Continuando con la serie sobre militares democráticos, constitucionalistas o defensores de las reivindicaciones populares -olvidados por la historia oficial de las FF.AA.-, presentamos un artículo sobre la vida del que fuera un destacado protagonista de la vida política y social de Chile entre las décadas del 20, 30 y 40 del siglo pasado: Marmaduke Grove.
Sábado 4 de Junio de 1932. Un avión sobrevoló Santiago arrojando panfletos. “La revolución hoy, aunque llueva”. Un grupo de hombres, cargados de coraje y energía de reivindicación social, más otros enquistados oportunistamente al movimiento, marcharon a La Moneda desde la base de la aviación de El Bosque. Esos hombres eran encabezados por un militar. Ex miembro de la Armada, del Ejército y en ese entonces, a la cabeza de la Fuerza Aérea.
Aquel soldado entró al despacho de un títere presidencial, Esteban Montero. Habló, fuerte, sereno y claro:
–Excelencia, el movimiento iniciado por el pueblo es para instituir la República Socialista.
Y Chile lo fue entonces durante 12 días, de acuerdo a la declaración de quienes llegaron al poder.
Aquel mismo militar que antes se había opuesto a la dictadura de Ibáñez del Campo y que desde un avión rojo intentó fallidamente derrocarlo, era entonces el líder de un grupo de hombres conscientes, visionarios, que por sobre todo veían con preocupación cómo la gente moría de hambre y los gobernantes estaban allí, impertérritos, sin hacer nada.
Ese militar se llamó Marmaduke Grove. ¿Cómo llegó este hombre de armas, a sus 54 años, a ser el líder de un gobierno que se auto definió como socialista?
PRIMEROS AÑOS
1878. Nació en el Copiapó desde donde los Matta y los Gallo se opusieron a Manuel Montt, en la revolución de 1859, desde donde mismo luego darían origen al Partido Radical. Primogénito de un destacado abogado, masón, radical. Amigo por cierto de los Matta y los Gallo.
Su abuelo, William Grove, era un médico irlandés.
1891. Estalla la Guerra Civil. Un presidente reclamó el salitre para el Estado. Se ganó poderosos enemigos. El pueblo se desangró. El padre de Marmaduke debió partir al destierro. A sus 13 años tuvo que asumir, a petición y a nombre del padre, la condición de hombre de la casa. Lo aceptó con entereza. Ya desde temprana edad demostraba un gran temple. Junto a su madre trabajó en labores de organización de ollas comunes.
Finalmente el presidente José Manuel Balmaceda (en la foto), acorralado por sus enemigos, dijo: «Si nuestra bandera, encarnación del gobierno del pueblo verdaderamente republicano, ha caído plegada y ensangrentada en los campos de batalla, será levantada de nuevo en tiempo no lejano, y con defensores numerosos y más afortunados que nosotros, flameará un día para honra de las instituciones chilenas y para dicha de mi patria, a la cual he amado sobre todas las cosas de la vida”.
Luego apuntó a su cabeza. Apretó el gatillo. Esperaba que una vez muerto el perro, se acabase la rabia.
El puesto de presidente se transformó en un ornamento ante el todopoderoso Parlamento y los intereses del gran capital.
CARRERA MILITAR
Dos años después, Marmaduke, sabiendo de la situación económica estrecha de su familia, decidió no ser una carga. Con 15 años ingresó a la Armada. Allí se impuso rápidamente como un líder ético, solidario. No sin deber sufrir el rigor de los castigos por parte de sus superiores, castigos que soportaba estoico y siempre intentando rescatar algo positivo de aquellos.
Ocurrió que un día la comida de los cadetes estaba en malas condiciones. Todos apuntaron a Marmaduke para que encabezara sus demandas de mejoras alimenticias. Desde luego que aceptó. Y su ímpetu reivindicador le llevó a cometer un error de procedimiento. Se dirigió con el reclamo directamente hasta el director de la Escuela. Craso error. No se podía saltar las jerarquías. Su reclamo debía pasar por toda una serie de escalas jerárquicas antes de llegar al director.
