La UDI rescata y levanta como nueva mitología heroica a la figura de Jaime Guzmán. Desde allí, reclama el cambio, arguye al futuro, como si éste fuera un tiempo curvo que finalmente regresa al origen. ¿A dónde? Ahí mismo. No puede ser otro: a la utopía realizada, al germen neoliberal bajo el amparo dictatorial..
La historia vuelta atrás, o el presente continuo, como una estaca hundida sobre el tiempo histórico. O, incluso, parafraseando a Marx, si alguna vez fue ésta una tragedia, y sin duda lo ha sido por estas latitudes, vuelve como farsa. Como burda o insípida comedia.
La ultraderecha, porque derechas abundan en todos sus matices , gira sobre sí misma. Es endógena y atávica. Sólo confía en sus viejos linajes y teme de todo lo demás. Jaime, pero también Jovino. Jaime, santo y animita, Jovino, su encarnación terrena y diabólica. Condenado, rematado, el experto en boleteos y firmas borrosas, quien condujo a la política chilena a nuevos sótanos y abismos. Ambos, no podía ser de otro modo, a diestra y siniestra (en la peor comprensión de la expresión) de Augusto. Nuestra oscura trinidad.
La UDi ha puesto arena en el reloj de la historia. Aunque en rigor, siempre lo ha hecho. Su conservadurismo va más lejos que la misma noche de los tiempos republicanos. Porque está aterrada ante los flujos sociales, ante el derrumbe de todo el andamiaje legado por Guzmán a los gobiernos de la transición. El país creado y levantado por la dictadura hoy se viene con un enorme estruendo al suelo. En esta caída, que levanta polvadera, que se lleva consigo a toda la institucionalidad política y amenaza con arrastrar la económica, la UDI no tiene ya mucho que decir. Y menos que proponer. Todos sus trucos, sus anclajes ocultos, sus reglamentos y normas falaces, su financiamiento tramposo está transparentado. Y en este trasiego, se estrecha, atrinchera y eleva sus delirantes clamores de un retorno al pasado.
¿Qué busca la UDI? Cristalizada en la memoria más lúgubre de nuestra historia tal vez se condene a su desaparición. De partido, a cofradía y a secta. El debate, si es que existe alguna discusión que trascienda los cálculos y otras tácticas electorales, es una básica encrucijada. Y Jacqueline Van Rysselbergue (JVR) no puede expresarlo mejor cuando clama que “la UDI vuelve con todo”. La ultraderecha se desperfila en el presente y su única salida está en la regresión. El país le agradece su claridad. En lo que conocemos de modernidad, nunca un partido ha tenido como horizonte un retorno tan evidente al pasado. ¿A cuál? No puede ser otro que a la utopía neoliberal-binominal, jaula de hierro guzmaniana que sigue resistiendo con sus materiales fatigados a las fuerzas sociales de la historia. JVR, en su delirio, enfrenta la política de espaldas al paso del tiempo.
El joven Bellolio, su contendor, el “izquierdista” según la mirada de la senadora, dice “levantemos la voz” y miremos al futuro. Una imagen (podríamos apoyarla con coros sinfónicos y planos cerrados a los ojos lacrimosos que apuntan a un “cielo azulado”) que nos lleva a representaciones ya barridas por la historia del siglo XX y que en estas latitudes quedó marcada en la noche de 1977 en Chacarillas ante el mismísimo Pinochet.
Un ejercicio de pura retórica para un ideario que sólo puede invocar al pasado. Para Bellolio y sus adláteres, el único posible futuro es la reinstalación de lo perdido. La recuperación de un tiempo diluido. Es pura arqueología política, piezas fragmentadas ordenadas y precintadas en un museo.
La UDI no es única ni caricatura de la política chilena del siglo XXI. Es su expresión más exagerada y concentrada. Otras derechas hacen circular sus idearios a partir de 1990 cual inicio de la modernidad chilena. El resultado, un país atrapado en la jaula de hierro de Jaime Guzmán.