El gobierno y la Nueva Mayoría acordaron una hoja de ruta hasta el 2018. Mantienen las reformas pero ajustadas y reducidas al nuevo escenario económico, lo que es una forma pragmática y aparentemente hábil para mantener ciertos equilibrios políticos. ¿Cómo observas esta maniobra?
Las fuerzas políticas, deterioradas y desprestigiadas, se han ajustado a las presiones de los requerimientos de los empresarios y financistas. No es nuevo y, además, esta vez la derecha económica aprovechó el momento lamentable de la mayoría de los partidos y la absoluta falta de conducción política de la Presidenta. Si la derecha no gobierna directamente su estrategia es gobernar mediante el enmascaramiento. En este caso la fuerza interpósita es la Nueva Mayoría, de aspecto progresista y fondo neoliberal. Pero ahora la Presidenta vacila, arrepentida de tanto pragmatismo. ¿Es creible? ¿Sostendrá su arrepentimiento? No lo creo posible.
El gobierno de Bachelet ¿tuvo en algún momento la intención real de cambiar el modelo económico?
Tengo la certeza que algunos sectores y personas la tuvieron y que todavía la tienen. Pero era previsible que la tarea sería extremadamente difícil, sólo posible en condiciones muy singulares que, por cierto, no se han dado. ¿Las razones? Primero, porque el triunfo de Bachelet fue magnificado y sus partidarios prefirieron no ver lo evidente: un 60% de los votantes potenciales no sufragó. Su porcentaje de apoyo real, en las urnas, era sólo de 25% más o menos. No olvides que todos los partidos de la Nueva Mayoría disminuyeron su votación parlamentaria en términos absolutos. El triunfo pudo presentarse como tal sólo gracias a los juegos estadísticos y la relatividad de los porcentajes, siempre manejables. Segundo, porque se sobrestimó la incidencia real de la incorporación de fuerzas de izquierda a la nueva coalición y, algunos con molestia, descartaron las advertencias que se formularon. Tercero, porque el Programa inicial acordado por la Nueva Mayoría fue en realidad la primera “renuncia realista”. No olvides los tres sacrificios en el altar del “realismo”: la no inclusión de la Asamblea Constituyente, la supresión del texto programático de la palabra “cobre” (algo insólito en el caso de Chile, insólito y monstruoso), la inviolabilidad del modelo de las AFP. No olvidemos que la propuesta (inútil) de una AFP estatal ha debido ser archivada porque era un fuego artificial y resultaba imposible disfrazar su ineficacia.
Un proceso de desmontaje progresivo…
En 2014 los límites impuestos al programa se presentaron como una necesidad para concentrar los esfuerzos en una Nueva Constitución (durante el mandato) e importantes reformas a la educación, la estructura tributaria, las relaciones laborales y las libertades personales. Hay que tener prioridades, se dijo. Si bien ha habido esfuerzos valiosos en las áreas señaladas, en definitiva la derecha y los sectores tradicionales de la Nueva Mayoría han conseguido imponer una segunda ronda de limitaciones al programa consagrado y sacrosanto (con lo que ha dejado de ser ambas cosas): descartar la Asamblea Constituyente, insinuar una postergación a la dictación de una Nueva Constitución hasta el próximo mandato, mutilar primero y ahora revisar la reforma tributaria, poner en cuestión la primacía de la educación pública respecto a la privada y dejar para las calendas griegas la desmunicipalización, trabar o desconocer el derecho de la mujer a abortar y, ahora, dar un paso atrás en el ámbito de la libertad mediante la reposición de la detención por sospechas.
La síntesis es esta: un programa de cambio insuficiente e imperfecto está siendo reemplazado por un programa de administración, cuyos ajustes menores no alcanzan a ser un cambio de fondo. Un senador DC ha dicho que “los que hicieron el programa” se equivocaron y sobreestimaron las posibilidades. O sea la Nueva Mayoría acertó en su tramado electoral pero erró en los fundamentos que le dieron sustento. ¡Mala suerte! Las elecciones ya fueron y el programa está y quedará pendiente… El programa presidencial fue una primera renuncia a cuestiones básicas, de modo que lo que ahora vivimos es una segunda renuncia. Desde su nacimiento la Nueva Mayoría lleva ya dos renuncias. ¿Habrá otras?
