Imperio y medios: La carga de la brigada mediática

La presentadora de la televisión estaba realizando una entrevista en pantalla dividida con un periodista que se había ofrecido como testigo en la ejecución de un hombre que estuvo en el pabellón de la muerte en Utah durante 25 años

Imperio y medios: La carga de la brigada mediática

Autor: Wari

La presentadora de la televisión estaba realizando una entrevista en pantalla dividida con un periodista que se había ofrecido como testigo en la ejecución de un hombre que estuvo en el pabellón de la muerte en Utah durante 25 años. “Tenía una alternativa”, dijo el periodista, “inyección letal o pelotón de fusilamiento”. “¡Caray!” dijo la presentadora.

Dan entrada a una ventisca de spots publicitarios para comida chatarra, blanqueadores dentales, bandas gástricas, el nuevo Cadillac. Esto fue seguido por la guerra en Afganistán presentada por un corresponsal con un chaleco antibalas. “¡Eh!, hace calor”, dijo en la pantalla dividida. “Tenga cuidado”, dijo la presentadora. “Y ahora verán”, era un reality en el cual la cámara observaba a un hombre incomunicado en un calabozo.

A la mañana siguiente llegué al Pentágono para una entrevista a uno de los altos funcionarios que hacen la guerra para el presidente Obama. Hubo una larga caminata por brillantes corredores con fotos de generales y almirantes adornados con galones. La sala de reuniones se había construido especialmente. Era azul y con un frío ártico, y sin ventanas ni características especiales excepto una bandera y dos sillas: accesorios para crear la ilusión de un sitio de autoridad.

La última vez que estuve en una pieza semejante en el Pentágono, un coronel llamado Hum interrumpió mi entrevista con otro funcionario que hace la guerra cuando pregunté por qué tantos civiles inocentes morían en Iraq y Afganistán. Entonces eran miles; ahora es más de un millón. “¡Pare la cinta!” ordenó.

Esta vez no había un coronel Hum, sólo un rechazo cortés de testimonios de soldados de que era “algo común” que se ordenara a los soldados que “mataran a todos los hideputas”. Associated Press, dice que el Pentágono gasta 4.700 millones en relaciones públicas: es decir, para ganar los corazones y mentes no de miembros de tribus afganas recalcitrantes, sino de estadounidenses. Esto se conoce como “dominación de la información”, y los de relaciones públicas son “guerreros de la información”.

El poder imperial estadounidense fluye a través de una cultura mediática en la cual la palabra imperial es anatema. Mencionarla es herejía. Las campañas coloniales son realmente “guerras de percepción”, escribió el actual comandante general David Petraeus, en las cuales los medios popularizan los términos y condiciones. “Narrativa” es la palabra acreditada porque es posmoderna y carente de contexto y verdad. La narrativa de Iraq es que la guerra está ganada, y la narrativa de Afganistán es que es una “guerra buena”. Que nada de esto sea verdad no tiene nada que ver. Promueven una “grandiosa narrativa” de una amenaza constante y de la necesidad de la guerra permanente. “Vivimos en un mundo de amenazas escalonadas y entrecruzadas”, escribió el celebrado columnista del New York Times Thomas Friedman, “que tienen el potencial de poner a nuestro país cabeza abajo en cualquier momento”.

Friedman apoya un ataque contra Irán, cuya independencia es intolerable. Es la vanidad psicopática de una gran potencia que Martin Luther King describió como “abastecedora de violencia del mundo”. Y entonces lo mataron a tiros.

Se aplaude al psicopático en toda la cultura popular corporativa, desde el espectáculo televisivo de un hombre que elige un pelotón de fusilamiento en lugar de una inyección letal a Tierra Hostil [Hurt Locker], película ganadora del Oscar, y el aclamado Restrepo, un nuevo documental bélico. Los directores de ambas cintas niegan y dignifican la violencia de la invasión como “apolítica”.

Y sin embargo, tras la fachada caricaturesca hay un propósito serio. EE.UU. está involucrado con fuerzas militares en 75 países. Hay unas 900 bases militares de EE.UU. en todo el mundo, muchas de ellas ante las puertas de las fuentes de combustibles fósiles.

Pero hay un problema. La mayoría de los estadounidenses se oponen a estas guerras y a los miles de millones de dólares que se gastan en ellas. Que su lavado de cerebro fracase tan a menudo es la mayor virtud de EE.UU. Esto se debe frecuentemente a valerosos inconformistas, especialmente los que emergen de la centrífuga del poder.

En 1971, el analista militar Daniel Ellsberg filtró documentos conocidos como “Papeles del Pentágono” que desmintieron casi todo lo que dos presidentes habían afirmado sobre Vietnam. Muchas de estas personas informadas ni siquiera son renegados. Tengo una sección en mi libro de direcciones repleta de nombres de ex agentes de la CIA que expresaron su opinión. No tienen un equivalente en Gran Bretaña.

En 1993, C. Philip Liechty, el oficial de operaciones de la CIA en Yakarta en los días de la invasión asesina de Indonesia de Timor Oriental, me describió cómo el presidente Gerald Ford y el secretario de Estado Henry Kissinger habían dado “luz verde” al dictador Suharto y suministraron en secreto las armas y logística que necesitaba. Al llegar los primeros informes a su escritorio, comenzó a cambiar de opinión. “Fue erróneo”, dijo. “Me sentí mal”.

Melvin Goodman es ahora erudito en la Universidad Johns Hopkins en Washington. Estuvo en la CIA más de 40 años y llegó a ser alto analista soviético. Cuando nos encontramos el otro día, describió el manejo de la Guerra Fría como una serie de groseras exageraciones de la “agresividad” soviética que ignoraron intencionalmente la inteligencia de que los soviéticos estaban comprometidos con evitar a todo precio una guerra nuclear. Archivos oficiales desclasificados a ambos lados del Atlántico confirman este punto de vista. “Lo que importaba a los partidarios de la línea dura en Washington”, dijo, “era la medida en la que una amenaza percibida podía ser explotada”.

El actual secretario de defensa, Robert Gates, como director adjunto de la CIA en los años ochenta, había exagerado constantemente la “amenaza soviética” y, dice Goodman, hace lo mismo actualmente “respecto a Afganistán, Corea del Norte, e Irán.”

Poco ha cambiado. En EE.UU., en 1939, W.H. Auden escribió:

“mientras mueren las grandes esperanzas
de una década baja y deshonesta:
olas de rencor y de miedo
corren sobre las iluminadas
y oscurecidas tierras del planeta
oprimiendo nuestras vidas privadas; …
se asoman fuera del espejo
la cara del Imperialismo
y el error internacional.”

Por John Pilger

Information Clearing House.Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Fuente: questiondigital.com


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