Franck Gaudichaud: “Latinoamérica sigue siendo el epicentro del altermundialismo”

¿Cuáles son las tensiones entre los nuevos poderes y los movimientos sociales emancipatorios en América Latina? ¿Qué papel juega Estados Unidos o la Unión Europea en la región? Estas son algunas de las preguntas que se plantea ‘El volcán latinoamericano’ y su coordinador, Franck Gaudichaud, quien conoce la experiencia chilena cuajada en su libro ‘Poder […]

Franck Gaudichaud: “Latinoamérica sigue siendo el epicentro del altermundialismo”

Autor: Mauricio Becerra

¿Cuáles son las tensiones entre los nuevos poderes y los movimientos sociales emancipatorios en América Latina? ¿Qué papel juega Estados Unidos o la Unión Europea en la región? Estas son algunas de las preguntas que se plantea ‘El volcán latinoamericano’ y su coordinador, Franck Gaudichaud, quien conoce la experiencia chilena cuajada en su libro ‘Poder popular y Cordones Industriales. Testimonios sobre el movimiento popular urbano 1970-1973’ (LOM Ediciones). Gaudichaud hoy es docente titular en Civilización hispano-americana en la Universidad Grenoble 3, Francia.

Latinoamérica es un embrollo de movimientos indígenas y de base que se afanan en corregir la tendencia de los gobiernos progresistas instalados en el continente durante la última década, la mayoría de los cuales continúan sometidos a un sistema productivo extractivista que, en manos de las multinacionales, causa infinidad de perjuicios sobre las comunidades y sobre el ecosistema.

También es el turno de una nueva generación de jóvenes y colectivos que, en el actual contexto, plantean superar el modelo de Estado centralista en el que se han forjado muchos de los países de la zona. Un escenario de oportunidades, no exento de amenazas externas, del que nos habla ampliamente Franck Gaudichaud, politólogo, editor del colectivo del portal Rebelión y coordinador de la obra El volcán latinoamericano. Una radiografía, la primera del nuevo sello editorial Otramérica, en el que veinte autores de ambos lados del Atlántico ofrecen una visión desde la izquierda del heterogéneo mapa latinoamericano y donde Gaudichaud, profesor de ciencias políticas en la universidad francesa de Grenoble 3, analiza todo ese intríngulis.

En el prólogo de El volcán latinoamericano, sitúas 1998 como el inicio del período histórico en el que se encuentra inmersa Latinoamérica. ¿Qué pasa a partir de ese año?

– Es difícil escoger una fecha, pero, si nos referimos a un cambio de ciclo, 1998 podría ser elegido como un punto de inflexión hacia posiciones de izquierda en todo el continente. Sobre todo a raíz de la entrada de Hugo Chávez en la presidencia de Venezuela, si bien también sería justo referirnos al levantamiento Zapatista de 1994. En cualquier caso, durante la década de los 90, nos encontramos frente a la reformulación de nuevas izquierdas a partir de grandes fenómenos y experiencias de movilización social. Los sectores que no contaban en la sociedad comienzan a incidir porque, a pesar del poder de la oligarquía, quieren ser protagonistas de la vida pública. También surgen nuevos actores institucionales en cada país, como el caso del Movimiento al socialismo (MAS) de Evo Morales en Bolivia.

Algunos de estos actores enarbolan el llamado “Socialismo del siglo XXI”. ¿Es el gran movimiento de cambio?

– Es más bien un eslogan simbólico, pero no supone hasta el momento una ruptura con el capitalismo, como representó la revolución sandinista en Nicaragua, el castrismo en Cuba o potencialmente el proceso de poder popular durante el gobierno de Salvador Allende en Chile. En todo caso, recoge dinámicas de empoderamiento que contienen un sentido antiimperialista y reformas democráticas y sociales de gran calado. Así lo hemos visto en Bolivia, Ecuador o Venezuela. Más que acontecer una ruptura frontal con la lógica capitalista, diría que apuntan hacia modelos postneoliberales, ya que mantienen acuerdos con las multinacionales para facilitarles cuotas de poder y acceso a los recursos.

¿No es posible generar un modelo propio?

– La mayoría de los países de Latinoamérica parten de un crecimiento dependiente, basado en gran parte en la industria extractora de recursos naturales, por ejemplo del petróleo y en la producción intensiva de cereales y otros alimentos. La pregunta, pues, es como superar estas dependencias hacia en capital transnacional y crear un modelo productivo adaptado a las necesidades de las comunidades y respetuoso con el ambiente.

El acuerdo de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), surgido en 2004 por iniciativa de Venezuela y Cuba, ¿es un intento de buscar alternativas?

– Sitúa en la agenda el proyecto de integración a escala regional, capaz de ir más allá de una simple unión económica, tal como se limitaban a hacer el Tratado de Libre Comercio, el Mercosur y otras propuestas de corte liberal. Busca la complementariedad reconociendo las asimetrías entre los países y el intercambio entre ellos, incluyendo las olvidadas islas del Caribe. De momento, sin embargo, es una iniciativa reactiva frente a los Estados Unidos, muy interesante, pero que no aborda los verdaderos desafíos que tiene Latinoamérica, entre otras cosas por falta de apoyo de grandes países como Brasil.

