Presidente del Senado le da un ‘toque mortal’ a la carta presidencial del PS en favor de su padre candidato: “Fue un bochorno democrático”.
A la misma hora que este jueves 21 de abril en el Salón de Honor del ex Congreso Nacional se efectuaba el homenaje del mundo político al fallecido ex Presidente Patricio Aylwin, a escasas cuadras de esa solemnidad, en plena Alameda, tenía lugar la primera marcha estudiantil del año convocada por la Confech, en rechazo a la reforma educacional que el Ejecutivo se apresta a ingresar al Parlamento.
Consultada sobre la negativa de los convocantes a suspender dicha movilización debido a las exequias de su padre –el Presidente de la transición– la ex ministra de Educación Mariana Aylwin llamó a los jóvenes a respetar los ‘ritos republicanos’, en referencia al cúmulo de pomposas ceremonias programadas por el Gobierno para despedir de este mundo a don Patricio, cuestión que, como era de suponer, no se escuchó en la amplia Alameda de las Delicias, desde donde los rebeldes con causa retrucaron con una petición de respeto por el ‘dolor’ de los estudiantes abusados por la banca financista, y la no consolidación de la educación como ‘derecho social’ prometida por el finado.
Pero no sólo los estudiantes –esa pendejada rebelde que los años y la modorra convierten en sofá de cuero y en fanfarria partidista–, era que no, desatendieron prestos el ritual republicano de la Patria en modo ‘duelo nacional’ –que tanto emociona por estos días a los conductores de la obsecuente televisión capitalina–, también lo hizo, quién lo diría, una ex presidenta del Senado, una auténtica curadora de ritos republicanos, como es de suponer, la mismísima mandamás del Partido Socialista, la también hija de un ex Presidente de la República, la senadora Isabel Allende, quien tampoco respetó un sagrado rito republicano, como es el cabal cumplimiento de la ley.
En efecto, la hoy titular del partido de su padre, agobiada por el cansancio, tras la extensa jornada vivida en nuestro Salón de los Pasos Perdidos, con ocasión de los homenajes a don Patricio, el miércoles se retiró muy tarde a su hogar, en la comuna de Providencia, como toda persona de la tercera edad, agotadísima (ya pasó los 71 años la honorable).
El único problema es que doña Isabel se olvidó de un pequeño detalle: antes de disfrutar del merecido descanso en la aristocrática casona de Guardia Vieja, primero debía cumplir, como diría Mariana, con un ‘rito republicano’ en el Servel –rito que ella misma concibió como tal con su voto en su calidad de parlamentaria, al darle vida a la ley de elecciones primarias.
Nada de eso, la senadora por Atacama no concurrió la noche del miércoles al Servel donde la esperaban para perfeccionar con su presencia el rito de la inscripción de las candidaturas en las 90 comunas donde la Nueva Mayoría tenía considerado realizar primarias legales, para definir en clave democrática los candidatos para las elecciones municipales de octubre. Todo mal porque ahora tendrán que recurrir a las ‘primarias convencionales’, sin financiamiento estatal, una versión cuneta de las oficializadas por ley.
Como resultado del olvido –que a estas alturas la ciudadanía desconfiada ya connota como olvido intencional–, y aunque la senadora socialista fue llamada de urgencia al edificio de calle Esmeralda, la Nueva Mayoría no pudo inscribir sus candidatos, quedando al margen del proceso programado para el 19 de junio, conforme lo establece la propia ley de primarias.
Tras el ‘bochorno democrático’, como lo definieron el presidente y el vicepresidente del Senado, Ricardo Lagos Weber y Jaime Quintana, ambos del PPD, vino lo más vergonzoso y aberrante de la cobardía y deshonestidad criolla: echarle la culpa al empedrado.