Fue expulsado. Sí, expulsado por cometer aquel “imperdonable salto jerárquico”. El episodio fue conocido como la “sublevación del pan duro”.
Como desde entonces su conducta fue de no rendirse, buscó una nueva oportunidad militar; ingresó al Ejército en 1897.
Siglo 20. El primer cuarto del siglo, fue para Marmaduke, una época consagrada a su profesión militar como un destacado oficial del ejército. Vivió en Alemania, se casó, se hizo padre. Vivió la invención e incipiente desarrollo de lo que sería una de sus más grandes pasiones, la aviación.
Fueron los años de Recabarren, la Federación Obrera de Chile (Foch), el Partido Obrero Socialista, que luego pasó a llamarse Partido Comunista.
Primera Guerra mundial y el enfrentamiento imperialista. La Revolución mexicana, Villa, Zapata, Carranza. La Revolución Rusa, los 10 días que estremecieron al mundo.
EL LEÓN DE TARAPACÁ
1920. Chile cree en la demagogia de un hombre que aparece con un nuevo estilo, una nueva forma de dirigirse a las masas. Habla de su “chusma querida”, la “canalla dorada”. Ofrece reformas, Es histriónico. Se llama Arturo Alessandri. El León de Tarapacá.
Se escuchó cantar: Sí, ayayai, Barros Borgoño, espérate a que Alessandri, Cielito lindo, te baje el moño.
Triunfa ante una esperanza de cambios, los cuales, no llegaron. Alessandri no tuvo pasta de gran estadista. Sólo de rotundo orador. Su reformismo limitado topó siempre con el parlamento.
3 de Septiembre de 1924. Por largos años han residido dormidas entre los apoltronados parlamentarios, leyes de bienestar social. Y sin embargo, aprobaron rápidamente una norma que les otorgaba una dieta parlamentaria.
RUIDO DE SABLES
La oficialidad joven del ejército protestó haciendo sonar sus sables contra el piso en las galerías del parlamento. El movimiento de la oficialidad joven prendió certeramente, pero de modo cooptado por la oficialidad mayor. Hubo movilización, ruidos, los cuarteles se alteraron. Los sindicatos discutieron álgidamente. ¿Apoyar el movimiento militar o no? Unos a favor, otros en contra. Los primeros encabezados por Recabarren, mientras que otros veían una nueva fibra emocional en el ejército, orientado hacia los cambios sociales. Luis Emilio Recabarren (en la foto), el gran líder el proletariado chileno, vivía sus últimos días.
Y ocurrió un “milagro”. Dieciseis proyectos de ley de carácter social, largamente postergados, de pronto por la presión de los sables, fueron rápidamente aprobados. Los militares, los cuales se habían constituido como una junta que pretendía ser garante del cumplimiento de las nuevas disposiciones aprobadas, no aceptaron disolverse como junta ante la petición de Alessandri, viéndose este último, vaciado de poder. Envió su renuncia al parlamento. No fue aceptada, en cambio, se le otorgó un permiso constitucional de seis meses. Partió a Roma a contarle sus penas a quien lo quisiera escuchar.
En esos inquietos y afilados días, apareció en la palestra política por primera vez Marmaduke Grove, en un rol de enlace comunicacional entre cuerpos militares. También fue redactor de comunicados de la junta militar. Su legitimidad y prestigio se los había ganado en general en su intachable vida profesional, y en específico, como profesor y subdirector de la Escuela Militar, sumando a esto su notable calidad humana, siempre dispuesto a otorgar una palabra. Su carácter amistoso era apreciado entre quienes le conocían, otorgándole un amplio reconocimiento entre sus pares. A la fecha, era coronel del ejército.
También apareció en acción otro coronel, parco, callado, de expresión inmutable, cuya máxima distinción había sido su participación en un conflicto bélico en El Salvador. Nada de popular entre sus pares, aun cuando su cargo de director de la escuela de caballería le debía otorgar un cierto reconocimiento. Pero a sus cercanos 50 años, desde entonces y hasta el final de su vida, demostró su increíble sagacidad y capacidad para mover hilos a su favor. Su nombre era Carlos Ibáñez del Campo, ex compañero de Marmaduke en la Academia de Guerra.