¿Cuáles destacarías?

– Alcanzar un cambio profundo a escala regional significa lograr incorporar países como Brasil, que -por el momento- tiene sus propios planes estratégicos, o más bien su clase dominante tiene otros planes. Y después que, internamente, estos países sean capaces de responder y escuchar los movimientos sociales que apuestan por ir más allá de las reformas vigentes y quieren romper con el modelo extractivista y desarrollista que mantienen sus gobiernos progresistas. Esta tensión entre gobiernos nacional-populares reformadores y movimientos sociales se hace sentir, en el ultimo periodo, en particular en Venezuela, Ecuador o Bolivia. Sin olvidar que algunos movimientos o movilizaciones pueden ser meramente corporativistas o incluso obedecer a intereses conservadores, como ha pasado en Bolivia con el movimiento autonomista de la “media luna” que pretende separar las regiones ricas de las pobres.

Un caso paradigmático de esta dependencia de la industria extractora también es el del Perú, donde Ollanta Humala reprime a las comunidades que se oponen a la minería…

– Humala se define como nacionalista y, ya de inicio, tenía una visión nacional-interclasista que renegaba de las izquierdas y de las derechas, como lo declaró en varias oportunidades. Continúa abriéndose a las multinacionales y eso ha provocado una gran grieta con los movimientos que le habían apoyado. El conflicto Conga y el proyecto nefasto de la megaminería Yanococha resume perfectamente qué pasa en otras zonas de Latinoamérica: las poblaciones luchan para defender sus derechos frente a unos gobiernos, a veces con pátina progresista, que optan por mantener los privilegios de los inversores extranjeros. Es aquí donde se libra el combate por la defensa del medio y por un sistema productivo más sostenible.

En Argentina, el gobierno de Cristina Fernández se resiste a reconocer el derecho del pueblo mapuche a gestionar sus recursos. ¿Reproduce los mismos déficits?

– Es una de las asignaturas pendientes a la que se enfrenta Latinoamérica, junto con la descolonización interna. La creación de sociedades realmente plurinacionales y democráticas todavía está en pañales debido a siglos de poder colonial y a pesar de avances importantes con procesos constituyentes avanzados en Bolivia, Ecuador y Venezuela. De aquí que el proceso de reconocer los derechos indígenas sea bastante lento en países del área andina, y menos aun en América central. Esto se muestra con mucha crueldad en Chile, donde el pueblo mapuche se enfrenta a las corporaciones hidroeléctricas o forestales que destruyen sus tierras y la biodiversidad. Esta lucha pone en contradicción a los estados oligarcas, centralistas o federales, que hemos conocido desde el siglo XIX. También sería el caso de México, con la lucha zapatista en el Sur del país.

En cuanto a la injerencia exterior, ¿ya no estamos en tiempos de dictaduras que tienen el apoyo militar de Estados Unidos, como Chile mediante el Plan Cóndor?

– El intervencionismo continúa existiendo, pero cambió y se rearticuló. Primero, con la inclusión de muchos países en el mercado internacional vía la firma de TLC y también mediante el Plan Colombia, con el que los Estados Unidos han encontrado el aliado para imponer su estrategia de dominio, un poco como con Israel en Oriente Medio. Este esquema explica la presencia de la Cuarta Flota en aguas de la zona y también las tentativas de golpe de estado contra Hugo Chávez en Venezuela en 2002; poco después, el intento de desestabilización en Bolivia; la expulsión de Manuel Zelaya de la presidencia de Honduras en 2009, o ahora, en Paraguay, con la destitución de Fernando Lugo. Después, hay que sumarle el soft power; es decir, las tentativas de influenciar la opinión pública -por ejemplo durante los procesos electorales- a través de los medios de comunicación corporativos. Los EUA han invertido gran cantidad de recursos en este terreno con el objetivo de generar comportamientos determinados entre la población, para lo que también ha creado lobbies, oenegés (como la USAID), movimientos sociales conservadores y llamados grupos de apoyo “a la democracia”.

En la pugna entre esta ofensiva neoliberal y la nueva izquierda que se reclama desde los movimientos populares, parece que la juventud y las mujeres están teniendo un papel importante. ¿Es así?

– Sin duda. Latinoamérica ha sido el epicentro del altermundialismo y todavía lo vemos con el resurgimiento de una nueva generación de estudiantes, mujeres y sindicatos de trabajadores. En Chile, ha aparecido un movimiento muy importante contra el modelo educativo heredado de la dictadura y ahora gestionado por el presidente conservador multimillonario Sebastián Piñera; en Colombia, se ha conseguido parar un plan similar, y en México, hay que destacar la irrupción del movimiento “Yosoy132”. Son expresiones de indignación que, a imagen de muchas aparecidas en todo el mundo, cuestionan los partidos tradicionales, el capitalismo financiero y el menosprecio de las instituciones hacia los sectores subalternos.

¿Esta eclosión se puede articular a escala regional?

