Se acaba de publicar en Chile el libro Adictos al fracaso (LOM Ediciones) del profesor de ciencias políticas en San Diego State University, California –que actúa como editor- sobre las políticas de seguridad de Estados Unidos en América Latina y la región Andina, Brian Loveman.
Antes, había publicado en nuestro país, en conjunto con Elizabeth Lira, cuatro volúmenes sobre la historia de los conflictos sociales y las políticas de reconciliación. En esta ocasión compila seis trabajos sobre la injerencia de los Estados Unidos en Latinoamérica. Para conocer más acerca de este tema conversamos con Loveman.
-¿Cuál es la diferencia entre la política de Estados Unidos hacia Latinoamérica aplicada antes y después de la guerra fría?
-Sin Guerra Fría y casi sin movimientos guerrilleros en América Latina, muchos de los líderes de los Estados Unidos aceptaban la tesis errada de Francis Fukuyama sobre “el fin de la historia”: que había triunfado el capitalismo y que la democracia “liberal” como sistema se instalaría globalmente, trayendo eventualmente la paz mundial. Una ilusión, sin fundamento. Sin embargo, en la mayor parte de América Latina, al menos hasta 2001, se imponía con cierto éxito el modelo neoliberal, la guerra contra la droga, y el compromiso con las instituciones democráticas, es decir elecciones y constitucionalismo liberal, como prioridades de Estados Unidos. No hubo necesidad ni tampoco inclinación para apoyar gobiernos militares o autoritarios, ya que el “enemigo interno” había sido brutalmente derrotado, con excepción de Colombia.
Sin embargo, con el impacto de la creciente globalización y la diversificación de socios comerciales, inversores, y hasta fuentes de equipo y entrenamiento militar, Estados Unidos ha perdido mucha influencia económica y política en el hemisferio occidental desde 1990. En algunos sectores hay una frustración creciente con la erosión de la hegemonía regional, ya que la política global de Estados Unidos sigue basada en la premisa de un “liderazgo”, si no de una hegemonía, mundial.
-Se habla de una “adicción al fracaso” en la política de seguridad de Estados Unidos hacia América Latina ¿Cuál cree usted que es el motivo de ello?
-Hay varios motivos que influyen en los fracasos experimentados por las políticas regionales de Estados Unidos. Uno es que la corrupción y falta de transparencia en la política doméstica, incluyendo las llamadas políticas de “defensa”, hacen muy difícil reformar y cambiar la agenda exterior. Por ejemplo, hay intereses potentes asociados con la guerra contra la droga, que absorbe gran parte del presupuesto de Southcom, el comando militar responsable por la mayor parte de América Latina. Otro motivo es que las distintas burocracias estatales tienen agendas propias en la región –Pentágono, DEA, Departamento de Estado, FBI, Departamento de Agricultura, Departamento de Comercio, etc.– y estas agendas no se coordinan bien. Es decir, en el terreno, no hay una política coherente, sino varias políticas ideológicas y burocráticas, muchas veces antagónicas. Tercero, ciertos aspectos de las políticas hacía países de la región, por ejemplo Cuba, Honduras, y la región andina– son “capturados” por grupos con influencia electoral y comercial en algunos Estados particulares, por ejemplo Florida y New Jersey. O sea, hay varios motivos que contribuyen a los fracasos, muchos relacionados con las imperfecciones y corruptelas de la política interna de Estados Unidos. Mas allá de los motivos internos, hay que destacar que las políticas hacia la región producen resultados negativos, nefastos, y contraproducentes en varios países de América Latina. Los políticos, sean del Partido Demócrata o Republicano, no quieren reconocer que la agenda promovida por Estados Unidos frecuentemente exacerba la pobreza, la desigualdad, la violencia, y la frustración en América Latina.
-¿Por qué una política que supuestamente está destinada a velar por el cumplimiento de la ley termina favoreciendo, por ejemplo, la corrupción?