JUNTA DE GOBIERNO
Alessandri fue sucedido por una Junta de Gobierno militar. Sus integrantes eran pechoños amigos del Club de la Unión, el reducto favorito donde se programaba entre unos pocos los destinos de todo un país.
La Junta militar entró en discrepancia con la junta de Gobierno, dos órganos formados por militares, pero de distinta orientación. Incluso en la primera, entre sus hombres de mayor espíritu progresista, se formó una Comisión de Difusión Obrera, encabezada por el capitán Carlos Millán, que tomó contactos con sectores populares y organizaciones sindicales. Hubo reuniones con la Federación Obrera de Chile -Foch-, con dirigentes anarquistas y anarco-sindicalistas.
El 23 de enero de 1925, esta vez encabezados por Grove e Ibáñez, los fusiles se alzaron, sin salida de balas, para destituir a la reaccionaria junta.
Ambos coroneles, en igualdad de condiciones y posibilidades políticas, se mostraron en sus futuras intenciones, al decidir sus próximos roles. Ibáñez se quedó con el Ministerio de Guerra y ya nada lo detendría en su ascenso maratónico en el poder. Marmaduke, en cambio, ajeno a intereses políticos personalistas, volcó su ejercicio ocupacional a su ya mencionada pasión, y se hizo cargo de la aviación militar.
La nueva junta llamó a Alessandri a terminar su mandato. Pero ya el León era un felino de dientes desafilados, al menos en su enfrentamiento con el paso arrollador del caballo Ibáñez. Para el registro histórico, en este breve período de su regreso a la presidencia, se aprobó una nueva constitución, que como en toda la historia de Chile, fue elaborada a puertas cerradas por un grupo de unas cuantas personas “notables”, sin, por supuesto, dar cabida a la participación ciudadana.
De los pequeños entuertos, es engorroso entrar en detalles. Lo concreto es que Ibáñez no tuvo freno a su creciente poder. Pasó Alessandri, pasó Barros Borgoño, pasó el débil e inepto Emiliano Figueroa (en la foto), y, de pronto, casi como si el poco más de un par de años que transcurrió entre el ruido de sables y el poder dictatorial absoluto de Ibáñez, fuese un abrir y cerrar de ojos, ya éste se ciñó la banda presidencial.
Poco antes, su incontrarrestable afán dictador le condujo a ir quitando de su camino, progresivamente, a quienes representaran una piedra en el zapato a sus pretensiones. Entre ellos Marmaduke, hombre honesto, que no trepidaba en tratarlo de tú a tú y plantearle abiertamente el creciente descontento que generaban sus medidas arbitrarias. Incluso escribía artículos en La Nación donde criticaba el accionar del gobierno, firmando bajo el pseudónimo de Ekud.
LA DICTADURA DE IBAÑEZ
A Ibáñez le molestaba la presencia cercana de Marmaduke. Personalidades diametralmente opuestas, por un lado, uno sociable, llano al diálogo, querido, cercano, de relaciones amistosas profundas, mientras que el otro, parco, de expresión dura, poco llano a la risa, pocos amigos, que se sentía cómodo en la verticalidad de las relaciones. Pero deshacerse del coronel Marmaduke no se trataba de un ejercicio simple de autoridad. Debió enviarlo a Londres en una destinación de agregaduría militar. Hubo que disfrazar la eliminación con ropajes de nuevas perspectivas profesionales. Marmaduke no deseaba partir, pero su educación militar, jerárquica, aún se imponía sobre ese latente espíritu rebelde.
Desde Londres supo de la ascensión al poder presidencial de Ibáñez. Y ciertamente que lo lamentó, pues veía como su ex compañero de la Academia de Guerra y del movimiento del 23 de febrero de 1925, se había transformado en un déspota al poder.
