Los medios, y por cierto los mercados, han celebrado las elecciones presidenciales en Francia como un triunfo del liberalismo contra el fascismo. Emmanuel Macron, de En Marcha!, supuesto representante de las libertades y la democracia, contra el fundamentalismo y el racismo del Frente Nacional de Marine Le Pen.
Hay ciertamente en estas corrientes informativas e interpretativas un sesgo totalitario que se mueve bajo cuerdas. Una aparente polarización que nos coloca al neoliberalismo, una vez más y tras décadas de expoliación y desastres, como la única propuesta racional y democrática de sociedad. Un resurgimiento, con otros nombres, de las mismas consignas que se han extendido desde las últimas décadas del siglo pasado por el globo. No resulta tan lejana aquella sentencia levantada a modo de consigna final por Margaret Thatcher: TINA (There Is No Alternative). Un eslogan que arrastró bajo la ola neoliberal a ambos lados del Atlántico y en diversas latitudes, nuestro Cono Sur incluido, a toda la maquinaria socialdemócrata.
Este torrente ideológico cubierto de racionalidad económica tuvo entonces un objetivo. Arrasar y exterminar, de diversas maneras, a las izquierdas y sus demandas igualitarias. Decimos por diferentes vías, porque si en el Cono Sur los agentes del capital eliminaban físicamente a los cuadros insurgentes, en otras partes lo hacían con métodos más elegantes y complejos. Una aparente mutación alquímica que condujo a conversiones masivas y en la aparición de figuras tan inefables como Felipe González, Tony Blair y Bill Clinton o, sin ir muy lejos, en un Carlos Menem y un Ricardo Lagos.
El proyecto globalizante, que abarcó durante largos años a todo el espectro político, finalmente se mella y pierde fuerza. Sus efectos nocivos se sienten en diversas latitudes, desde Estados Unidos, Grecia, España a Chile, haciendo explotar por los aires a todo el sistema político conocido. Una crisis social global que permite a un Donald Trump instalarse en la Casa Blanca y a una Marine Le Pen acercarse al Eliseo. Esta es la nueva amenaza, que sin embargo no cambia el orden sobre el que se nutre y reproduce el capital.
En Chile hemos conocido y sufrido desde hace varias décadas esta escena de dos derechas, cuál más neoliberal que la otra. Con un Estado diseñado para soportar sobre sí las instituciones de un mercado totalitario, los chilenos han padecido por largos años un modelo que hoy vive la misma crisis que en otras latitudes. En este atolladero, que pese a su pesadez y densidad ha revitalizado a la ciudadanía y a sus organizaciones, comienzan a surgir nuevas formas políticas.
Podemos ser optimistas nuevamente. En la debacle global que vivimos hay también otras percepciones. En el caso francés, aquella prensa que levantó a la categoría de redentor a Emmanuel Macron, escondió la gran votación obtenida por Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. El cambio, las grandes transformaciones, no están en el neoliberalismo totalitario sino en las organizaciones de bases. En Francia todos los partidos tradicionales, por cierto la decadente socialdemocracia, ha llamado a votar por Macron. Mélenchon ha dado vía libre a sus seguidores.
Los chilenos sabemos bien aquello del mal menor, un síndrome que nos ha corroído durante todos los años de la post dictadura. La derecha es la misma, aunque tenga dos caras.