La peripecia política de George Orwell

Orwell delató en 1949 a los servicios de inteligencia británicos a 38 intelectuales a los que consideraba simpatizantes comunistas, entre ellos Charles Chaplin.

La peripecia política de George Orwell

Autor: Mauricio Becerra

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Para ciertos sectores de la izquierda, y en especial para los trotskistas, Goerge Orwell era un mito. El escritor británico luchó como voluntario en defensa de la República durante la Guerra Civil española, y lo hizo bajo las banderas del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), la organización que durante la contienda arremetió más duramente contra la política del PCE, a quien acusó de contrarrevolucionario. Unas críticas que los poumistas hacían extensivas a Stalin.

Orwell fue un crítico implacable del modelo implantado por Stalin en la URSS, al que caracterizaba como un totalitarismo inhumano, y del que nos dejó una peculiar visión en su extraordinaria novela ‘1984’. El escritor británico era, pues, el paradigma del intelectual de izquierdas comprometido: antifascista consecuente que había empuñado las armas para enfrentarse al fascismo y, además, enemigo de los totalitarismos de cualquier signo. A ello unía su calidad literaria.

Pero en el autor de ‘Rebelión en la granja’ y ‘Homenaje a Cataluña’ no todo era trigo limpio, como afirma el dicho popular. En un reciente artículo publicado en el diario británico ‘The Guardian’, el profesor Thimothy Garton Ash asegura que Orwell delató en 1949 a 38 intelectuales a los que consideraba simpatizantes comunistas, entre ellos Charles Chaplin, el historiador E. H. Carr, Michael Redgrave e Isaac Deutscher. La lista fue entregada a los servicios de inteligencia británicos por la funcionaria Celia Kirwam, de la que Orwell, según el artículo, estaba enamorado.

¡Pobre Orwell! Había denunciado el estalinismo como un sistema perverso en el que los hijos eran capaces de denunciar a los padres por motivos políticos, y él mismo acabó siendo un denunciante, un mísero delator. Pasó del antiestalinismo al anticomunismo primario, como les ocurrió a tantos otros que se convirtieron en instrumentos, a veces inconscientemente, de los servicios secretos estadounidenses.

Tal como ha revelado Frances Stonor Saunders en su libro ‘La CIA y la guerra fría cultural‘ (Madrid, Debate, 2001), en el que documenta minuciosamente cómo la CIA organizó una campaña secreta para infiltrarse en el mundo cultural occidental a través de la financiación de revistas, libros, fundaciones filantrópicas, etc. [En el libro se comprueba que Orwell fungió como activo militante reclutando a intelectuales]. Los fustigadores de Stalin, que tanto criticaron a esos «compañeros de viaje» que se dejaron deslumbrar por la Unión Soviética en los años treinta , terminaron por convertirse ellos mismos en compañeros de viaje del imperialismo norteamericano. Hay en ese libro referencias, entre otros, al dirigente del POUM Julián Gorkin.

La delación de Orwell, cometida al final de su vida -murió en 1950- es la mejor muestra de que el antiestalinismo visceral e irreflexivo conduce a posiciones políticas reaccionarias, de la misma forma que el estalinismo ferviente tiene poco [o nada] que ver con el marxismo. Ambas posturas irreconciliables han arrojado poca luz sobre el significado histórico de Stalin y, en vez de un debate científico, admiradores y detractores han propiciado un diálogo de sordos en el que los calificativos han primado sobre los análisis. La izquierda marxista todavía tiene pendiente este debate, pero debe afrontarlo sin anteojeras y sin prejuicios.

En la vida de todas las personas hay hechos meritorios y páginas oscuras. Nosotros preferimos recordar al Orwell que fue a España a luchar por la República; que dejó su país para combatir al fascismo en otras tierras. Por ese gesto generoso merecerá siempre la gratitud de todos los republicanos.

Carlos Hermida

La Haine


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