Aunque no están marcados como feriados en el calendario, este año 2016 trae dos fechas clave para el país: una es el viernes 29 de enero; la otra, es el viernes 11 de marzo. Entre ambas hay 42 días de diferencia. Mucho tiempo para irse de vacaciones. Poco para tomar decisiones. Unos 42 días tan pesados como los 42 kilómetros de la maratón.
El primer viernes ‘feriado’ ya pasó, y vaya que se hizo notar, por mucho que el ministro del Interior haya tratado de relativizar su impacto. “Es un día absolutamente normal”, dijo Jorge Burgos en La Moneda, a minutos de que la nuera de su jefa arribara al Juzgado de Garantía de Rancagua para escuchar los cargos en su contra, y que al final de la jornada, la dejaron con dos medidas cautelares que cumplir: firma mensual en la comisaría de La Reina y la prohibición de salir del país. Nada normal para un pariente directo de la primera autoridad de la Nación.
Ese viernes 29 de enero será inolvidable para la persona más afectada por el estallido del caso Caval: la Presidenta de la República, cuya confianza se desplomó sin posibilidades de recuperación. Bachelet recordará ese viernes porque durante la tarde de aquel aciago día, ella tuvo que hablarle al país. No era un día normal como lo había presagiado el ministro del Interior. La esposa de su hijo había sido sentada en un tribunal para escuchar que sería investigada por graves delitos tributarios contra el erario.
«Quiero hablar de la audiencia de las formalizaciones de hoy”, comenzó diciendo la Mandataria ante las cámaras que esa tarde transmitían en vivo y en directo su reacción. No dijo ‘quiero hablar de la formalización de mi nuera Natalia’; por el contrario, se refirió a las ‘formalizaciones de hoy’ como algo etéreo, una cuestión judicial ajena que involucraba a otras personas, en ningún caso a alguien suyo.
Pese al rictus fúnebre de su rostro tembloroso, se mantuvo serena y calculadora, y tras once meses de silencio respecto al caso que involucra a su familia, dijo: “He querido hablar porque este es un caso que ha concentrado la atención de la gente, que espera sin duda que la justicia actúe con imparcialidad en este y en otros casos», sostuvo, evitando nombrar la palabra que maldijo a su gestión, la palabra que destrozó su figura política: Caval.
Enseguida retomó la vía impropia de la personalización y la subjetividad, tan mal vistas en voz de un dignatario que pretende ser creíble: «Desde el corazón quiero decir que han sido tiempos difíciles para mí y para familia, muy dolorosos y que sin duda eso me ha afectado profundamente”, precisó, sin reconocer que la evasión tributaria de su nuera también le ha causado grave perjuicio al Fisco, y sobre todo, mucho dolor a los que un día la trajeron desde Nueva York para ungirla como el epítome de la justicia social y la lucha por desterrar la desigualdad; a los que fueron a votar en primera y segunda vuelta por ella. ¿Acaso no sienten un profundo dolor los que hoy sufren la enorme decepción que ella les ha causado con su hermetismo, con su secretismo?
Segundos después, al borde del sollozo, Bachelet lanza la estocada certera sobre el corazón blandengue de los telespectadores que languidecen bajo el calor del verano, apelando a la piedad y la comprensión tardía. “Es un sentimiento humano normal”, afirma desde la obviedad más insultante, como si ella fuese la única madre defraudada del planeta. Hay un dejo de egoísmo en sus palabras.
“Pero eso no me ha nublado ni por un minuto de lo que son mis responsabilidades como Presidenta de la República y como Jefa de Estado», explica para dejar en claro que sus actuaciones han sido cuerdas y oportunas. Y prosigue: «Los chilenos demandan, merecen igualdad de oportunidades y derechos, y eso también incluye igualdad ante la ley. Y yo voy a seguir trabajando por lo que me he comprometido con la gente, por hacer de este país, un país más equitativo, más justo y más digno para todos, y de eso los chilenos pueden tener confianza», remata con la soberbia del vendedor que da por cerrado el negocio sin el consentimiento del cliente.
