Desde su cuna política y al lado del exmandatario uruguayo José Mujica, el expresidente brasileño Luiz Lula da Silva, lanzó un aviso: “He aprendido una cosa. Solo matas a un pájaro si se queda quieto en la rama; si se mueve, no lo cazas. Y yo volví a volar otra vez”.
Ante un auditorio colmado en Sao Bernardo do Campo, Gran Sao Paulo, donde reside y construyó su vida sindical y política en los años 70, Lula dio un mensaje cada vez más cercano a que la oposición se las tendrá que ver con él en 2018. Y es por eso que las críticas hacia el gobierno de Dilma Rousseff hechas por la derecha se están corriendo hacia Lula, el presidente que dejó el cargo el 31 de diciembre de 2010 tras 8 años de gobierno con casi el 90% de popularidad.
La figura de Lula ha ganado cada vez más relevancia en las manifestaciones de la extrema derecha. El viernes en Sao Paulo integrantes de los grupos extremistas llamados ‘Brasil Melhor’, ‘SOS Brasil’ y ‘Movimento Brasil’ pasearon por la mayor ciudad del país un muñeco inflable de 10 metros de altura con la figura de Lula vestido de presidiario. El muñeco fue llevado hasta la TV opositora Globo y a la alcaldía, que es gobernada por el Partido de los Trabajadores (PT). Una militante de la juventud socialista pinchó el muñeco. El tema tuvo más relevancia en los medios que el propio atentado con bomba que sufrió hace tres semanas el Instituto Lula en Sao Paulo. Pero este escenario deja abierta una cuestión. Haciendo la parábola con el muñeco inflable de Lula que cuesta 5.000 dólares: cuánto más se infla al muñeco, más crece la imagen del que fue el líder más popular de la historia reciente de Brasil.
Dos corruptos confesos del caso Petrobras, Alberto Youssef y Paulo Roberto Costa, que hicieron un acuerdo de delación premiada, dijeron ante una comisión parlamentaria que no había conexión entre Lula y Dilma con el escándalo de sobornos. Youssef, un contrabandista, sí involucró en una lista de dinero ilegal originado en la empresa energética Furnas en la década pasada al opositor senador Aecio Neves, uno de los principales denunciantes públicos de Rousseff. Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), fue derrotado por Rousseff hace casi 11 meses.
“Es la primera vez en la historia de Brasil -dijo Lula- que la lucha de clases es animada por prejuicios desde las clases altas hacia las bajas y no de abajo hacia arriba. Siguen irritados con el ascenso social de los pobres, que van a la universidad, viajan en avión, compran automóviles”, sostuvo. Y le dio un tirón de orejas al PT, que fundó, al que convocó a hacer la “revolución educativa”. “De nada sirve defender la escuela pública si el hijo del alcalde va a una escuela privada”. Y promovió buscar soluciones para las nuevas formas de comunicación. “La gente sabe las cosas antes de que ocurran a través del teléfono móvil”.
Lula, quien gobernó entre 2003 y 2010, y Mujica, que lo hizo en Uruguay entre 2010 y 2015, coincidieron en rechazar el golpismo y ambos abordaron los perfiles de líderes y el concepto de “imprescindibles” en la política latinoamericana.
“No hay hombres imprescindibles, hay causas imprescindibles”, afirmó Mujica, quien también resaltó que la única forma de fomentar la democracia frente a los intereses corporativos es fortalecer los partidos políticos. “Pero los partidos también se enferman, porque se pueden transformar en agencias de colocación de empleo. Por eso no necesitamos el dinero, lo material, hay que vivir como la mayoría de la población, si no seríamos empresarios, inversionistas y los partidos deben cuidar un acuerdo nacional para que no se pierda lo conquistado para el pueblo”.
Pablo Giuliano