– Varias ejes de movilización transversal lo podría hacer posible: por ejemplo, la defensa de la soberanía alimentaria. Muchos pueblos y organizaciones campesinas comienzan a darse cuenta de los efectos catastróficos del Tratado de Libre Comercio firmado por algunos estados latinoamericanos con Estados Unidos o la UE. En México mismo, un país vanguardista en la producción de maíz, tienen que importarlo de Estados Unidos y pierden su capacidad productiva. La lucha contra la crisis climática y sus efectos también ofrece experiencias interesantes de reivindicaciones del “buen vivir” o sea del respeto por la biodiversidad y la “pachama”, como las que han aparecido en Bolivia o en la zona del Yasuní, en la selva amazónica de Ecuador, dónde se ha declarado un área libre de explotación petrolera. Seguramente, estas luchas no romperán con la lógica desarollista-extractivista de un día para otro, estos pueblos necesitan desarrollarse en servicios públicos, infraestructuras, etc, pero plantean una posible transición ecológica que nos lleva a un nuevo paradigma energético y de vida .

Por lo que respecta a Brasil, ¿hay posibilidades de que se sume a este contrapoder antiimperialista?

– Tal como dijo Ignacio Lula da Silva, el Brasil ya no es un país emergente, sino “emergido”. Un país con influencia mundial, clave en el G-20, que en el actual contexto de crisis aporta su esfuerzo al Fondo Monetario Internacional para ayudar a sus amigos europeos. No parece, que quiera participar de un contrapoder de izquierdas radicales, pero si de alguna manera, en el plano diplomático, ha servido de apoyo en varias ocasiones a gobiernos como el de Chávez o Evo en la región.

¿Se inclina hacia las tesis socioliberales?

– Sí, exacto. Opta por la vía económica tradicional de las “ventajas comparativas” y aprovecha su posición de “gigante” con inmensos recursos y tierras para ofrecer millones de hectáreas a Monsanto y otros. Pero no sólo es esto: ha creado sus propias “multilatinas”, con las que presiona a sus socios. De alguna manera, el Brasil se ha convertido en un “subimperio”, con una clara hegemonía respecto al resto de países de América del sur. Y esto, habiendo sido referente en procesos de democracia participativa, del altermundialismo o gracias a la lucha del Movimiento Sin Tierra (MST), movimiento que sigue movilizado.

¿A qué atribuyes esta postura?

-Tiene una de las burguesías más fuertes del continente, con la que el Partido de los Trabajadores ha actuado de manera muy benevolente y le ha permitido una acumulación de capital que ha acentuado las diferencias entre los más ricos y los más pobres. Es cierto que la extrema pobreza ha bajado de manera notable en términos generales, pero, de momento, no participa de la lógica postneoliberal a la que aspiran pueblos y movimientos en otros países de América central y del sur.

Aún así, ¿eres optimista en cuanto al avance de un nuevo modelo económico y político en el continente?

– Ya lo veremos. Existe una clara disputa entre los gobiernos que apostaban de manera casi “natural” al neodesarrollismo o al neoliberalismo y parte de movimientos populares. La Venezuela bolivariana ligada a los consejos comunales, la Argentina de las empresas ocupadas, o la Bolivia conectada con las autonomías indígenas ha dado un impulso esencial en esta dinámica continental, aunque existan inmensa diferencias entre países y regiones. Ahora vemos que algunos de los gobiernos más radicales se han distanciado de los procesos emancipadores salidos de la base, por tanto, tendremos que ver si esta tensión se profundiza o, por el contrario, se corrige y, de nuevo, se ponen las alternativas en el mismísimo centro de la agenda, “democratizando la democracia” y creando experiencias de poder popular. Hay que confiar en que el feminismo, los estudiantes, las mujeres, los trabajadores, el movimiento por la soberanía alimentaria y la reforma agraria, los pueblos indígenas lo harán posible y, lejos de institucionalizarse, podrán ser los motores de cambio y construcción de alternativas.

¿Qué tendría que aprender, Europa, de este volcán latinoamericano que comienza a emerger?

– Latinoamérica es un buen espejo para los países europeos de cara a hacer frente a la crisis porque, en los años 80, ya experimentó los planes de ajuste que intentan aplicar el FMI y la troica en Europa. América Latina demostró que se podía combatir con la movilización y la formulación de salidas políticas más justas. Ecuador, por ejemplo, puso de relieve que se puede anular parte de la deuda con el soporte de un gobierno más ofensivo y los movimientos sociales. Y Argentina hizo lo mismo cuando anuló parcialmente la deuda. Si estos países del sur fueron capaces de imponerse -aunque parcialmente- al mundo financiero internacional, los pueblos europeos, también pueden hacerlo, desde el centro del capitalismo-mundo. Igualmente, las experiencias populares pueden servir de espejo con la perspectiva de construir cooperativas, medios comunitarios, fabricas ocupadas y otros proyectos alternativos e igualitarios. Latinoamérica también nos muestra que es posible tender puentes desde el ámbito social hacia el mundo político planteando alternativas a escala nacional y continental.

Àlex Romaguera

La Directa Cataluña

Foto: Mauricio Becerra


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