Esquivaron los conflictos y solemnemente se declararon el respeto mutuo. Se definieron como «amigos». En un ejercicio de pragmatismo y seducción, Emmanuel Macron tendió este jueves la mano a Donald Trump y rompió su aislamiento internacional. En una Europa hostil, el presidente estadounidense encontró en su homólogo francés a un aliado. Y también una muleta, un respiro mientras en Washington aumenta la presión sobre su familia por la supuesta trama rusa que le ayudó a ganar las elecciones. Ni la trama rusa, ni los desacuerdos por el cambio climático, ni las pasadas ofensas de Trump a los franceses debían empañar una visita celebrada bajo el signo de la secular amistad franco-americana.
La reunión con Macron, que se prolongará el viernes con la asistencia de ambos al desfile militar del 14 de julio, fiesta nacional francesa, seguramente quede como uno de los momentos dulces de la diplomacia de Trump en su agitado inicio de mandato.
La visita a los Inválidos y a las tumbas de los héroes franceses y la rueda de prensa en el Elíseo con sus oropeles y ceremonia que tanto gustan al magnate neoyorquino marcaron la primera jornada de la primera visita oficial de Trump a París.
Macron situó la invitación en un contexto histórico, que trasciende, como él dice, las personalidades: el del centenario de la entrada de Estados Unidos en la Gran Guerra, primera ocasión en el siglo XX en el que los estadounidenses acudieron al rescate de Europa, y de Francia. El propio Trump abrió su intervención leyendo un texto que recordaba la ayuda del general francés Lafayette a los revolucionarios americanos de 1776. La amistad, dijo, es «inquebrantable».
La táctica de Macron en sus relaciones con Trump pasa por aislar los asuntos más controvertidos y desarrollar aquellos en los que existe acuerdo. Conocidas las discrepancias sobre el cambio climático, el objetivo del francés es centrarse en la lucha antiterrorista, donde la sintonía es mayor, y la cooperación militar, óptima, según fuentes del Elíseo.
Ambos líderes multiplicaron las señales de complicidad. El abandono, por parte de EE UU, del acuerdo de París para combatir el cambio climático “es un compromiso de campaña del señor Trump”, justificó Macron. “Lo respeto”. “¿Acaso esto puede impedir discusiones en otros temas? Sin duda, no”, añadió.
Cuando, en el turno de preguntas, un periodista le invitó a condenar el muro que Trump dice querer construir en la frontera con México, o el veto a inmigrantes de países musulmanes, Macron evitó la respuesta.
Trump recogió el guante. Elogió las políticas económicas del anfitrión. Cuando un periodista le preguntó por sus pasados ataques a la ciudad de París y a los gobernantes franceses por su supuesta ineptitud ante el terrorismo, optó por su conocida hipérbole. ¿Macron? “Un gran líder. Un duro. No mostrará la más mínima tolerancia hacia los que están fuera de la ley”.
Incluso se atrevió a insinuar que quizá, quién sabe, podría reconsiderar su repudio a los acuerdos internacionales contra el cambio climático. “Algo podría ocurrir con el acuerdo de París. Veremos qué pasa”, dijo.
Ni siquiera las comprometedoras revelaciones sobre los contactos de su hijo mayor, Don Jr., con una abogada rusa durante la campaña electoral, perturbaron la escenificación. El presidente de EE UU intentó quitar hierro a la reunión y, en el segundo turno de preguntas, dio la palabra a un periodista chino, en vez de un americano que habría podido insistir.
Quedaba lejos, aunque hayan pasado menos de tres meses, la campaña electoral en la que Macron derrotó a Marine Le Pen. Le Pen, desde la tradición de la ultraderecha francesa, defendía ideas similares a las del presidente estadounidense y esperaba subirse a la ola de populismo que tuvo su momento estelar en su victoria en las elecciones presidenciales de noviembre. Fracasó y la victoria de Macron se interpretó como una derrota del trumpismo.
Pero también parecían lejanos los primeros movimientos de Macron en el poder, cuando se elevó un tenso apretón de manos con Trump durante una cumbre a un símbolo de la tensión bilateral. La reacción del presidente francés a la salida de EE UU del acuerdo climático de París —»hagamos el planeta grande de nuevo», proclamó, en una relectura irónica del eslogan de Trump, «hagamos América grande de nuevo»— reforzó la idea de los presidentes antagónicos. Y no es errónea.
Macron es el europeísta, el cosmopolita, el liberal. Trump el aislacionista y el hombre que agita el racismo y la xenofobia.
Nada de eso ha cambiado, pero en vez del combate frontal, Macron prefiere la seducción. Entre una primera ministra británica, Theresa May, debilitada y enredada en el laberinto del Brexit, y una canciller Angela Merkel sin ninguna sintonía con Trump, el presidente francés se ve como el mediador europeo. Es una posición, además, que se inscribe en la tradición del general de Gaulle, que él reivindica: una Francia que ya no es potencia mundial, pero es capaz de tratar simultáneamente con EE UU, Alemania y Rusia.
Macron se ve en el centro del tablero y confía en su mano derecha con personajes díscolos como Trump. El desfile por el 14 de julio —una exhibición de poderío que no suele verse en EE UU, un país donde los desfiles suelen ser civiles— es la ocasión perfecta. Sabe que al presidente estadounidense le impresiona la fuerza, y en particular la fuerza militar. Cree que, hablándole de tú a tú, puede reconducirlo hacia el círculo de líderes razonables, y atemperar sus instintos más destructivos.