de Bachelet el tema minero ni las reformas al sistema financiero.
Este gallito vendrá y la “Nueva Mayoría” vivirá las peores tensiones de su historia (como Concertación), con una sociedad civil movilizada, con una credibilidad disminuida en cuanto Concertación, con unos partidos tradicionales cuestionados y divididos en fracciones debilitantes, con una conducción histórica de la DC que se derrumba y con un PC, que toma posiciones importantes en el Parlamento.
Hay reformas que razonablemente se pueden dar, pero los cambios de fondo serán mucho más problemáticos. Esos cambios problemáticos se deben ganar en la calle, no en el Congreso. Bachelet y la “Nueva Mayoría” se encontrarán en la encrucijada de si apoyan o detienen los cambios que la pueden legitimar por muchos años más, u optarán por defender la estabilidad de “modelo de negocios” actual, que le desacreditaría y enajenaría el voto potencial de sostenimiento del poder, en aras de un transcurrir más tranquilo y en buenas relaciones con los poderes instalados, cosa que ha sido la tónica concertacionista por 20 años. El no crear nunca musculatura para los cambios, también pone en duda su capacidad de administrarlo. La Concertación vivió feliz ronroneando en el sofá del sistema, y ahora que debería tomar la espada, es probable que no sepa de qué lado queda la empuñadura.
Este dilema estará atravesando este gobierno de Bachelet, la que astutamente en su discurso de anoche reafirmó su programa de cambios, en un abierto llamado a las fuerzas progresistas, deseando entusiasmarles en la búsqueda de su participación en la “gran tarea” y desafío de los cambios que-supuestamente- ella estaría dispuesta de llevar adelante contra viento y marea.
Claro que una cosa son compromisos de campaña (que por ahora lo son) y otra muy distinta son los compromisos que se adquieren la noche misma del triunfo definitivo, y como la credibilidad es poca, la duda está presente y amenos que haya un firma con la mano sobre la Biblia, los votos del progresismo disidente no estarán disponibles, augurando una segunda vuela muy escuálida de votos y un triunfo muy alfeñique, como para realizar cualquier tipo de cambios, incluso los más modestos.
Hasta ahora, en nuestro querido Chile estamos como regresando a 1990, con un país que marcha “en la medida de lo posible” y con unos cambios que esperan acumulándose bajo la alfombra de la publicidad y el consumismo distractivo. Los jóvenes no fueron a votar como se esperaba, incluso por los candidatos que postulaban los cambios que los mismos jóvenes exigen, lo que hace presagiar que nuevamente las negociaciones cupulares estarán conduciendo cambios que serán morigerados o postergados, en lo sustantivo, haciendo efectivo sólo aquellos retoques estéticos para seguir presentando como joven a una estructura que ya renguea con sus dos pies.
La pregunta clave es ¿Hasta cuando debemos esperar? Parece que por ahora debemos continuar haciendo la célebre pregunta evangélica: ¿Eres tú el anunciado, o debemos aguardar por otro?
Por Hugo Latorre Fuenzalida