Mi nieta Beatrice siempre se ríe de la pregunta que formuló Arturo Prat, con ocasión del inicio del Combate Naval de Iquique, cuando preguntó “¿Ha almorzado la gente?, pues razonaba, muy inteligentemente, que para pasar a la otra vida no había necesidad de ir “con la guatita llena y el corazón contento”. Para el escritos y humorista Genaro Prieto, Arturo Prat fue uno de los principales socios del Club de Rotarios, por adicción a la buena mesa.
Está claro que Presidenta – como los discos de vinilo – ya viene con pocas revoluciones. Los que esperaron que se pronunciara sobre la convocatoria a la Constituyente, terminaron marcando ocupado, pues la Mandataria fue tan ambigua al respecto – como lo hiciera Arturo Prat hace más de un siglo – que sólo se limitó a marcar la necesidad de contar con una nueva Carta Magna, sin trazar un calendario ni un camino.
El carisma suele ser muy útil para conquistar el poder, pero es más difícil conservarlo cuando se ejerce el poder, sobre todo en períodos de crisis y de dificultades. Antes, cuando se veía tan cercana y querida por el pueblo, podía jugar con ambigüedades, pues bastaba que subiera, por ejemplo, a un tanque, en plena inundación, para que volviera locos a “los valientes soldados”, o que pronunciara una sola frase para producir el milagro de “la multiplicación de los panes”, pues con su magia y simpatía sanaba a sordos, tuertos, mudos, cojos, viejos, feos. Hizo tan felices a los chilenos que hasta la eligieron Presidenta de la República dos veces y, como niña mimada por su pueblo, podía hacer lo que quería.
Por desgracia, su hijo – tal vez tonto o pillo – terminó por menguarle y hasta aniquilarle el carisma que le restaba: las mismas palabras y actitudes, antes tan aplaudidas, ahora son vistas como una sarta de insensateces por la “chusma inconsciente”.
El esperado discurso del 21 de mayo del año en curso no tuvo hilo conductor, ni expresó un proyecto país, lo cual es lamentable pues el gobierno, durante el primer año de mandato, logró muchas más reformas estructurales que todos los gobiernos, a partir de 1990, pues sus predecesores hicieron muy poco para cambiar este país. La Presidenta perfectamente pudo tener un tono mucho más epopéyico – contaba con ropa para hacerlo y la ocasión lo ameritaba – pero eligió rendir una aburrida y genérica cuenta política, más bien dirigida a los ilegítimos parlamentarios que a la ciudadanía, así, la Nueva Mayoría no tiene caso: sólo puede practicar el despotismo ilustrado.
Repetir tantas veces la palabra diálogo y consenso sólo cabe preguntarse a quién van dirigidas estas palabras, ¿a los empresarios y demás poderes fácticos? A lo renegados de la Concertación? ¿A Velasco y Lilly Pérez? ¿A la UDI? ¿A RN? ¿O, simplemente, a los ciudadanos? No hay muy perspicaz para captar que con los únicos con quienes puede negociar el gobierno, con relativo éxito, es con los poderes fácticos y, para lograrlo, el gobierno tendría que renunciar a las reformas estructurales y seguir el camino del “pavo inflado” de Ricardo Lagos Escobar.
Si la Presidenta se decidiera seguir el camino de pactar con el diablo – con los poderes fácticos – milagrosamente, de la noche a la mañana, se convertiría en la gran estadista, la mejor Mandataria de Chile, y claro, su hijo y nuera contarían con una estatua en la rueda de la Bolsa de Comercio. Esta historia me es conocida, desde joven, pues la viví en el gobierno de Eduardo Frei Montalva, que pasó del temible atila, que le quitó los fundos a los hacendados, al gran héroe en la lucha contra Salvador Allende y, luego, el apoyo irrestricto a los militares, que después lo asesinaron cuando se convirtió en líder indiscutible de la oposición contra la dictadura, encabezada por Augusto Pinochet.
Los reformismos ambiguos y a medias siempre terminan por cavar su propia tumba. Es una verdadera lástima que la democracia no haya demostrado capacidad de liderazgo en los momentos críticos, que es donde se pone a prueba el temple del buen político.