Beatriz Preciado es una filósofa queer, alumna de Jacques Derrida y Agnès Heller en la New School for Social Research de Nueva York. También estudió en Princeton University, donde se doctora en Teoría de la arquitectura. Su recorrido teórico la ha hecho analizar la producción de las subjetividades de género desde una perspectiva crítica, claro que pasando por en análisis de la industria porno, la arquitectura neoliberal y últimamente el régimen farmacopornográfico.
Preciado además es autora del Manifiesto contra-sexual, aclamado por la crítica francesa y traducido después en cinco idiomas, entre otros ensayos como Sex Design, Multitudes Queer y Savoirs-Vampires@War. También ha efectuado talleres sobre temas de políticas drag king, postpornográficas y transgénero.
Hoy, Preciado enseña teoría del género en diferentes universidades nacionales y extranjeras entre las que cabe destacar la Universidad de Paris VIII, l’École des Beaux Arts de Bourges o el Programa de Estudios Independientes del Museu d’Art Contemporani de Barcelona.
El Ciudadano los invita a leer este texto en el que cruza las subjetividades y la producción de la sexualidad con la industria farmacrática y porno, en l que acusa es el proceso de transformación del sexo en objeto de gestión política:
Cómo el sexo y la sexualidad, se preguntarán, llegan a convertirse en el centro de la actividad política y económica? Síganme: durante el periodo de la guerra fría, Estados Unidos invierte más dólares en la investigación científica sobre el sexo y la sexualidad que ningún otro país a lo largo de la historia. La mutación del capitalismo a la que vamos a asistir se caracterizará no sólo por la transformación del sexo en objeto de gestión política de la vida (como ya había intuido Foucault en su descripción «biopolítica» de los nuevos sistemas de control social), sino porque esta gestión se llevará a cabo a través de las nuevas dinámicas del tecnocapitalismo avanzado.
Pensemos simplemente que el periodo que va desde el final de Primera Guerra Mundial hasta la guerra fría constituye un momento sin precedente de visibilidad de las mujeres en el espacio público, así como de emergencia de formas visibles y politizadas de la homosexualidad en lugares tan insospechados como, por ejemplo, el ejército americano.
El macartismo americano de los años cincuenta suma a la persecución patriótica del comunismo la lucha contra la homosexualidad como forma de antinacionalismo, al mismo tiempo que exalta los valores familiaristas de la masculinidad laboriosa y la maternidad doméstica. Se abren durante este tiempo decenas de centros de investigación sobre la sexualidad en Occidente como parte de un programa de salud pública. Al mismo tiempo, los doctores George Henry y Robert L. Dickinson llevan a cabo la primera demografía de la «desviación sexual», un estudio epidemiológico conocido con el nombre de Sex variant, al que más tarde seguirán el Informe Kinsey sobre la sexualidad y los protocolos de Stoller sobre la feminidad y la masculinidad.
Entre tanto, los arquitectos americanos Ray y Charles Eames colaboran con el ejército americano para fabricar tablillas de sujeción de los miembros mutilados en la guerra con placas de contrachapado playwood. Pocos años después utilizarán el mismo material para construir los muebles que caracterizarán el diseño ligero y la arquitectura americana desechable. Harry Benjamin pone en marcha y sistematiza la utilización clínica de moléculas hormonales, se comercializan las primeras moléculas naturales de progesterona y estrógeno obtenidas a partir de suero de yegua (Premarin) y algo más tarde sintéticas (Norethindrone). En 1946 se inventa la primera píldora antibaby a base de estrógenos sintéticos -el estrógeno se convertirá pronto en la molécula farmacéutica más utilizada de toda la historia de la humanidad-. En 1947, los laboratorios Eli Lilly (Indiana, Estados Unidos) comercializan la molécula de metadona (el más simple de los opiáceos) como analgésico, convirtiéndose en los años setenta en el tratamiento básico de sustitución en la adicción a la heroína; ese mismo año, el seudopsiquiatra norteamericano John Money inventa el término «género», diferenciándolo del tradicional «sexo», para nombrar la pertenencia de un individuo a un grupo culturalmente reconocido como «masculino» o «femenino» y afirma que es posible «modificar el género de cualquier bebé hasta los dieciocho meses». Se multiplica exponencialmente la producción de elementos transuránicos, entre ellos del plutonio, combustible nuclear empleado militarmente durante la Segunda Guerra Mundial y que ahora se convierte en material de uso en el sector civil: el nivel de toxicidad de los elementos transuránicos sobrepasa al de cualquier otro elemento terrestre, generando una nueva forma de vulnerabilidad de la vida. El lifting facial y diversas intervenciones de cirugía estética se convierten por primera vez en técnicas de consumo de masas en Estados Unidos y Europa. Andy Warhol se fotografía durante una operación de lifting facial, haciendo de su propio cuerpo uno de los objetos pop de la sociedad de consumo. Frente a la amenaza inducida por el nazismo y por las retóricas racistas de una detección de la diferencia racial o religiosa a través de los signos corporales, la «des-circuncisión», reconstrucción artificial del prepucio del pene, se convierte en una de las operaciones de cirugía estética más practicadas en Estados Unidos en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, se generaliza el uso del plástico para la fabricación de objetos de la vida cotidiana. Este material viscoso y semirrígido, impermeable, aislante eléctrico y térmico, producido a partir de la multiplicación artificial de átomos de carbono en largas cadenas moleculares de compuestos orgánicos derivados del petróleo y cuya quema es altamente contaminante, definirá las condiciones materiales de una transformación ecológica a gran escala: destrucción de los recursos energéticos primitivos del planeta, consumo rápido y alta contaminación.