Y se regresa a la política de los consensos
Un factor que pudiésemos llamar “coyuntural” ha sido el caso CAVAL y el consiguiente derrumbe que ha puesto en evidencia y acentuado la debilidad política de la Presidenta. Un segundo elemento es el efecto igualador creado por SQM, las boletas y la exposición pública de la relación dinero-política: todos parecen ser lo mismo, todos están manchados y desprestigiados. El impacto ha generado en la casta político-parlamentaria algún acercamiento, un cerrar filas, más allá de la guerrilla de declaraciones periodísticas. En este terreno los peces gordos del lobismo tejen y tejen.
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Otro factor es el temor a toda alteración social. La Concertación no ha podido superar una notoria aversión al riesgo que ha marcado la transición. Tú lo sabes: toda política transformadora tiene que decidirse a jugar muchas veces en los límites, pero una de las bases del concertacionismo ha sido nunca dejar de pisar terreno firme, jamás acercarse a esos límites.
¿Hay alguna diferencia en este momento entre la Nueva Mayoría y la Concertación?
Pienso que sí, aunque no sé si será interesante. En la Concertación los “autoflagelantes” intentamos, con demasiada timidez, defender el programa y denunciar las desigualdades. En la Nueva Mayoría ese rol lo juega el Partido Comunista con una postura riesgosa pero sincera de lealtad a la Presidenta y de guardián del programa.
Una coalición de esta naturaleza, con esta impronta, ¿puede hacer alguna reforma de peso?
Si se consideran las posturas que han levantado fuertes sectores democristianos y los principales dirigentes socialistas, y se suma la escasa densidad del pensamiento político del PPD y el radicalismo, la conclusión es indudable: no. Creo que desde el comienzo fue así (y lo sostuve en su momento). La Nueva Mayoría nació como una necesidad electoral de la Concertación, no como un ente político nuevo con otra contextura.
El Partido Comunista ha hecho un esfuerzo loable por sostener al menos el imperfecto programa inicial y ahora es la única muralla de contención dentro del gobierno para atenuar las renuncias que se vienen en cascada. Pero (como también lo sostuve en su momento) su influencia no es suficiente, su capacidad de incidir es limitada. La derecha, por su parte, ha levantado una insidia comunicacional para hacerlo aparecer como comprometido con movimientos políticos armados que operan en otros países. Entre la venganza de la derecha y la indolencia de sus actuales aliados, la situación del PC demuestra que antes de pactar con fuerzas de centro -algo posible en un cuadro como el chileno- es preciso desarrollar poder de izquierda y que ese esfuerzo va más allá de lo que pueda hacer un solo partido por dedicado y comprometido que sea, porque el contingente de la izquierda es amplio y heterogéneo. Para participar en un gobierno de coalición o para ser una oposición que influya e imponga términos es clave la existencia de una izquierda diversa, plural y contemporánea.
Michelle Bachelet está en niveles máximos de desaprobación. ¿Tiene futuro una Nueva Mayoría ligada a este gobierno?
La política está llena de altos y bajos, entre otras razones porque la historia se resiste a las predicciones fáciles y siempre nos sorprende. Con todo, hay escenarios que uno puede atreverse a descartar. Uno de ellos es la reivindicación del segmento dirigente que, en el gobierno o en la oposición, circula hoy por La Moneda, el centro de Santiago y el Congreso en Valparaíso. No obstante, el desgaste definitivo no será fácil ni demasiado veloz. La razón es simple: no existe un adversario serio que los enfrente. Sólo una izquierda reunida, reconfigurada y recargada podría hacerlo y no la diviso en el horizonte próximo.
