Los ciudadanos egipcios votan desde este lunes en las primeras elecciones parlamentarias convocadas desde que Hosni Mubarak fuera derrocado en febrero. La semana pasada hubo violentas protestas en la plaza Tahrir y en todo Egipto en reclamo del fin del gobierno militar que sucedió al dictador, protestas que dejaron 42 muertos y más de 3.000 heridos en todo el país.
Tras el anuncio por parte de la junta militar del llamado a referendum para decidir su continuidad en Egipto, el sociólogo Mikel Koba analiza la situación en este país estratégico de medio oriente.
Con sus 80 millones de habitantes, Egipto es el centro de la Nación árabe. Quien controla el país lo controla todo: el Canal de Suez, la seguridad de Israel, el acceso a África, el Este del Mediterráneo y la regulación de la rama suní del Islam. La OTAN ha ocupado Libia para vigilar de cerca a Egipto y atraparlo en una pinza entre el Oeste y el Este, el Norte y el Sur. En lo fundamental, la Junta Militar dirigida por el Mariscal “mubaraquista” Mohamed Tantawi ha cumplido las obligaciones impuestas por los EEUU: frenar una verdadera Revolución, impedir el fortalecimiento de una corriente militar nasserista, sostener la Liga árabe cada día más enfeudada a la OTAN, proteger a Israel y servir de base a la agresión contra Libia. El plan acordado por la Junta y Washington estaba claro: unas elecciones rápidas que entregasen el poder a la agrupación conservadora contrarrevolucionaria de los “Hermanos Musulmanes” que tantos y tan buenos servicios ha prestado a Occidente. La dictadura de Mubarak colaboró gratamente con dicha agrupación para aplastar las ideas progresistas, nacionalistas y antiimperialistas.
Sin embargo, las masas populares han dispuesto un plan alternativo: han regresado a las calles y plazas de El Cairo, Asuán, Alejandría y otras ciudades para oponerse tanto a la cúpula militar como a los “Hermanos Musulmanes”, exigir la caída de Tantawi y sus generales, el fin de los tribunales militares, imponer un gobierno provisional patriota, impedir a los jerifaltes del régimen de Mubarak que concurran a las elecciones, exigir el fin de los ataques sectarios contra los coptos. Cuando nadie esperaba un resurgir del pueblo egipcio tras diez meses de supuesta calma, éste ha tronado con la misma fuerza con que a comienzos de año impuso su victoria.
Pero esta victoria no será definitiva ni completa si las fuerzas que quieren seguir controlando el país como en los últimos 40 años no son derrotadas. Los Hermanos Musulmanes se han desenmascarado al apoyar a la policía para luchar contra las masas en la calle. Es tan fuerte la presión de las masas que la Junta militar ha dejado la tarea de la represión a una policía totalmente desacreditada que ha abierto fuego sin contemplaciones. Se habla de 33 muertos y 2 mil heridos. Y en este caso no hay “protección a los civiles” de parte de la OTAN.
Este movimiento de lucha debilita a la Junta Militar, rompe la iniciativa política de los “Hermanos” y fortalece a las fuerzas nacionalistas, laicas y de izquierda. Pero si al comienzo de 2011 fue fundamental para la caída de Mubarak la participación en la lucha de las masas obreras, hoy nuevamente aparece claro que si la fuerte clase obrera se pone en marcha, los planes de perpetuar un Egipto dominado serán derrotados. En este caso de nada le habrá servido a la OTAN destruir un pequeño país de 6 millones como Libia si pierde el control de uno grande de 80 millones, corazón del panarabismo. Y si algo aterra a Israel, Washington y sus aliados, los feudales árabes, es una Nación Árabe unida e independiente.
Mikel Koba
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