-Las leyes que crean oportunidades enormes de ganancia, mediante la coima, la evasión, y la violencia criminal organizada, casi siempre llevan a la corrupción. Así pasó con el regimen colonial en las Indias Españolas, así pasó con la prohibición de bebidas alcohólicas en Estados Unidos en los años ‘20, dando vida al crimen organizado, y así ha pasado globalmente con la prohibición contra la marihuana, el opio, y la cocaína, etc.
La guerra contra la droga ha sido un fracaso terrible, precisamente porque se ha militarizado esa batalla en el hemisferio; distintos tipos de “narcos” se identifican ahora como “narco-terroristas”, y el nivel de violencia y las masacres, por ejemplo en México, Guatemala, y Colombia, ha llegado a extremos macabros.
En estas circunstancias las fuerzas armadas y policiales, el poder judicial, y el poder legislativo (en algunos países) han sido penetrados profundamente por la corrupción asociada con la guerra contra la droga.
-La llegada de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos ¿Ha cambiado en algo la política estadounidense hacia América Latina?
-Ha cambiado, pero poco, a pesar de la retórica de “cambio” y la declaración sobre el respeto para con los vecinos del hemisferio. Obama ha reafirmado la guerra contra la droga, la guerra contra el terrorismo, la lucha contra la amenaza del crimen organizado, los desafíos de los daños ambientales, el dilema de la migración indocumentada (ilegal) hacia Estados Unidos, y el peligro del “populismo radical” –es decir, la misma agenda de casi hace 20 años. También ha reafirmado el apoyo retórico para “la democracia” y los derechos humanos– según el entendimiento de los Estados Unidos.
Los actores principales son profesionales, burócratas y académicos del pasado, sean del gobierno de Clinton o antes. Por ejemplo, el secretario de Defensa, Robert Gates, tiene una trayectoria conocida durante la Guerra Fría. En los ‘80 propuso reconocer un Gobierno en el exilio y una intervención militar en Nicaragua, cosa que se evitó… No es que no haya un cambio de tono, a veces, pero la política hacia Venezuela se ha endurecido, el apoyo a Uribe y Santos en Colombia se ha reafirmado, y la postura de Hillary Clinton referente al golpe de Estado en Honduras no refleja cambios profundos. Lo que sí puede cambiar gradualmente es la relación con Cuba, aunque el lobby cubano de Florida se mantiene fuerte y Florida es un estado clave en las elecciones presidenciales.
-¿Qué espera Estados Unidos de Venezuela y Colombia en el futuro?
-En el caso de Colombia, las prioridades se mantienen: Estados Unidos espera de Colombia la colaboración en la guerra contra la droga, la destrucción o debilitamiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, y del Ejército de Liberación Nacional, ELN; apoyo a la inversión norteamericana en el país, especialmente las empresas petroleras, mineras, etcétera, y acceso a bases militares para seguir la lucha contra la droga, la guerra contra el terrorismo, y la proyección regional y global del poder militar de Estados Unidos, según requieran las circunstancias.
Para Estados Unidos, Colombia viene siendo un oasis de democracia liberal en un “desierto” andino de “populismo radical” tipificado por Venezuela, Bolivia y, hasta cierto punto, Ecuador. El Pentágono quiere presentar a Colombia como un “modelo” de contrainsurgencia y hasta exportar el modelo a Afganistán.
En el caso de Venezuela es muy difícil anticipar un mejoramiento significativo en las relaciones con Estados Unidos. Estados Unidos quiere que el presidente Chávez baje el calibre de su discurso anti-capitalista y que no exporte su “modelo” mediante la Alternativa Bolivariana de las Américas, Alba, y otras instancias hemisféricas o regionales que se oponen a la agenda de Estados Unidos y que ojalá la oposición venezolana pueda derrotar a Chávez en las próximas elecciones.