Y comenzó una oscura época. Marcada por las persecuciones, el espanto, las noches de miedo, las torturas, exilio, soplonaje, relegamiento, espionaje , muertes.
Marmaduke ya no pudo hacer oídos sordos de lo que pasaba, entonces fue cuando comenzó a sostener relaciones con la resistencia. Se reunió con Alessandri y otros exonerados en Francia, en el recordado “Pacto de Calais”. Prometieron no descansar hasta recuperar la libertad de la atropellada República de Chile.
De esto se enteró el “paco” Ibáñez (en la foto). Encontró el motivo perfecto para dar de baja a Grove. Así, se encontró en una fría Europa, sin su sueldo, con una esposa y seis hijos que mantener, mas, sin embargo, con una convicción amplia y fortificada de derrocar la dictadura. Más aún, sacrificando a su familia, dejándola en el viejo y poco acogedor continente, con escasos recursos, partió a la causa de la liberación, la que ya estaba clara en su ética de acción. Se fue a Buenos Aires a formar parte del grupo de exiliados que planeaba un golpe contra Ibáñez.
No sin grandes dificultades, lograron montar un plan de sublevación, que incluía a civiles y militares. Mientras los Alessandri, los Edwards y los Ross lloraban sus penas de exiliados en cómodos sillones en París, un grupo de expatriados comenzaban su viaje de asalto al régimen opresor. Más aún, los “parisinos”, debían ser los encargados de la parte financiera del complot, mas no hicieron más que llorar sus desventuras y no corrieron con su parte.
EL COMPLOT DEL AVIÓN ROJO
La operación estuvo lista. Aun cuando ciertos designios indicaban que no era oportuno, ya no se podía esperar más. Era septiembre de 1930. Había que aprovechar la concentración de soldados en la parada militar, lo que dejaba llano el camino a los regimientos rebeldes.
Confiando en que las condiciones del alzamiento eran aptas, partieron en aquel avión rojo que se transformaría en un símbolo que se relacionaría por siempre con el envalentonamiento, el coraje y la actitud y ética liberadora de Marmaduke.
El Complot del Avión Rojo, como fue conocido, resultó un completo fracaso. Entre otras causas porque los comités rebeldes no entraron nunca en amplio contacto con las organizaciones sociales que resistían a la dictadura, la campaña de concientización fue precaria, es decir, no fue un movimiento aglutinador como hubiera sido necesario y porque en definitiva se cometieron errores tácticos. Incluso la mala suerte jugó su rol, pues atrasaron su llegada por inconvenientes logísticos, razón por la cual se juzgó como fracasado el plan antes de tiempo. No llegaron el día en que se les esperaba. Y también porque se dependió de la voluntad de militares antojadizos, como el general José María Barceló, quien desde el regimiento que debía comenzar la sublevación captó la poca viabilidad del mismo, poniéndose del lado de la dictadura, mas aún siendo que sentía gran antipatía por Marmaduke.
Este fracaso, sin embargo, reforzó la imagen que se hizo la población de un soldado justiciero, que armado con poco más que un avión rojo y un temple de acero, se la jugó por el derrocamiento de la tiranía. Quedó por siempre grabado como un acto de desprendimientos personal en pos del fin de la opresión.
Fue enviado prisionero a Rapa Nui. Pero la dictadura hacía agua por todos lados. La ineptitud y el acorralamiento natural que le propiciaba una población hastiada de abusos, la sumergían en un pozo sin salida.
En tanto, para un diestro, hábil y capacitado soldado como Marmaduke, no le costó demasiado trabajo escapar de Rapa Nui ante la torpeza de sus guardianes. Huyó a Tahiti, luego a Marsella.
En Chile la explosión social estalló. La crisis del 29 se hizo sentir fuerte en todo el mundo, incluido Chile. La miseria se veía en cada esquina, un pueblo desangrado por la represión, los abusos, ahora en masas desesperadas moría de hambre, frío. Proliferó con fuerza la indigencia, ollas comunes, desempleo. Muchas salitreras cerraron, enviando a las ciudades enormes contingentes de hombres y mujeres intentando sobrevivir.
