Sebastián Piñera quiere aprovechar la inminente derrota de la derecha en las próximas presidenciales para renovar el sector y erigirse como la figura que lo refundó rompiendo sus vínculos con la dictadura. Cerró el penal Cordillera, exige pronunciamientos públicos a los dinosaurios de la UDI y, de paso, tira sus palos a Evelyn Matthei. Todo con miras a repostularse a la Moneda en 2017. Pero ¿Se puede romper el cordón umbilical de los años del terror de Pinochet con el modelo económico de los Chicago Boys que a él mismo lo hizo rico?
A menos de dos meses de la elección los pronósticos coinciden en que asistiremos a una estrepitosa derrota de la derecha chilena. La soberbia derecha adicta y cómplice de la dictadura de Pinochet va en caída libre empujada no sólo por el despertar del movimiento social o por la evidente mediocridad del ‘gobierno de los mejores’ en la gestión de los asuntos de Estado, sino que también por el fuego amigo a la candidatura del sector del propio presidente Sebastián Piñera.
En una estrategia que ya es evidente Piñera apuesta por sacar del camino a todos quienes ensombrezcan su repostulación a La Moneda en 2017. El mismo se preocupó de que la UDI levantara un candidato de ocasión como Laurence Golborne, luego de complicar la definición de su propio partido para sacar del camino a Andrés Allamand y, finalmente, de levantar la candidatura de Evelyn Matthei como la alternativa de unidad del sector. Tras los hilos que han hecho que la Alianza por Chile tenga el record de subir para luego bajar las aspiraciones de tres candidatos en menos de cuatro meses está sin duda el propio presidente.
El magro 37% que obtuvo la Alianza en las elecciones de alcaldes de octubre del 2012 sólo ensombrece el panorama para la candidatura de Matthei. Es la ocasión perfecta para el anhelado sueño de Piñera de romper las cadenas de la derecha con la dictadura de Pinochet. Y para tal tarea es hora de eliminar a los dinosaurios que en las últimas décadas han dominado el territorio y cuya expresión máxima es la UDI. La apuesta de Piñera es reconstruir una identidad de derecha que reniegue de la dictadura de Pinochet a la vez que perfeccione el modelo económico instaurado por los Chicago Boys.
LEVANTARLA PARA GOLPEARLA
Cuando Piñera dijo que Matthei cometió un “error” al votar por el Sí en el plebiscito de 1988, para muchos en la UDI y RN era evidente que el objetivo del presidente es hacer trizas la alicaída candidatura de la hija del miembro de la junta. Los 40 años del golpe militar con toda la exigencia de memoria hecha por las nuevas generaciones terminó siendo el contexto perfecto para sacar al pizarrón a la furibunda candidata.
Ya antes Piñera había dicho refiriéndose a las violaciones a los derechos humanos de la dictadura que “hubo muchos que fueron cómplices pasivos: que sabían y no hicieron nada, o no quisieron saber y tampoco hicieron nada”. El golpe a los viejos dinosaurios de la UDI fue seguido por uno directo a la candidata cuando dijo que era “engañoso” que Matthei dijera que tenía 20 años para el Golpe del 73.
Su brazo derecho, el ministro de Defensa, Rodrigo Hinzpeter, se le había adelantado algunos días diciendo que “la centroderecha no ha hecho la pérdida y el costo definitivo de que algunos de sus integrantes hayan sido partidarios del régimen militar”.
Con la UDI por el suelo y silenciada por el efecto memoria de los programas de televisión que con buen olfato vieron subir su rating desempolvando las imágenes de la dictadura, el golpe certero fue el cierre del penal Cordillera que sorprendió a todos y dejó nocaut tanto a la UDI como a todos los mandatarios concertacionistas, incluida Michelle Bachelet. “Piñera se plantó frente a la oposición y le arrebató una de las temáticas recurrentes de la Concertación: la valoración y respeto a los DD.HH. Lo importante de la decisión de Piñera (interesada o no; para el caso da lo mismo) es que puso en evidencia las concesiones de la clase gobernante de los últimos años y con ello una de las características más notorias de esta generación política: el miedo y la idea de que el contexto obliga incluso a negociar con torturadores”, comenta el analista Mauricio Rojas Casimiro.