Tras dicha performance, muy similar a la de su hijo el 13 de febrero de 2015, cuando se despidió sudoroso en el mismo Palacio, Bachelet no acepta preguntas, según lo pactado entre su equipo de comunicaciones y la obsecuente prensa palaciega –esa misma prensa aterrada por quedar debajo del avión presidencial.
11 de marzo: ¿el día más esperado por Michelle Bachelet?
El otro viernes ‘feriado’ es el día que la Presidenta Bachelet cumple dos años en La Moneda, el 11 de marzo de 2016. No es un aniversario más. En rigor, el Gobierno no tiene mucho que celebrar en materia de cumplimiento del programa, porque no ha estado a la altura de las circunstancias, ni ha demostrado su fortaleza en términos de probidad, como aseguran sus detractores; pero también las quejas son internas, así se desprende de las públicas discrepancias entre socios de coalición, como las disputas entre la DC y el PC, o entre quienes piden la cabeza del administrador del Palacio, Cristián Riquelme, por su nefasta actuación en el borrado del computador de Sebastián Dávalos.
Por ello, el próximo 11 de marzo es un día clave si es que la Presidenta, agobiada por los efectos letales del caso Caval y otros sinsabores y desaciertos del oficialismo, decide dimitir. Desde ya resulta difícil sostener una función pública, como es la primera magistratura, si la mente está ocupada en resolver asuntos familiares que inciden, se quiera o no, sobre la gestión del gobierno. Que el fiscal regional de O’Higgins –excandidato a fiscal nacional– Luis Toledo, haya solicitado un plazo de un año para completar la investigación del caso Caval, y que el juez haya accedido a otorgarlo, para nada es un hecho aislado que la Presidenta pueda soslayar. ¿Por qué descartar de plano que no hay una pasada de cuenta del excandidato?, un téngase presente de alcance anual.
Sin duda, Caval –así como Penta, Corpesca y SQM– tendrá una enorme resonancia mediática y política durante todo el presente año. “Caval nos seguirá penando”, reconoce el ministro Nicolás Eyzaguirre en La Tercera. Y agrega: “Usted puede tener reformas que le gusten o no la gente. Pero si no tiene estándares de comportamiento y de probidad, independientemente que le guste el sentido ideológico de un gobierno, la gente no lo va a apoyar, porque eso lo pone por delante”.
A lo que hay que sumar que este 2016 es un año de elecciones municipales, un escenario que puede desacomodar más que favorecer la deteriorada imagen presidencial de Michelle Bachelet. ¿Qué candidato oficialista querrá identificarse con una gestión que avanza a los tumbos, y que es incapaz de reconocer sus errores? Una administración tozuda que se permite dejar vacante durante ocho meses el cargo de Contralor General, que tiene 28 servicios de Salud sin jefatura, cinco subsecretarías sin nombramiento de un titular (Economía, Cultura, Sernam, Redes Asistenciales y la creada en diciembre de 2015, la de Derechos Humanos, dependiente del ministerio de Justicia). Una gestión que ha demostrado su destreza para cometer errores no forzados.
Pero como para todo en la vida hay una solución, por muy mala que sea, el próximo 11 de marzo podría abrirse una salida que tendría un efecto transversal, que beneficiaría a moros y cristianos. En efecto, si la Presidenta considerara que, producto de los problemas familiares que la aquejan, de los inconvenientes de su labor gubernamental en el plano interno como externo, y de su evidente falta de liderazgo para ordenar los curados arriba de la micro, ya no es capaz de ejercer con dignidad el cargo que se le ha conferido, decide dar un paso al costado, el viernes 11 de marzo es el día indicado para tomar esa decisión. Para respirar.
Tal vez muchos quisieran que la Presidenta adelantara esa decisión, pero si lo que se busca es preservar el sillón presidencial en manos de la coalición gobernante, hacerlo antes del 11 de marzo de 2016 implicaría rebarajar el naipe con resultado incierto, toda vez que, si faltan más de dos años para el término del período presidencial, la vacancia del cargo de Presidente de la República obliga a convocar a elecciones directas, es decir, es la ciudadanía en las urnas la que debe elegir a un nuevo Mandatario para que concluya el tiempo que le restaba al renunciado.
En tanto, si se produjera la dimisión del Jefe de Estado restando menos de dos años para la próxima elección presidencial, “el Presidente será elegido por el Congreso Pleno por la mayoría absoluta de los senadores y diputados en ejercicio”, según señala la Constitución.
