Los ciudadanos somos los convidados de piedra de lo que acontece en la política nacional. No entendemos nada. No sabemos ni entendemos nada.
Menos aun somos juristas que pueden tomar posición sobre fallos contra el retail, primarias, sistema de votación mayoritario binominal. No entendemos nada porque nadie quiere que entendamos nada.
El poder se basa en el secreto. Se reúnen un par de elegidos, sacan de la galera reformas trascendentes, se ponen de acuerdo en hacerlas ley, y se pasa a otro tema para llenar la agenda.
Nosotros estamos para que un par de veces cada cuatro años pongamos una papeleta en una urna y esperemos el próximo llamado para repetir la ceremonia.
Dicen que la ciudadanía está activa, indignada, y que no se somete al poder. Los que salen a la calle lo hacen porque están en contra del Gobierno. Pero lo que se llama participación, comprensión, educación política, debate profundo, intercambio de ideas… cero.
No quieren que pensemos. No quieren que sepamos. Sólo nos dejan sospechar. Cuando se gobierna en el secreto, sólo cabe la adivinanza. Se enrejó la plaza pública. Se entra con credenciales.
No hay programas televisados en que los dirigentes y representantes confronten y expongan sus posiciones para que entendamos un poco de qué se trata. Cada espacio periodístico está controlado para que se refuerce la línea editorial preestablecida. Cada pregunta conlleva su respuesta. Hay excepciones que se pueden contar con el dedo de una mano. Es la política de la ignorancia.
Es posible que este modo de gobernar siga así. La democracia representativa está en crisis. Lo está porque los partidos políticos han desaparecido. Son migas desparramadas de un viejo pan. Estamos en un problema. Pero se puede sobrevivir con inestabilidad política si hay una base firme de crecimiento económico y alianzas de poder que sostenga un sistema. Esta es la política a la chilena.
Como en las telenovelas, vivimos pendientes de amenazas delirantes que después no se cumplen. Son siempre reemplazadas por elementos nuevos, que complican la historia sin necesidad, para aguantar, para que no termine. Si la historia se resuelve hay que empezar de nuevo, lo cual no le conviene ni al Gobierno ni a la oposición, ni a casi nadie que haya participado de los últimos veinte años en la escena política chilena.
La idea es estirar la simulación para siempre. Los hechos políticos de relevancia quedan librados al azar, son casualidades.
Stephen Kotkin-autor norteamericano que ha patentado la expresión sociedad incivil-ha dicho que lo interesante de los sistemas como el nuestro es ver cómo éstos se autodestruyen.
Sosteniendo incluso que el lado bueno de esto es que uno se termina convenciendo que estos sistemas no duran para siempre.
A quien te dice, “acá no vas a participar” o desprecia la posibilidad de una forma distinta de hacer política, podemos oponerle la opinión de Kotkin.
O también podemos citarles a aquel personaje de Hemingway en Fiesta-Mike Campell-, cuando le preguntan cómo perdió toda su fortuna, él responde, “de dos maneras: de a poco, y después de golpe.
Pero Usted, no se asuste ni salga arrancando, vivimos en la política a la chilena, por muy aburridos que sean, en Chile siempre las telenovelas terminan repitiendo los finales felices.
Por Matías Silva Allende
Profesor de Derecho Constitucional y Derecho Político en UDLA y UCSH