Si cada movilización suele conllevar un cuestionamiento de fondo al sistema en su totalidad, esta vez se ha demostrado un malestar de forma más evidente que en años anteriores. Un descontento que ha unido tanto a universitarios, como académicos, funcionarios, trabajadores del cobre e incluso ecologistas. Hoy, cuando los estudiantes cumplen más de un mes de movilizaciones en Santiago, el escenario aún es incierto. Chile, ¿el estallido ya viene?
Si el 2008 tuvo a María Música y su jarro de agua, este año su símil fue el centenar de estudiantes de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM) forcejeando con los guardias de seguridad de Joaquín Lavín. Se trate de “faltas de respeto” o actos reivindicativos, lo cierto es que estos gestos hablan de un profundo malestar. Y si hace tres añosatrás una ministra resultó empapada, este 2011 el titular de Educación deberá enfrentar mucho más que un jarro de agua o una supuesta agresión.
El pasado 16 de junio, 100 mil personas marcharon por la educación. Profesores, funcionarios y académicos de distintos planteles educacionales marcaron un día histórico para las manifestaciones de los últimos años desde el fin de la Dictadura.
“Creo que éstos son cuestionamientos a la democracia que hemos construido” explica Víctor Muñoz, sociólogo de la Universidad de Chile quien ha dedicado parte de su trabajo a los movimientos estudiantiles. “Se asume que ésta no es un tema dado, sino una construcción ciudadana”. Tal parece que las últimas movilizaciones de los estudiantes han sido capaces de dejar esa falencia en absoluta claridad.
MÁS ALLÁ DE MAYO
Desde 1968, mayo es, por excelencia, un mes marcado por las movilizaciones. Esta vez, el día 12 del menciondo mes se dio el puntapié inicial de lo que sería un movimiento estudiantil que exigiría reivindicaciones históricas para la educación superior. Sin embargo, si otras veces fueron unos pocos miles, ahora son cientos de miles quienes protestan cargando la bandera de la educación pública, gratuita y de calidad (ver recuadro petitorio).
Fue después de los anuncios del 21 de mayo que el movimiento se radicalizó, derivando en paros indefinidos hasta ocupación abierta de Casa Central, que desde el 9 de junio se unió a otros planteles regionales que, para la fecha, cumplían ya un mes movilizados.
Sin duda que Juan José Ugarte, jefe de la división de Educación Superior del Ministerio de Educación, no se equivocó cuando anunció que este sería el año de la educación superior. Después de que el 2010 se cerrara con la bullada “Reforma educacional” a la educación secundaria -promocionada como una verdadera revolución por el gobierno-, el mundo social no esperó la cadena nacional del ministro Joaquín Lavín para poner sus demandas sobre el tapete.
Hasta este momento, varias son las postales que marcan el 2011: los estudiantes de la Central protestando en contra de la privatización de su plantel, el reportaje de TVN contra la UTEM, 3 mil zombies bailando Thriller frente a La Moneda, o la corrida de 1800 horas por la educación. Pero una cosa es clara: los estudiantes son sólo una parte de un movimiento ciudadano mucho mayor.
LA TRANSICIÓN CIUDADANA POR ABAJO
El año comenzó convulsionado. La Patagonia marcó la pauta del verano con la paralización total de Punta Arenas por el alza del gas, lo que significó la salida de un ministro y marcó la baja sostenida en la aprobación tanto del gobierno como de Sebastián Piñera, quien en la última encuesta Adimark alcanzó sólo el 31% de aprobación.
“Este es un movimiento que se ha ido fraguando desde abajo” opina Gabriel Salazar, premio Nacional de Historia 2006 y académico de la Universidad de Chile. El mismo docente convocó a más de mil personas, repletando el Salón de Honor de la Casa Central, en un foro organizado durante la segunda semana en la ocupación de dicho edificio. Una demostración más de que estamos frente a un movimiento que está tomando cada vez más fuerza, según señaló el mismo Salazar.
