Los pillines de la Concertación no estaban muertos, andaban de parranda

                Hay que ser muy ingenuo para  creer que Michelle Bachelet va a terminar con el lucro en la educación, sobre todo si los involucrados pertenecen a la combinación política de la mandataria

Los pillines de la Concertación no estaban muertos, andaban de parranda

Autor: Director

escalonabachelet

                Hay que ser muy ingenuo para  creer que Michelle Bachelet va a terminar con el lucro en la educación, sobre todo si los involucrados pertenecen a la combinación política de la mandataria. En este mismo tenor, dudo de que pueda haber una nueva Constitución surgida de la ciudadanía, por medio de una Asamblea Constituyente – lo máximo que puede dar la Concertación al país es una Constitución de castas, surgida de un congreso ilegítimo, que sólo representaría al 3%  de los ciudadanos capacitados para votar -.

                Uno de mis amigos, Felipe Portales, en una de sus recientes columnas, fruto de serias y concienzudas  investigaciones, publicada en Diarios electrónicos prueba, con lujo de detalles, que la Nueva Mayoría es igual a la Concertación pues, dentro de este conglomerado político el Partido Comunista, el MAS y la  Izquierda Ciudadana, pesan menos que un paquete de cabritas. Recién viene a descubrir la diputada Camila Vallejo que los democratacristianos van a tirar para el programa de Bachelet.

                La Presidenta, a su vez, es muy hábil para esconder a los “bacalaos” que pululan en la Concertación, y algunos de ellos ya han sido nominados para ocupar cargos de embajador en las sedes más importantes – Gazmuri, ex Mapu y conocido neoliberal, Barón socialista sin castillo, ha sido destinado a Brasil; otro pez gordo se va, posiblemente, a Italia -; otros a empresas del Estado.

                El “bacalao” mayor, Camilo  Escalona, no se puede conformar con una embajada, que sería muy adecuada para un persona que se ha convertido en repúblico para los Diarios de la derecha; lo único que le falta para ser un oligarca “gotoso” son los apellidos y, aunque no nació en cuna de oro, es como los capataces de hacienda, el más servil ante los “patrones”. Un caso parecido fue, en el pasado, el senador Juan Antonio Coloma, el abuelo del actual senador UDI; era uno de los más fanáticos conservadores integristas que, entre otras gracias, condenaba a los católicos maritainianos.

                No hay que equivocarse: en la apariencia, Escalona estaría peleado con la Presidenta Bachelet quien, hasta el momento, no suelta prenda para él, pero a pesar de pseudo exilio, este político sigue moviendo el ajedrez en el gobierno;  su operador político está representado por un muchacho venido de la ex Izquierda Cristiana – hoy muchos de sus ex militantes se han convertido en los príncipes de Chile -, también  el subsecretario Mahmud Aleuy, que fue durante mucho tiempo el encargado de llevar el maletín y, además, operador político del dueño de PS, Camilo Escalona.

                Con razón, el “bacalao Escalona” es despreciado no sólo dentro del Partido Socialuista, sino también por la ciudadanía: cuando se presentó como candidato a senador por Bío Bío, en las últimas elecciones parlamentarias, perdió ante Alejandro Navarro y, además, dio cabida a la elección de Jacqueline van Rysselberghe impidiendo así un doblaje seguro si Escalona se hubiera abstenido de participar para dar el cupo a un candidato más empático.

                Al abandonar el senado, su discurso fue verdaderamente patético: se puso a lloriquear porque la Presidenta no daba ni  bola y, como se cree el retrato alabancioso que los Diarios derecha le dedican a su egregia figura, dijo que “el no era un técnico y que solamente aceptaría cargos políticos” – pienso que este personaje se parece, cada día más, al noble de la película Patrimonio Nacional, de Luis García Berlanga.

                Para no extender más esta columna, en una próxima oportunidad trataré sobre otros “bacalaos” escondidos por Bachelet –  Gutenberg Martínez, Mariana Aylwin, J.J. Brunner, entre otros -.

Por Rafael Luis Gumucio Rivas

El Ciudadano


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