La función política de don Francisco

Convocado a unir a Chile tras las catástrofes, Mario Kreutzberger viene ahora a salvar la crisis de la elite política. A cargo de la entretención de un país en toque de queda, don Francisco fue el primer articulador público privado con la Teletón, ese pacto que estableció el primer gran consenso, mucho antes del fin de la dictadura, de que la solidaridad era posible comprando en el supermercado.

La función política de don Francisco

Autor: Mauricio Becerra

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El reciente cambio de gabinete se inició con una insólita puesta en escena. La presidenta de la República anunciando el cese de funciones de todos sus ministros en una entrevista a don Francisco para el canal de Andrónico Luksic. Más allá de los protocolos republicanos y la independencia ficcional del poder Ejecutivo, la operación da atisbos del rol que ha asumido el reconocido animador de televisión en la política chilena.

De don Francisco se han hecho varias lecturas. Hace poco el lobista Eugenio Tironi decía que es el notario de la transición; “experto en entretención y hábil manipulador de la levedad emocional de las masas”, decía a fines del año pasado el columnista y rector de la UDP, Carlos Peña. Su programa Sábado Gigante “era a la vez un palacio y una casa del horror, el parque temático con el que la tele construyó nuestra identidad por décadas y una fantasía cultural tan potente que fue capaz de transformar el tedio de un sábado en la tarde en una mitología que tuvo que salir a vender al resto del mundo”, en palabras del escritor Álvaro Bisama. Hoy, tras la decadencia de los programas de concursos, don Francisco aparece como el maestro de ceremonia de la transición chilena. Su tribuna acaba siendo el altar en donde van a expurgar sus pecados confesionales los políticos. Iniciado en el arte de hacer llorar a personas pobres ante las cámaras (“mi idea es extraer emociones y mostrarlas”, dijo en una entrevista), sus últimos despliegues ha sido hacer llorar, cantar y bailar a los principales políticos del país. Un pacto que rejuvenece al patriarca de la televisión chilena y que le otorga a la decadente política de la postdictadura la oportunidad de seguir siendo protagonistas del show.

La entrevista de la presidenta representó a su vez los vaivenes de su estilo de gobierno. El periodista Pedro Santander comenta que Bachelet demostró “que está en un limbo entre optar por lo nuevo o aferrarse a lo conocido; que está con un pie dentro del pacto fundacional de los 80, pero sin saber dónde apoyar el otro; que transita entre la credibilidad de quien animaba al Chacal de la Trompeta y la promesa de un ‘proceso constituyente’”.

“UNA IDEA LUMINOSA”

El golpe de Estado dado por Pinochet fue la oportunidad para don Francisco de convertirse en el tirano de la televisión chilena y montar su parque temático hecho de jirones de pobreza y ambición. Iniciado en la televisión en 1962, el programa de variedades no prendía en el contexto de cambio social de la Unidad Popular. Pese a que contaba con buena audiencia, su falta de profesionalismo y las burlas frecuentes a los participantes no caían bien cuando los trabajadores se tomaban las fábricas y organizaban la producción y en la sociedad se discutía sobre el rol de la televisión pública.

El mismo día del golpe, según reconoció Mario Kreutzberger hace pocos años, fue convocado por los militares para que se encargara de registrar la casa bombardeada del presidente Allende en Tomás Moro. «Yo pensaba que esa era el final de mi carrera, porque nunca me había involucrado en política. Ahí se me ocurrió una idea luminosa y le digo al oficial: esta es una gesta del Ejército y creo que un civil no es el que tiene que transmitirla. Entonces, el oficial agarró papa y se puso a transmitir»- dijo don Francisco al programa TV o no TV del Canal 13.

El video divulgado se concentró en mostrar la bodega de vinos de Allende y muchas armas de fuego. Quien sabe el rol que jugó don Francisco en la selección de esas imágenes. Quizás dando ideas en las sombras y, a la vez, siendo muy cuidadoso de no involucrar su imagen en un golpe de Estado que sinceramente apoyaba. Lo cierto es que Mario Kreutzberger siempre cuidó de mantener una imagen despolitizada. Evitaba ser fotografiado por Pinochet y para el plebiscito del Sí y del No, que exigió tomar partido a los chilenos, mantuvo una santurrona indefinición. Si bien la dictadura militar le permitió construir su ideario televisivo, su fino olfato supo detectar que los tiempos de la dictadura acabarían algún día y tendría que encajar en la pactada transición.