En 1953, el soldado americano George W. Jorgensen se transforma en Christine, convirtiéndose en el primer transexual mediatizado; Hugh Hefner crea Playboy, la primera revista porno norteamericana difundida en quiosco, con la fotografía de Marilyn Monroe desnuda en la portada del primer número. En la España franquista, la Ley de Vagos y Maleantes de 1954 incluye por primera vez a homosexuales y desviados sexuales. El comandante Antonio Vallejo-Nájera, jefe de los servicios médicos militares, y Juan José López Ibor llevan a cabo sucesivas investigaciones con el fin de examinar las raíces psicofísicas del marxismo (para descubrir el famoso «gen rojo»), la homosexualidad y la intersexualidad, preconizando, a pesar de la escasa tecnificación de las instituciones médicas durante el franquismo, la lobotomía, las terapias de modificación de conducta, el tratamiento mediante electroconvulsiones y la castración terapéutica con fines eugenésicos.
En 1958 se lleva a cabo en Rusia la primera faloplastia (construcción de un pene a partir de un injerto de la piel y los músculos del brazo), como parte de un proceso de cambio de sexo de mujer a hombre. En 1960, los laboratorios Eli Lilly comercializan Secobarbital, un barbitúrico con propiedades anestésicas, sedativas e hipnóticas concebido para el tratamiento de la epilepsia, el insomnio o como anestésico en operaciones breves. Secobarbital, más conocido como la «píldora roja» o doll, se convierte en una de las drogas de la cultura underground rock. (…)
La depresión se convierte en Prozac; la erección, en Viagra; la masculinidad, en testosterona; la fertilidad, en píldora
La pornografía es hoy el gran motor impulsor de la economía informática. Existen más de un millón y medio de ‘webs’ adultas
En 1972, Gerard Damiano realiza, con el dinero de la mafia californiana, Deep throat (Garganta profunda), una de las primeras películas porno comercializadas públicamente en Estados Unidos. Deep throat se convertirá en una de las películas más vistas de todos los tiempos, generando unos beneficios de explotación de más de seiscientos millones de dólares. Estalla a partir de entonces la producción cinematográfica porno, pasando de 30 películas clandestinas en 1950 a 2.500 en 1970. En 1973 se retira la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales del DSM (Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales). En 1974, el soviético Victor Konstantinovich Kalnberz patenta el primer implante de pene a base de varillas de plástico de polietileno como tratamiento de la falta de erección, creando un pene natural erecto permanentemente. Estos implantes se abandonaron en beneficio de sus variantes químicas por resultar «físicamente incómodos y emocionalmente desconcertantes». (…)
En 1988 se aprueba la utilización farmacológica de Sildenafil (comercializado como Viagra por los laboratorios Pfizer) para tratar la «disfunción eréctil» del pene. Se trata de un vasodilatador sin efecto afrodisiaco que induce la producción de óxido nítrico en el cuerpo cavernoso del pene y la relajación muscular. A partir de 1996, los laboratorios americanos se lanzan a la producción sintética de la oxyntomodulina, una hormona relacionada con el sentido de la saciedad, que podría afectar a los mecanismos psicofisiológicos reguladores de la adicción y ser comercializada para provocar la pérdida de peso. A principios del nuevo milenio, cuatro millones de niños son tratados con Ritalina por hiperactividad y por el llamado síndrome de déficit de atención, y más de dos millones consumen psicotrópicos destinados a controlar la depresión infantil. (…)
Durante el siglo XX, periodo en el que se lleva a cabo la materialización farmacopornográfica, la psicología, la sexología, la endocrinología han establecido su autoridad material transformando los conceptos de psiquismo, de libido, de conciencia, de feminidad y masculinidad, de heterosexualidad y homosexualidad en realidades tangibles, en sustancias químicas, en moléculas comercializables, en cuerpos, en biotipos humanos, en bienes de intercambio gestionables por las multinacionales farmacéuticas. Si la ciencia ha alcanzado el lugar hegemónico que ocupa como discurso y como práctica en nuestra cultura, es precisamente gracias a lo que Ian Hacking, Steve Woolgar y Bruno Latour llaman su «autoridad material», es decir, su capacidad para inventar y producir artefactos vivos. Por eso la ciencia es la nueva religión de la modernidad. Porque tiene la capacidad de crear, y no simplemente de describir, la realidad. El éxito de la tecnociencia contemporánea es transformar nuestra depresión en Prozac, nuestra masculinidad en testosterona, nuestra erección en Viagra, nuestra fertilidad/esterilidad en píldora, nuestro sida en triterapia. Sin que sea posible saber quién viene antes, si la depresión o el Prozac, si el Viagra o la erección, si la testosterona o la masculinidad, si la píldora o la maternidad, si la triterapia o el sida. Esta producción en auto-feedback es la propia del poder farmacopornográfico.