UNA DERECHA EN MULETAS
La vieja disputa entre Pablo Longueira, populista capaz de hacer concesiones para mantener el modelo, y Jovino Novoa, obstinado en no ceder posiciones; fue zanjada con la nominación de la hija de un integrante de la junta como candidata. En un momento de crisis la estrategia de la derecha para enfrentar el futuro es el repliegue a sus posiciones.
Al cuestionamiento ético por su rol histórico de sostenedores de la junta, la derecha chilena responde cerrando filas, apostando por el voto duro y preparando la defensa del modelo. Para la conmemoración del 5 de octubre, Matthei volvió al guión de las campañas del terror de la franja electoral del Sí. Junto con defender el accionar de los militares se tiró en picada contra las propuestas de una tímida reforma fiscal de su contendora, Michelle Bachelet, movilizando el fantasma del desabastecimiento provocado por la derecha durante la Unidad Popular.
Matthei dijo que es «inaceptable que se quiera poner en riesgo todo el progreso que hemos tenido, mediante reformas tributarias y constitucionales que han demostrado ser un desastre en todos los países donde se han instalado (…) Esa reforma tributaria y esa reforma constitucional que promete mi contendora lo único que hará es destruir el empleo, frenar el progreso y llevarnos por una senda de otros países que hoy día sufren el mismo desabastecimiento que nosotros teníamos hace 40 años en Chile».
Sus dichos sólo evidencian que no hay imaginación en el sector ni capacidad de articular nuevas propuestas. Y eso hoy el electorado lo cobra caro. Si hay algo que supera la intención de voto por Matthei (medida en la última CEP con magros 12 puntos) es su rechazo: En la misma encuesta se empina a 39 puntos. Simplemente la candidata no prende.
LA NUEVA APUESTA DE PIÑERA
Las fichas de Piñera están por la construcción de un proyecto político, la “Nueva Derecha”. Tras la esperada derrota de Matthei, la apuesta es refundar la derecha chilena y pasar a la historia por ser quien rompió con el atavismo del dictador.
Los modelos exitosos de gobiernos de derecha a seguir por Piñera son pocos. En Paraguay se trata de una derecha golpista; en España la derecha de Mariano Rajoy en el gobierno está sometiendo a su población a un riguroso ‘programa de austeridad’ definido por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo. Su modelo más próximo es el de Juan Manuel Santos, mandatario colombiano que supo distanciarse de su predecesor Álvaro Uribe, cultivar un perfil de buenos modales y respeto por la democracia, a la par que entrega a concesiones mineras el 70 por ciento del territorio colombiano y de cuando en cuando manda a cometer asesinatos selectivos de líderes de la guerrilla.
Piñera sabe que tiene que pavimentar un camino a la derecha en el país convertido en el laboratorio de las políticas neoliberales de convertir los derechos sociales en suculentos negocios.
El cálculo de Piñera es que ya es hora de separar aguas entre la dictadura y el modelo económico fundado por ésta. De esa cirugía depende el futuro del modelo económico que a él mismo lo hizo rico. No en vano, no pocos lo llamaron el quinto gobierno de la Concertación. En el fondo comparten el mismo proyecto histórico.
La apuesta de Piñera es renovar la imagen blanco y negro de una derecha con antorchas prendidas en Chacarillas haciendo loas a Pinochet por una nueva derecha preocupada por la eficiencia en la gestión del Estado. Su discurso será sacar a relucir como logros de su mandato la creación de empleos (no dice eso sí qué tipo de empleos) y repetir el rosario del crecimiento económico, estabilidad fiscal y gobernabilidad.
