A confesión de parte, relevo de prueba. Hace tiempo que venimos documentando que el conflicto en Siria responde a los intereses externos de otros países, cuyo objetivo, al menos en la apariencia, es el de desestabilizar el régimen del presidente Bashar al Assad. Siria es para la Casa Blanca uno de los “Estados canallas”, acusado de financiar el terrorismo y de reprimir los derechos democráticos, aplicando una despiadada represión.
Que esta tesis chocaba contra la realidad, entre ella, el apoyo masivo que recibe el gobierno de Assad, reelecto hace poco en forma casi plebiscitaria, lo hemos señalado más de una vez. Y también señalamos el peligro de desestabilizar recurriendo al apoyo de grupos yihadistas, como sucedió en Libia, desatando un caos que todavía perdura.
En agosto de 2012, mencionamos el planteo de un legislador de Estados Unidos, Ron Paul, quien alertó que el apoyo a los rebeldes sirios significaba financiar grupos terroristas (1) con el dinero del contribuyente estadounidense. Mientras tanto, la situación derivó en guerra debido a la masiva presencia de milicianos extranjeros, a los que no se unió triunfalmente la población Siria. Por el contrario, los pocos elementos locales rebeldes se disolvieron, demostrando su inconsistencia. Ya había hecho su aparición el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL, o ISIS por su sigla en inglés, hoy rebautizado Estado Islámico, EI) y su brazo armado en Siria, Al Nousra. En junio señalamos la presencia de armas enviadas a Siria por la CIA en manos de los milicianos del EI (2), encargados del “trabajo sucio”.
Pero hoy es la misma ex ministra de relaciones exteriores de los Estados Unidos, Hillary Clinton, quien admite el apoyo brindado por la Casa Blanca a las milicias del ISIS o EI, que luego de ocupar parte de Irak y de Siria, está llevando a cabo una limpieza étnica contra cristianos y yazidies (minoría curda de religión zoroastriana), perpetrando atroces asesinatos, incluso de niños y mujeres.
En una entrevista concedida al medio digital The Atlantic (3), Clinton admite que esta milicia ha sido creada por la Casa Blanca pero que se le escapó de las manos. “Hemos fracasado en crear una guerrilla anti-Assad creíble… El fracaso de este proyecto ha llevado al horror al que estamos asistiendo hoy en Irak”. La ex secretaria de Estado, incluso menciona una conversación con su Presidente en febrero pasado, en la que le mencionó expresiones cuyo sentido comprende recién ahora. “Cuando tienes un ejército de profesionales que actúa contra campesinos, carpinteros e ingenieros que comienzan una protesta, tienes que hacer algo —le habría dicho Obama—. Lamentablemente, modificar la ecuación de las fuerzas en lucha es difícil, casi nunca uno lo logra”.
Para Clinton, que no se escandaliza por el método utilizado sino que más bien critica la falta de mayor energía por parte del presidente Barack Obama, el modelo a seguir sería el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y su reacción contra los guerrilleros de Hamas en Gaza, que ha provocado más de dos mil víctimas, el 75 por ciento civiles, entre ellas más de 500 niños, y además sobre 10 mil heridos y cuantiosas destrucciones. Las críticas internacionales, incluso de referentes y comunidades judías, por el exceso de fuerza utilizado, no tienen mucha importancia para la ex ministro. “Las víctimas civiles, los niños, las mujeres, son todos efectos colaterales de una política justa”, sostiene la líder política. “Si hubiéramos actuado con la misma determinación en Siria, los combatientes yihadistas no se nos habrían escapado de las manos, como luego ha sucedido”, concluye.
El simplismo ético del que padece Hillary Clinton, y por lo visto importantes sectores políticos de los Estados Unidos, aparece aquí con todo su dramatismo. La Casa Blanca ha destapado una nueva caja de Pandora al contribuir a crear un despiadado grupo terrorista.
No es la primera vez, pasó con el escándalo “Irán-Contra” nicaragüense, pasó en la guerra contra la Unión Soviética en Afganistán, cuando el apoyo a los guerrilleros afganos produjo el nacimiento de Al Qaeda. Pasó en Libia, entregando el país al caos. La misma Clinton afirma, al pasar, que su país ha hecho cosas que no la enorgullecen también en América Latina. Alude sin duda al apoyo a las dictaduras militares, con sus “efectos colaterales” de desaparecidos, tortura y violación a los derechos humanos. “Pero en ese entonces teníamos un objetivo más grande —explica—. Y lo hemos conseguido. Todo el resto pasa en segundo plano”.
El resto que pasa en segundo plano es, en realidad, un reguero de muerte, dolor y destrucción. Clinton lo acepta, son “efectos colaterales”, es decir, un eufemismo que admite que hay personas de las que se pude prescindir… si se consigue el resultado. Sí, porque el nudo de la cuestión para Hillary Clinton no es la tragedia de mujeres degolladas, niños crucificados, yazidíes enterrados vivos, sino que no se consiguió el resultado previsto. De haberlo hecho, “todo el resto pasa en segundo plano”.
Fuente: Revista Mensaje