Serie guerrillas en América Latina (II)
Varios movimientos de izquierda armada lograron una correlación de fuerzas que les permitió ser parte de procesos transicionales, de diálogos y acuerdos de paz, o simplemente “tomarse el poder”. Ello les permitió instalarse en la primera línea de gobiernos de la región y tener a sus jefes de verde olivo como presidentes en sus respectivos países.
José “Pepe” Mujica pasó gran parte de su vida en una cárcel. Ahí llegó por ser dirigente del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T), del Uruguay. Arrestado por los militares, fue torturado, encarcelado durante 15 años y pudo desaparecer o ser ejecutado. Hoy, las Fuerzas Armadas y policiales le rinden honores como Presidente de la República.
Y es que Mujica nunca dejó de ser tupamaro, pero los tupamaros dejaron de ser la mítica y eficaz guerrilla urbana y se convirtieron en una fuerza política y social que creció en movimientos sociales y sindicales. El MLN-T, que destacó por el desarrollo de una guerrilla urbana de liberación nacional, liderada por Raúl Sendic, asumió un cambio estratégico y optó por la lucha política y social y más tarde incluyó la electoral.
Creó el Movimiento de Participación Popular (MPP) y reajustó su relación con el Frente Amplio (FA)-del cual fue adversario durante la lucha insurgente- estableciendo alianzas que pusieron a los “tupas” en condiciones de obtener positivos resultados electorales que lo llevaron a tener una amplia representación en el Parlamento. En las presidenciales de 2009 consiguieron lo inimaginable; que uno de los suyos, Pepe Mujica, fuese el candidato presidencial del FA y, en el colmo de los sueños cumplidos, que ganara y se convirtiera en Presidente de la República.
LOS CASOS CENTROAMERICANOS
En tiempos recientes, después de ganar con frecuencia la alcaldía de la capital salvadoreña y obtener una consistente presencia parlamentaria, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN, o Farabundo) -que conformaron cinco grupos guerrilleros-, alcanzó la Presidencia de la nación, no con uno de sus comandantes, pero sí con un dirigente de la izquierda de reconocido apoyo popular: El periodista Mauricio Funes. Claro que el cargo de Vicepresidente lo ocupó Salvador Sánchez (Comandante Leonel González), un antiguo jefe insurgente, quien durante décadas encabezó las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), la colectividad mayoritaria dentro del ‘Farabundo’.
El FMLN entró de lleno en las lides electorales después que se firmaron los Acuerdos de Paz de Chapultepec (México), y hoy es la primera fuerza política de El Salvador. Lo logró con arraigo social, sindical, campesino, estudiantil y debido a la gestión en diversidad de municipios.
Pero detrás están décadas de lucha armada que incluyeron destacadas acciones urbanas –llegaron a cercar la capital- y la actividad insurgente en amplias zonas rurales, consiguiendo una capacidad de fuego y apoyo popular que obligó a los gobiernos dictatoriales y a la administración estadounidense a dialogar y lograr un acuerdo para la paz.
Hoy están a la cabeza del gobierno salvadoreño después de ganarle a la ultraderechista Arena y haber desplazado hace tiempo a la Democracia Cristiana. Funes y González sintetizan una mayoría lograda en la amalgama de liderazgos sociales y ciudadanos con la representatividad de quienes fueron comandantes guerrilleros.
En Guatemala, las organizaciones guerrilleras integrantes de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), a pesar de vivir también un proceso de paz y acordar una salida política al conflicto, no tuvieron el mismo derrotero y no logran superar el tercer o cuarto lugar en las elecciones presidenciales, donde se siguen imponiendo sectores conservadores y de la derecha. Sólo logran representación legislativa y local.
Nicaragua marca una situación peculiar. El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) logró una victoria militar sobre la dictadura de Anastasio Somoza y tomó el poder en ese país centroamericano en 1979. Sin embargo, en un hecho considerado inédito y contradictorio por algunos analistas e historiadores, el FSLN, que fundó su estrategia antisomocista y afianzamiento del poder en la fuerza de las armas y el respaldo social, apostó por una definición de continuidad de su proceso, en la convocatoria a una elección presidencial, presionado por una guerra interna desatada por Estados Unidos.
Y la perdió. En 1990 los sandinistas tuvieron que pasarle el bastón presidencial a Violeta Chamorro, de la conservadora Unión Nacional Opositora (UNO). Pero no era el fin de la historia. Pasarían los años y el FSLN –fragmentado y cruzado por fuertes críticas de sandinistas, sectores de izquierda y organizaciones sociales-, volvió a la Presidencia en 2006, volviendo a ubicar en el cargo a Daniel Ortega, quien de ser uno de los comandantes del mando sandinista en las batallas armadas, se convirtió en un político capaz de realizar alianzas con la cúpula de la Iglesia Católica y sectores conservadores. Hace pocas semanas fue reelecto.
EL CASO CUBANO
El caso histórico es el de Cuba. Su actual jefe de Estado, Raúl Castro, fue Comandante del Movimiento 26 de Julio (M-26-7), la organización insurgente que derrotó a la dictadura de Fulgencio Batista en 1959 y tomó el poder en la isla iniciando un proceso de construcción del sistema socialista, donde un factor central fue –o es- la permanente tensión política, militar y diplomática con Estados Unidos.
El proceso de reforzamiento político interno, en los primeros tiempos del triunfo armado, llevó a la dirigencia guerrillera cubana, encabezada por Fidel Castro, a buscar la “coordinación revolucionaria” que alcanzó su punto culminante cuando en 1965 se fundó el Partido Comunista de Cuba (PCC), dejando en la historia insurgente al M-26-7. La isla es el único caso de un triunfo guerrillero consolidado.
Aunque no se trata del resultado de la lucha de un movimiento insurgente, no pasó desapercibido que la actual Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, antes de participar en la construcción del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, fue una activa integrante de Vanguardia Armada Revolucionaria que enfrentó a los regímenes dictatoriales de su país. Ella fue conocida como la “Juana de Arco de la guerrilla” por su destacada participación en la lucha armada, que le costó tres años de cárcel.
Por Hugo Guzmán R.
El Ciudadano Nº115, primera quincena diciembre 2011
Ver Primera parte: Guerrillas que subsisten en América Latina