Mientras los medios de comunicación se han ocupado desde el mismo martes 29 de especular sobre el futuro político del ministro del Interior –dentro o fuera del Gobierno–, tras el desaire de su jefa de no informarle del súbito desplazamiento a La Araucanía, cabe preguntarse si todo lo sucedido no fue más que un desatino inexcusable o una estrategia pensada con segundas intenciones. ¿No era esto último acaso un diseño intencional del segundo piso de La Moneda para desviar la atención hacia un asunto colateral –como fue la ‘molestia’ de Jorge Burgos, renuncia incluida– en vez de poner los ojos en la verdadera agenda de menos de un día de la Mandataria en Temuco, que incluyó el anuncio de una comisión presidencial para la zona?
Tan incómoda fue la situación para la Jefa de Estado, que incluso el presidente de la DC, el senador Jorge Pizarro, declaró a Radio Biobío que “eso ya se corrigió y la Presidenta admitió que se había cometido un error muy grave”.
A estas alturas del escándalo provocado por el ‘marido engañado’ que se entera después de todos que lo dejaron fuera y sus ofendidos correligionarios de la falange, el correveidile palaciego sindica a la jefa de gabinete de la Presidencia, la socialista Ana Lya Uriarte, como la principal responsable de haberle hecho la feroz verónica a Jorge Burgos, cuestión que no ha desmentido, argumentando que a ella no le corresponde hablar con la prensa.
Sólo una estrategia comunicacional diseñada por una mente perversa y conspirativa –tipo Enrique Correa o Eugenio Tironi, donde la sangre derramada se transa a buen precio– podría descartar la estupidez de quienes le buscaron un conflicto gratuito e innecesario a la Presidenta, a dos días de terminar su Annus Horribilis.
En efecto, si los asesores o las asesoras –como se estila decir en clave progresista– jamás precavieron lo estúpido que era dejar en Santiago al ministro encargado de la seguridad pública, y en subsidio hacer que se enterara por la prensa que ese día martes sería el hazmerreír de todos, los que piden las cabezas de la jefa de gabinete díscola, o de la desorientada encargada de prensa de Michelle Bachelet, no andan muy perdidos.
¿Por qué era necesario crearle a la Presidenta un espacio tan íntimo donde ella pudiera tratar de un modo especial a las ‘víctimas de la violencia’ en la zona; un lugar donde hablar a espaldas de los ‘victimarios’, y enseguida salir proponiendo una nueva comisión inútil para resolver un problema de cinco siglos de antigüedad? La agenda del martes 29 no sólo era acotada a unas pocas horas, sino sensible e imposible de sostener desde la probada incapacidad de La Moneda de ocuparse del fondo del asunto: el respeto y reconocimiento de una cultura originaria que ha sido despojada de su bien ancestral, como es la tierra.
Por el contrario, el Gobierno se desorienta en la pachamama y Bachelet no lo hace mejor, no atina más que a repetir la consabida monserga de que «los gobiernos y el Estado de Chile han tenido una deuda histórica y por lo tanto es nuestra responsabilidad como Estado» (Austral de Temuco), sin articular una solución real, recurriendo –ni más ni menos– que a la Iglesia Católica como actor relevante de un eventual diálogo –con el obispo de Temuco ocupando el lugar de los no convocados– en circunstancias que esa institución es poseedora de un amargo historial de complicidades en perjuicio del pueblo mapuche, pueblo que por lo demás, valida a otras confesiones religiosas por afinidad y confianza, incluso, por encima de la Iglesia Católica, que fue la que impuso su religión a través de la historia.
La Presidenta –así como el Estado chileno– tiene poco y nada que ofertar en materia de reivindicación. Todos los gobiernos, independiente de su duración, no hacen más que administrar el problema mapuche y pasarlo sin solución al siguiente. Ello explicaría el secretismo tipo RDA y sigilo histérico con que los cercanos de Michelle Bachelet diseñaron la performance de menos de un día en La Araucanía, una jornada para cumplir con una promesa de campaña, carente de soluciones concretas.
