En un contexto de tensiones geopolíticas, el fentanilo, una droga letal cuya crisis azota a Estados Unidos, se convierte en un nuevo peón en el ajedrez diplomático entre Donald Trump y China. Mientras el presidente electo amenaza con nuevos aranceles, la narrativa que intenta trazar es clara: responsabilizar a Pekín por la inundación de opioides sintéticos en suelo estadounidense. Sin embargo, detrás de este discurso se ocultan complejidades y, quizás, una estrategia más política que práctica.
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Por un lado, Trump apunta a la fuente: los productos químicos chinos utilizados por los cárteles mexicanos para manufacturar fentanilo, que luego se trafica hacia Estados Unidos. Es innegable que China tiene un papel clave como proveedor de precursores químicos, pero también es cierto que, bajo la administración de Joe Biden, se lograron avances en la cooperación bilateral. China, en respuesta a la presión estadounidense, ha ampliado la regulación sobre algunos de estos precursores, aunque los resultados son aún limitados.
El verdadero dilema radica en la efectividad de las medidas de Trump. Vanda Felbab-Brown, de la Brookings Institution, advierte que los aranceles no solo no detendrán el flujo de fentanilo, sino que podrían sabotear la reciente reactivación de la cooperación antinarcóticos entre Estados Unidos y China. El argumento de Trump parece más una herramienta de presión política que una solución efectiva al problema del opioide. No se puede ignorar que el fentanilo ha sido utilizado por China como una moneda de cambio en negociaciones bilaterales, como ocurrió tras el encuentro de Biden y Xi Jinping en 2023.
Pekín ha mostrado disposición a cooperar, pero a cambio de concesiones. Un ejemplo claro fue la eliminación de sanciones estadounidenses a un instituto forense chino, un gesto que Pekín exigió a cambio de su colaboración. Este tipo de intercambios resalta el uso del fentanilo como un recurso más en las tensiones comerciales y diplomáticas, no como un objetivo en sí mismo.
La crítica a la estrategia de Trump es que apunta a un objetivo equivocado. Culpar a China por el problema del fentanilo, sin tener en cuenta la complejidad del comercio de precursores y la colaboración internacional que se necesita, parece más un intento de reforzar su retórica de mano dura con Pekín que una solución real a la crisis. Por su parte, China elude cualquier responsabilidad directa y, en cambio, se posiciona como una víctima histórica del narcotráfico, evocando el comercio británico de opio en el siglo XIX.
Lo que está en juego no es solo la salud pública, sino el manejo de la relación entre las dos superpotencias. Mientras Trump utiliza el fentanilo como arma política, los expertos señalan que lo que se necesita es una estrategia más amplia y colaborativa, y no medidas unilaterales que podrían agravar una crisis que ya cobra decenas de miles de vidas cada año en Estados Unidos.
Al final, la pregunta queda abierta: ¿está Trump verdaderamente interesado en resolver la crisis del fentanilo, o simplemente está utilizando el tema como otro frente en su guerra comercial contra China? La respuesta no parece clara, pero lo que sí es evidente es que la crisis del fentanilo, y las vidas que se pierden a diario, exigen soluciones más allá de la retórica y las sanciones.
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