La dictadura declaró la banca rota fiscal. Los estudiantes, los obreros, los gremios profesionales, todos paralizaron exigiendo lo mismo: “Que se vaya el dictador”. Días intensos se vivieron en las calles, donde cayeron muertos muchos ciudadanos victimas de la represión.
26 de Julio de 1931, el «caballo» Ibáñez renunció.
Y de pronto, todo Santiago fue, por un día, una fiesta. Los estudiantes y los trabajadores se tomaron las calles para celebrar, dirigían el tránsito, sonaron las bocinas, las ollas, el clamor popular, el cielo resplandeció aún en frío invierno, las nubes serpentearon , todo fue alegría, por un día….
UN DÉBIL PRESIDENTE
Luego, las cosas, no cambiaron en lo sustancial. Más aún, los señores del Club de la Unión, acallados políticamente incluso ellos con la dictadura, retomaron sus viejos hábitos de elegir entre cuatro paredes los candidatos, que con sus maniobras electorales, eran de seguro los ganadores. Y eligieron para candidato al abogado del Partido Radical, Juan Estaban Montero (en la foto), quien compitió contra Alessandri y fue elegido presidente.
Un personaje de poco peso político, manipulable.
Marmaduke, así como tantos otros exiliados, pudieron volver al país. Y como las cosas no cambiaron realmente, se volvió a verter sangre en sendas matanzas. Se cuentan las matanzas conocidas como la «Pascua Roja de Copiapó y Vallenar” y antes, durante el gobierno interino del vicepresidente Manuel Trucco, la sangrienta represión del movimiento conocido como la «sublevación de la Escuadra”, en la cual un grupo de suboficiales de la Armada se alzaron en principio por demandas internas, movimiento que derivó en reivindicaciones sociales de carácter nacional. Todo terminó de la manera fría y perversa como se solía aplacar los movimientos sociales importantes, por medio de la carnicería humana.
Y el ambiente olía a conspiraciones por todos lados. El débil Montero se veía superado. Corrieron rumores de la vuelta de Ibáñez a retomar el poder. Para contrarrestar el poder de Ibáñez, Montero reintegra a las fuerzas armadas ni más ni menos que… a Marmaduke Grove, quien había sido dado de baja del ejército, ahora era reestablecido, pero esta vez en la recientemente independizada Fuerza Aérea, surgida de la unificación del contingente aéreo del Ejército y la Armada. Se le asignó el cargo máximo. Fue el cuarto jefe máximo de la institución. Comodoro del Aire fue el rótulo.
Y su popularidad y figura ética habían crecido entre la población no sólo militar, sino también civil.
Montero era asechado. Sobre él había sombras de hierros y puñales. Alessandrismo, Ibañismo, aparece en escena singular personaje, Carlos Dávila, ex embajador de la dictadura en E.E.U.U., país que le tenía en gran confianza a este camaleónico personaje, juzgado erróneamente como Ibañista. Dávila mucho antes que cualquier cosa, fue un Davilista. Llegaría a ser el primer presidente chileno de la OEA. También muchos oficiales militares jugaban sus cartas.
En Marmaduke ya habían sufrido transformación sus convicciones. Durante la lucha contra la dictadura, pensó en la libertad, la república. Ahora rondaba en su cabeza el socialismo. Sin ser de vocación intelectual, ni siquiera manejar un concepto de socialismo medianamente madurado de acuerdo a la filosofía y realidad política de la época, sin embargo, esa palabra le hacía sentido con su espíritu justiciero y sus deseos de igualdad. Llegó hasta aquella por ser un hombre que se conmovía al ver la miseria, por sentir una inclinación moral de protección al más oprimido. Un hombre consciente de su época. De Marx lo único que sabía -afirmaba- es que era un señor de barba que colgaba en la pared.
Acusado de conspirador, Montero cursa su baja. A la base El Bosque, su lugar de trabajo, llega la noticia. Marmaduke no acepta. Ya ha vivido años arduos, un verdadero proceso de aprendizaje, no sólo como hombre al servicio de la libertad de su país, sino en su actuar y convicciones políticas. Comienzan horas de tensión, de tiras y aflojas. Aviones suenan. Fusiles se cargan.
