Eduardo Frei no es un anciano y la verdad es que viene llegando tarde a todo desde hace mucho tiempo. No solamente cuando entiende con quince años de retraso que lo que Chile necesita es una nueva constitución (o dieciséis porque la nueva carta magna sería para 2010), o cuando descubre que en sus seis años de presidencia se cavaron todos los subterráneos posibles de la corrupción dentro del aparato estatal. El senador Frei ha llegado tarde incluso al encuentro consigo mismo y con su propio liderazgo político.
El problema principal de llegar tarde, por ejemplo a una invitación a cenar, consiste en que de alguna manera te haces más presente que nunca, dando pie a que aquellos que te esperan hablen de ti y no necesariamente de la mejor manera. De esto habría que sacar alguna lección. Sin embargo, hay personas para las cuales el retraso es una forma de vida, un modo de existir al margen de la puntualidad y sin el más mínimo remordimiento. Eduardo Frei pertenece a esta singular tipología psicológica, que pudiendo permanecer en lo anecdótico se convierte en algo catastrófico cuando se combina con el quehacer político.
De hecho, hace unos días, Frei realizó una visita a España, con el propósito de entrevistarse con las máximas autoridades del país europeo, pero curiosamente llegó tarde. En efecto, luego de administrar –sin mayores modificaciones- el modelo neoliberal chileno durante seis años de presidencia, el candidato de la concertación hoy se interesa por el modelo español y la fortaleza que en éste aún posee el Estado de bienestar. Sin duda es una lástima que no haya tenido el mismo interés a principios de los años noventa cuando existía la posibilidad de frenar la depredación privatizadora del país. Si hubiese llegado a la hora en dicha ocasión tal vez habría descubierto, por ejemplo, que ya en esa época funcionaba en muchas capitales europeas un sistema público de transporte urbano y, como consecuencia de ello, lo habría implementado en Chile entre 1994 y el 2000. Ese sistema que precisamente luego, siendo ya ex – presidente, y en medio del drama social del Transantiago, propuso y defendió. Sin duda algo muy meritorio, pero escandalosamente impuntual.
Me siento tentado a suponer que Frei es un hombre de ideas remolonas, ocurrente en la distancia corta, ingenioso cuando la conversación se acabó y todo el mundo se fue para su casa. Esto explicaría que se haya enterado a última hora de que España era un buen modelo de sociedad para mirar y tener presente al momento de gobernar. Ahora dice buscar en el gobierno español ideas para enfrentar la crisis, cuando éste y toda la clase política hispana se sumerge actualmente en la más absoluta perplejidad sobre qué hacer en el ámbito económico. No se trata del mejor momento para obtener alguna buena idea, el tiempo de la creatividad estimulante ya pasó. No obstante, Frei tiene la virtud o el defecto de ser testarudo y esto no le ha convencido. Quiso llevarse alguna idea novedosa de su gira por España fuese como fuese. Entonces descubrió, como si se tratara de Colón llegando a América en pleno siglo XXI, que resulta preciso invertir en energías renovables y efectuó una visita instructiva a las instalaciones que existen sobre la materia en Toledo. La ecología, entonces, ha caído desde el cielo sobre él y ahora le parece un asunto decisivo de preocupación política. Quizás incluso se diga a sí mismo en sus momentos de intimidad: “Eduardo, por qué no se te ocurrió antes…” Así debe hablar a solas como un Al Gore trasnochado que ya ni se recuerda de sus juergas aniquiladoras del medio ambiente, de esa embriaguez gubernamental que fue la central hidroeléctrica de Ralco.
Alguien quizás piense que esta lentitud de reacción, esta sagacidad política de tortuga, se podría explicar por el paso de los años y que, al fin y al cabo, son cosas lamentables de la edad. Pero Eduardo Frei no es un anciano y la verdad es que viene llegando tarde a todo desde hace mucho tiempo. No solamente cuando entiende con quince años de retraso que lo que Chile necesita es una nueva constitución (o dieciséis porque la nueva carta magna sería para 2010), o cuando descubre que en sus seis años de presidencia se cavaron todos los subterráneos posibles de la corrupción dentro del aparato estatal. El senador Frei ha llegado tarde incluso al encuentro consigo mismo y con su propio liderazgo político.
Los analistas así nos lo han hecho ver. El Frei de hoy en día se ha convertido en una persona jovial, menos templada en su discurso y más arriesgada en sus afirmaciones. Como candidato resulta un poco más creíble en 2009 que el año 93 cuando era solamente el heredero de un apellido, un nombre que a la inercia de las masas resultaba familiar. No podía ser de otra manera, en un escenario donde su adversario político llevaba otro apellido atávico (Alessandri), cuando todo parecía un enorme déjà-vu colectivo y nadie estaba en condiciones de ponerse a pensar en el liderazgo y la capacidad de Frei. De hecho no los tenía y así lo demostró durante su gobierno. Pero el tiempo ha pasado, la infancia presidencial ha quedado en el recuerdo y la madurez por fin ha llegado. Un hombre calmado, como Frei, necesita muchos años para aprender las cosas más elementales, vive procesos de gestación larguísimos y se reconvierte más tarde que temprano en ese líder que nunca fue.
Lamentablemente el contexto ya no le favorece. La sociedad chilena hoy en día se hunde en un océano de escepticismo respecto a los políticos y, de manera especial, en lo que se refiere a los representantes de la concertación. Los buses del Transantiago nunca llegaron a tiempo a sus paradas y la propia coalición de gobierno tampoco lo hizo con las suyas. Demasiado retraso y un excesivo abandono de lo socialmente importante durante diecinueve años. “Frei Ahora” (ese era el lema de su campaña como senador en 1989) trata de recuperar el abundante tiempo perdido, realizar las tareas del lunes que el alumno dejó para el domingo en la noche. Sin duda lo tiene muy difícil para arreglar este desaguisado porque, para colmo de males, Piñera encarna la viveza del empresario que invierte en bolsa y no suele equivocarse, esa rapidez del momento oportuno que Frei jamás poseyó. El dilema, entonces, parece evidente. Por una parte, la velocidad trepidante de la gestión neoliberal y, por otro lado, la lentitud abúlica de la administración inofensiva del modelo. Así puestas las cosas parece que alguien ya ganó hace bastantes años atrás y que Frei llega una vez más excesivamente tarde.
Rodrigo Castro Orellana