Entonces, cuando quedan poco más de dos años de gobierno y poco más de un año para tomar decisiones presidenciales, aún es posible que los destartalados protagonistas políticos actuales logren trabar una contienda por el poder del estado, aún ante la apatía o rechazo generalizado de la población (que, reiteradamente, pareciera que les importa un bledo). Bueno, no es que me sorprenda esta actitud: la forma como el Gobierno, sus partidos y los de oposición se manejan frente a la cuestión de la participación ciudadana en una Nueva Constitución es repulsiva. A diario se niega, se desvaloriza, se quita jerarquía al sufragio universal y se ignora el derecho del ciudadano a intervenir en la determinación de las reglas que ordenan su vida. Todos los días, con códigos en la mano, voz engolada y tono de sabia prudencia, o con palabras maternales propias de un cuento infantil se lanzan argumentos de mala muerte contra la Asamblea Constituyente. Se trata de soslayar a toda costa la participación real porque es una amenaza que hay que aventar. ¡Es un borde, es un límite y no hay que acercarse a la orilla porque uno se puede caer..! En este mal cuadro, todo es posible, hasta la continuidad de la Nueva Mayoría y la celebración de su nuevo triunfo presidencial. O, si no, de la derecha. Lo que no cambia tanto, después de todo. Te lo digo con una mezcla de pena e ira.
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Es este el peor de los escenarios posible. Es decir, que pese a todo lo que hemos visto, no pase nada.
Los sistemas de poder son resistentes y generan una variedad a veces impensada de mecanismos para garantizar su subsistencia. Muchas veces lo logran porque la única forma de contrarrestar su capacidad y sus artilugios es unir fuerzas para remecerlos y conseguir modificarlos. Si, como dices tú, al final no pasa nada, no es culpa de ellos. Es responsabilidad nuestra.
¿Cómo ves el proceso constituyente?
Lento, trabado, erosionado por la timidez y el oportunismo incluso de muchos que parecían impulsarlo en serio. Pero, al mismo tiempo, observo que persisten los esfuerzos por construir movimiento, por preparar cuadros, y que hay toda una generación de jóvenes a la que les hace mucho sentido que cada chileno tenga el derecho a dar su opinión sobre las reglas básicas que van a regir su existencia. Además me ha causado una impresión positiva la formación de una bancada parlamentaria por la Constituyente. Pero me gustaría ver a los parlamentarios menos testimoniales, más activos, opinantes, polémicos. Tengo confianza en que, en un cierto punto, el caudal comience a multiplicarse exponencialmente y la demanda sea irrechazable.
¿Están las condiciones en Chile para avanzar a asambleas?
El ejercicio de la soberanía popular, incluso con imperfecciones, está siempre a la orden del día. Hay gente más habilitada que otra para reflexionar y decidir, o que siente las cosas con mayor intensidad, pero eso es siempre así en la democracia. No veo ninguna razón para que Chile sea el único país postdictatorial que no ha hecho un debate a fondo, entre todos sus ciudadanos, y con un cuerpo colectivo elegido al efecto que termine proponiéndoles para la aprobación o reprobación una carta constitucional.
Tras la debacle que ha dejado el financiamiento ilegal de la política, ¿cómo puede recomponerse la política?
El financiamiento ilegal de las campañas es sólo una arista del problema. Hay formas de relación entre dinero y política que revisten la mayor gravedad: la coima, la extorsión, la compraventa de influencias, los conflictos de interés que involucran a parlamentarios, el uso de información confidencial, el lobismo que trafica desde los propios partidos hacia todas las instituciones del Estado. Por otra parte formas de nepotismo repetidas y conocidas oligarquizan la política y la convierten en territorio repleto de privilegios. En fin, son muchos los ámbitos en que se requiere una recomposición. Pero no hay recetas mágicas. La política, como todas las actividades humanas, tiene luces y sombras que, en su caso, son más vistosas por la propia naturaleza de la actividad. Aclarar lo oscuro y aplaudir lo luminoso implica una serie de medidas, pero sobre todo una actitud permanente de los ciudadanos.