Chávez tiene una agenda y un estilo de gobierno antitético para Estados Unidos. Se opone a la política regional de libre comercio, y hasta al capitalismo moderno. Demoniza a Estados Unidos como instrumento discursivo en su política interna, se identifica con la revolución cubana y los documentos básicos de doctrina regional militar de Estados Unidos lo identifican a él y al “populismo radical” como una “amenaza”. De hecho, por muchos años, la guerrilla colombiana ha buscado refugio en Venezuela y también en Ecuador. Obama, en su plataforma como candidato para la presidencia se comprometió a apoyar a Colombia contra los narco-terroristas y guerrillas con bases en Venezuela y Ecuador, y de hecho apoyó a la incursión en Ecuador de tropas colombianas que causó la interrupción de las relaciones diplomática entre Colombia y sus vecinos. En este aspecto no anticipo ningún cambio importante.
-¿Qué opina del desarrollo de las democracias latinoamericanas en los últimos veinte años?
-Esta pregunta requeriría de un libro para contestar, dadas las grandes variaciones en los procesos políticos en el hemisferio occidental desde 1990. Y la respuesta depende en cómo se entiende “la democracia.” Partiendo de la premisa de que no hay democracia perfecta y que la democracia tiene dimensiones políticas, sociales, económicas, y valóricas, me limitaré a algunas dimensiones relacionadas directamente con las metas explícitas de las políticas de Estados Unidos en el hemisferio desde 1990, como se elabora en Adictos al Fracaso.
Por un lado, se puede decir que ha habido progreso, con notables excepciones, en la continuidad de la democracia formal sin golpes militares exitosos o cambios irregulares de gobierno. La carta democrática de la OEA de 2001 refleja un compromiso formal con el constitucionalismo y la democracia formal. En países como Brasil, Chile, Uruguay, y hasta El Salvador y Guatemala, se ha permitido la participación en el manejo y dirección del Estado de grupos previamente anti-sistema, sin intervenciones militares. Los “enemigos” de la Guerra Fría comparten los ámbitos legislativos, burocráticos, y culturales. En parte, este resultado se hace posible por la desaparición de la izquierda revolucionaria del escenario y por la imposición del modelo neoliberal en sus distintas variaciones, sea en Chile, Brasil, Uruguay, o Perú. Queda por verse si esta tendencia resistirá la creciente ola de gobiernos y movimientos que desafían este modelo y retornan al discurso y a las políticas “populistas” o anti-capitalistas.
No obstante este “progreso” en la región, la violencia criminal y organizada ha aumentado mucho, la violencia cotidiana degrada la calidad de vida, la corrupción es endémica, y las condiciones ambientales han empeorado, en parte debido al modelo económico establecido. Si se trata de la calidad de la “democracia”, desde los derechos y garantías constitucionales tradicionales hasta la igualdad de oportunidades y acceso a los derechos sociales, tal como la salud y educación, el panorama es mucho más mezclado.
-La pobreza sigue siendo un grave problema en la región ¿Cuánta culpa tiene Estados Unidos de esta situación y cuánta es atribuible a los países latinoamericanos?
-La pobreza en el hemisferio occidental, incluso en Estados Unidos, tiene múltiples “causas”. Es difícil calibrar el peso relativo de la “culpa” por su existencia. Por ejemplo, en Estados Unidos la historia de la esclavitud, del racismo, la segregación racial, la discriminación, y la represión han contribuido a la mayor incidencia de la pobreza entre afro-americanos. Igual cosa pasa con sectores indígenas en muchos países de América Latina, incluso en Chile.
Algunas de las políticas regionales de Estados Unidos complican el problema de la pobreza en América Latina. Pero lo hacen con variaciones sectoriales. Por ejemplo, las políticas de comercio que impulsan, indirectamente, el fracaso de la agricultura campesina y la migración hacia las ciudades o hasta el mismo Estados Unidos, en el caso de México y Centro América. Perjudican a los agricultores; benefician a los consumidores urbanos y a los exportadores de otros productos, incluso frutícolas, pesqueros, madereros, etcétera…
Pero, como insinúa la pregunta, hay políticas sociales y económicas que se pueden adoptar por los gobiernos de América Latina que tendrían impactos importantes sobre la incidencia de la pobreza, sean lo que sean las políticas de Estados Unidos. En el caso chileno, la diversificación de productos, mercados, inversores, etcétera, hace que las políticas de Estados Unidos tengan menos incidencia que en el pasado…
-Otro foco de conflicto es la droga y la guerrilla. En su opinión ¿Existe realmente interés de parte de Estados Unidos por encontrar una solución a estos dos problemas?