LAS HORAS DE AMOR DEL DUEÑO DE PENTA

Durante la dictadura don Francisco quedó a cargo de la entretención de un país en toque de queda. En su programa, cada tarde de sábado familias pobres competían por planchas, secadores de pelo, refrigeradores y hasta un auto, si se le daba la gana al animador. Afuera, ni tan lejos del set de televisión, la DINA secuestraba personas en sus casas, se levantaban centros de tortura y helicópteros nocturnos botaban cuerpos de disidentes políticos al mar.

La década de los setenta y ochenta fueron de oro para don Francisco. El éxito de audiencia consiguió que en 1986 y 1987 durase hasta siete horas ininterrumpidas, base para su éxito internacional posterior que lo mantuvo 53 años en pantalla. Kreutzberger aprovechó incluso el espacio para proteger a amigos que eran perseguidos políticos, como el pianista Valentín Trujillo. Pero al mismo tiempo, la disolución del Estado de bienestar construido durante el siglo XX por la aplicación de las políticas neoliberales en la década de los ’70, y el arribo del modelo de consumo como principal rector de la economía, tuvo su fiesta televisiva con don Francisco regalando casas amobladas y autos a familias llorando de felicidad.

Bajo la dictadura también don Francisco labro su faceta más reconocida. El modelo de la Teletón lo convirtió en el primer gran articulador público privado, ese primer pacto que estableció el primer gran consenso, mucho antes del fin de la dictadura, en que la solidaridad era posible comprando en el supermercado. Según comentan los periodistas Óscar Contardo y Macarena García en La era ochentera, en 1978 impresionado por el impacto producido por la primera Teletón, Pinochet invitó a don Francisco al edificio Diego Portales para felicitarlo.

Luego vendrían los Chile ayuda a Chile convocados para cada catástrofe en un país cuyo sector público se jibarizaba bajo las reglas del Estado mínimo. La gran cruzada de don Francisco es la articulación público privada para producir grandes emociones televisadas. Su misión fue siempre de la ‘unir’ a todos los chilenos en una gran causa. Frente a tormentas de lluvias o grandes terremotos, la exigencia siempre fue olvidar todas las diferencias. Ahí no hay detenidos desaparecidos ni mujeres torturadas, tampoco mapuches asesinados por balas policiales o estafados por el Crédito Corfo. En ese altar todos sacrificamos nuestros rencores, nos damos la mano con Pinochet, vamos a comprar al supermercado de Wallmart, tocaremos el piano con Farkas, abrazaremos a Bachelet y recibiremos donaciones del grupo Penta. Y si es que falta dinero, al final de las maratónicas cruzadas, llega la celestial ayuda del grupo Luksic con donaciones de 2.500 millones de pesos.

La gran obra de don Francisco ha sido reducir la solidaridad a escoger una marca de cervezas y sentirse emocionados en las ‘maratónicas jornadas de amor’, nombre que le dio el procesado Carlos Délano cuando era presidente del directorio de la Teletón.

Tras el climaterio de Sábados Gigantes, considerado por la columnista de The Guardian, Aura Bogado, un espacio que «transformaba a las mujeres en objetos para el deleite suyo y de la audiencia” (recuerden el ‘así, así como mueve la colita…’), vemos a don Francisco refugiándose en otros micrófonos. Desde 2009 debutó entrevistando a los candidatos, dando muestras de que tiene cuerda para rato en la TV chilena. Sagaz en la explotación de la intimidad para producir espectáculo, los hizo cantar, bailar y hasta llorar frente a las audiencias.

La capacidad de don Francisco en convocar las emociones como no iba a ser considerada en la actual crisis política, la más mortal para el modelo de gobierno ‘público-privado’, principal soporte de la transición. Su primera entrada fue para defender al empresariado, actor caído en desgracia ante las audiencias. A través de radio Cooperativa (otro gran micrófono de la transición) salió a defender al controlador de Penta, Carlos Alberto Délano. “Fue un gran presidente de la Teletón, fue un hombre que hizo un gran aporte a la organización y al desarrollo de la Teletón”- sostuvo, cuando todos los políticos que recibían dinero del le hacían el quite.

