Jeff Bezos, consejero delegado de Amazon, lo tiene claro: “En unos años los drones mensajeros serán tan comunes como una furgoneta de correo”. La mayor tienda online del mundo está decidida a que su flota de vehículos no tripulados, que ya tiene nombre (Prime Air) e incluso pilotos, entregue sus paquetes. A mediados de agosto, el empresario explicaba a The Telegraph que los principales retos de su proyecto no son técnicos sino legales, y que Reino Unido es el país más predispuesto a hacer los cambios necesarios para que el sueño del propietario de Amazon se convierta en realidad. Pero Bezos no es el único que presiona hacia el uso civil legal y comercial de los drones. En Estados Unidos, el Departamento de Policía de San José consiguió el mes pasado un permiso del Ayuntamiento para emplear un dron que había adquirido en enero. Le queda aún conseguir otro permiso, el de las Fuerzas Aéreas. Según las autoridades, este dron se usará como apoyo en casos de rehenes o desactivación de bombas, no para monitorización de la población ni para almacenar datos. El candidato a las primarias del partido republicano Ben Carson ha propuesto poner drones en las fronteras que disparen a los ilegales.
En Yakarta (Indonesia), la policía compró en junio cinco drones para monitorizar el tráfico. Por su parte, India adquirió cuatro en abril, equipados con cámaras y aerosoles de pimienta, para ayudar a las fuerzas policiales en protestas violentas. De este país era el dron que hacía fotos aéreas del territorio de Pakistán derribado en julio, según denunciaron fuentes militares.
Precisamente, éste fue el fin primigenio de los drones, usados por Estados Unidos primero para espiar sobre el terreno en países enemigos y, más adelante, para matar de manera selectiva. Pero hoy ya no sólo los grandes países pueden tener drones. Por 100 euros podemos comprar uno en Amazon. El más popular, el Parrot Drone, que incluye cámara, cuesta 268 euros. Según las Fuerzas Aéreas norteamericanas, en 2020 habrá unos 30.000 drones domésticos en EEUU. En lo que va de año, sus pilotos comerciales y militares han tenido incidentes con 650 drones. Hace un par de meses, un vídeo en YouTube mostraba un dron casero que disparaba con una pistola. Pocos meses antes, en abril, otro dron equipado con una pequeña carga de material radioactivo aterrizó en el techo de la oficina del primer ministro de Japón, Shinzo Abe.
La organización Electronic Frontier Foundation tiene activa una campaña que avisa sobre estos juguetes: “Los drones de vigilancia o sistemas aéreos no tripulados plantean cuestiones importantes para la privacidad y las libertades civiles. Hay drones capaces de una monitorización altamente avanzada, y los que ya están en uso por parte de la policía pueden estar equipados con cámaras en directo e infrarrojas, sensores de calor y radares. Algunas versiones militares pueden permanecer en el aire durante horas o días y sus cámaras de alta tecnología pueden escanear ciudades enteras o, con su potente zoom, leer un cartón de leche a más de 18 kilómetros de altura. También pueden llevar dispositivos para interceptar comunicaciones wifi y falsas torres de telefonía celular que determinen tu ubicación o intercepten tus textos y llamadas telefónicas. Fabricantes de aviones no tripulados admiten incluso que pueden llevar armas como pistolas Taser o balas de goma”, alerta esta asociación.
Este verano, en la convención hacker Defcon, en Las Vegas, se presentaba en sociedad un dron civil llamado Aerial Assault. El aparato se guía por GPS para dirigirse al edificio de su víctima, se posa en la azotea y crackea la red wifi. El dron va equipado con herramientas de hacking para detectar agujeros en la Red e introducirse en ella o meterle un virus. Aerial Assault está a la venta por 2.300 euros.
Expertos en ciberseguridad empiezan a investigar cómo defenderse. También en Defcon se presentaron formas de secuestrar un dron: atacando su conexión wifi o bien con una app maliciosa, ya que muchos están controlados a través del teléfono. Una empresa israelí trabaja en un radar para monitorizar si hay drones a 400 metros a la redonda. Años atrás, en 2009, soldados iraquíes se afanaron también en hackear los drones que espiaban sus posiciones. Descubrieron que su seguridad dejaba (y deja) mucho que desear y que era posible interceptar sus comunicaciones –que no viajaban cifradas– con un sencillo programa para Windows, SkyGrabber, cuya licencia cuesta 26 dólares.
Cirugía militar no tan precisa
Los drones nacieron militares, con nombres agresivos como Predator (Depredador) y Reaper (Segadora). Su primer uso fue la monitorización de territorios enemigos pero el 17 de septiembre de 2001 se les dio uno nuevo: el entonces presidente George W. Bush firmó un documento donde se autorizaban los asesinatos selectivos de miembros de Al Qaeda y aliados. Fue el inicio de las acciones con drones de la CIA. Las llamaron “operaciones de cirugía militar” y consistían en equipar a un dron con un misil y GPS. El aparato volaba hasta el domicilio del terrorista y lo mataba. Limpio y sin víctimas colaterales… sólo teóricamente. Pronto se vio que los drones mataban también a civiles: en los domicilios vivían también mujeres y niños, o bien los drones eran guiados con información falsa y mataban a quien no debían.
Se calcula que estos vehículos han matado ya a más de 2.000 personas. Especialmente sangrantes fueron las fotos de niños asesinados por drones en Yemen, pero Estados Unidos no reaccionó hasta 2011, cuando un dron de la CIA mató a una ciudadana americana de 23 años. Entonces el presidente Barack Obama sólo admitió la existencia de operaciones con drones, aunque no las prohibió. La revista The Intercept ha revelado recientemente que los drones que Estados Unidos enviaba a Pakistán, Afganistán, Irán y otros países enemigos tenían su cuartel general en Alemania, en la base militar de Ramstein.