-Sí, Estados Unidos quiere acabar con la guerrilla y terminar el tráfico de drogas. No ha podido exterminar la guerrilla y, como ya comenté y como el libro demuestra, la guerra contra la droga ha sido un desastre para Estados Unidos, México, Colombia, la región andina, y muchos otros países de América Latina. Mientras haya demanda en Estados Unidos, Europa, América Latina y Asia, habrá productos para satisfacerla. Sólo queda por definir los proveedores, los precios, y los “costos”, incluyendo los costos humanos del producto. No hay solución ideal; pero las políticas actuales entregan el mercado al crimen organizado, a milicias de toda estirpe, pandillas urbanas y mafias políticas. Corrompen a la policía, a las fuerzas armadas, el poder judicial y las instituciones políticas nacionales, regionales y locales.
…En México, Argentina y otros países se considera la legalización del uso de ciertas drogas como alternativa a la fracasada guerra contra la droga. En California habrá un referéndum (como plebiscito constitucional) sobre la legalización del consumo y comercialización de la marihuana. Esta guerra ha fracasado, pero es difícil salir de la adicción a políticas y discursos que han sobrevivido más de medio siglo.
-¿Cuál cree que es el objetivo actual de Estados Unidos hacia Latinoamérica, y en especial hacia Sudamérica en los próximos años?
-…Yo he resumido las metas y las amenazas en los dos primeros capítulos del libro. En términos generales, las políticas hacia la región son parte integral de las políticas globales, así como Southcom es uno de los comandos territoriales y funcionales asignados por el Pentágono a cada región del planeta, según las doctrinas de seguridad de Estados Unidos. En el suplemento documental al libro –en línea– los lectores pueden acceder directamente a los documentos oficiales.
-En el caso de Chile ¿Qué impresión le provoca que la derecha, incluidos sectores pinochetistas, haya vuelto al poder?, esta vez por medio del voto.
-Después de 20 años el legado de la dictadura y el miedo de volver a los tiempos de las violaciones de los derechos humanos perdieron su fuerza como aglutinante entre una Democracia Cristiana fraccionada y los partidos de izquierda convertidos mayormente en social demócratas.
La derecha chilena siempre mantuvo una fuerza electoral e institucional importante y ha tenido influencia desde el Congreso, la Iglesia, y los sectores empresariales en todos los gobiernos desde 1990. En este sentido no es que la derecha “haya vuelto al poder”, ya que aunque perdieran la Presidencia en 1990 y no controlaban el Gobierno, nunca dejó de influir en las políticas del país y limitar las iniciativas de la Concertación. En ciertos temas hubo una erosión gradual de la influencia de los “duros” de Renovación Nacional, RN y la Unión Demócrata Independiente, UDI, incluso en el tema de derechos humanos. Siempre habrá pinochetistas, igual que en Estados Unidos hay personas que todavía se identifican con el legado del Sur y la “gran causa” de esclavitud y racismo. Algunos llegan al Congreso y se han hecho asesores de presidentes.
…Ni Piñera, ni la derecha, ni los partidos de la Concertación son los mismos de 1989. Otra cosa habría sido elegir como Presidente a Sergio Fernández.
El cansancio y desgaste de la Concertación ha permitido la victoria de un candidato no necesariamente identificado con el pasado pinochetista sino con el “éxito” económico y con una critica de la corrupción de los partidos de la Concertación. A pesar de la gran popularidad de la presidenta Bachelet, Frei y una Concertación dividida perdieron la elección. Otro candidato que hubiera permitido la reconfiguración de la Concertación, tal vez hubiera derrotado a Piñera.
Por Alejandro Lavquén
El Ciudadano N°89, octubre 2010