Don Francisco contemporizo agregando que “Nadie se atreve a decir que esto lleva muchos años… De que hay una falta, hay una falta. Pero los partidos políticos que tenían empresas, amigos en Chile, recibían aportes chilenos, y los que no tenían amigos en Chile recibían del extranjero”.

Su capacidad articuladora de acciones público privadas es bien reconocida. Participante de los últimos ocho cambios de presidente, Mario Kreutzberger, ya ha mostrado sus simpatías por el ‘modelo social de mercado’, manifestándose en una entrevista a favor de un aparato estatal pequeño, rector y no gestor de actividades económicas. El modelo de la Fundación Teletón da muy buena cuenta de su ideal de gestión respecto a una discapacidad constitucional: una fundación privada a cargo de los niños que la sufren, tarea que en una sociedad de derechos corresponde a un Estado. La ‘cruzada de amor’ necesita cada cierto tiempo renovar su presupuesto convocando a un gran evento en el que las emociones son claves para que las multitudes prefieran las marcas adheridas a la campaña. En resumen, una danza de millones para la Teletón y para las empresas. Y los chilenos quedan con la sensación de haber sido solidarios. La revolución silenciosa de Joaquín Lavín tiene en las apoteósicas imágenes de cada ‘jornada solidaria’ su orgasmo preferido.

No en vano el directorio de Teletón reúne a todos los grupos económicos chilenos. Figuran allí Farmacias Ahumada, Lan, Clínica Las Condes, CCU, Ripley y Penta. Un cálculo hecho por El Mostrador da cuenta que de las 26 marcas que en 2014 auspiciaron la Teletón, 10 estaban ligadas a los grandes grupos económicos chilenos.

Pero tal vez la danza de millones acontezca en otros lugares, muy lejos de las luces y el brillo de las pantallas chilenas. Tal vez estén en las oscuras cuentas del banco suizo HSBC que ayudaban a los millonarios a esconder dinero y evadir impuestos en diferentes países. Entre los 428 chilenos que aparecen (Andrónico Luksic y Álvaro Saieh entre ellos), también figuran el hermano de don Francisco, René Kreutzberger, con cuentas por casi cinco millones de dólares, y los hijos del animador, Patricio, Francisco y Vivian (Vivi) Kreutzberger Muchnick.

Las boletas ideológicamente falsas de don Francisco tal vez se muevan en otro nivel. Don Francisco no necesitaba mandarle un email al gerente de Penta o inventar una fundación para recibir dinero de Julio Ponce Lerou. Ahora el Servicio de Impuestos Internos (SII) tiene la facultad de investigar a fondo o hacer la vista gorda respecto del desfalco del HSBC. Al mismo tiempo, los políticos y empresarios de la transición necesitan blanquearse ante la audiencia.

Convocado a salvar catástrofes don Francisco viene ahora a salvar la crisis de la elite política. Es la voz de ultratumba, mantenida en las sombras para asegurar la continuidad del modelo, y que tiene en sus hombros esa Teletón que nos recuerda cada año que Chile no es un país de derechos, sino que es propiedad del gran empresariado. Cristián Bofill, periodista operador primero de Saieh y ahora de Luksic, supo muy bien sacarle provecho al animador, y lo colocó de confesor emocional de la actual crisis política.

«Gracias a ti, Don Corleone» le dijo Mike Patton, vocalista de Faith No More, mientras besaba la mano del animador en la Teletón de 2010. La cita resulta ser un buen capítulo para una historia delirante. Un comic de la transición en la que tal vez el presidente en las sombras de Chile no es Agustín Edwards, como sospechábamos, sino que se trataría de don Francisco. La función política del animador es decirnos que nada ha cambiado. Que el parque temático que era Sábado Gigante simplemente cambió de protagonistas. Ya no son pobres llorando por una lavadora, sino los políticos de la transición haciendo muecas para parecer más sinceros.

Mauricio Becerra R.

@kalidoscop

El Ciudadano

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