La sociedad contemporánea está habitada por subjetividades toxicopornográficas: subjetividades que se definen por la sustancia (o sustancias) que domina sus metabolismos, por las prótesis cibernéticas a través de las que se vuelven agentes, por los tipos de deseos farmacopornográficos que orientan sus acciones. Así, hablaremos de sujetos Prozac, sujetos cannabis, sujetos cocaína, sujetos alcohol, sujetos ritalina, sujetos cortisona, sujetos silicona, sujetos heterovaginales, sujetos doblepenetración, sujetos Viagra, etcétera.
No hay nada que desvelar en la naturaleza, no hay un secreto escondido. Vivimos en la hipermodernidad punk: ya no se trata de revelar la verdad oculta de la naturaleza, sino que es necesario explicitar los procesos culturales, políticos, técnicos a través de los cuales el cuerpo como artefacto adquiere estatuto natural. El oncomouse, ratón de laboratorio diseñado biotecnológicamente para ser portador de un gen cancerígeno, se come a Heiddegger. Buffy, la televisual vampira mutante, se come a Simone de Beauvoir. El dildo, paradigma de toda prótesis de teleproducción de placer, se come la polla de Rocco Siffredi. No hay nada que desvelar en el sexo ni en la identidad sexual, no hay ningún secreto escondido. La verdad del sexo no es desvelamiento, es sex design. (…)
La industria pornográfica es hoy el gran motor impulsor de la economía informática: existen más de un millón y medio de webs adultas accesibles desde cualquier punto del planeta. De los 16.000 millones de dólares anuales de beneficios de la industria del sexo, una buena parte proviene de los portales porno de Internet. Cada día, 350 nuevos portales porno abren sus puertas virtuales a un número exponencialmente creciente de usuarios. Si es cierto que los portales porno siguen estando en su mayoría bajo el dominio de multinacionales (Playboy, Hotvideo, Dorcel, Hustler, etcétera), el mercado emergente del porno en Internet surge de los portales amateurs. El modelo del emisor único se ve desplazado en 1996 con la iniciativa de Jennifer Kaye Ringley, que instala varias webcams en su espacio doméstico y transmite en tiempo real un registro de su vida cotidiana a un portal de Internet. Las JenniCams producen en estilo documental una crónica audiovisual de sus vidas sexuales y cobran suscripciones semejantes a las de un canal televisivo (entre 10 y 20 euros mensuales). Por el momento, cualquier usuario de Internet que posee un cuerpo, un ordenador, una cámara de vídeo o una webcam, una conexión de Internet y una cuenta bancaria puede crear su propia página porno y acceder al mercado de la industria del sexo. Se trata de la entrada del cuerpo autopornográfico como nueva fuerza de la economía mundial. El resultado del reciente acceso de poblaciones relativamente pauperizadas del planeta (tras la caída del muro de Berlín, los primeros en acceder a este mercado fueron los trabajadores sexuales del antiguo bloque soviético; después, los de China, África y la India) a los medios técnicos de producción de ciberpornografía, provocando por primera vez una ruptura del monopolio que hasta ahora detentaban las grandes multinacionales porno. Frente a esta autonomización del trabajador sexual, las multinacionales porno se alían progresivamente con compañías publicitarias esperando atraer a sus cibervisitantes a través del acceso gratuito a sus páginas.
La industria del sexo no es únicamente el mercado más rentable de Internet, sino que es el modelo de rentabilidad máxima del mercado cibernético en su conjunto (sólo comparable a la especulación financiera): inversión mínima, venta directa del producto en tiempo real, de forma única, produciendo la satisfacción inmediata del consumidor en y a través de la visita al portal. Cualquier otro portal de Internet se modela y se organiza de acuerdo con esta lógica masturbatoria de consumo pornográfico. Si los analistas comerciales que dirigen Google o Ebay siguen con atención las fluctuaciones del mercado ciberporno, es porque saben que la industria de la pornografía provee un modelo económico de la evolución del mercado cibernético en su conjunto.
Beatriz Preciado
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