Otro gran líder olvidado por la historia oficial, Eugenio Matte (en la foto), se ha unido al movimiento. Abogado, educador del proletariado, fue presidente de los estudiantes de Derecho de la Universidad de Chile. Su tesis de grado había versado sobre “La natalidad ilegítima en Chile”. Publicó también el libro “Nuestra cuestión social”, demostrando amplia preocupación por los problemas de las clases oprimidas.
A los 35 años fue el Serenísimo Gran Maestre de la Gran Logia. Para aquel día 4 de junio de 1932, contaba con 36. Y ambos se encontraron y fundieron en un pacto necesario. Encontraron en el otro el complemento ideal. Por un lado Matte era un destacado intelectual, con manejo amplio de temas de Estado, justicia, sociedad. Un pensador progresista, avanzado. Marmaduke era la fuerza, la legitimidad ante las masas, el liderazgo ético. Se conocieron y rápidamente sintonizaron.
UNA REPÚBLICA SOCIALISTA DE 12 DÍAS
El clima de deterioro en que se encontraban las clases oprimidas, hicieron ver en estos hombres, además de otros como Eugenio González, Óscar Schnake, Alfredo Lagarrigue, etc., la necesidad de un régimen de protección social.
Y la orden presidencial de baja de Grove, sólo apuró el proceso. Montero envió a Alessandri a negociar. Éste, siempre en busca de su cuota de ganancia, vio que el movimiento no se detendría. “No afloje mi coronel” pronuncia astutamente a Marmaduke. Un avión lanza panfletos “La revolución se hará aunque llueva”. Marchan hacia la moneda. En el camino las masas eufóricas los saludan. Las calles se colman. Ya nadie detiene la marcha de estos hombres. Llegan a La Moneda entre vítores de exaltación multitudinaria. Habló el soldado, fuerte, sereno y claro.
–Excelencia, el movimiento iniciado por el pueblo es para instituir la República Socialista. El débil presidente Montero, se retiró sin pena ni gloria de su cargo, el cual nunca pretendió realmente.
Es el 4 de junio de 1932. Proclaman la República Socialista. La efervescencia y expectación se apoderan de un país que veía a un soldado alzar una bandera de reivindicación social. Lamentablemente el movimiento estuvo desde siempre enquistado por elementos ajenos al interés del bienestar social, partiendo por Carlos Dávila y una serie de militares oportunistas, como el coronel Pedro Lagos, hombres que apuntaban más bien a sus intereses personales o sectoriales más que al beneficio social.
Marmaduke asumió el puesto de ministro de Defensa, aunque todos siempre lo reconocieron como el líder del nuevo gobierno. La junta de gobierno quedó integrada por un militar títere, comodín, que ni siquiera merece ser nombrado por ser igual a nada, quien ejerció de presidente (el general en retiro Arturo Puga), además de Eugenio Matte y Carlos Dávila.
La República Socialista tomó las siguientes medidas.
La suspensión de los lanzamientos de arrendatarios morosos; devolución inmediata, sin pago alguno, de las herramientas de trabajo dejadas en prenda en la Caja de Crédito Popular; dictación de un decreto-ley de amnistía a los procesados o condenados por causas políticas, otorgando la libertad inmediata de quienes estuvieran encarcelados, restitución de sus derechos previsionales a los exonerados por razones políticas; la reincorporación de los maestros primarios despedidos por Montero y de los estudiantes expulsados por el Consejo Universitario, la disolución del Congreso Termal, nombre dado al antidemocrático parlamento escogido al dedo por Ibáñez.
El programa de la República Socialista incluía entre otros puntos:
– Fuertes impuestos a las grandes fortunas
– Expropiación de los depósito en moneda extranjera y oro
– Monopolio del Estado del comercio exterior
– Reorganización, selección y reducción de las FF.AA.
