Un nuevo debate, surgido de profundos cambios y no sin ciertas aprensiones, copa en estos meses la agenda del pensamiento de izquierda. El ciclo progresista latinoamericano iniciado tras el derrumbe de los neoliberalismos presenta señales de agotamiento, tanto en su extensión como en su profundidad. Las tensiones en Brasil, Venezuela, Ecuador, así como el fin del kirchnerismo en Argentina este mes son claras alarmas de la debilidad de este proceso.
En esta fase del ciclo, que para otros autores es una mera inflexión en un proceso de más largo alcance, el cientista político francés , autor de numerosos libros sobre las izquierdas latinoamericanas y miembro del equipo editorial de Rebelión.org, acaba de publicar (Franck Gaudichaud (ed.), América Latina. Emancipaciones en construcción, Editorial América en Movimiento y Tiempo robado editoras, Santiago. 2015). Últimamente, se coloca en el centro de esta polémica y reflexiona: “Desde este punto de vista, yo creo que la esperanza sigue siendo “abajo y a la izquierda”, reconstruyendo los movimientos populares que demostraron capacidades de autonomía, desde la auto-organización”.
Un debate actual de las izquierdas latinoamericanas es sobre el fin del ciclo progresista basado en la extracción y comercialización de recursos naturales. Esta discusión, que tú abordas en un reciente texto publicado en Rebelión, ¿en qué términos está incidiendo en el pensamiento de izquierda? ¿Cómo está atrapado el progresismo, que ha sido la vanguardia en Latinoamérica durante las últimas décadas, en un modelo que presenta limitaciones?
El debate en torno al modelo de acumulación extractivista ya existe desde hace muchos años. Está incorporado en la discusión de la izquierda desde la llegada de Hugo Chávez, pero se agudizó muchísimo en los últimos años y meses, creo que producto de la crisis económica y de la fuerte baja del precio de los commodities. Todos estos procesos progresistas o nacional-populares, aunque existen muchos matices entre ellos, iniciaron en diversos grados una fase postneoliberal y de regreso del Estado social, gracias a políticas públicas en gran parte alimentadas por los precios altos de las materias primas. Esta distribución se dio a través de la renta de los recursos naturales, y en algunos casos de su nacionalización, principalmente gas, petróleo, soya argentina, productos mineros, etc. Con la caída de los precios mundiales se agudizan las tensiones políticas y el margen de maniobra de estos gobiernos se reduce, dando también más espacio a la crítica por su fuerte dependencia extractivista y la continuidad de lo que David Harvey nombra “acumulación por desposesión”. La coyuntura actual da más legitimidad y cabida a los que desde un principio criticaron el neodesarrollismo progresista y diversas formas de modernización capitalistas, críticas que vienen desde el movimiento indígena, desde territorios en lucha, sectores ambientalistas y militantes de izquierda.
También se puede notar un progreso en la teorización y difusión de los análisis socio-ambientales radicales e ideas en torno al buen vivir o al ecosocialismo. Como figuras claras en estas corrientes críticas están Eduardo Gudynas, el más citado, Raúl Zibechi, Maristella Svampa, Edgardo Lander, Alberto Acosta, etc, pero también es fuerte la presión desde el movimiento indígena. Pero hay que dejar algo en claro: obviamente que países empobrecidos y dependientes como Bolivia o Ecuador necesitan explotar, transformar y valorar sus recursos naturales para educación, salud, infraestructuras. Es la prioridad absoluta, pero el debate es más bien como apoyarse en estos recursos para emprender un camino de transición, salir de la dependencia, de lógicas de depredación primo-exportadora basadas en mega-proyectos controlados o en alianza con multinacionales. No se trata de transformar los habitantes del Sur “en guardabosques del Norte”…
¿Cómo ves Latinoamérica hoy respecto al fin de los gobiernos neoliberales?
Claramente hubo un cambio político regional. Una onda progresista, que no se puede negar, que podríamos denominar “postneoliberal”, que Rafael Correa presentó como un “cambio de época” y ya no sólo una época de cambio… Presenciamos un mayor rol del Estado, el fin de las políticas neoliberales privatizadoras, nuevas políticas públicas hacia los más pobres, redistributivas y a menudo asistencialistas, pero que sí cambiaron la vida cotidiana de millones de personas pobres (más de 40 millones en Brasil salieron de la pobreza). Por primera vez hubo una década de crecimiento económico, combinada con disminución notable de la pobreza y baja, aunque leve,de la desigualdad. También una época de una nueva integración regional bolivariana, sin los Estados-Unidos, con acentos antimperialistas. Esto es, sin duda, un hecho mayor que explica (articulado a liderazgos carismáticos anti-oligárquicos) la gran popularidad y base electoral de presidentes como Evo, Correa, Mujica o Chávez.
