Este domingo La Tercera le prestó ropa al legislador que representa a las regiones de Arica y Parinacota y Tarapacá. Rossi sale a defenderse de todo lo que se ha dicho de él en el último tiempo. En ningún momento menciona las palabras ‘Corpesca’ y ‘SQM’, ni tampoco a su ex asesora Mariela Molina. Si un extranjero recién llegado al país leyera en su hotel las dos páginas a todo color de Reportajes, al menos, quedaría con la bala pasada: “¿Será verdad todo lo que han dicho de este político con pinta de modelo?”.
“Este ha sido un año de aprendizaje y elegí tomar las dificultades como una oportunidad de crecimiento personal y no caer en depresiones, porque he tenido un cóctel de varios ingredientes en los últimos meses: la felicidad que te trae una hija, el dolor de que se cuestione tu integridad moral y el temor que puede provocar un cáncer”, comienza diciendo Rossi, quien en ningún momento ha dejado de percibir su dieta parlamentaria.
Cabe recordar que en la actualidad el senador –cuya militancia en el PS se encuentra congelada– es investigado por el Ministerio Público por presuntos delitos tributarios en el caso SQM; mientras que en el caso Corpesca tiene la calidad de imputado por supuesto cohecho.
Lejos de hacer su mea culpa, o de sincerarse con sus electores, así como con el resto del país, Fulvio Rossi se describe como víctima. “Siento pena de que se pueda cuestionar mi integridad tan injustamente después de tantos años dedicado al servicio público de manera honesta. Que se cuestione todo eso es lo más doloroso. Hay gente que no entiende cuando digo que eso me causa más dolor que tener un cáncer, y la verdad es que para mí es incomparablemente peor”.
Después de leer palabras como éstas, usted señor lector, con todo derecho, ha de preguntarse por qué mi esposa, mi padre, mi hijo, mi marido, no habrán apelado a su estado de salud para obtener esa cuota de misericordia que merecían en su lecho de muerte, y en cambio partieron sin tener dos páginas dominicales para tan patética rogativa. Injusto.
“El cáncer –relata Fulvio en su panegírico en primera persona– y la enfermedad son maní al lado de lo que he vivido. El cáncer existe, lo enfrentas y yo no tengo miedo de enfrentarlo. Duele mucho más que se cuestionen cosas que para ti son básicas, valores fundamentales que te inculcaron de parte de tu familia, porque mi mamá era honesta y mi papá fue un hombre irreprochable”.
Luego da un paso hacia la maloliente técnica de minimizar el hedor del estiércol sobre los adoquines: “A mí se me cargó la mano por cosas mínimas, incomparables respecto de otros”, a lo que sigue esa otra técnica del ‘algún día sabrán la verdad’ en clave de amenaza. “Sólo digo que en algún momento voy a hablar”.
El senador convaleciente asegura que “empezaron a inventarse cosas que no tenían nada que ver con lo de la solicitud de aportes, porque si hay problemas de financiamiento de las campañas, esos no son temas de corrupción”. Nada dice de las boletas emitidas por su ex asesora, Mariela Molina; tampoco habla de su ‘impronta’ en el Norte Grande, donde en los dos gobiernos de Michelle Bachelet ha colocado en puestos clave a sus colaboradores más directos. Sin más, Rossi define a los corruptos y toma distancia de ellos y desafía a los sistemas de control: “La corrupción es enriquecerse ilícitamente y llevarse plata para la casa o que te compren el voto. Nada de eso pasó en mi caso, por eso he dicho con total tranquilidad que auditen mis votaciones”.
En una clara demostración de que muchos tribunos criollos están empoderados de una condición divina impropia –como cuando su colega Guido Girardi anunció la muerte de un millón de contagiados por la fiebre porcina, excluyéndose él y los suyos, o como cuando Jorge Pizarro dejó botada su región por un campeonato de rugby–, Fulvio asegura: “Descubrí que tu trayectoria entera se puede llegar a juzgar sólo por un episodio, por la sospecha que despierta ese episodio o por desinformación o información incompleta”, como si el exonerado no fuese objeto del mismo tratamiento, o como si la nana que la pillan llevándose unas cucharadas de azúcar no fuera sometida al escarnio patronal. Un poco de humildad terrenal, por favor.
“Hubiese esperado de algunos amigos en política que abrieran la boca públicamente para defenderme y no que solidarizaran sólo por teléfono, pero entiendo que andaban con miedo”. ¿Acaso el senador aún no entiende que la única incondicionalidad verdadera es la de la familia directa? “En este tiempo me ha desilusionado mucha gente”. ¿Por qué no preguntarse mejor a cuánta gente ha decepcionado usted?
“No entiendo –por ejemplo– que se nieguen las precampañas. Eso es faltarle el respeto a la ciudadanía, que sabe que los carteles se ven un año u ocho meses antes de las elecciones. Eso tiene que ver con no ser capaz de enfrentar la realidad y, si se quiere, transformarla. El país, con eso, cae en un clima de sospecha permanente, se desprestigian las instituciones, y al final del día eso no le hace bien a la democracia ni a la política”, reflexiona.
Aquí es donde se extraña un mea culpa. ¿Por qué no decir ‘nosotros desprestigiamos a las instituciones’, o ‘al final del día nosotros le hacemos un flaco favor a las democracia, por la que tantos dieron su vida’? Y de vuelta al ‘mal de muchos, consuelo de tontos’: “Muchos me han dicho en este tiempo que lo que me pasó es lo que hacemos todos los parlamentarios”.
La defensa de Rossi no sería tal si no tuviera esa cuota de mesianismo que caracteriza a todo elegido para cambiar el mundo: “Yo tenía otras aspiraciones. Antes de que todo esto estallara vi una encuesta que en una eventual primaria del PS salían Isabel Allende con 30 puntos, José Miguel Insulza con 19 y yo con 11. O sea, era un excelente resultado para mí. Estaba recorriendo el país, planteando temas interesantes en el ámbito de los derechos civiles, de las libertades, en el ámbito de la salud, de la educación, y viene todo esto”.
“Viene todo esto”, como si él no lo hubiese buscado; de nuevo falta un mea culpa. Y prepárense, señores electores: “Me he planteado como desafío ir a la reelección al Senado”, anuncia este domingo en La Tercera.
“Si queda algo de justicia en este mundo, espero que esto finalice en febrero o marzo y que termine como debe ser: soy una persona que todas sus actuaciones han estado apegadas a la ley, por lo tanto, espero que eso se traduzca y se exprese a nivel judicial, porque tampoco es justo llevar un año entero en esto. A pesar de todo lo que ha pasado este año, vale la pena seguir, porque la política es el amor de mi vida. Me apasiona sentir que uno puede incidir en cambiar la vida de la gente y en poder ir corriendo la frontera de lo posible. No les voy a dar en el gusto a mis adversarios de retirarme de la política, porque –al final del día– de alguna forma y de alguna manera he sido feliz haciendo esto. Tengo mi decisión tomada. Voy hasta el final”, remata.
Un recado en clave de sospecha permanente para los eventuales electores de Fulvio Rossi: si el senador ha sido víctima de un cáncer, no sería mejor que dedique el resto de su vida a criar a su nueva hija, así se evita malos ratos. O será que Fulvio, como buen italiano, tiene la ‘suerte’ de enfermarse en las puertas del tribunal o de la megalomanía, o como su ‘compatriota’ Girardi, que padeció un súbito tumor cerebral, justo cuando sufría ciertas complicaciones políticas.