Los planes para privatizar la salud han catapultado variopintas manifestaciones en las calles de las grandes ciudades de Rumania desde hace más de una semana. La principal demanda es transparencia y responsabilidad en la toma de decisiones del Gobierno.
Esta privatización propuesta por el gobierno centroderechista es parte del programa de austeridad, el más estricto de Europa, impuesto en 2009 como condición para recibir un crédito de 20.000 millones de euros (27.300 millones de dólares) del Fondo Monetario Internacional. En ese marco se redujeron 25 por ciento los salarios estatales y se recortó la asistencia social.
Las protestas estallaron ahora en respuesta a un proyecto de ley para privatizar el sistema de salud que presentó el presidente de Rumania, Traian Basescu, a comienzos de este mes, y que fue redactado por una comisión sin debate público.
La iniciativa propone que todos los paquetes de seguro médico, incluida la cobertura universal básica, sea gestionada por fondos privados, al igual que los servicios de emergencia.
Eso llevó al secretario de Estado, Raed Arafat (creador de un sistema de ambulancias (SMURD) eficiente que funciona en muchas ciudades rumanas), a sostener que la implementación de la nueva ley destruiría esa iniciativa.
Para la desmoralizada población fue el colmo. Cientos y miles de personas protestaron por las calles de Bucarest y de otras ciudades.
“Los médicos de familia no quieren una reforma del sistema de salud ni los empleados del sistema de emergencia así como tampoco una porción de la población”, declaró Basescu el viernes 13 al retirar el proyecto de ley, al parecer sin poder distinguir entre reforma y privatización.
En 13 ocasiones en los últimos cuatro años, el Poder Ejecutivo sorteó al parlamento para leyes importantes, bastante más que las cuatro veces que ocurrió lo mismo durante el gobierno socialdemócrata de 2000 a 2004.
El gobierno Basescu sancionó en 2011 una ley para prohibir las concentraciones públicas sin permiso cerca de instituciones estatales, así como otra para que las empresas privadas realizaran expropiaciones en nombre del Estado.
Esa última fue considerada una herramienta directa para ayudar a la sociedad canadiense Rosia Montana Gold Corporation a ganar una batalla de larga data en el ámbito local para explotar oro, utilizando cianuro, en esa localidad del oeste de Rumania.
A fines del año pasado hubo algunas movilizaciones públicas contra las tácticas del gobierno. Usando los nombres de los indignados españoles o del movimiento estadounidense Ocupa, jóvenes protestaron en las grandes ciudades contra la ley de expropiación y de paso reclamaron una mejor representación.
En los centros de las grandes ciudades se pueden ver pancartas con consignas contra el gobierno, imágenes que asocian a Basescu con el exgobernante Nicolae Ceausescu (1918-1989), reclamos de democracia directa, críticas por corrupción (“nos disculpamos por no producir tanto como roban”) y expresiones desesperadas (“tenemos hambre”).
Pero también se pueden ver otros reclamos más específicos como detener el proyecto Rosia Montana, atención médica gratuita, educación decente para todos y derechos para los discapacitados.
“Hay mucha confianza entre la gente, es fácil hablar de cualquier cosa, pese a que hay muchas grupos sociales y posiciones políticas presentes, desde jubilados que llegaron a la plaza a pasar la tarde y señoras de clase media hasta activistas, punks, anarquistas, jóvenes bohemios de clase alta y seguidores de clubes de fútbol”, dijo Mihai Likacs, uno de los participantes.
“Todo el mundo busca lo mismo, participación y democracia directa. Los representantes políticos que trataron de acercarse a la plaza fueron rechazados por la gente. Lo mismo ocurrió con organizaciones fascistas como la Nueva Derecha, que fue expulsada por los manifestantes”, añadió.
Las protestas se volvieron violentas un par de noches, en especial el primer fin de semana, el 14 y 15 de este mes, cuando se rompieron cajeros automáticos y vidrios de comercios, se incendiaron contenedores de basura y varias personas fueron heridas por piedras voladoras.
Diferentes testimonios responsabilizan a fanáticos de fútbol o a provocadores infiltrados por el gobierno, la policía o a jóvenes enojados atentando contra los símbolos del neoliberalismo.
Los medios cubrieron ampliamente los episodios de violencia.
El sociólogo Mircea Kivu señaló que el excesivo interés en la violencia socava la comprensión de la protesta y su fuerza.
“Identificar a la ‘gente violenta’ como enemigo común de la policía y de los manifestantes crea un nuevo objeto de interés que reemplaza lo central del mensaje de las protestas: la exasperación de la gente que la llevó a tomar las calles”, indicó.
“Al estar centrado el debate en la violencia, el gobierno puede mostrarse preocupado en vez de atender los reclamos y los manifestantes abogan por la no violencia en vez de insistir en el aspecto central de la protesta”, explicó.
“La mayoría de la gente que salió a protestar consideró a la violencia como algo sin relación con ella ni con sus reclamos y se mantiene alejada”, indicó la politóloga Oana Popescu.
Una de las principales lecciones a aprender de los últimos acontecimientos es cómo integrar las manifestaciones a las prácticas democráticas en Rumania.
“Es bueno que ocurran estos acontecimientos, pues es una oportunidad para aprender a protestar y a expresarnos. Espero que sea una ocasión para madurar políticamente y que no terminemos yéndonos a casa y solo nos felicitemos por una hazaña”, añadió.
Por Claudia Ciobanu (Varsovia)
26.01.2012
Fuente: Agencia IPS
Foto: AP /Octav Ganea
Tomado de periodismohumano.com