Hoy el debate es más bien saber de qué profundidad ha sido ese ciclo postneoliberal, reconociendo su diversidad. Por ejemplo, Venezuela aparece más mucho radical en términos de politización antiimperialista, y la gestión del PT en Brasil como mucho más institucionalizada o “social-liberal”. ¿Hay un fin de ciclo o estamos sólo ante una inflexión, como lo dicen algunos como Emir Sader? ¿Asistimos al agotamiento de un proceso en el cual afloran sus contradicciones, los nuevos conflictos con el neodesarrollismo, con la modernización capitalista “progresista”? Ese es más o menos el debate actual. Incluso, podemos decir con Massimo Modonesi, que estamos en una fase “regresiva” de pérdida de hegemonía pero dentro de un mismo proceso nacional-popular de más largo alcance. En este caso, los líderes mantienen niveles de popularidad todavía impresionantes (aunque Dilma Rousseff la ha perdido bastante y se ve que el Kirchnerismo está en crisis), pero pierden hegemonía en la sociedad civil (e incluso las elecciones, como en Argentina). Por eso, nuevos movimientos sociales populares se enfrentan a estos gobiernos.
El caso de Ecuador es en este momento el más sintomático
La coyuntura ecuatoriana es una de las más “tensas” en este sentido. Ahí la defensa acrítica oficialista de los gobiernos me parece preocupante: tender a deslegitimar la crítica que proviene de su izquierda, desde la ofensiva televisiva de Correa contra el “ecologismo infantil” hasta la de García Linera en Bolivia contra la “izquierda de cafetín”, contra ONGs medioambientales supuestamente “proimperialistas” son argumentos muy cortos, que buscan deslegitimar sin debate, y preocupantes porque provienen desde el Estado… En Ecuador ha habido más de 300 arrestos de indígenas y activistas sociales por año en los últimos tiempos según el sociólogo Pablo Ospina. La mayoría en torno a conflictos territoriales megaextractivistas. Es cierto que la derecha también juega un papel de clara desestabilización, a la par con Washington y la CIA (basta con ver los documentos de Wikileaks), no niego que sea un elemento esencial del ajedrez: la marcha de la derecha ecuatoriana contra el impuesto a la renta fue una clara embestida de la burguesía, pero después de eso –en agosto- en la calle estuvieron el movimiento indígena, la CONAIE y parte de la izquierda –aunque todavía muy fragmentada y con pocas bases populares- ecuatoriana. Acusar a estos grupos de “proimperialistas”, de conspirar para organizar “un golpe blando”, etc ., es burdo y peligroso.
Tú has dicho que hay teóricos que observan un momento de inflexión, de freno de un proceso más largo, en tanto otros hablan de un fin de ciclo. En este contexto de crecientes tensiones, ¿qué puede pasar?
Es complejo. Por un lado, existe una crítica desde las izquierdas independientes o anticapitalistas hacia los límites de estos procesos de cambio, pero en los diferentes países no se vislumbra aun una alternativa más radical o “ecosocialista” con capacidad de conducción popular. Este es el enorme límite de la crítica actual de izquierda a los progresismos. De ahí también el debate en las elecciones argentinas. En Argentina, el kirchnerismo presentó un mal candidato, proveniente de la derecha del progresismo, Scioli, que viene del menemismo, pero al mismo tiempo el FIT (Frente de Izquierda de los Trabajadores), la alianza de fuerzas troskistas y algunos pequeños grupos independientes, obtuvo un voto escaso –aunque notable- en el plano electoral (con menos del 4%): al final, el descontento se orientó más hacia la abstención y la derecha y es el neoliberal Macri quien capitaliza estos desplazamientos. Desde este punto de vista, yo creo que la esperanza sigue siendo construir “abajo y a la izquierda”, reconstruyendo los movimientos populares que demostraron capacidades de autonomía, desde la auto organización, es una gran lección del periodo que desarrollamos en el libro.
Eso sí, siempre reconociendo los límites de tales experiencias y la necesidad de no abandonar las perspectivas de tener un “proyecto-país”, es decir no abandonar la construcción de herramientas políticas. De hecho, es lo que ha sido la gran fuerza del giro nacional-popular: líderes como Evo o Chávez presentaron un programa concreto, que parecía alcanzable a millones de personas, y así fue.
Experiencias, que son importantes, como el movimiento zapatista, ¿cómo se reproducen en otros lugares de Latinoamérica?