En ese momento, fue la gente “común y corriente” quien marchó tras los lienzos, la misma que meses después se alzó contra la aprobación de Hidroaysén y que hoy entrega su apoyo a los estudiantes. Y es que se ha coincidido en que más que un movimiento estudiantil, se trata de un verdadero movimiento ciudadano.
“Estos reventones que se están mostrando forman parte de algo que llamo una ‘transición ciudadana por abajo’, que es distinta de la transición política por arriba”, explica Salazar. Bajo su punto de vista, lo que también está emergiendo es “la gran política o lo político. Una que proviene de la soberanía ciudadana y que es anterior a la ley, está por encima de ésta y del Estado, el cual siempre la está reprimiendo porque le tiene miedo. En cambio, la política de los políticos está cada vez más en decadencia”, sentencia el historiador.
Según la Adimark, la Coalición cuenta con un 60% de rechazo, mientras que la Concertación, 68%. Asimismo, un 25% aprueba la gestión del Senado y un 22%, la de la Cámara de Diputados. Estos porcentajes son decidores respecto a la desconfianza hacia la “política de los políticos”. Al respecto, Víctor Muñoz considera que “la política formal no ha estado en posibilidad de transformar los movimientos sociales hacia una democracia realmente integradora y que contenga un sesgo social y participativo”.
Frente a esto, las propuestas de una asamblea constituyente han tomado fuerza dentro del movimiento. Esto mismo, según el sociólogo, daría cuenta de que estamos aún en presencia de movimientos sociales dictatoriales en la medida en que sus demandas y las soluciones que plantean se enfocan en contra del sistema instaurado en dicha época.
En lo que respecta a los estudiantes, la posibilidad de una mesa de diálogo con el gobierno genera suspicacias. Y es que los resultados de esta medida durante el 2006 dejaron un amargo recuerdo entre los secundarios de entonces. Los mismos que hoy se encuentran en la educación superior.
¿Y AHORA, QUÉ?
Fue durante los ‘90 cuando se visibilizó a una generación de jóvenes ajenos al acontecer nacional, identificados con el individualismo y la indiferencia de Marcelo Ríos. La juventud que no estaba “ni ahí”, despreocupada y no interesada en la política, dejaba atrás la figura del joven contestatario y luchador por los Derechos Humanos que tanta importancia tuvo durante los últimos años de la Dictadura.
Sin embargo, las movilizaciones de este año o la misma Revolución Pingüina, de la que ya se cumple media década, demuestran que “el gran problema del ejercicio ciudadano no es que los jóvenes sean apolíticos o que sólo piensen en sí mismos, sino que esa politicidad choca con un campo político institucional donde esa conflictividad no tiene cabida”, reflexiona Víctor Muñoz.
Hoy, hay más de 300 establecimientos movilizados, entre secundarios y de educación superior. Por su parte, el ministro Joaquín Lavín afirmó que el único camino es el diálogo, en la misma línea que el Presidente, quien señaló que en el país hacía falta respeto por la autoridad y la institucionalidad. Pero ¿qué hacer con ésta última cuando ha omitido sis-temáticamente las demandas ciudadanas?
“Si un movimiento tan profundo como éste se orienta a sentarse en la mesa con las autoridades a negociar, pedir y dialogar, está perdido. Va a ganar la autoridad”, advierte Salazar. Para el historiador, está bien conversar con Lavín, no obstante, lo más importante “es que el movimiento se reúna con los suyos, tome decisiones haga propuestas concretas y luego exija que se cumplan”.
Al cierre de esta edición, el gobierno anunció el acuerdo GANE, el cual no incluye la solución a ninguna de las demandas que por más de un mes ha expuesto el movimiento estudiantil. Los estudiantes se reúnen a planificar los próximos pasos a seguir luego de la marcha del 14 de julio, la cual dobló la mano a la Intendencia Metropolitana y se abrió paso en ambas calzadas de la Alameda. Desde los colegios y las universidades tomadas, se exige una reforma constitucional. Mientras, una bandera con la consigna “Educación gratuita ahora” sigue dando vueltas alrededor del Palacio de La Moneda.
Por Daniela Escárate y Romina Reyes