– Creación del Ministerio de Salud Pública
El escritor José Santos González Vera la recordó así:
“La republiquita atraía. Llegaban al centro a caballo, en carretas, en vehículos inverosímiles adornados con guirnaldas de papel. Los rostros no eran habituales. Estos hombres parecían reencarnación de aquellos que crearon la Comuna de París… Era el pueblo de los barrios lejanos. En la expresión de esos chilenos, que se dejaban ver tan poco y que son tan escépticos, brillaba la fe. Sentíase algo nuevo y promisor”.
El grupo Avance, conformado por jóvenes de orientación marxista, se tomó la Universidad de Chile, llamando a formar soviets.
Pero el recelo y el complot contra la República Socialista se dio desde el día cero. Para empezar, a Estados Unidos no le gustó nada un gobierno con ese nombre e intenciones antiimperialistas. Pero estaban tranquilos, su fiel aliado Dávila, ya jugaba sus cartas. Éstos, además del Alessandrismo, el Ibañismo, la oligarquía, la burguesía, por fin tenían un objetivo común; derrocar a la República Socialista.
El 16 de junio de 1932, luego de una eufórica manifestación a favor de la República Socialista, donde asistieron cerca de 100 mil personas, los regimientos ya marchaban sobre las cabezas de los líderes del movimiento.
Marmaduke, Eugenio Matte, y todos sus incondicionales, no tuvieron capacidad de reacción. Pecaron de ingenuidad. Al extremo. Fueron detenidos y enviados a Rapa Nui. Una vez más al ombligo del mundo.
Marmaduke se había negado a entregar armas para formar milicias socialistas que defendieran al gobierno, como Matte sí estaba de acuerdo. Esto por respeto y fe en el ejército. Tendría tiempo para arrepentirse.
Así, terminaron los doce días que impactaron a Chile… Los doce días de la República Socialista.
FUNDACIÓN DEL PARTIDO SOCIALISTA
Marmauduke, lejos de desaparecer de la vida pública, a continuación fue candidato a presidente desde su aprisionamiento en Rapa Nui. Llegó al continente el mismo día de la elección saliendo segundo tras Alessandri.
Al año siguiente -1933- junto a Matte, Schnake y otros fundan el Partido Socialista (PS). En 1938, fue el pre candidato presidencial del PS ante la convención del Frente Popular, en brega con Elías Lafferte del Partido Comunista (PC) y Pedro Aguirre Cerda, del Partido Radical, quien finalmente fue el candidato y resultaría elegido presidente. Participó de las milicias socialistas, en pugna contra las milicias republicanas de Alessandri y las nacional socialistas de González Von Marees.
Entre 1934 y 1949 fue senador. En 1939 presentó un proyecto original de Reforma Agraria, que nunca logró ser aprobado; se recuerda que el lema era «Ni tierra sin hombres, ni hombres sin tierra».
Murió en 1954. Sus restos descansan en el mausoleo de la Fuerza Aérea de Chile -Fach-, en el cementerio general.
Marmaduke debe ser recordado como ese hombre que desde un avión rojo luchó con coraje y arriesgando el pellejo contra la dictadura de Ibáñez, y sobre todo por esos doce días de la República Socialista donde se escuchó muy fuerte “¿Quién manda el buque? ¡Marmaduke!”.
por Martín Renom Vergara
BIBLIOGRAFÍA
Balmaceda, José Manuel; Testamento Político; Documento testimonial escrito por José Manuel Balmaceda cuando el triunfo de sus opositores ya estaba consumado y la decisión de suicidarse estaba tomada; 1891.
Ljubetic Vargas, Iván; Trazos de la Historia de Chile, los mitos y la realidad; Santiago, Chile, 2008.
Brncic Isaza, Moira; Marmaduke Grove, liderazgo ético; Ediciones Tierra mía; Santiago, Chile 2003.
Gonzalez Vera, José Santos; Cuando era muchacho; Ed. Nascimento; Santiago, Chile, 1964.
Lafferte, Elías; Vidas ilustres. Vida de un comunista; Empresa Editora Austral. Santiago, Chile, 1971.
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