En México, algunos analistas afirman que nos encontramos en un momento post zapatista. El zapatismo logró anclarse, consolidarse territorialmente, pero no ha logrado reproducirse y encarnar una alternativa nacional. Después del fracaso parcial de la “otra campaña” en 2006, muchos movimientos están buscando cómo coordinar varias experiencias más allá de Chiapas, en Guerrero, en el propio DF, últimamente en Ayotzinapa después de la desaparición forzada de los 43 estudiantes normalistas. A nivel latino-americano, vemos que hay también múltiples experiencias, si bien demasiado aisladas, sí importantes, varias de ellas que presentamos en el libro colectivo: en agroecología, por ejemplo en Colombia, con la conquista del derecho a la ciudad en Chile y en Brasil o las fábricas recuperadas y bajo control obrero incluso en Argentina. Pero todavía no sabemos cómo hacer cuajar este mosaico de utopías concretas, y sabemos que no se hará desde el “politburo” de un partido autoproclamado como vanguardia… ¡Ni tampoco como una simple yuxtaposición de “islas” autogestionadas local! También es esencial ver cómo dialogamos con los espacios populares que quieren defender – con justa razón – las conquistas estatales del periodo post-neoliberal y sus políticas públicas.
Hablabas hace un momento sobre la importancia del territorio. A diferencia del siglo XX la clase obrera se ha ido debilitando como organización en tanto ganan presencia otras formas en su relación con el capital.
Obviamente el conflicto capital-trabajo sigue siendo un conflicto central del capitalismo, latinoamericano como global, pero se da en condiciones muy diferentes a los años setenta. A eso hay que añadir otra contradicción fundamental, que es la contradicción capital-naturaleza, que durante mucho tiempo la izquierda o no lo vio o no le tomó el peso. Estas dos grandes contradicciones se reproducen bajo las condiciones del neoliberalismo “maduro” y del capitalismo tardío, donde la identidad del obrero fabril manufacturero de los 70, con fuerte identidad de clase, fue en muchos casos fragmentado, incluso casi desapareció del mapa social en algunos países, como en Chile. Eso no significa en ningún caso un “adiós al trabajo”, al contrario: los asalariados son la base del neoliberalismo pero son flexi-precarizados y con identidades más dispersas. Al mismo tiempo, el impacto de las multinacionales extractivistas en los territorios es central y cada vez mayor, como ocurre en Chile con las forestales, mineras, salmoneras, etc. Por tanto, la pregunta es cómo recuperamos desde el territorio la recomposición de un sujeto popular transformador, un sujeto sumamente plural, donde los asalariados, los sindicatos, tendrán un papel clave, pero sólo si se abren a ver lo que pasa en su entorno, integran el conflicto capital-naturaleza y no se quedan en lo meramente corporativo.
En el caso chileno ha ocurrido un fenómeno, ya observado y reflexionado, pero no cerrado, que es el auge del movimiento social, su aparente caída y su incapacidad de politización.
Comparto esta constatación. En 2011, el desafío era pasar de lo social a lo político. Este desafío era muy alto todavía para el profundo impacto que tiene el neoliberalismo en Chile; que no se ha desarmado en las subjetividades, en el corazón profundo de la sociedad. Pero sí se politizó fuertemente el malestar sin que encuentre un camino más allá de lo institucional. Hubo una recuperación de las temáticas de las reformas por parte de la Nueva Mayoría (NM), con cierta inteligencia táctica por cierto. La NM encarna una metamorfosis de la vieja Concertación, partiendo del impulso de la calle en 2011 se conforma en torno a un programa de reformas, pero amarrado por la misma casta política de ayer. Y lo que vimos este año fueron nuevos retrocesos y ajustes de Bachelet frente a los embates tanto de la derecha interna al gobierno como externa. Hasta el día de hoy, el movimiento social no logró hacer tambalear esta capacidad transformista de la larga herencia neoliberal.
Uno podría tener la percepción que si hace años fue importante la presencia del movimiento social y estudiantil, hoy son las organizaciones de trabajadores.
Por eso que aquellos que proclamaron la sociedad del post proletariado o incluso en Chile de una sociedad “clase mediera” se equivocaron. El trabajo, la precariedad, los bajos sueldos están en el centro de nuestras vidas y del cotidiano de la gran mayoría. La revitalización sindical, que se da en algunos sectores estratégicos, como el cobre y los puertos, tiene como desafío su extensión a otras franjas que están en condiciones más precarias, como por ejemplo el importante sector de los servicios. Otra cosa son las alianzas en el seno de los subalternos, tema que quedó pendiente en el 2011. Por ejemplo, el movimiento estudiantil no logró aliarse de manera duradera con otros sectores movilizados del pueblo. ¿Cómo conseguir alianzas territoriales y estratégicas entre el trabajo, los estudiantes endeudados y los pobladores? ¿Cómo reivindicar de nuevo la historia de los Cordones de empresas y Comandos comunales para hacer brotar el poder popular constituyente? Esa es la clave. No tengo la respuesta, aunque sí algunas propuestas (que expongo en un libro de debate sobre “las fisuras de neoliberalismo” que acaban de publicar Quimantú y Tiempo Robado Editoras). Pero lo que da esperanza es que muchos jóvenes, colectivos, partidos, trabajadores, comuneros mapuche, feministas, etc. están buscando este camino.
*Entrevista publicada en el edición Nº 172 de El Ciudadano