Podríamos formularnos la siguiente pregunta: ¿tienen derechos Manuel Contreras y los demás condenados por múltiples y diversos crímenes contra los derechos humanos? Pues bien, parece que sí los tiene y sin duda los ha tenido de sobra y en exceso, abusivamente. Nadie como él, nadie como ellos, ha tomado todo el Derecho en sus manos para hacer lo que quisiera, cuándo quisiera, a quién quisiera y del modo que quisiera. Detener, ocultar, mentir, golpear, torturar, degollar, acribillar, violar, robar, matar, inhumar cadáveres clandestinamente, exhumar cadáveres y quemarlos, dinamitarlos, lanzarlos al mar. Todos los verbos, todas las formas, todos los medios, toda la crueldad. Todos esos derechos entregados por el Estado en manos de la dictadura cívico-militar. Y, a pesar de todo eso, aunque parezca poco creíble, luego se le han garantizado los derechos a la integridad de su persona, a un juicio justo, público, civil, con abogados de defensa. Y tras las sentencias, ha contado con el derecho a ser respetado, sí, respetado, aunque parezca poco creíble, en su condición de condenado por crímenes atroces, brutales, que afectan la condición humana en sus fundamentos.
¿Qué más derechos podría reclamar este ser humano experto en crueldad hacia sus semejantes? El principal de los derechos, el derecho a la vida, ése que él negó de manera brutal a las chilenas y a los chilenos lo tiene garantizado. ¿Quiere más? ¿La banalidad del mal es tanta que quieren más él y quienes osan defenderlo?
Pero en Chile no se violaron, no se violan, solo los derechos humanos básicos. ¿Qué hay de los otros derechos humanos negados y violados por entero durante 17 años, y en considerable medida en los últimos 23 años? El derecho al trabajo, el derecho a la salud, el derecho a la educación, el derecho a la vivienda, el derecho a la sindicalización y a la huelga, el derecho a la libertad de expresión, el derecho a la cultura, a la recreación y al descanso; el derecho a elegir libremente a las autoridades, el derecho a la libre cátedra en las universidades, el derecho a reunión, el derecho a organizarse políticamente, el derecho a una vida digna, el derecho a la diversidad, el derecho a existir como pueblo originario? Y Consideremos que estos son solo unos pocos ejemplos.
¿Quiénes nos negaron todos esos y otros derechos? ¿Hay algún reconocimiento de la violación de esos derechos? ¿Alguien ha asumido la responsabilidad de la negación de esos derechos? ¿Alguien ha sido juzgado por este motivo? ¿Acaso los únicos derechos son los de primera categoría, los derechos a la vida, a la seguridad, a la dignidad, a la inviolabilidad de la vida personal? Son los principales, los más importantes, pero no los únicos.
En una columna publicada en este medio hace un par de semanas, el profesor Carlos Pérez Soto afirma: El Golpe es Hoy. Magnífica columna. No he dejado de pensarlo. ¡Porque tiene razón! Cuarenta años y el golpe es hoy, sigue siendo, no solo en sus consecuencias socioeconómicas, políticas y culturales, en el modelo impuesto, en la herencia de la Dictadura, sino también en algo como una especie de letreros luminosos sobre nuestras cabezas, que no vemos pero están ahí y de vez en cuando se encienden y parpadean y tosen y parecen emitir una marcha prusiana o una música de terror o una película que es una pesadilla en la que aún habitamos sin poder despertar.
Escuchamos que el golpe de 1973 fue inevitable, miramos los rostros y escuchamos las voces de los conspiradores desde la primera hora, incluidos ese señor Aylwin, ese caballero chileno, y ese otro el Edwards, y luego están ahí en pantalla, en La Moneda, en el Parlamento, en los medios de comunicación, los defensores de la Dictadura y esas señoras viejas locas que siguen gritando que maten a los comunistas, que los echen del país. Pero no insultemos a los locos; viejas fanáticas y tontas adoradoras del Falo con uniforme. El golpe es ahora.
Y luego nos vemos las caras con la traición de Escalona y la de Lagos Ricardo, y la de toda la Concertación concertada para administrar el modelo y sacar provecho del modelo, borrachos ahora de vino, de dinero, de vacío, de sin sentido.
En medio de todo este carnaval de miseria y estupidez, los más horrorosos criminales de la historia de este país, los que se paseaban en helicópteros y en autos sin patente, usando corvos, despedazando con fusiles de guerra, cociendo a golpes a los detenidos, sepultándolos en fosas clandestinas, arrojándolos al mar, negándolo todo sin embargo como valientes soldados que creyeron ser; esos criminales, que son solo algunos porque un montón anda suelto, un montón de militares y civiles protegidos, ocultos, encubiertos, mafiosos, negociantes de la verdad y la dignidad de las víctimas; reclaman ahora derechos.
Los derechos del Mamo. Y entonces recordamos la columna de Carlos Pérez, que el golpe es ahora, porque si ese individuo reclama por derechos es porque tras su voz resuenan las voces de los poderosos, de quienes temieron perder el poder hace 40 años e hicieron lo que hicieron para mantenerlo y fortalecerlo, y encomendaron al Mamo y a todos esos a hacer el trabajo sucio. Allí resuenan la voz y la mirada de la clase, de esa minoría, de aquellos mismos que se conjuraron y perpetraron el golpe a través de las fuerzas armadas; los poderosos del norte y los serviles poderosos del sur, los dueños, los que mandan, los que toman las decisiones, los que no le consultan nada a nadie, los abusadores, los racistas, los machistas, los explotadores, los negacionistas, los que se siguen conjurando para que no olvidemos que, aunque no queramos reconocerlo, el golpe sigue siendo.
Por Krúpskaya