En su mundo de focus group y elecciones a ganar por medio de un buen jingle o una campaña publicitaria, Piñera no es capaz de comprender que el declive de la vieja derecha no fue por el talento de la Concertación como oposición, sino que el movimiento social estudiantil comenzó a desnudar al país paraíso de los inversionistas.
El retroceso de las ideas de derecha en el país no es efecto de un ambiente cultural monopolizado por ideas de izquierda, como balbucean en el sector, cosa imposible en un panorama mediático cuya propiedad es de ellos mismos, sino porque más de una década de discursos que apelaban al mérito individual y el “emprendimiento” como factores determinantes de movilidad social, su piedra de tope son los dueños de Chile que no quieren compartir la riqueza logradas tras las privatizaciones de Pinochet y la Concertación con nadie.
No en vano el discurso neoliberal de la eficiencia de Andrés Velasco o el ‘capitalismo popular’ de Franco Parisi concitan más apoyo entre las nuevas generaciones de la derecha chilena que los dinosaurios del sector.
Más que falta de convicción o incapacidad de articular un relato, el modelo de sociedad que la derecha le ofrece al país como proyecto político es una fila en una caja única para los ‘no clientes’, condenados a esperar horas para pagar cuentas.
UN VÍNCULO DE HIERRO
Cuando Piñera resultó electo nos preguntamos si ¿Habrá un movimiento social que los supere? A cuatro años de la duda sólo queda constatar que el levantamiento del movimiento social es el hito político más importante desde la salida pactada de Pinochet. Es el mismo movimiento que descorrió el velo de la historia y será el sepulturero no sólo de la anciana derecha ‘cívico-militar’, sino que también de la Concertación obsesionada por la gobernabilidad.
Hace cuatro años los pronósticos eran que por lo menos la derecha gobernaría dos periodos. A pocas semanas de la elección, Piñera tiene claro que la foto final de su mandato será la entrega de la banda presidencial a su predecesora. Su talante ganador no cejará por lograr que la mama polla de la Concertación se la devuelva.
La escena es otro acicate para Piñera para erigirse en la figura más importante de la derecha. Pero ¿se puede separar la impronta del terror de la dictadura del modelo neoliberal?
Una víctima de la dictadura, quien fuera canciller de Allende, Orlando Letelier, dio pistas para una respuesta en agosto de 1976 en un artículo publicado en The Nation. “Aquellos que imponen la ‘libertad económica’ sin límite alguno también debieran ser estimados responsables si los requisitos y resultados de tal política son la represión masiva, el hambre, el desempleo y la permanencia de un brutal estado policíaco” –advertía Letelier.
No es casualidad que su brazo derecho, Rodrigo Hinzpeter, exhibe como credenciales una ley que lleva su nombre, que con la excusa de el combate a los ‘encapuchados’ quiere cercenar aún más el derecho a la movilización social y una mano dura con la delincuencia que no ha dado resultados.
Letelier resaltaba la incongruencia de un mercado libre total en un contexto de extrema desigualdad entre los distintos agentes económicos. El economista hacía hincapié en que el éxito que tuvo la implantación neoliberal en Chile que terminó por afianzar el poder político y económico de una pequeña clase dominante, fue producto de la transferencia de riqueza desde los bolsillos de los trabajadores y la clase media a los grupos económicos que hoy manejan la economía chilena.
La relación entre el neoliberalismo y el terror hecha por Letelier fue precursora de la idea desarrollada décadas después para entender el neoliberalismo por Naomi Klein, que dio cuerpo a la Doctrina del Shock. Letelier ya en 1976 advertía que “la concentración de la riqueza no es un accidente, sino un imperativo; no es resultado marginal de una situación difícil, sino la base de un proyecto social; no es un fracaso económico, sino un requisito político”. Piñera, quien se hizo rico en tal esquema, concentra su próximo objetivo en borrar dicho encadenamiento esencial.
Mauricio Becerra R.
@kalidoscop
El Ciudadano