De hecho, la propia Isabel Allende, tras reconocer que ella no sabía que todos los presidentes de los partidos de la Nueva Mayoría debían estar de cuerpo presente en el momento de la inscripción de los candidatos –plazo que expiraba a las 23:59 horas del miércoles 20 de abril– suscribió sin arrugarse la tesis de la amenaza endémica de «las acciones legales y administrativas» por eventuales actuaciones “arbitrarias e ilegales» por parte de la directora subrogante del Servel, Elizabeth Cabrera; cuestión que los presidentes del Partido Radical y la Democracia Cristiana –Ernesto Velasco y Carolina Goic– tuvieron la decencia de desautorizar con el correr de las horas, así como el presidente de la Cámara de Diputados, Osvaldo Andrade, quien reconoció que “se cometió un error”.
«Se cometió un error –dijo Andrade a Radio Cooperativa–, porque estas cosas se pueden evitar. No estoy hablando del punto de vista con la normativa, porque eso tendrá que resolverlo un órgano competente, pero sí se podría haber evitado todo este proceso sobre la base de la presencia. Bastaba con eso».
¿Cuál error?, es la pregunta que con toda legitimidad puede hacerse el ciudadano común y corriente que suele ser esquilmado por los plazos de la banca y del retail que lo hacen bolsa, a contar del minuto uno de retraso por un nimio incumplimiento comercial, o cuando la inspectoría suspende sin escuchar razones a su hijo por una puta inasistencia a una insípida reunión de apoderados.
En un sistema democrático que se precie de tal, el error de la senadora Isabel Allende es grave e imperdonable. Y sobre todo, traumático, toda vez que lesiona la frágil anatomía de la veinteañera democracia. Allende no sólo burló un rito que ella misma consagró con su voto en la Sala del Senado, también puso una nueva astilla filosa en la sensible garganta de la ciudadanía expuesta a la voluntad sin contrapeso de los que deciden su destino. Tan grave como el violador que intenta soslayar su crimen.
El vicepresidente del Senado, Jaime Quintana lo explica de una manera notable: “Fuimos prolongando esto más de lo normal. Eran más de las 10 de la noche cuando salimos del Congreso con los papeles firmados con toda la documentación, no hablamos de incumplimiento de requisitos», sólo que olvidaron algo demasiado simbólico durante ese tira y afloja de los intereses partidarios, entre los cuales se fraguaba la posibilidad de abortar el proceso: las leyes se hacen para cumplirlas, y afectan de igual modo a proletarios y patricios. Guste o no guste.
Más allá de buscar algún resquicio legal para superar el impasse ‘Servel’ –que siempre surge de alguna parte del esqueleto de la democracia chilena– lo que cabe es preguntarse quién de las dos contrincantes de la controversia pondrá su cargo a disposición frente al ‘error’ que dejó a más de 90 comunas con los crespos hechos. Será la directora subrogante del Servel la que deba dar un paso al costado, de comprobarse que actuó de manera arbitraria e ilegal al impedir que la Nueva Mayoría inscribiera fuera de plazo a sus candidatos, o será la senadora Isabel Allende, quien en un acto de máxima honestidad, honre la dignidad de su cargo y reconociendo que no respetó los plazos y las formas, renuncie a la presidencia del Partido Socialista, como una muestra de humildad y decencia cívica.
Pero, como en Chile las cosas se resuelven entre cuatro paredes, en una cocina ‘liliputiense’, es muy probable que el socialismo salga a jugarse más que la vida por salvar a su carta presidencial, aunque el hijo de su contraparte se haya dado el gustito de ‘bajarla’ con un concepto bochornoso: “Fue bochornoso” que la presidenta del PS no haya cumplido la ley electoral.
Tan bochornoso como la subida por el chorro de Chile Vamos que, haciendo gala de esa costumbre tan chilensis de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, habló de ‘fase terminal’ y ‘estado de descomposición’ de la Nueva Mayoría, sin tener la delicadeza de reconocer su indesmentible podredumbre.
La paradoja de estos días es, qué duda cabe, ver por televisión a unos políticos tratando de lavar imagen alrededor de la urna de un ex Presidente que se fue de este mundo con sus propias contradicciones, mientras reprueban a cuadras de aquel momento la elemental prueba de transparencia, que acaban manoseando como a ingenua veinteañera.