Algo está pasando, los largos años de letargo están llegando a su fin. El pisoteado pueblo de Chile está despertando y toma conciencia de que las cosas pueden cambiar, que otra sociedad es posible; que el proclamado fin de la historia no es tal, no existe; que una relación social más justa y equitativa es necesaria y, si los gobernantes no trabajan en esa dirección, sino para el interés personal y de los suyos, debe el pueblo tomar riendas en el asunto, lavarse bien la cara, apretar los puños y pasar a la acción para generar los cambios urgentes que se requieren.
Quizás fue necesario un cambio generacional para que el descontento se hiciera presente y se organizara. Con la profunda transformación cultural que conllevó ese cambio, la promesa de la transición pactada y la odiosa comparación de cualquier situación y realidad con la dictadura, ya no convence a nadie.
Probablemente, el mayor daño de aquellos años no haya sido la imposición del sistema capitalista de mercado desregulado, si no la falsa convicción sobre la imposibilidad de cambiarlo, ya que se convenció al país de que aquel modelo era el único posible, el que genera desarrollo. Ello provocó, cual inductor del sueño, una profunda sensación de conformismo, estimulado además por el bienestar material inmediato que otorga el consumo irracional e innecesario, propio del fetichismo de las mercancías.
Por otra parte, muchos de quienes advirtieron el engaño cayeron en la desazón y resignación, dada por la supuestamente invencible maquinaria neoliberal, y en el embargo de un sentimiento de soledad frente a una sociedad deslumbrada por las luces de la publicidad engañosa.
Sin embargo, el vaso se ha rebalsado una y otra vez y los abusos continúan. Los mercados en crisis han perdido toda credibilidad, son conocidas las extremas utilidades de las empresas que saquean el ecosistema y los recursos naturales, así como aquellas usureras del bolsillo del ciudadano que, frente a la necesidad, la publicidad y el engaño, cae en la trampa del llegar y llevar, y hoy ve cómo por arte de magia sus deudas originales se elevan y multiplican por 2, 3, 4 o más veces. No le crea a las ofertas del pague en tres o más cuotas, no le crea a los mercaderes usureros que, más hábiles que el mejor de los lanzas internacionales, le meten la mano al bolsillo sin que lo note. Digámoslo claro: Esos son los delincuentes, los más grandes ladrones al amparo de la ley; fuera de las cárceles están los que más roban; “malas prácticas” le llaman al escándalo cuando sale a la luz.
Son muchos los atropellos y algunos nos afectan y movilizan más que otros, hoy es la protección de la Patagonia, pero el tema de fondo es el medioambiente como sujeto de derecho; hoy es el acceso amplio y asegurado a la educación pública y de calidad, gratuita: el derecho a la educación; hoy es la privatización de las semillas, el patrimonio de los pueblos originarios y de toda la humanidad en manos de privados inescrupulosos.
Los conflictos de interés están a la orden del día partiendo por el Presidente. El Ministro de Educación lucra con aquello que supuestamente debe defender, y tiene el descaro de decir que las universidades privadas funcionan sin fines de lucro. La ministra vocera y su familia engordan sus cuentas bancarias al beneficiarse directamente con el desarrollo e imposición de un convenio biopeligroso. Y es que las apariencias engañan, tras una mediática sonrisa se oculta una semilla de maldad, la semilla que nos enferma a seres humanos y medioambiente, la transgénica.
Ayer y hoy la Concertación lucra con la educación, el saqueo del medioambiente y tantos otros sectores, y como lobos con piel de oveja, vienen a colgarse chapitas contra HidroAysén y adherir a las demandas del movimiento estudiantil, tratando de sacar dividendos positivos para su deslegitimada y rechazada coalición frente al rechazado y deslegitimado Gobierno.
No nos engañan, cada día son más quienes saben que son lo mismo, que llevan 20 años cogobernando el país coludidamente para su beneficio propio, todo desde que se quebró la democracia chilena aquel fatídico martes 11 de septiembre de 1973. Ha pasado mucho, pero su fin llegará más temprano que tarde y el pueblo soberano volverá a gobernarse.
Puede sonar ingenuo y lo es; quienes detentan el poder no querrán nunca perderlo y tienen muchas herramientas para mantenerlo, incluida la fuerza armada que viola y atropella; pero tenemos la firme convicción de que el pueblo unido es más fuerte aún y, trabajando juntos, lograremos trazar las reglas del juego mediante una Asamblea Popular Constituyente.
Hace años ya que muchas organizaciones del más diverso tipo vienen planteando lo necesario que se hace un proceso de unidad donde las diferentes luchas encuentren su denominador común y así, con toda la fuerza que otorga el trabajo conjunto, hacer sonar mucho más fuerte la voz del pueblo que exige se detengan los abusos. Diversos discursos claman esa necesidad.
Aún no se observa un movimiento amplio y transversal potente y consolidado que una a estudiantes y profesores, trabajadores, ecologistas y pobladores, campesinos, hombres, mujeres y niños, desempleados, dueñas de casa y sin casa, y a todos quienes tienen motivos para levantarse.
Que se sepa y oiga, somos miles de millones y estamos en todo el mundo. Los logros y progresos en este sentido solo dependen de que la incipiente unidad del movimiento social se consolide y solidifique, que todos entendemos que es la única vía de generar un cambio social verdadero. Los profundos cambios sociales no serán posibles si no son muchos más los que exijan y demanden sus derechos.
Llegó la hora de acabar con los atropellos y de construir un gran movimiento social que pueda cambiar las reglas del juego, es hora de las concentraciones masivas, llegó el tiempo de la justicia social.
Editorial Edición N°104, segunda quincena junio 2011
El Ciudadano