Curiosamente el propio Ricardo Lagos señaló hace no mucho tiempo que en Chile nunca segundas partes fueron buenas. Precisamente lo que ahora le está pasando. Así, en su elección de 1999 representó una gran expectativa de cambio, respecto de los gobiernos continuistas del modelo económico neoliberal de Aylwin y Frei Ruiz-Tagle.
Además, disfrutaba todavía de la imagen de haber desafiado por televisión a Pinochet en la campaña plebiscitaria de 1988. De este modo, “arrasó” en las primarias internas de la Concertación con Andrés Zaldívar, para luego ganar la Presidencia.
Por cierto, luego de su gobierno tan conservador ha perdido su aura de progresista. Más aún con la creciente desilusión ciudadana con un conglomerado político que, más allá de su discurso centro-izquierdista, ha legitimado, consolidado y perfeccionado el modelo económico, social y cultural heredado de la dictadura.
Sin embargo, más allá de su natural pérdida de carisma, extraña que se haya manejado tan torpemente en su itinerario para acceder a una nueva candidatura presidencial. Primero desechó una oportunidad inmejorable de obtener un significativo triunfo electoral: vencer internamente dentro del PPD -y por inmensa mayoría- al “débil” precandidato Jorge Tarud.
Luego comenzó una visible campaña por desplazar “por secretaría” a sus rivales socialistas. Fue lo que logró de manera rápida con Isabel Allende; y lo que penosamente logró recién con José Miguel Insulza (otrora su principal ministro) y Fernando Atria.
Además, lo anterior se vio agravado porque demostró una tremenda desconfianza en sí mismo, al rehuir un enfrentamiento electoral dentro de las filas del propio PS con el senador independiente Alejandro Guillier. Si no se atrevió a enfrentarse con éste en un escenario que debiera serle particularmente favorable, ¿cómo espera ganarle en una primaria abierta?
Pero quizá lo que más extraña es la tozudez de Lagos (y de su equipo) de creer que puede readquirir credibilidad como candidato de centro-izquierda. Ya repetidas encuestas desde hace varios meses están demostrando abrumadoramente lo contrario. Pero además el sentido común más elemental (quizás confirmando aquel dicho de que el sentido común es el menos común de los sentidos…) indica que Lagos tendría que provocar una amnesia colectiva respecto de su gobierno para readquirir tal credibilidad.
No solo porque Lagos suscribió la Constitución de 1980 (con todos sus ministros), luego de lograr algunas reformas significativas pero que no alteraron su esencial carácter autoritario y neoliberal. No solo porque Lagos continuó legitimando y consolidando todas las instituciones económicas, sociales y culturales impuestas por la dictadura (AFP, Isapres, Plan Laboral, LOCE, sistema universitario y un largo etcétera).
No solo porque Lagos continuó privatizando los servicios públicos, a través del sistema de concesiones. Sino además porque concitó las más desfachatadas apologías de la derecha nacional e internacional.
De este modo, a fines de su gobierno el presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, Hernán Somerville, señaló que a Lagos “mis empresarios todos lo aman, tanto en APEC (el Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico) como acá (en Chile) porque realmente le tienen una tremenda admiración por su nivel intelectual superior y porque además se ve ampliamente favorecido por un país al que todo el mundo percibe como modelo” (La Segunda; 14-10-2005).
A su vez el destacado economista César Barros sostuvo el día final del gobierno de Lagos que éste convenció a los empresarios de que había sido “el mejor Presidente de derecha de todos los tiempos” (La Tercera; 11-3-2006); y comparó la situación de Lagos con la del hijo pródigo de la parábola evangélica (Lucas 15; 11-32) efectuando una analogía del padre (Dios) con la derecha económica; del hijo mayor –que siempre se mantuvo apegado al padre- con la derecha política; y del hijo pródigo –el pecador arrepentido- con Lagos.
Y concluyó señalando que cuando la derecha económica comprobó que la conversión de Lagos y sus ministros a las políticas liberales “es sincera y decidida, no quedaba más que hacer una gran fiesta; esta vez de discursos y abrazos. Porque nos habíamos reencontrado con la izquierda en lo fundamental” (Ibid.).
Por su parte el fervoroso magnate pinochetista, Ricardo Claro, en lo que fue su virtual testamento político, declaró que “Lagos es el único político en Chile con visión internacional, y está muy al día. No encuentro ningún otro en la derecha ni en la DC” (El Mercurio; 12-10-2008).
Asimismo, el destacado dirigente de la UDI, Herman Chadwick, expresó que el gobierno de Lagos “fue muy bueno y que el ex Presidente tiene una importancia a nivel mundial que no podemos desaprovechar” (El Mercurio; 21-3-2006). Incluso, el ultraderechista Hermógenes Pérez de Arce planteó luego del fin del gobierno de Lagos que “la derecha (…) ha visto cómo el modelo de desarrollo económico-social que ponen en práctica los sucesivos gobiernos concertacionistas se parece mucho más al que ella siempre prohijó que a los proyectos propios y originales de la izquierda y de la DC” (El Mercurio; 19-3-2006).
Pero quizá el testimonio más elocuente ha sido el de uno de los principales artífices de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, Arnold Harberger (considerado el segundo de Milton Friedman), quien en 2007 señaló “que estuve en Colombia el verano pasado participando en una conferencia, y quien habló inmediatamente antes de mí fue el ex presidente Ricardo Lagos. Su discurso podría haber sido presentado por un profesor de economía del gran período de la Universidad de Chicago.
Él es economista y explicó las cosas con nuestras mismas palabras. El hecho de que partidos políticos de izquierda finalmente hayan abrazado las lecciones de la buena ciencia económica es una bendición para el mundo” (El País; 14-3-2007).
Felipe Portales
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