Es decir, el 11 de marzo podría darse un escenario impensado, donde todos saldrían ganando, con la dolorosa excepción del pueblo, por cierto. Desde ya la Nueva Mayoría retendría el poder, habida cuenta que, tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, tiene los votos suficientes para conservar la Presidencia de la República, eligiendo a una persona de sus filas, cuestión que la oposición ya tiene internalizada desde la derrota presidencial de 2013 con Evelyn Matthei.
Por otro lado, así como están hoy las cosas, donde la política ha perdido toda legitimidad ciudadana, la Nueva Mayoría tampoco está en condiciones de seguir sosteniendo un gobierno que ella misma cuestiona y al que no le asigna capacidad para conservar el poder, llevándola de esta forma a una inminente derrota en diciembre de 2017. ¿Cómo sustentar un gobierno que antes de cumplir la mitad del período ya ha demostrado su total incapacidad para enmendar sus errores?
La oposición tampoco está en su mejor momento. La UDI, su principal partido, está a maltraer; es la responsable de rehipotecar la precaria reserva moral de la derecha, con un senador desaforado y varios de sus parlamentarios a disposición de la Fiscalía por financiamiento ilegal de campañas. Sus socios de Renovación Nacional los desprecian como si tuvieran lepra.
Ricardo Lagos: El pater familias que llena el gusto empresarial
Considerando que en Chile se encuentra muy arraigada la idea que reemplazar a un gobernante que lo ha hecho mal, equivale a botarlo por las armas e instalar en su lugar una sangrienta dictadura, la sola idea de buscar una salida democrática –según lo estipula la propia Constitución– resulta difícil de aceptar como mecanismo posible. Países como Francia o Italia disuelven gobiernos y parlamentos para superar diversas crisis, y no por ello se desata un cataclismo. En Chile, en cambio, el frenesí exitista –incluso en hacer mal lo que se puede hacer bien– impide darle cabida y tiempo al fracaso. Fracasar no es lo peor, lo terrible es perseverar en los errores que determinan el fracaso.
No obstante, y dado que la crisis de confianza en las instituciones y en quienes ejercen los liderazgos y los cargos públicos, alcanza tal magnitud, y que en último término, no es el electorado el que decide quién gobierna, sino el capital financiero, entre quienes apuestan por una salida razonable de la crisis, el nombre del expresidente Ricardo Lagos Escobar surge como única alternativa de consenso viable entre el poder político (que administra el modelo neoliberal) y el poder empresarial (que financia la política), que en definitiva son quienes negocian el arriendo de La Moneda. La Nueva Mayoría debiese cuestionarse por qué esperar hasta 2017 para preguntarle a Lagos si será candidato, pregúntenle ahora. Ahora es cuando.
A sus 77 años, Lagos podría ser la persona que permita a moros y cristianos transitar sin mayores angustias por el marasmo, ordenar la casa, retomar el crecimiento y dar garantías de gobernabilidad frente a lo que viene. El expresidente “da el tono que se requiere en estos momentos”, afirman observadores del “proceso de autodestrucción del sistema político” que se vive. “Es el más apto” para darle relato a una transición 2.0 que se requiere para ocuparse del combate institucional a la corrupción. Todo ello, en el entendido que en estos momentos también se están fraguando otras visiones de país dispuestas a asumir la conducción de una sociedad más justa. “Lagos no es la panacea, pero es un estadista que tiene sentido de la autoridad”, dicen. Pero también hay otra sensación en torno al ex Jefe de Estado: “Es el menos malo, no hay mucho dónde elegir”.
Todo, siempre y cuando la Presidenta Michelle Bachelet –a quien sus nietos llaman ‘Nini’– manifiesta a viva voz su propósito de quedarse para terminar de la mejor manera un gobierno que se desgastó antes de llegar a la frontera de su trascendencia, o si es que, en cambio, confiesa que su familia la necesita mucho más en casa de lo que su deber la requiere en La Moneda. Que tome una decisión, tiene 42 días para hacerlo. Pero que no deje a los chilenos con esa sensación nini del ‘ni me quedo, ni me voy’.