Pero, si el diseño de la estrategia incluía el show de un ministro ignorado y basureado, habría que preguntarse qué razones tuvo el segundo piso para armar dicho plan. Es evidente que La Moneda quiso evitar a toda costa que la Presidenta tuviera un acercamiento con los verdaderos protagonistas del ‘conflicto’, el pueblo mapuche. Para ello, se armó un viaje hermético, acotado a tres actividades: se reunió con personas afectadas por hechos de violencia, inauguró el hospital de Lautaro –donde anunció una inversión de 56 mil 500 millones de pesos en Salud para 2016– y voló en helicóptero hasta Cholchol para visitar una comunidad dedicada al cultivo de frutillas, según la prensa local.
Pero también es cierto que el Gobierno pasa por problemas de convivencia política entre sus partidos, y que la situación de la DC no es la ideal a la hora de hablar de lealtad, comodidad y proyección dentro de la Nueva Mayoría. De modo que armar todo un show mediático –que concluyó con el propio ministro Jorge Burgos dos días después celebrando Año Nuevo con carabineros en La Araucanía– no hace más que alimentar la suspicacia que los ciudadanos –una vez más– están siendo privados de la verdad.
¿Cuál verdad? Es evidente que socialistas y democratacristianos mantienen una amistad forzada por el espíritu de Argel que fundó la Concertación, y por cada una de las veces que pactaron sus intereses electorales –como para la elección municipal de octubre próximo–, pero también resulta obvio que la DC es la que sale sobrando en un Gobierno que necesita legitimarse como de izquierda. Una DC donde se habla de ‘desafección’ con el Gobierno, en medio de quejas por ‘maltrato’, coronado por el ‘punto de quiebre’ del impasse Bachelet-Burgos, consigna El Mercurio.
Bajo esa premisa, la consentida bajada de Burgos del viaje flash a la Novena Región tendría explicación: la DC se hace de una excusa perfecta para abandonar el proyecto de la Nueva Mayoría. Una salida consensuada y digna que legitima la vocación conservadora de la falange, que pone al partido en sintonía con sus raíces más profundas, más afines a la derecha terrateniente. Un partido que también tiene la casa desordenada, con un presidente deslegitimado por su excesiva vocación deportiva por sobre su esperada vocación de servidor público y por las boletas emitidas por sus hijos a SQM, unos militantes y simpatizantes –26 ex personeros de distintas administraciones concertacionistas– que a través de una carta pública piden enmendar la plana a Michelle Bachelet: menos Estado y más libertad económica. Un verdadero contrasentido para los planes que buscan reformas estructurales.
Por otra parte, tal error pseudo involuntario, le permite, además, al Partido Socialista revivir la histórica disputa con la Democracia Cristiana, entre supuestos buenos y malos, justo cuando ha sido descubierto que el PS habría recibido financiamiento que algunos han tildado de aportes “con sangre de los propios socialistas” de manos del yerno de Pinochet, de la privatizada empresa que maneja recursos naturales, Soquimich. Por lo tanto, al PS le conviene revivir las antiguas acusaciones de amarillos y golpistas contra la DC, y con ello generar las bases de la candidatura presidencial de Isabel Allende. ¿Qué va hacer la DC, retirarse de la Nueva Mayoría? Difícil, sus militantes jamás se retirarán por voluntad propia de sus puestos de trabajo en el Gobierno. Por ello, la amenaza de Gutenberg Martínez es poco creíble. Todo lo anterior amén de que si la Presidenta Bachelet hubiere ido a La Araucanía con más tiempo y agenda transparente, por cierto las protestas en su contra habrían sido masivas, no sólo por el tema de La Araucanía, sino también por los demás aspectos que aquejan a la sociedad chilena. Una cortina de humo.
Algo huele muy mal en ese mundo macondiano de la coalición gobernante, y que obliga a los ‘cerebros’ palaciegos a tomar decisiones erráticas, como diseñar planes colmados de torpezas, con la idea que le están pegando el palo al gato, engrupiendo a los ciudadanos con un show de mala calidad, tras lo cual dejan enredada a la Presidenta de la República. Sobra desatino comunicacional, falta inteligencia política.