Tony Blair se convenció a sí mismo –y a su país– de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva y, sin considerar los informes de inteligencia, decidió participar de la invasión a Irak en 2003.
Aun cuando no se había establecido un criterio claro que justificara la guerra, el Gobierno británico se decidió por la vía bélica sin haber agotado todas las opciones pacíficas. A grandes rasgos, éstas son las severas conclusiones del informe Chilcot, que hoy por fin vio la luz después de siete años de gestación.
En 2009, Sir John Chilcot, autoridad política de trayectoria y miembro del Consejo Privado del Reino Unido, tomó a su cargo la misión de elaborar un informe conocido como el ‘informe Chilcot’ (The Iraq Inquiry), una investigación para esclarecer los términos de la participación del país en la guerra de Irak.
Hoy, el informe reveló públicamente que el primer ministro británico estaba tan convencido de una supuesta presencia de armas de destrucción masiva, que envió tropas a Irak cuando todavía era posible resolver el conflicto por la vía diplomática. Sit John Chilcot concluyó que los servicios de inteligencia habían informado propiamente al mandatario de que no había pruebas concluyentes que justificaran una guerra, informa The Independent.
El informe Chilcot sobre la guerra también reveló que Blair y el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, estaban muy al tanto de que las consecuencias para Irak serían catastróficas y que el país descendería a un caos sectario después de la invasión –contrario a lo que declaró Blair en la investigación.
El hecho de que el ex primer ministro británico mintiera para justificar la participación de Reino Unido en la guerra, ha causado controversia en el país por 13 años.
Chilcot no habla de «mentira» textualmente, pero sí describe que Blair decidió ignorar deliberadamente los límites entre lo que él creía y los hechos que conocía sobre Irak.
Por su parte, el ex primer ministro alegó que los 12 volúmenes del informe prueban que, en el peor de los casos, su actuar fue simplemente un error. «El informe debería omitir acusaciones de mala fe, mentira o engaño. Ya sea que la gente esté de acuerdo o en desacuerdo con mi decisión de tomar acción militar contra Saddam Hussein, decidí de buena fe y basado en lo que creía que era lo mejor para los intereses del país», declaró Blair en la investigación.
Pero Sir John Chilcot recalcó que los riesgos de conflictos internos, la inestabilidad regional y la expansión de Al-Qaeda en Irak, eran costos perfectamente visibles por las máximas autoridades políticas de las potencias beligerantes. «Cada uno era explícitamente identificable», afirmó; pero aun así se tomó la decisión de preparar una invasión a Irak e ir tras Saddam Hussein.
Chilcot también hizo una crítica a los jefes del Joint Intelligence Committee, el comité de inteligencia británico, por permitir que Blair tergiversara lo que le habían informado.
En septiembre de 2002, el primer ministro presentó un expediente oficial del comité de inteligencia a la Cámara de los Comunes, en el que se informaba con precisión que no era posible afirmar a ciencia cierta que Hussein tuviera armas de destrucción masiva. Sin embargo, el documento venía con un prólogo firmado por el propio Blair, que afirmaba que «sin lugar a dudas» Irak mantenía armas de destrucción masiva en su poder. Chilcot declara que esta acción fue formulada deliberadamente para establecer lo que el mandatario creía, en lugar de la verdad. «Los juicios sobre el potencial de Irak en esa declaración y en el expediente, fueron presentados con una certeza injustificada», señaló el director de la investigación.
Hussein había declarado que su régimen había destruido todas las armas químicas que tenía y que había usado en los años ’80. Pero el informe de Sir John Chilcot establece que ante una inminente invasión de Irak por Estados Unidos -independiente de lo que el Reino Unido decidiera- los jefes de inteligencia no fueron enfáticos en aclarar la posibilidad de que el gobierno iraquí estuviera diciendo la verdad.
Cuatro meses antes de la invasión, en noviembre de 2002, el gobierno iraquí anunció que ya no tenía armas de destrucción masiva, pero Blair se negó a creerlo. Hablando por teléfono con George W. Bush en diciembre, el jefe de estado británico dijo que las declaraciones le parecían «obviamente falsas» y que esperaba con un «cauteloso optimismo» que los inspectores de armas pudieran probar que Irak mentía.
El 18 de marzo de 2003, Tony Blair persuadió a la Cámara de los Comunes de dar el visto bueno para una acción militar, pero «al momento del voto parlamentario, las opciones diplomáticas no se habían agotado», afirma Chilcot. Desde septiembre de 2002, informes del Ministerio de Relaciones Exteriores (FCO) y del Comité de Inteligencia habían indicado que una guerra en Irak provocaría un ambiente para la violencia y un clima de inestabilidad para el país.
Un informe del FCO sobre el islamismo en Irak, presagió el surgimiento de grupos como ISIS, uno de los principales focos de la violencia que actualmente arrasa con la región. El documento advertía que era probable que grupos armados buscaran identidades e ideologías a las cuales adherirse para basar sus movimientos con fines políticos.
Tres años después de terminada la guerra, ISIS se declaró califato en Irak y actualmente mantiene el control de amplios sectores del país, incluyendo su segunda ciudad principal, Mosul. El grupo se atribuyó el bombardeo del domingo pasado en Bagdad, un ataque que dejó 250 muertos, en lo que constituye el peor ataque desde la invasión occidental a Irak en 2003.
La Operación Telic, como se conoció la guerra de Irak en el Reino Unido, logró la ocupación del país, el derrocamiento de una dictadura y el establecimiento de un nuevo gobierno pro-estadounidense (o pro-occidente), pero jamás encontró las armas de destrucción masiva a las que hicieron alusión Bush y Blair y que justificaron una invasión sobre la base de una mentira. Finalizada la guerra en 2011, el panorama socio-político de Irak, lejos de estabilizarse, se había convertido en un caldo de cultivo de guerras internas y de grupos armados, y foco de la perpetua intervención de las potencias de occidente. Un conflicto que sigue cobrado miles de víctimas.
El Ciudadano